Fco. José Fernández Andújar
El sistema electoral es un medio político creado por élites sociales que pretendían desbancar la soberanía del rey (el Soberano) para establecerla en “el pueblo”, el conjunto de la población, que tomó esta forma para -supuestamente- expresar el nuevo poder. Como el dinero y la propiedad eran ya los principales mecanismos económicos, por esa vía se estableció la clase burguesa y mercantil como los monopolizadores del poder político, al tener más recursos e influencias para ser elegidos y tener leyes que faciliten el autoritarismo. Como eran, a su vez, opresores de otras clases sociales, no imaginaron jamás reproducir los sistemas asamblearios que existían entre algunas capas populares, y decidieron aplicar el modelo ciudadanista, conquistador, al modo de la Antigua Grecia, donde el voto del ciudadano no era tanto su “expresión de libertad” sino su “expresión de conquistar” (como bien señaló David Graeber en Fragmentos de Antropología Anarquista), pues se trataba de un sistema competitivo donde se luchaba por la voluntad política y no el consenso de los grupos: quien tenga más votos gana, y si alguien tiene un vertedero en la puerta de su casa o un cementerio nuclear por su pueblo pues se fastidia porque han ganado quienes así lo han querido. Siempre fue un sistema competitivo, de poder (que no de libertad, ay cuando aprendamos a diferenciar capacidad vs imposición) y privilegiado. L@s esclav@s, las mujeres, l@s niñ@s y l@s extranjer@s no podían votar. Era para el ciudadano, el cual no tenía por qué ser la élite en sí, pero sí contaba con unos pequeños privilegios respecto a otros segmentos sociales.

Ahora volvamos a nuestros tiempos. El sistema electoral es parecido, aunque no hay esclav@s, a priori. No votan extranjer@s, pres@s, niñ@s y algun@s más por “incapacidad”; sí votan mujeres y la ciudadanía se ha extendido (ya puede ser ciudadana, el anterior masculino no ha sido un despiste). Ahora bien, las instituciones son órganos de servicios públicos cuya principal capacidad de cambio es por medios legislativos, el cual está sujeto a unas normas donde se controlan esas modificaciones desde el propio sistema. Pueden darse ciertas mejoras, pero bajo unos rigurosos límites. Asimismo, la división de poderes marca unas líneas trazadas por los tribunales, que pueden valorar si algunos extremos ejecutivos o incluso legislativos han sobrepasado los límites pre-establecidos.
El resultado es que la gente que más cambios necesita recurre menos a este sistema porque entienden, y así lo observan, que lo que ellos necesitan no pueden darse por medio de las instituciones. Mientras tanto, sí interesa a aquell@s ciudadan@s preocupad@s por los modelos de seguridad, propiedad privada, régimen fiscal y ciertos servicios públicos. No en vano, durante casi todo el siglo XIX, el voto era censitario: lo podían ejercer, y ocupar cargos políticos, personas con unos recursos demostrables. La intensa actividad asociativa cambiará todo esto por su fuerza e influencia, que adquiere por la lucha, no por los parlamentos, y marcará unas políticas de masas que obligarán a los legisladores a extender el voto hacia el grueso de la población, sin atender a su nivel adquisitivo, para no verse desbordados por el asociacionismo obrero y popular.
En los últimos años hemos visto que los prejuicios políticos de las izquierdas electoralistas no son correctos. Desde siempre se ha supuesto que l@s trabajador@s, marginad@s y reprimid@s votan a las izquierdas y si no lo hacen es porque se han abstenido (o son muy “tont@s”). Las grandes cifras de abstencionistas se utilizaban para dar eternas esperanzas a la izquierda parlamentaria, a modo de decir que no han sabido aprovechar su potencial, y que el conjunto de la población del país sigue más cerca de las propuestas electorales de las izquierdas. Esto no era nada cierto pues, por ejemplo, en muchas ciudades, cuya mayoría política era derechista, tenían altas cifras de abstención electoral, como es el caso de Ceuta, pero estos casos se podían responder con otros muy diferentes y mágicamente se anulaba el intento de explicar que esas suposiciones sobre la abstención electoral son erróneas. Pero en los últimos años ha quedado claro que las derechas han obtenido importantes triunfos en elecciones con alta participación, y ya entonces poco se podía objetar.
Como este mito ha caído por su propio peso, se imponen otros nuevos métodos para obtener el voto despojado de las convicciones de quien lo emite. Se afirma, ahora, que se vote por l@s “no privilegiad@s”, y esto supone mucho más de lo que se cree. Lo más importante: que la vía institucional es la propia y adecuada de esos “no privilegiad@s”, y por eso hay que votar, obviamente a lo que se entiende que es “a su favor”.
En un programa de televisión de la izquierda, en la que estaba presente un miembro de CNT-CIT que intentó defender la postura abstencionista tradicional, sin mucho éxito al estar rodeado de personas que soltaban todo tipo de excusas pro-votil, se decía esto de que quienes no tienen privilegios no pueden militar. Por supuesto, también afirmaban que la militancia es compatible con votar, aunque la experiencia de años y años nos muestra que el voto fomenta el esforzarse en obtener resultados positivos, dejando la militancia a la que nos referimos, la asociativa, en un no segundo lugar, sino octavo o noveno, si es que llegaba a lugar. Lo cierto es que el electoralismo siempre asume el protagonismo -y casi todo el tiempo- de la militancia de quienes están a favor del parlamentarismo, de manera que el activismo real solo aparece para convencer a l@s demás para ir a votar(les), o generar un perfil de prestigio de futuros líderes, vaciando de fuerza a la militancia, al asociacionismo, que se debe centrar en conseguir sus objetivos por influencia y fuerza social, sin necesidad de la imposición legislativa.
Pero lo peor es que afirmaban, sin vergüenza alguna, que la militancia es propia de personas con buenas capacidades físicas y con privilegios (por ejemplo jurídicos: el inmigrante que no puede votar, y suponen que tampoco pueden afiliarse, cuando en verdad una asociación puede afiliar a quien quiera), mientras que el voto era de tod@s. Por supuesto no se daban cuenta que estaban diciendo justo lo contrario de qué era privilegio y qué no lo era (el asociacionismo es el espacio de ilegales y de personas con diversidad funcional, siempre que quieran; el voto no, por puro censo y ley). Si había gente que no podía votar, pues había que votar por ell@s, y obviamente votar a quienes reducen los privilegios de un@s, o aumentan los pocos privilegi@s de otr@s. Esto que cito tan generalmente, en verdad se define muy concretamente, pues es totalmente cierto que, si salen según qué partidos políticos, los presupuestos son repartidos de una manera muy distinta, y conocemos casos de que el dinero municipal que se usaba para centros de personas dependientes se destinaba, luego de un cambio de poder de distinto color, a asociaciones militares.
Ahora bien, el problema es el paternalismo: ¿quién cree que una persona no privilegiada va a votar a esos partidos que le favorecen? ¿Acaso tod@s l@s trabajador@s votan a partidos que favorecen su clase social? El perfil del militante de izquierda electoralista se permite suponer la voluntad electoral de quienes, al fin y al cabo, no saben lo que les conviene y lo que quieren realmente. Si las personas de un centro votan contra el sentido común, no serían el primer caso de un colectivo social que toma una iniciativa -aparentemente- absurda. El caso es que, si creemos que aquellas personas inmigrantes, trans, gays o con diversidad funcional no inhabilitada para votar, votan a partidos de izquierdas, es que estamos completamente alejad@s de la realidad. Claro que much@s votan a derechas y hasta a formaciones ciertamente bizarras. Creemos que unas características y condiciones de un individuo ignora otras características y condiciones, ignorando completamente sus convicciones, su educación o sus experiencias, que pueden pesar que lo demás, y por ello votar de una manera sorprendente. Como el triunfo ideológico del capitalismo es bastante grande hoy en día, y muchas personas no privilegiadas tienen privilegios en otros aspectos, hace que se den votos… inesperados. La realidad es que la situación es más compleja y que las convicciones claro que pesan mucho a la hora de decidir o de tomar posturas en situaciones de la actualidad. Es fácil presuponer ideas cómodas y satisfactorias, pero sólo nos van a llevar a errores y no impulsar el camino necesario: el del asociacionismo que haga frente a la hegemonía ideológica e intente influenciar a las personas desde la igualdad, horizontalidad, humildad y sencillez, desde la igualdad y hasta inferioridad, y no desde la superioridad de un gobierno o institución. Porque se trata de convencer, con paciencia, y también siempre escuchando, porque hay que razonar. Es la única manera de convencer y hacer ver las posturas necesarias, justas y no opresoras.
La actual situación se da porque realmente quienes predican el voto no hacen realmente un activismo real y consecuente que aumente la influencia que mencionamos. De qué vale votar para mejorar las condiciones de l@s no privilegiad@s si la población en su conjunto, incluid@s l@s no privilegiad@s, no están convencid@s de esas posturas y hasta están en contra de esas políticas a favor de l@s no privilegiad@s. Votar siempre ha sido inútil, porque si ha conseguido algo siempre ha sido porque un movimiento o criterio ha tenido años y años de esfuerzos, ejemplos, actividades y reflexiones para convencer a l@s no convencid@s de que algo es necesario. Cuando eso ocurre, resulta que hasta los partidos políticos “malos” suelen apoyar, porque ven el apoyo de la gente y temen perder electorado. Intentan, eso sí, “adaptar” ese apoyo a algunos detalles concretos, pero no pueden oponerse frontalmente, porque esos colectivos sociales que han llevado a cabo una labor de años y años han conseguido calar hondo. El feminismo de hoy no es resultado de decretos e instituciones, sino de movimientos sociales feministas que han sufrido años de vejaciones y críticas, esfuerzos y luchas, aún hoy muy silenciadas. Pero mientras pasaba todo ello, aumentaban su influencia cada vez más entre la gente, por quienes veían más allá de lo que decían calumniadores y autoridades, con el apoyo de evidencias, de hechos, de datos reales, de, en fin, la verdad. Si se hace una labor antimilitarista eficaz, ya no es que no se destinen fondos a asociaciones militares: es que ni siquiera existirían esas asociaciones, o su existencia sería meramente anecdótica, de modo que pocos fondos podrían recibir.
El voto es el privilegio, hay colectivos restringidos en su uso. Mientras que, en cambio, el asociacionismo es lo no privilegiado, porque es libre y puede acceder todo el mundo. Es increíble que desde esos programas se digan esas barbaridades donde votar es el medio de las personas sin privilegios, cuando el medio tradicional de esas personas ha sido el asociacionismo y la militancia libre. El militante no tiene que ser una persona con todas sus extremidades y una mente brillante y formada en la universidad con sus derechos reconocidos. No se trata de asaltar bancos ni pegar a nazis por la calle, de hecho, esa labor es bastante anecdótica y secundaria, por no hablar de quienes ni lo asumen. Una persona en silla de ruedas hace una gran labor militante si lleva, por ejemplo, la tesorería de su organización, o es un representante de una sección sindical. Suponer que una persona con alguna característica psíquica no puede hacer ciertas tareas en una asociación es mucho suponer: se trata de quien quiera llevar algo, se propone y si están de acuerdo tod@s pues lo asume, y si lo lleva mal, pues como una persona “privilegiada” que lo ha llevado mal (conocemos algún caso, ¿no?). Suponer las capacidades se debe remitir a los hechos y a los casos concretos, experiencias previas, o conocimientos razonados que descansan sobre la persona, no por sus “condiciones”, no por las facultades que presuponen quienes precisamente hablan de “privilegios”.
No importa si alguien quiere votar: realmente no votar no hace anarquista a nadie, ni votar lo anula, y en verdad tampoco se trata de ser anarquista. Eso sólo es postureo, y hasta vanidad. La cuestión es conseguir libertad y justicia, y en esa labor el voto simplemente es algo secundario, y la vía institucional-estatal hasta contra-producente, porque ya vemos que quienes hablan de no privilegios no pueden evitar paternalismos y hacer una labor desde la distancia. Lo que importa es el activismo, cuya principal base que lo hace movimiento social es el asociacionismo, desde donde tod@s crecemos junt@s, con privilegios y sin ellos, y desde ahí no solo aprendemos y mejoramos, sino que se construyen las propuestas e iniciativas junt@s, entre tod@s, evitando el modo gubernamental: sin medidas con graves peligros de ser defectuosas por estar elaboradas en despachos con pocas personas (remuneradas, por cierto, lo cual parece que no se ve como un “privilegio”) que intentan realizar una propuesta a raíz de la lectura de varios estudios (que no pueden suponer nunca la totalidad de lo publicado) y el contacto con, ¡oh chorprecha!, asociaciones especializadas. Al final, quienes hablan de votos hablan de parlamentos, ayuntamientos, cargos, puestos y otros sitios donde no están esos “no privilegiad@s”. Por no estar no está ni la gente, así que es fácil suponer la influencia social que van a tener sus posturas entre la población, si no ahora, en el futuro, porque en lo que sí son efectivos es en anular, ningunear y hasta reprimir esos movimientos “compatibles”, que se ven debilitados por quienes, en fin, lo ven como competencia directa (o indirecta: vaya a ser que sea proclive a otro partido del espectro de la izquierda, y aquí entran más guerras sucias a las que ya se suelen dar), en fin, como un obstáculo. La consecuencia es que desde las instituciones no se convence, y desde las asociaciones debilitadas y ninguneadas su influencia se reduce mucho. Si la gente común en lugar de dar tantas esperanzas al voto y a las instituciones, asumen más activamente el asociacionismo, al menos la labor de las asociaciones se vería incrementada y con ello la influencia de sus posturas sería mayor en el conjunto de la población. En esto, no hay otro camino, no hay otra vía. Ya la cuestión es que se asuma.