Patricio Barquín Castañ

La construcción del discurso de los partidos y agrupaciones fascistas, también llamadas de extrema derecha (que queda más chic), poco ha evolucionado con el paso de los años; lo que sí ha evolucionado es su habilidad para retorcer la realidad y acomodarla a sus intereses. De todo ello cabe inferir, una vez más, que estamos ante mentes extremadamente inteligentes, pero no debido a la inteligencia que podría derivarse del pensamiento divergente, sino, más bien, a la derivada de un pensamiento convergente que los lleva una y otra vez a llegar a las mismas conclusiones, y ninguna buena. Algo así como lo que le pasa al burro cuando está trillando en la era, que por más que ande no hace más que dar vueltas y vueltas sobre lo mismo.

También esta inteligencia es la que les permite desenvolverse como pez en el agua en esto del ruedo electoral, donde los eslóganes y los mítines están muy por encima de las ideas y, tal vez, esta sea la rendija de la puerta por la que más fácilmente puede asomar la patita el malvado lobo. Porque en un combate ideológico a pecho descubierto el fascismo sabe que tiene las de perder. Por ello, prefiere el ring lleno de fango que ofrece la batalla electoral con sus memes graciosos, con sus falacias, sus eslóganes vacíos y, sobre todo, esa dialéctica construida en unos límites y términos tan concretos y rígidos, que no permiten a nadie, que ose transitar esos vericuetos, avanzar más allá de una discusión perdida antes de que pueda, siquiera, desarrollarse. Porque esas discusiones ocurren en un tatami tan pequeñito y lleno de jirones que no permite el más mínimo movimiento.

Pero para llegar a este punto en el que gana la práctica totalidad de los combates por k.o., ha necesitado construir un relato de apariencia que oculte la cutrez subyacente e inherente a su pensamiento. Aunque no quisiera precipitar los acontecimientos.

Un poco de etimología para aclarar conceptos y algún que otro extraño símbolo que no cambió al adoptar el régimen Herbalife del 78, que consiste en pasar hambre y seguir engordando (o algo así)

El fascismo es fundado por Benito Mussolini en Italia (lo normal viviendo allí, no va a fundar el fascismo en Huesca, por ejemplo. Con el follón que es llegar hasta la capital de la provincia para tramitar cualquier chorrada, imagínate para cuidar y alimentar a la bestia recién nacida). El nombre de fascismo parece que tiene su origen en la palabra fasio, del latín fascium o fascis, que en definitiva viene a significar haz o manojo, pero no manojo de esgarramantas, que es lo primero que viene a la cabeza, sino manojo de varas o ramas, aunque también puede ser un cúmulo (como el cúmulo de tonterías que estoy escribiendo) o un grupo.

Me parecía importante resaltar lo de la etimología porque esta nos lleva a comprender el símbolo del Partido Nacional Fascista de Italia, que consiste en un haz de varas o fasces romanas atadas alrededor de un hacha, lo que ya denota el pensamiento conciliador de tamaña ideología (ironía mode on).

Sin tener nada que ver con lo relatado hasta ahora, por algún motivo que se desconoce, la Guardia Civil, en 1943, abandonó su escudo anodino y aburrido para adoptar el haz de Helores o fasces romanas (Sí, ya sé que también tiene una bella espada y una resplandeciente corona) abrazando el hacha de marras. Aunque más misterioso, si cabe, es que, con el advenimiento de la libertad, sin ira libertad, no se remodelara o por lo menos se le diera una mano de pintura o una capa bien gorda de gotelé, al susodicho emblema del Cuerpo. Del mismo modo, también ignoro mucho y muy fuerte, el por qué el partido emergente con nombre de diccionario viejuno ha adoptado el color verde guardia civil como corporativo. No acabo de ver la conexión entre los manojos, el hacha, el Mussolini, la guardia civil y el señorito de la barba de tendencia equilátera.

Más allá de la ceguera del autor, convendría hablar de la fuerza dialéctica de la extrema derecha y la falta de autocrítica de la izquierda y, en buena medida, de los movimientos sociales.

Cierto es que hay poco que inventar, por lo menos mientras sigamos trabados en el mismo sistema. Tal vez si cambiáramos de sistema político, social y económico… pero ese es otro tema, o no. Decía que hay poco que inventar y la potencia del discurso que ha desarrollado el fascismo en España y en otros países viene de lejos. Ya desde el principio, en Italia, utilizó la propaganda prácticamente del mismo modo en que lo hace ahora. Tal vez han cambiado los medios (a la radio, periódicos y cine de la época se le han añadido otros de más alcance como la televisión o las redes sociales), pero ¡cuidado!, que el modo en que utiliza la propaganda el fascismo es tan eficaz que ha trascendido al resto de partidos políticos de todo pelaje (como viene ocurriendo desde su nacimiento). Esto se puede ver muy claramente en la importancia obsesiva por visibilizar al líder o aquello de bajar a la plaza a lanzar eslóganes, que tanto gustaba a Mussolini, y que ahora se ha transformado en lanzar decenas, o incluso centenares, de tuits o entradas de Facebook hasta inundarnos de eslóganes y memes que son la versión 2.0 de la propaganda. Y, por supuesto, los paseos de líderes y lideresas a pie de calle durante la campaña electoral y sólo durante la campaña electoral, no vaya a ser que se paseen en otras ocasiones con las orejas abiertas y se las pringue la plebe con sus sucias ideas de vida ordinaria. Eso sin entrar en cómo los discursos más deleznables del fascismo son lanzados desde los pulpitos de las “izquierdas” que transitan el perverso mundo del parlamentarismo, y las diferentes reformas emprendidas a mayor gloria de la seguridad ciudadana y del crecimiento económico, sea lo que sea eso del económico y de la ciudadana.

Pero ya me canso de hablar de la derecha extrema. Me resulta demasiado agradable lanzar la carga de la culpa sobre quien ha encontrado el método de ascender en el barro electoral. Al fin y al cabo

era lo que pretendían y lo han conseguido con un éxito no exento de apoyo de los medios de ¿comunicación? Así que sin más preámbulos hablemos un poco de la izquierda:

¡Ah, la izquierda!, ese cúmulo de imaginarios claramente definidos y vagamente estudiados que cada quien hace suyos a la manera que le conviene. Lo que nos sitúa en el escenario de un remember, un retorno al manierismo trasladado a las ideas; lo que sería una intelectualización y un elitismo ideológico donde primaría el ganar la batalla de la discusión en territorio amigo, huyendo de ambientes más hostiles y desagradecidos. Dicho de otra manera: toda militancia se limita a discusiones en terreno amigo para mayor lucimiento del sujeto hablante. Una especie de lucha libre de cuchufleta y, lo más terrible de todo, sin máscara ni calzón plateado, y, claro, todas esas peleas por ganar la discusión como único fin, terminan por desarrollar un lenguaje tan propio, como inapropiado para extenderse entre personas apenas politizadas, que acaban desesperadas por no comprender apenas nada de lo que se dice ni por qué se dice, ni de lo poco que se hace y para qué narices sirve.

Por su parte, la izquierda parlamentaria, ese ente menos imaginario y más pragmático, continúa enrocada en un liberalismo recalcitrante adobado de nacionalismo casposo y donde se abraza la aporofobia como leimotiv de una forma de hacer política, donde se señala de forma insistente a la migración como problema de estado (véase el dedo acusador que supone la valla de Melilla) y al asesinato de personas migrantes se le denomina política migratoria.

La izquierda parlamentaria: esa cosa que acaba recortando, por el bien común, las pensiones públicas, dificultando el acceso a la jubilación, privatizando subrepticiamente la sanidad y desmantelando las administraciones públicas para acabar regalándolas a mayor gloria de los beneficios privados que, casualmente, resultan ser sus amiguetes los que se benefician privadamente, cuando no ellos mismos, sin tapujos.

La izquierda parlamentaria, esa a la que no le tiembla el pulso cuando envía a disolver las manifestaciones que no le interesan, sea con la brutalidad policial (versión tosca) o con la desactivación de los movimientos sociales porque, ahora que manda ella, conviene dejarla tranquila para que pueda trabajar en paz en el despojo de nuestros derechos y servicios. Aunque en el imaginario de las gentes de izquierdas nada de todo esto estará sucediendo, más bien al contrario, según ese imaginario, estaremos viviendo una especie de paraíso que no lo es, pero si estuvieran los otros sería mucho peor y así todo el rato.

Mientras la extrema derecha, por su parte, asalta y exalta a las masas con discursos fáciles, cargados de una épica que en realidad no existe más que en su fantasía (la del fascismo). Convirtiendo a opresores en víctimas y elevando a la categoría de héroes a personas a las que luego abandonará a su suerte. Ridiculizando a la izquierda y su farragoso debate sobre lenguaje inclusivo, por poner un ejemplo. Una transformación tan necesaria del lenguaje (conviene recordar que el lenguaje conforma nuestro pensamiento, por lo que no es un tema baladí el cómo lo utilizamos), pero en la que se pierde demasiado tiempo en discusiones más dialécticas que resolutivas a mayor gloria de los egos. Discusiones excesivamente expuestas a un enemigo que toma el asunto, lo retuerce, lo ridiculiza y lo convierte en una chanza que acaba afectando a toda aquella persona o agrupación que esté mínimamente implicada en la igualdad de todas las personas, independientemente de su sexualidad o asexualidad.

Mientras, el fascismo, contrapone la supuesta intelectualidad de la izquierda, a una pseudo clase obrera. Lo que el fascismo cree que es clase obrera: aquella que hace ostentación de lo que las élites facciosas suponen que es la ignorancia. Porque la extrema derecha confunde deliberadamente la ignorancia con la falta de estudios o con la realización de trabajo manual (aquello de la España que madruga que, por cierto, pocos son los que utilizan esta frase en sus discursos y madrugan realmente) al tiempo que están convencidos de la falta de madurez intelectual de sus seguidores. Y pese a que todo esto es ostensiblemente falso y denota una falta de respeto absoluto hacia su

electorado, buena parte de éste ha comprado el discurso y se pavonean cumpliendo el horrible cliché que les ha colocado la élite del partido ése del diccionario viejuno. Diré más, la propia izquierda ha comprado el discurso y ve a las personas seguidoras del partido del diccionario etc. tal y como el propio partido etc. lo ha imaginado, es decir, ignorantes y carentes de madurez intelectual. Así que, en lugar de señalar la falta de respeto de la que son víctimas, porque la inteligencia no se mide en estudios ni en capacidad de desarrollar un discurso, sino en la disposición de desarrollar el pensamiento divergente; amplifican el insulto sobre ese electorado no ofreciendo más alternativa que la de atrincherarse en la falsedad de la extrema derecha.

Así es como, básicamente, el fascismo, con un ideario mohoso, casposo y prosistema, ha conseguido atraer también a jóvenes que se sienten antisistema por adoptar ese rol de pseudo clase obrera en el que es más fácil erigirse en opresor que romper las cadenas de la opresión. Esa parte de la juventud que hace exactamente lo que el poder espera de ella porque así sienten que forman parte de una tribu contestataria que escandaliza cuando se manifiesta abiertamente machista, por decir algo: que provoca repulsión cuando pasea la bandera nacional, ese símbolo cargado de épica facha, chillando lo mucho que aman a España, como si el amor fuera una cuestión de griterío. Porque cree, esa juventud, que el lenguaje rudo utilizado por los jefes del partido etc. incomoda y, por tanto, es contestatario, aunque nada más alejado de la verdad. En realidad, más que ser antisistema están haciendo el juego al sistema. Un sistema que ve como sus cimientos se desmoronan por la escasez de materias primas, de energía, por el cambio climático y por el colapso que se viene y que tanto necesitará de un autoritarismo, me atrevería a predecir que, sin precedentes, que, con mano de hierro, guíe la escasez de recursos hacia las clases privilegiadas y suma en la desgracia y la miseria más absoluta al resto de habitantes del planeta.

La ideología de los manojos con hachuela es especialista en la manipulación de masas y, en este caso, ha conseguido llevar a cabo esa manipulación de la forma más maniquea: convertir la degradación en orgullo de sus propios seguidores. Sí, también porque buena parte de la izquierda

ha abandonado el discurso de la conciencia de clase, cediéndoles el derecho a definir clase obrera a la derecha extrema.

Un momento. Que nadie se suba todavía a ningún engendro, metralleta en mano, a la conquista del petróleo y a la construcción de la Cúpula del Trueno, que este que escribe disertará sobre mirmecología.

Y ahora viene cuando es necesario preguntamos qué podemos hacer nosotras las personas del anarcosindicalismo, de los grupos de afinidad, de los grupos autónomos, libertarias de toda tendencia, ante semejante panorama.

Podría responder que tenemos que hacer lo que hemos hecho siempre y creo que no me equivocaría demasiado, pero también pienso que es importante que seamos capaces de analizar conjuntamente si realmente estamos aplicando las recetas de siempre o andamos, a veces, un tanto desorientadas. Porque resulta que también hemos caído en la trampa de la sobre exposición pública de algunos de nuestros debates internos, cuando aún no están del todo resueltos ni reflexionados con la profundidad que merecen. Y, por otra parte, también quiero señalar que en ocasiones se nos olvidan aquellas palabras de Ricardo Flores Magón: “Solamente los anarquistas sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbéciles”. Dicho de otro modo, más que andar sacando pecho con lo que somos o dejamos de ser, conviene continuar aplicando la propaganda por el hecho. Relacionarnos con gentes de toda ideología para que puedan comprobar por sí mismas que no somos esos monstruos que les han contado, cosa que ineludiblemente hemos de hacer los que practicamos el activismo en nuestros pueblos: el anarcoruralismo, como lo denomina un compañero. Y estaría muy bien que esta forma de relación se diera también en otros ambientes más propensos a la endogamia como son las grandes ciudades.

Eludir, especialmente en estos tiempos difíciles, las trampas de la democracia formal que trata de marcar los tempos y los frentes de nuestras luchas. Huir como de la peste de las izquierdas parlamentarias que, en tiempos de crisis, llamarán a nuestras puertas para que nos unamos a su alrededor para ¿luchar?, no; para que puedan conseguir de nuevo sus poltronas, aunque lo revestirán todo, una vez más, de “la responsabilidad que tenemos las izquierdas ante la pérdida de derechos y bla, bla, bla”.

Es por tanto imprescindible continuar practicando la acción directa (aunque ahora le hayan puesto tan feo nombre: “empoderamiento”) y mostrando los resultados de nuestras acciones y aplicando la propaganda y la difusión de nuestras ideas como auténtico revulsivo contra el sistema que nos oprime. Estoy convencido de que así conseguiremos frenar a ese monstruo que cada día anda más crecidito, que no crecido.

Debemos valorar a las personas por la riqueza individual que aporta cada una de ellas, en cuanto a individuos únicos e irrepetibles; mostrándoles que valen mucho más que un discurso mal tirado desde un estrado de lanzamiento de campañas electorales y recuperando el relato antisistema.

Sí, lo tenemos complicado para difundir nuestras ideas, pero tenemos una gran ventaja respecto de los poderosos: ellos no cuentan con que nosotras somos como esas hormigas que, infatigables, caminan hacia el hormiguero, por más trabas o impedimentos que les pongan en el camino. Por más que destruyan nuestro hormiguero una y otra vez, nosotras, volveremos a levantarlo y a caminar con decisión hacia nuestra casa, hacia la vida plena, hacia la realización de la Idea, hacia la Revolución Permanente.

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