Fontaura

Se ha dicho y repetido de muchas maneras: un ideal que tiene abierta senda de justicia hacia el porvenir no debe, por ello, ser considerado como algo inamovible, a la manera de objeto fosilizado, expuesto en vitrina de museo. Todo cambia en la vida. Varían las circunstancias que originaron ciertas facetas en un modo de pensar determinado. Y si las circunstancias son otras, es de comprender que, resultante de ellas, varie, también, o deba de variar, la forma de enfocar un determinado objetivo.

Hay expresiones a las que suele darse interpretación de tono peyorativo que tal vez se justifique en antecedentes bien poco recomendables. Una de ellas tiene derivativo en la palabra “revisar”, que, en sí, no significa otra cosa que volver a ver, o bien examinar. Mas como sea que, al parecer, y deduciéndolo de experiencias vividas, el revisionismo ha tenido como consecuencia el dar pasos atrás, frenar, tomar rumbo a la derecha, en franca oposición al izquierdismo revolucionador, a la vanguardia progresiva de ahí que algunos afines con las ideas ácratas, cuando se percatan de que se hace referencia a lo de revisar, al deseo de examinar, piensan, y hasta vienen a decir: “¡Tate! ¡Desviacionismo tenemos! ¡Adulteración de principios en perspectiva! ¿Cansancio? ¿Mala fe? ¿Desconocimiento de las ideas?”. Y así todo un repertorio de suposiciones gratuitas, que solamente puede justificarlas la buena intención, el amor al ideal, que ha inspirado tal desconfianza. Aunque sea, en cierto modo, un amor parecido al de la madre, que no ve los defectos del ser al que dio la vida, desprendiéndoselo de sus entrañas.

Stendhal alcanzó a definir de un modo lacónico la diferencia entre dos fundamentales modos de pensar: el conservador, y el revolucionario. El primero, se limita a decir: “Continuemos”. En tanto que el segundo manifiesta: “Examinemos”.

¿Por qué regla de tres el examinar, el revisar, el rever lo conocido, ha de ser precisamente, únicamente, y en todos los casos hacer marcha atrás? ¿Por qué no ha de ser a la inversa? ¿Por qué el analizar, el revisar, no ha de significar querer ir más allá, quitando lastre, fijando la atención en reminiscencias que no responden a la realidad que se vive; a la realidad que no es igual a la de sesenta o cien años atrás?

Lo que interesa es tender la mirada hacia lo infinito; aguzar el oído. Ver lo que pasa acá y acullá: escuchar lo que se dice en una parte y en otra; sacar al sol los amasijos de archivadas teorías, para que les de el aire y no se apolillen… Buscar distinguir lo perdurable de aquello que alcanzó un valor transitorio. No confundir lo fundamental con lo que han sido derivaciones de un valor muy limitado, a modo de excrecencias llamadas a desaparecer. Importa mucho tener la suficiente sinceridad y valentía para enfrentarse incluso con el mal que pueda haber arraigado en el propio organismo ideológico, ya individual, bien colectivo; en el mal, aunque se halle enquistado como una especie de úlcera.

Es conveniente conocer el sentir de los que ensalzan la ideología que nosotros sustentamos, así como el criterio de aquellos que ataquen en plan de impugnadores. Alguien ha dicho que de las apreciaciones de un enemigo se pueden colegir matices de verdad que, de otro modo, no llegaría a conocer aquel que carece de valor de someter a un libre examen todo el conjunto de teorías y tácticas de lo que constituye su credo ideológico. Ricardo Mella, de quien tantas apreciaciones podemos retener, ya que resisten los embates demoledores del tiempo, aducía: “Más allá de la anarquía habrá siempre anarquía”. Es expresión que define de un modo harto elocuente una posición antidogmática, contraria a toda limitación; contraria a lo de los “cotos cerrados”, expresión del mismo pensador, y de la que no pocas veces ha habido que hacer uso.

He leído, no hace mucho, una monografía en torno al anarquismo. Se titula “L’Anarchisme”. Su autor es Daniel Guerín, y ha visto la luz en la colección “Idees”, a cargo de la Editorial Gallimar, de París. En otra de nuestras publicaciones, “Le Combat Syndicaliste”, hice algunos comentarios en torno a ella. Ahora me referiré solamente a algunas de las opiniones que expresa en torno a Pedro Kropotkin. Dice en el prefacio de la obra citada, enumerando a diversos teóricos del anarquismo: “Pedro Kropotkin (1842-1921), otro exiliado ruso, desvía la doctrina hacia un utopismo del que lo “científico” disimula mal sus debilidades. “Creo que la observación peca de una excesiva ligereza, tanto más de lamentar tratándose de que Daniel Guerín es un  escritor documentado y que, al parecer, revela tener fe en lo que podríamos denominar: destino del anarquismo.

También, en relación con Kropotkin, dice Guerín, en la obra citada, que “la parte puramente científica de su obra, que le vale el ser actualmente celebrado en la U.R.S.S. como un “brillante porta estandarte de la geografía nacional”, ello es ajeno al anarquismo”. Agrega que también lo era la posición intervencionista que tomó en el curso de la Gran Guerra. Sobre este último extremo es harto sabida su posición posterior a aquellos acontecimientos. Posición bien distinta a la adoptada por Jean Grave y Charles Malato. En cuanto a lo demás, Lenin y los gerifaltes bolcheviques, al morir Kropotkin, a tenor de la popularidad que tenía el autor de “La Conquista del Pan”, más que como geógrafo, como anarquista, y en razón de ello, no atreviéndose a contrariar la simpatía que tenía Kropotkin entre las masas obreras y los elementos de tendencia liberal de toda condición social, contribuyeron a que el entierro alcanzara el mayor realce. He ahí los pormenores del mismo que uno de los compañeros y amigos de Kropotkin, que asistió al acto de sepelio, Anatol Gorelik, refirió en “La Revista Blanca”, de Barcelona, correspondiente al mes de octubre de 1935:

 “Llegó el día del entierro. La comisión de exequias de Moscú me honró a mí, con otros cinco anarquistas, para hacer los últimos honores al extinto: llevar el ataúd y acompañar los restos de P. A. Kropotkin hasta su última morada. De los que teníamos que levantar el ataúd del mismo lado que yo, fueron dos obreros, viejos anarquistas: Alejandro K., y Kniasev, el último participante de la famosa sublevación obrera y revolucionaria de 1905 en Moscú.”

“Terminó el ‘réquiem’ civil. La orquesta y el coro de la Opera de Moscú ejecutaron la ‘Sinfonía Heroica’, de Beethoven, la obra musical que más le gustaba a Kropotkin en vida.”

“La sala (era la de la Casa de los Sindicatos, de Moscú) fue llenada por miles y miles: anarquistas, revolucionarios, representantes de diferentes entidades políticas, obreras, estudiantiles, culturales y científicas. Afuera, en la plaza, había más de cien mil personas, que, bajo un frío invernal nórdico, aguardaban la salida de la cabecera del cortejo para unirse a éste”.

Era a primeros de febrero del 1921. Las primeras etapas de la revolución no quedaban muy lejos. Y aunque la Cheka estaba ya en funciones y había no pocos anarquistas encarcelados, todavía no habían tomado preponderancia las grandes razias contra el anarquismo, el sindicalismo revolucionario, y los sectores de oposición al bolchevismo.

En suma, si en su propio país, en Rusia, los comunistas no pudieron minimizar la personalidad idealista del pensador anarquista Pedro Kropotkin, no creo sea sensato emplee procedimiento parecido, al quitarle valor, quien ha tenido el acierto de escribir un libro como “Jeunesse du Socialisme Libertaire”.

Tal vez nadie haya habido más facultado para hablar de Pedro Kropotkin que su amigo y compañero de ideas Errico Malatesta. Con nobleza de sentimientos, con lealtad, expuso en su día su sentir. A ello me referiré más adelante, transcribiendo palabras del propio Malatesta.

Al referirnos al “príncipe anarquista”, como ha sido adjetivado por Woodkock y Avakoumovitch en su notable obra biográfica, publicada en inglés, y editada en francés por la Editorial Calmann-Lévi, de París, con el título: “Pierre Kropotkin, le Prince anarchiste”, hemos de tener muy en cuenta, en primer lugar, al hombre, al valor personal de excepción que encarna. Precisamente en una época como la nuestra, en que predomina un bajo materialismo, en que diríase andan en declive los valores morales, importa destacar a estos hombres que pudiendo gozar de los mayores privilegios, teniendo lo que se dice: la fortuna al alcance de la mano, por espíritu romántico, por acendrada pulcritud moral, desdeñaron los bienes materiales, manteniendo enhiesta la dignidad, a trueque de sufrir privaciones de toda especie; a trueque de exponer la vida inclusive. De por sí ello alcanza extraordinaria importancia. Es de una admirable ejemplaridad. Y es este un detalle de signo inmarcesible en lo que afecta a la figura idealista de un Pedro Kropotkin. Pasarán los años y su valor existencial quedará como un detalle, entre los de su especie, de inconfundible rango aleccionador. El decoro, la lealtad, induciendo a repudiar un estado de organización social arbitrario, serán prueba justificativa de que el individuo no tiene por qué ser juguete del ambiente; no tiene por qué seguir la corriente. Una prueba de que se puede ir contra la corriente nos la han ofrecido y nos la ofrecen quienes en todos los tiempos han mantenido a flor de corazón convicciones humanitarias, inspiradas en el más alto grado de justicia y de libertad. Repitámoslo: Conductas como la que se ha tratado de esbozar han de quedar en la Historia, como ha quedado, al través de los siglos, el gesto sublime de Diógenes, despreciando, con la mayor sencillez, sin dar a la cosa la menor importancia, las dádivas que le ofrecía el omnipotente monarca griego.

Y ahora, ateniéndonos al ideario de Kropotkin, estimo que podemos, en un somero análisis; por supuesto, no exhaustivo, ver si algún matiz consideramos que haya perdido valor de actualidad. Y ahí se entra de lleno en las observaciones hechas al comienzo de este artículo, referentes al aconsejable examen revisionista.

Intensa fue la producción intelectual de Kropotkin. Se encuentra en ella el obtenido, el meditado ensayo sociológico, con acopio de material documental; la obra hecha a conciencia, ofreciendo un conjunto de matices; ofreciendo un máximo de visión, clara, convincente. A tenor de ello se pueden citar: “El apoyo mutuo”, “La ciencia moderna y el anarquismo”, “Campos, fábricas y talleres”. “La gran revolución”, y “La ética”, que dejó sin poder concluir. Luego están sus trabajos breves de propaganda y agitación: conferencias, folletos, artículos insertados en periódicos y revistas de inspiración anarquista. Elíseo Reclus tuvo la idea de que su gran amigo Kropotkin recogiera en un tomo diversos trabajos dispersos, sugiriendo el título “La conquista del pan”. Publicado el de referencia, fue editado otro volumen con el nombre “Palabras de un rebelde”. A cada una de las obras mencionadas Reclus les puso un prólogo. Decía el autor de “La Geografía Universal” al comienzo de la primera de las citadas obras:

“El título del libro “La conquista del pan” debe de ser tomado más amplio, ya que ‘el hombre no vive de pan solamente’. En una época donde las personas generosas y valerosas ensayan de transformar su ideal de justicia social en realidad viviente, ello no estriba solamente en conquistar el pan, con el vino y la sal, a lo que se limita nuestra ambición. Hay que conquistar también todo lo que es necesario, o útil a la vida confortable. Hace falta que podamos asegurar a todos la completa satisfacción de las necesidades y del goce”.

Responde lo expresado por Eliseo Reclus a la realidad ambiental de fines del siglo pasado, o inicios del presente. Veamos ahora algunas de las apreciaciones de Kropotkin, seleccionadas de entre las páginas de su libro:

“No pudiendo los trabajadores comprar con sus salarios las riquezas que han producido, los industriales buscan mercados exteriores, entre los acaparadores de otras naciones.”

“El día en que el trabajador de la fábrica producirá para la comunidad y no para el monopolio, los obreros dejaran de ir cubiertos de harapos”.

Reclus, Kropotkin, Malatesta, Anselmo Lorenzo, y la generalidad de anarquistas, por no decir la totalidad, estaban lejos de pensar, hace cincuenta sesenta años, que una gran revolución transformadora se iba a producir en el mundo, en las “sociedades industriales”, como las denomina Raymon Aron. Se contaba, y en ello anarquismo y marxismo llevaban posición paralela, que el acrecentamiento de las necesidades de orden material, la acusada miseria y pauperismo entre las masas productoras, llevarían indefectiblemente a la revolución, derrocadora del sistema capitalista. Y de ahí partía ya la posición divergente entre anarquistas y marxistas; considerando estos últimos como organismo imprescindible el Estado, viendo los ácratas en toda organización estatal nefasta influencia socialmente regresiva y aportaban iniciativas marginando toda hegemonía de tipo gubernamental.

Pero vayamos ahora al punto de mira concreto de la transformación económica, a lo de “la conquista del pan”, a lo de la “vida confortable” y al “goce material”. Sabemos que, particularmente en los países más industrializados, ello no constituye un problema, como lo era en la etapa en que Luisa Michel arengaba a la multitud proletaria clamando justicia y dando a conocer los motivos del hambre y de la miseria de los productores.

Millones y millones de obreros: alemanes, franceses, ingleses, suecos, norteamericanos, belgas, suizos, holandeses, noruegos, y de otros países, poseen automóvil y el confort hogareño de cualquier patrono; comen a su gusto, visten con elegancia, y se permiten, en plan de vacaciones, viajar de ceca en meca, como solamente podía hacerlo, hace medio siglo, el potentado, el clásico capitalista.

La gran transformación, no prevista por el anarquismo, en su período de mayor influencia, ha consistido en que los economistas, habiendo estudiado la forma de acrecentar la producción, empleando una técnica adecuada, de la que Tylor fue uno de los precursores, ello ha permitido dar un considerable rendimiento, mediante el cual el capitalismo ha acrecentado enormemente sus beneficios, siéndole así fácil aumentar la retribución de la mano de obra en general. Y así el poder adquisitivo del proletariado industrial en particular ha llegado a un nivel que le permite un tren de vida que los abuelos ni siquiera llegaron a soñar.

Raymond Aron, en su obra “La lutte de classes”-“Nouvelles leçons sur les sociétés industrielles”, estudia detenidamente las características de la organización social contemporánea, sus deducciones están lejos de nuestros puntos de mira en cuanto a conclusiones, pero constata una serie de hechos en torno a los cuales sería absurdo encogerse de hombros. Así manifiesta:

“El aburguesamiento de una fracción de los trabajadores y la reducción de las desigualdades se producirán en todos los países de civilización industrial democrática a condición de que el crecimiento económico continué. Lo que ha ocurrido a este respecto en los Estados Unidos no es excepcional ni anormal”.

Como un caso que caracteriza la evolución del proletariado en su sentido moral y material, Aron, en la obra citada, se extiende en consideraciones al respecto de la sicología de los trabajadores ingleses, inclinados hacia un espíritu conservador, “pequeño burgués”, embotada la sensibilidad por la acrecentada propaganda de la televisión y de las emisiones radiofónicas. Y recarga el acento en torno de ello, puntualizando:

“A propósito de la clase obrera, he señalado, primero no sin ciertas reservas, el hecho de una creciente homogeneidad, y de otra parte la tendencia al aburguesamiento, a la pérdida de iniciativa, de originalidad proletaria en las actividades sindicales y culturales de los obreros de hoy. De estos dos fenómenos, el segundo es universal. Doquiera las comunicaciones de masas, en radiodifusión y televisión se difunden, el proletariado absorbe, no lo que él mismo ha creado, sino lo que le ha sido impuesto exterior a sí mismo. Las creaciones originales de la élite obrera, características del pasado siglo, parece que por todas partes desaparecen”.

Ahora unas pocas referencias, tomadas de las antes citada obra de Kropotkin, “Palabras de un rebelde”:

“Decididamente, marchamos a grandes pasos hacia la revolución, hacia una conmoción que, estallando en un país, se irá propagando, como en 1848, en todos los países vecinos, y sacudiendo la sociedad actual en sus entrañas, vendrá a renovar las fuentes de la vida.”

“El pueblo pronunciará pronto la caducidad de la burguesía. Y tomará cuanto le afecta en sus propias manos desde que el momento propicio se presentará. Y ese momento no puede tardar, a causa precisamente de los males que corroen a las industrias. Su llegada será acelerada por la descomposición de los Estados, descomposición galopante que se está operando ya en nuestros días”.

Y así podrían citarse otros párrafos en torno al convencimiento de Kropotkin en la acción revolucionaria del proletariado mundial. Páginas dictadas por un apasionado afán de convencer: por el anhelo de despertar inquietud de rebelión, afán de justicia.

Mucho se ha escrito en nuestros medios en torno a la concepción “voluntarista” de Errico Malatesta, y a la propensión “científica” de Kropotkin. Sería prolongar con exceso el presente artículo ofrecer un documentado análisis de las apreciaciones de uno y otro compañero. Ahora bien: para explicarnos el sentido determinante de algunas afirmaciones kropotkinianas, como las transcritas en este trabajo, voy a reproducir unas opiniones de Malatesta tomadas del valioso trabajo que envió a los compañeros rusos que, en Detroit (Estados Unidos), editaban en su lengua el periódico “Probuzfidenie” (“La Aurora”) cuando en 1931 dedicaron un número especial al autor de “El apoyo mutuo”. Pero antes, citaré unas frases de Kropotkin, en su autobiográfica, “Autour d’une vie”. Expresa:

“Malatesta había sido estudiante en medicina, pero renunció a la profesión médica, lo mismo que a su fortuna, para dedicarse a la causa revolucionaria; lleno de ardor y de inteligencia. Ha sido un puro idealista, y durante toda su vida -se acerca ya ahora a los cincuenta años- no se ha preocupado nunca por saber si tendría un pedazo de pan para cenar, ni una cama para pasar la noche. Sin contar siquiera con una habitación que pueda llamar suya, vende, si se tercia, mantecados por las calles de Londres, para ganarse la vida, escribiendo por la noche brillantes artículos para periódicos italianos”.

En el trabajo de referencia, Malatesta, con lealtad, nobleza de sentimientos, pone de relieve las características morales e intelectuales de su fallecido amigo Kropotkin. Lo que, en apreciaciones, les unía, y aquello que les diferenciaba. Así manifiesta:

“Según su filosofía, todo lo que llega debe de llegar, el comunismo anarquista, que él deseaba, debía fatalmente triunfar, como por una ley natural. Y esto le quitaba toda incertidumbre y le ocultaba toda dificultad. El mundo burgués debía caer fatalmente; estaba ya en disolución, y la acción revolucionaria no servía más que para acelerar la caída. Su gran influencia como propagandista tenía, además de su talento, el hecho de que mostraba la cosa de tal manera simple, de tal manera fácil, de tal manera inevitable, que el entusiasmo prendía en los que le escuchaban o leían.”

“Esa idea de ‘la toma del montón’, que puso de moda, y que si bien es la manera más simple de concebir el comunismo, y la más apta para agradar a la multitud, es también la más primitiva y la más realmente utópica”.

Tras detenidas consideraciones al respecto, Malatesta hace la siguiente conclusión: “He insistido sobre los dos errores en que, según mi parecer cayó Kropotkin: su fatalismo teórico y su optimismo excesivo, porque creo haber constatado los malos efectos que han tenido en nuestro movimiento”.

Y la estima que guardaba Malatesta a Kropotkin, pese a detalles de diferencia interpretativa, la dejó plasmada finalizando así sus comentarios:

“No creo que mis críticas puedan empequeñecer a Kropotkin, que queda como una de las glorias más puras de nuestro movimiento. Ellas servirán, si son justas, para demostrar que ningún hombre está exento de error, ni aun cuando posea la elevada inteligencia y el corazón heroico de Kropotkin. De todas las maneras, los anarquistas encontrarán siempre en sus escritos un tesoro de ideas fecundas, y en su vida un ejemplo y un acicate en su lucha por el bien”.

De Kropotkin, como de otros pensadores ácratas, que posiblemente no han rayado a su altura intelectual, al paso del tiempo habrá que descartar algunas de sus afirmaciones respecto a lo que imaginaron iba a suceder en el orden social. Pero incluso en las dos obras que he citado, pese a sus puntos de vista inactuales, de los cuales he ofrecido muestra, queda vigorosa la crítica de los diversos organismos que, para decirlo con frase de Ibsen, constituyen los “puntales de la sociedad”. Obra magistral por excelencia lo es “El apoyo mutuo”, tesis completamente opuesta a los empeñados, con el fin de justificar un atrabiliario orden social en que lo corriente ha sido y ha de ser una eterna lucha entre víctimas y victimarios, considerándolo como una ley de la naturaleza.

No es cosa de enmendar las páginas de nuestros clásicos, por así decir. Sería un absurdo, una ridícula pretensión. Pero sí puede resultar adecuado seleccionar, de unos y de otros, aquello que por su esencial y fundamental valor humano pueda resistir el paso del tiempo, sean unas u otras sus características. Aquello de valor ético que, aunado al modo de sentir de cuantos, pensadores, hombres de ciencia, escritores, artistas, contemporáneos, dejan oír su voz, señalando, censurando el aburguesamiento de las masas, mal aconsejadas hasta el extremo de olvidar que no y en todo el mundo se puede comer a voluntad; de olvidar que existe el problema de la libertad, el de la fraternidad humana, el de la paz social. Sin tenerlos en consideración, las comodidades materiales ni lo son todo, ni adquieren seguridad.

Y creo que podemos tener la convicción de que entre lo mucho escrito y que conocemos de Kropotkin, mucho es también lo que puede quedar y utilizarse, cara al futuro, por los anarquistas en general.

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