Carlos Coca

Crecí entre historias vinculadas al Puente de los Cabriles. Mi abuelo, de adolescente, trabajó allí y, ocasionalmente, otros paisanos también quisieron contarme sus recuerdos relacionados con dicha obra. Muchas vivencias y anécdotas adornan sus imponentes arcos. Añoranza y solidaridad. Lo humano y lo obrero se hacen allí omnipresentes.
Y es que a escasos 25 kilómetros de la ciudad de Zamora, entre los términos municipales de Palacios del Pan y Manzanal del Barco, se encuentra una construcción colosal. Es el viaducto del ferrocarril de Martín Gil, conocido popularmente también como viaducto o puente de los Cabriles debido a la denominación toponímica del paraje en el que se halla. El viaducto sirve aún para unir la conexión por tren entre Zamora y Galicia, salvando el embalse del río Esla. Este puente supuso un hito de la ingeniería en su época, ya que tuvo el privilegio de poseer el mayor arco de hormigón del mundo, pero no será de la arquitectura de lo cual se ocupará este artículo. Iremos a la intrahistoria del viaducto, el relato colectivo de los cientos de trabajadores que durante los años de la II República constituyeron allí un poderoso movimiento obrero.

En las obras del del viaducto llegaron a trabajar más de 500 personas simultáneamente. Conviviendo cientos de trabajadores, unos zamoranos y otros que llegaron de diversos lugares de la península. Aledaño a las obras, se construyó exprofeso un campamento que incluía diferentes servicios: oficinas, albergue, talleres, laboratorio, economato, además de diferentes chozas y casas en las cuales bastantes trabajadores foráneos se alojaron con sus familias. Otros operarios arrendaron habitaciones en las casas de los vecinos de las localidades cercanas (Andavías, Palacios, Manzanal, Almendra, Santa Eufemia, etc.), compartiendo con ellos comidas, vivencias, inquietudes e ilusiones.
Durante los años republicanos, en las obras del viaducto, se formaron sindicatos con una gran capacidad organizativa y actuaron las dos centrales: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Unión General de Trabajadores (UGT). Ambas tuvieron una amplia actividad reivindicativa, desde el comienzo de su construcción hasta el inicio de la Guerra Civil, promoviendo huelgas ya en el mes de octubre de 1934, año clave en la historia del movimiento obrero ibérico al producirse la Revolución de Octubre que tuvo relativa repercusión en la provincia de Zamora (sobre todo en la comarca de Sanabria). Más tarde, fundamentalmente entre mayo y julio de 1936, varias actividades huelguísticas más en las obras del viaducto. Una de esas acciones colectivas, en la primavera del año 36, fue secundada por la práctica totalidad de la plantilla y, tras varias jornadas de lucha, se consiguió una importante mejora salarial (firmada el 16 de mayo de 1936), pasando a ganar 0,75 céntimos más por jornada cada obrero. Aquella victoria quedó grabada en la memoria colectiva de la comarca y recordaban esos antiguos trabajadores el mitin sindical, celebrado después de aquel efectivo paro, en el cual el orador libertario felicitó a los huelguistas diciendo: “¡Compañeros, hemos ganado esta huelga porque no somos hombres que nos alimentemos de migajas!”.
La organización socialista UGT tenía más simpatizantes que la anarcosindicalista CNT, al menos hasta la primavera de 1936. Las fuentes orales a la cuales acudí me decían que, a falta de locales sindicales y en un ejercicio de pragmatismo, los grupos sindicalistas se reunían al aire libre, generalmente al amparo de las encinas próximas a las obras, en plena dehesa de Mázares. La influencia del Partido Comunista de España (PCE), especialmente a partir de 1936, también fue notable.
Las obras del viaducto eran un hervidero de ideas revolucionarias, en un tiempo en el cual parecía que se podía transformar todo. La prensa obrera y las revistas de vanguardia se leían y se discutían allí, la juventud zamorana fue partícipe activa de esa revolución cultural libertaria. Y los ancianos recordaban también el carisma de esos “obreros conscientes”, por su amplia formación cultural de carácter autodidacta y su idealismo, a los cuales respetaban y gustaban escuchar.
En otras localidades cercanas a las obras del viaducto Martín Gil el anarcosindicalismo tuvo también mucha influencia entre las clases populares. La llegada de miles de obreros para la trabajar en las obras de la vía del ferrocarril, entre la meseta y Galicia, favorecieron esa expansión del ideario libertario. A este campo he dedicado varias de mis publicaciones. Por ejemplo, Losacio de Alba fue un pueblo donde el anarquismo arraigó entre sus gentes, tenían una correspondencia fluida con publicaciones ácratas como el semanario ¡Campo Libre!, en sus páginas solicitan libros para hacer una biblioteca popular en el pueblo. También en las obras de la presa del Esla (varios de los obreros del viaducto procedían de allí); en la capital provincial; en Villalpando, donde se convirtieron en la fuerza sindical hegemónica antes de la guerra. Y por supuesto, en el trazado de la citada línea ferroviaria Zamora-Orense, constituyéndose varios Sindicatos Únicos adheridos a la CNT-AIT, con destacadísima implantación entre los carrilanos de la Alta Sanabria, quienes llegaron a realizar importantes acciones revolucionarias en aquella irrepetible primavera libertaria de 1936.
Tras el golpe de Estado militar, la represión se cebó con todas las asociaciones revolucionarias y sus militantes. En el viaducto muchos de sus trabajadores fueron represaliados y las sanguinarias cuadrillas de falangistas se adueñaron de las largas noches. Era el turno de la brutalidad del nuevo régimen fascista. En ese terrible contexto sería también expulsado de España el empresario y constructor del viaducto zamorano, Maximilian Jacobson, ingeniero belga que tenía ascendencia judía. Igualmente fueron reprimidos sus ingenieros franceses, Enrique Klotz y Gerard Nicollet; además de las decenas de trabajadores que sufrieron: los despidos, los impagos, los expedientes o la cárcel, siendo varios obreros asesinados durante los primeros meses del enfrentamiento bélico, víctimas de los frecuentes “paseos” organizados meticulosamente por las autoridades franquistas. En el recuerdo colectivo, el asesinato de varios jóvenes de Montamarta, pueblo próximo a las obras del viaducto, la noche del 30 al 31 de agosto de 1936.
Quedó ya sólo el recuerdo de una época pasada cuando la comarca se convirtió en una zona obrera, debido a las obras del viaducto y de la vía férrea pero también por las grandes construcciones de la compañía Saltos del Duero durante los años 30: la mencionada presa del Esla en Ricobayo, que desplazó a pueblos enteros e inundó sus fértiles valles; la construcción íntegra del nuevo pueblo de Palacios del Pan, pues el pueblo viejo fue anegado por las aguas del embalse, un auténtico drama humano y económico; el nuevo puente de Manzanal del Barco, en la carretera provincial de Carbajales; el puente de la Estrella y los dos puentes de considerable dimensión, que comunican por caminos locales Palacios con Valdeperdices y con Almendra del Pan, atravesando un gran brazo del pantano. Fue un período de convivencia y gran actividad económica, humana y laboral. Terreno propicio para la difusión de las ideas anarquistas.
Es interesantísima la variada procedencia de los trabajadores del viaducto durante aquella década de 1930: oriundos de la capital y también de los pueblos de alrededor, pero también de otras provincias (Asturias, León, Sevilla, Córdoba, Madrid, Pontevedra, Cáceres, etc.) y de otros países (portugueses, franceses o antiguos residentes de Cuba). Hasta hace sólo unos años, los más ancianos de la zona rememoraban con cariño a los entrañables obreros andaluces, que se encargaban del acarreo de los materiales con sus mulas de carga, a los camiones cargados de trabajadores que viajaban diariamente desde Zamora, al aluvión de caras nuevas y la vitalidad existente (en un lugar que es ahora la España vaciada) y, por supuesto, al activismo obrero del cual nos hemos ocupado en este artículo.
Tras la guerra, la plantilla fue reestructurada y se retomaron las obras de una obra inconclusa que pudo terminarse en el año 1942, inaugurándose el viaducto el 17 de abril de 1943 con la asistencia al evento del dictador Franco. Y desde el 24 de septiembre de 1952 circulan por allí trenes.
El viaducto me lleva a los recuerdos familiares y a la más sincera admiración. Sirvan estas líneas para el homenaje de aquellos obreros anónimos del Puente de los Cabriles y como enseñanza de una época transformadora, al igual que sucedió en tantas otras pequeñas localidades de la península, cuando toda una generación de idealistas quiso cambiar absolutamente todo.

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