Floreal Rodríguez de la Paz

Desaparecerían de inmediato los falsos dioses; los innecesarios prestidigitadores; las angustias provocadas por la divina Comedia; el desencanto de los congéneres cansados; las bravatas inventadas para llegar los primeros; lo que sólo sirve para comprometer a quienes silencian su opinión; los mercaderes con falsas ilusiones; el increíble ejemplo de no poder ser solidario ante cualquier iniciativa para proteger las libertades ausentes; los Ejércitos, que sólo sirven para proteger las fortunas; las angustias originadas por la tristeza de pasar hambre; los desencantos que median desde todas las parcelas parroquiales; la fugaz brevedad, que tarda en conseguir encontrar la razonable sabiduría de los efluvios fugaces minúsculos. Desaparecerían las bromas macabras del falso concepto, que nunca logra salir de lo estrictamente falso, con sonrisas desafortunadas, desde la tristeza; los dioses que logran desencantar a los que llevan la mochila repleta de ignorancia; el cansancio, como ejercicio que no consigue despejar las patologías truncadas; las libertades imposibles, porque fueron compradas por los intereses de tanto vicioso oficial por todo el Universo, al servicio que ofrecen las Leyes lucrativas -prostitución, juegos de azar, rezos sin más condición que la ignorancia, poco menos que ciega; las Leyes, legisladas para alimentar el farragoso criterio de quienes manejan el dinero y todas las químicas farmacéuticas; el látigo utilizado para doblegar a los más débiles; el derecho al trabajo, que nunca restaura la posibilidad de que todos puedan comer, vivir con personalidad; lo divino y lo terrenal, anclados en puerto sin navegar libres, es un dilema a despejar; la locura, como práctica, entre los que suelen utilizarla para intentar salir ilesos, lucrándose. Y, todavía, los humanos, que se ejercitan en la búsqueda del amor, la armonía y la riqueza, escondidas entre los hábiles comportamientos del diplomado en sociología, desde todas las Ciencias, haciendo posible la participación, aunque sólo sea por la fuerza del altruismo.

Suele disputarse que hay todos los posibles para certificar el conocido mundo, calificado de infierno, fracasando en ello, porque no existe tal conducta, allá, lejos de todo este escenario con vida propia, al que estamos obligados a verlas venir, por mucho que pretendan vendernos la imagen caótica, tan improvisadora. El infierno está inspirado, como invento temerario, para acostumbrar al ser humano a vivir, sí, pero envueltos de temor, como arma letal del miedo. Fuera “la Idea de infierno”, no mucho más que alucinaciones, en quienes pretendieron siempre confundir la felicidad con el fracaso, dejando al lado de la duda lo imposible. Serían culpables de todo ese conglomerado climático, hasta lo caótico, nada menos que los dioses, pues tienen el don de la vergüenza exacerbada, ya que fueron inventados para perder las costumbres civilizadas, siendo la causa primera de cuanto existe para no perecer. El infierno es arma, propia del Capitalismo endiosado, quedando a salvo la responsabilidad que puede siempre pasar factura en reparación de los hechos incomprensibles, porque certifican su interés, para que triunfe la falacia, sobre todo en los mejores tiempos históricos de la vida libertaria cultural. ¡El infierno no es más que un teatro, propio de políticas de entretenimiento! Es un pasaje irrisorio, por cierto, bíblico, que sirvió para quedar bien ante los intereses que luego son defendidos, desde los púlpitos parroquiales, en todas las absurdas arengas del vocero -pregón-, que reclama su atención entristecida para engatusar, sin más acierto que el de confundir, tergiversar y volcar en la papelera. Debemos ser conscientes de lo que sabemos hacer, pero, sobre todo, de lo que no sabemos crear. Si logramos entender lo de otro mundo mejor organizado socialmente, no es extraño que según el respetable criterio sobre los infinitos quehaceres comunes, es entonces que será cierto alcanzar el nuevo mundo soñado. Al igual que las guerras, el infierno es un invento, creado por la mediación de la casta religiosa, puesto que son la fantasía propia del endiosado vicio, consagrado del Poder, en este caso de Estado. ¡Opinión que puede despejar alguna duda!

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