Encarnación García Julià

Escribo esto a 11 de junio de 2024, dos días después de unas elecciones europeas que dejan claro el avance de la ultraderecha política. Entre el Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) liderado por Giorgia Meloni, y el Partido Identidad y Democracia, de Marine le Pen, ya supone un cuarto de los eurodiputados.

Ni durante la campaña electoral, ni después de la jornada electoral, hasta hoy, se ha dedicado un espacio televisivo, mínimamente serio, en un horario de máxima audiencia, a analizar el porqué de este ascenso. Y, sobre todo, es notable la total desatención hacia la génesis de la base social, base que compone el electorado de estas fuerzas políticas. Empezando por esto, por el uso tan poco didáctico que se está haciendo del medio de comunicación más masivo, ya es de sospechar que el interés que los partidos de izquierda expresan en frenar al fascismo no es genuino.

Si de verdad estuvieran preocupados por la amenaza de retroceso civilizatorio que traen consigo las fuerzas ultraconservadoras, no seguirían guardando silencio sobre esta cuestión. Pero saben que tienen su parte de responsabilidad en este fenómeno, y lo callan. Porque los votantes de ultraderecha, no son cuatro ancianos nostálgicos del fascismo de tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sino que son personas, muchas, de clase trabajadora, que están alrededor nuestro: familiares, amigos, vecinos de nuestro barrio, de nuestra localidad…cuyo proceso de derechización hemos podido observar a lo largo del tiempo, mientras más de una vez, o quizá muchas veces, callábamos por no reñir con ellos, cuando expresaban opiniones del todo incompatibles con una convivencia democrática. Y es que, ¿en qué momento se nos ha enseñado cómo dirimir nuestras diferencias por el diálogo?

Habilidades tan básicas como la gestión de las emociones, la comunicación asertiva y no violenta, para relacionarnos de forma equitativa, sin que nos pisen nuestros derechos y sin pisar los de los otros,  hace muy poco que se están promoviendo, de forma extracurricular, y en total contraste con los contenidos que se transmiten a través de los medios de comunicación de la cultura hegemónica, a la vez que en sentido contrario a lo aprendido en el modelo de enseñanza convencional, directivo y disciplinario, modelo en sí autoritario. Dichas destrezas, que forman parte de la autogestión del individuo y entre individuos, aparece desvinculada de un objetivo democrático, para el que se hace necesario aprender las técnicas del debate, debidamente informado y horizontal, a su vez base de la asamblea, instrumento que ya deja de ser horizontal en cuanto aparecen los liderazgos, aunque sean informales.

Desde el poder político, ¿qué se ha hecho en ese día a día para procurar la existencia de una ciudadanía crítica? La pregunta es tan retórica como parece, pues está claro que a ningún gobierno le conviene tener una ciudadanía formada y capaz de autogestionarse. Si la democracia es autogobierno popular, y el órgano que la distingue es la asamblea ciudadana, el interés de los partidos de izquierda, como el de cualquier partido, en ayudar al pueblo a adquirir una cultura democrática, tiende a ser mínimo o nulo, ya que se puede volver contra ellos. Si al pueblo se le dan alas, volará. Más allá de la democracia, siempre hay más democracia, más revolución.

En nuestro país, fue lo más fácil pactar con las fuerzas de la dictadura, y hacer creer que las libertades y los derechos que hoy disfrutamos son producto de ese pacto de silencio, y no un valor en sí mismos, un contenido cuyo origen está en las revoluciones y que gracias a la lucha social se fue abriendo camino en el mundo.  Hay algo más que ausencia de guerra en esos valores por los que lucharon los antifascistas, hay, efectivamente, justicia, libertad, autogobierno…todo lo que el concepto liberal de democracia no puede aportar. La ultraderecha de hoy se distingue por su apoyo a la economía de libre mercado, y porque su discurso parte del credo neoliberal, apareciendo como el proveedor de empleo, el buen patrón al que el trabajador tiene que apoyar, supuestamente, para no caer en la crisis económica, fin por el que se justifica todo tipo de recortes sociales y de libertades, que, dicho sea de paso, nunca ha traído al pueblo otra cosa que pobreza. La burguesía capitalista, que abanderó una serie de ideales de revolución social cuando le fue conveniente, ahora que ha engañado al pueblo con el cebo de la socialdemocracia y ha arrinconado al movimiento obrero, ya no los necesita. Son liberales económicos que ya no necesitan ser liberales en lo político. La ultraderecha es degeneración del capitalismo liberal. Como también producto del agotamiento y degradación del sistema parlamentario. Los líderes populistas de ultraderecha representan el padre al que el pueblo en minoría de edad intelectual y política se vuelve para que le proteja de los males que trae consigo el sistema capitalista, que en su discurso siempre está ausente, en contraste con los más desfavorecidos, que aquí aparecen como los causantes del mal: migrantes, feministas, etc.

Ahora bien, esa minoría de edad del pueblo es responsabilidad de todos los partidos políticos, incluidos los de la izquierda, que se nos presentan como la única posibilidad de salvarnos del fascismo. Entonces, no tiene sentido que nos volvamos a ellos. Si confiamos en ellos, llegará el momento en que sea demasiado tarde. Porque al fascismo nunca se le paró en las urnas. Y lo sabemos por experiencia. Si es aún débil, aunque votemos en contrario, seguirá creciendo, y más rabiosa todavía, porque su fuerza es social y procede del propio engaño que supone la delegación en otros de la propia soberanía política popular, y si ya es fuerte, no parará hasta hacerse con todo el poder, siéndole indiferente el mandato de las urnas.

Es el día a día, la práctica autogestionaria de un pueblo lo que hay que procurar. Esto, pese a serle exigible al gobierno de un sistema parlamentario, no es esperable de él. Por eso, la única salida sigue siendo el trabajo constante de concienciación y la práctica autogestionaria, desde las organizaciones, agrupaciones y de manera transversal en lo que podamos hacer fuera de ellas. Si parte del pueblo se vuelve hoy hacia la derecha más reaccionaria, no nos extrañe que ocurra porque cuando hay un desengaño hacia la izquierda, no tienen hacia qué volverse. Habrá por tanto que generar alternativa bien visible, buscar soluciones a los problemas que surgen en nuestro entorno y que el capitalismo no va a poder resolver nunca. Aquí ha de hacerse presente la lucha libertaria, la única alternativa a las jerarquías que hoy destruyen a la especie. Pero eso pasa por que el propio movimiento libertario vuelva a sus raíces humanistas y obreras, que se ponga manos a la obra en aclarar su propio pensamiento, y distinguirlo del libertarismo capitalista. Ha habido tanta impostura dentro de este movimiento…De la misma manera que la ultraderecha quiere la democracia para reventarla, también se ha buscado un anarquismo de “todo vale” para reventarlo. En última instancia, podríamos hacer como los anarquistas que quedaron vivos bajo la dictadura, empezar siempre la casa por los cimientos, tratar de recuperar las bases sociales para un movimiento libertario organizado, en la medida en que nuestras posibilidades nos lo permitan, con nuestro ejemplo, en nuestro trabajo, en la calle, entre los que conocemos, y si nos es posible, recuperando los ateneos, los grupos de afinidad, las asambleas, y tras esa base social, el sindicato. Sin base social para este movimiento, no habrá futuro para nuestras organizaciones. Y sin unos valores, una formación y una cultura para la democracia directa asamblearia, no podremos procurar esa base social. Pues ya sabíamos que tenía que llegar lo que está llegando, que no nos pille desprevenidos.

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