Amado Llop (La Sindical, Fraga)
La catástrofe del Levante peninsular, Andalucía y Castilla-La Mancha, ha puesto, una vez más en evidencia, la importancia de contar con un Estado en los momentos más complicados. Porque tener un Estado es como portar un Paraguas encima: mientras no llueve vas a sentir la protección de ese ingenio que te resguardará en caso de que el tiempo se tuerza y empiece a chispear, pero la realidad es que, apenas caigan las primeras gotas, aquello que te habían vendido como la panacea anti lluvia, al abrirlo va a resultar que las varillas están retorcidas o rotas, la tela agujereada y, en definitiva, aquello que te debía proteger de la lluvia, resultará más un estorbo que una protección.
Porque la realidad del Estado es que tiene una maquinaria muy potente que funciona mientras no se le necesita y es realmente eficaz para determinadas cuestiones, mientras que en otras se desvanece, como un azucarillo en café caliente, sin que preste la más mínima atención. Así pues, es tremendamente efectivo a la hora de desposeernos de patrimonio, equipamientos, servicios y demás ya que, gobierne quien gobierne, la gestión es más propia de un señorito que de un representante garante de nuestros derechos (un momento que me está entrando la risa con eso de “representante garante de…”). También resulta tremendamente eficaz a la hora de reprimir a quien se atreve a señalar la injusticia. De este modo, notaremos su presencia armada en manifestaciones y reivindicaciones, especialmente laborales. Aquello de cumplir y hacer cumplir etc. parece ser que es una fórmula vacua, porque cuando estamos ante un incumplimiento laboral, por poner un ejemplo, y nos concentramos ante la empresa en cuestión o ponemos una pancarta explicativa o se lleva a cabo cualquier otra acción de denuncia pública el Estado, en lugar de acudir a la empresa y verificar si se está cumpliendo la ley y en caso contrario “hacerla cumplir, etc.,” lo que hace es iniciar nuestra persecución mediante identificaciones, denuncias, multas o persiguiéndonos a palos y lanzándonos proyectiles. Bonita manera de cumplir y hacer cumplir, etc.
Pero abandonemos al Estado, porque entre la mala leche que se me está poniendo, las ganas de vomitar o las carcajadas que me provoca el escribir según qué cosas no hay manera de mantener la atención en lo que estoy haciendo. Vayamos a lo que sucede en medio de la catástrofe: lo primero de todo es que el Estado, como ese Paraguas que nos prometía protección, colapsa y no sabe qué narices hacer.
De repente, todo aquello que eran utopías, buenismo y sueños fantasiosos resulta que toma forma y se plasma en la realidad. Resulta que surge el apoyo mutuo, la solidaridad, el amor fraterno y la autoorganización espontánea, mientras el Estado, como si fuera un gran oso forrado de grasa a la salida del otoño, se dedica a hibernar. La gente acude al corazón del desastre como ha sucedido en Valencia, como ocurrió en el naufragio del Prestige, en la nevada de Madrid, en los grupos de apoyo durante la pandemia del Covid y como hemos podido comprobar en tantas otras ocasiones en que el Estado ha desaparecido como los ahorros en un fondo de inversión.
Un aparte, si te estoy aburriendo deja este artículo y céntrate en leer el maravilloso libro “Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre”, de Rebecca Solnit (Capitan Swin).
La alegría lo invade todo y la fraternidad se hace presente. Las relaciones entre personas que no se relacionaban o que directamente se odiaban, de repente se refuerzan con unos lazos de empatía y de sentimiento de utilidad social que eran inimaginables un par de días antes. Gente acudiendo de todas partes y creando comunidad y cuidados. Duelos individuales que se transforman en comunitarios con lo que conlleva de reparador el consuelo grupal. Sí, el anarquismo, el colectivismo ha trascendido las ideas y se ha plasmado en la realidad cotidiana. Ha emergido de aquel lugar en el que estaba escondido y en el que se mostraba con timidez en pequeñas acciones cotidianas para explotar socialmente y hacerse presente.
¿Y el Estado? Bueno, el Estado, al comprobar cuan prescindible es, decide conspirar para boicotear esa acción colectiva para volver a hacerse carne, a hacerse cuerpo, a hacerse presente. Por ello, no resulta extraño que nombren a un milico como vicepresidente (así de democrática puede resultar una elección de un “representante) ¿quién mejor que un generalote para recuperar la autoridad de la que se ha visto desposeído el Paraguas? También se anuncia que ya no hacen falta más voluntarios. Claro, con tanta gente feliz y eficaz por la zona de una catástrofe no hay forma de recuperar el mando. Que la ayuda ya no es necesaria. En definitiva, se trata de transmitir la idea de que todo está bajo control.
El siguiente paso es hacerse fuerte y la mejor manera es organizar una carga policial contra quien se atreva a protestar por la chapuza de gestión estatal (recordad, si es que con tanto ruido alguien lo había olvidado, que el Estado abarca gobierno central, comunidades autónomas, diputaciones, etc.). Nada como cuatro palos a tiempo para recuperar el orden. Nada como un poco de criminalización (que si saqueos, que si descontrolados) para recuperar la paz social que ofrece el Estado. Así llegamos al que creen es el fin del apoyo mutuo y la autoorganización, llegando al apartado ayudas y subvenciones que, ¡oh, sorpresa!, no van a llegar al pueblo llano porque, sencillamente, no cumplen con los requisitos o directamente obligan a gastar tres veces más lo que has perdido para que te paguen una tercera parte, tal y como sucede, por ejemplo, con el paquete de ayudas para compra de vehículos.
Alertada la población de los peligros de actuar por su cuenta y sometida a la violencia estatal se produce el repliegue y, a partir de aquí, no acaba nada, sino que ya se ha producido la recuperación de la esperanza en la humanidad. Porque las personas que han vivido esa situación quedan marcadas para siempre por esos lazos comunitarios que surgieron y que les esclarecieron que otro mundo es posible, que otra vida es posible, esa vida plena, esa vida que merece la pena ser vivida. Eso es la Gimnasia Revolucionaria, lo que ya ningún estado podrá borrar de las mentes de quienes lo han vivido.