Encarnación García Julià
En el pasado Orto, nº214, hay un artículo firmado por Bruno Servet: “La Iglesia Católica española y la inmigración”, a propósito de los comentarios racistas de un párroco de Cascante (Navarra), en una misa celebrada el 1 de septiembre de este año, 2024, y de las reacciones de los partidos políticos ante esas palabras. Son palabras que no nos pueden dejar indiferentes, sabiendo la influencia que la Iglesia Católica sigue teniendo sobre la sociedad española.
Voy a comentar aquí otra noticia en relación a este tema, y eso me va a servir para analizar en qué medida la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR), está contribuyendo, a día de hoy, al sostenimiento de un discurso supremacista y de intolerancia en todos los ámbitos (racial, cultural, de género, clase social…).
El 6 de septiembre, el líder de Vox en Murcia, Jose Ángel Antelo, hizo unas declaraciones relacionando inmigración con delincuencia. Luego, el 9 de noviembre, en una comparecencia de un grupo de diputados y senadores del Partido Popular, en la misma línea, se culpaba, a las organizaciones que dan asistencia humanitaria a los inmigrantes, de crear un “efecto llamada”.
En respuesta a las palabras de estos políticos, la Delegación de Migraciones de la Diócesis de Cartagena, emitió un comunicado de rechazo, donde se exponía con datos la inexactitud de esas afirmaciones, a las que se califica de “falacias”, defendidas con “la única intencionalidad de obtener rédito político de ellas…”. Pues bien, rápidamente, la propia diócesis emitió un nuevo comunicado, de parte del obispo José Manuel Lorca Planes, afirmando que “es un error señalar a personas o instituciones como causantes de este problema”, y pidiendo colaboración para buscar soluciones entre todos.
La respuesta del obispo pone al descubierto las dificultades de la Iglesia en señalar a los responsables políticos del discurso xenófobo, líderes que se presentan a sí mismos como sus baluartes, y que, en cierto sentido, lo son. Decía Antelo en su respuesta al primer comunicado de la diócesis: “Somos el único partido que realmente defiende los valores del catolicismo”. Y es que la defensa de los derechos humanos se demuestra incompatible con las ansias de poder dentro de una sociedad jerárquica. En la Iglesia Católica se contradicen las enseñanzas cristianas de dar de beber al sediento y de comer al hambriento -en este caso los inmigrantes que vienen en patera o en cayuco- , con el apoyo declarado desde el populismo de extrema derecha, que se identifica como quien mejor defiende el catolicismo, y que es expresión política del franquismo sociológico persistente en nuestra sociedad por desidia, falta de interés en una verdadera democracia, y olvido pactado entre todas las fuerzas de la Transición.
Esa neutralidad política, a la que alude el obispo, recuerda demasiado al mirar hacia otro lado que tuvo la ICAR en la Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler (la posición declarada de la Santa Sede fue de “neutralidad”), y el apoyo durante décadas al régimen franquista en España. Y el propio hecho de que existan partidos que se llaman “demócrata cristianos” o que se declaran “católicos” revela, cuando menos, una permisividad de la ICAR hacia la instrumentalización política de sus ideas religiosas por parte de la derecha política. Pero no solo eso, la Iglesia Católica sigue siendo una fuerza retrógrada, volcada en el apoyo a los partidos conservadores.
Retrógrada, porque mantiene unos postulados en cuanto a moral, sexualidad, educación o familia que están fuera de la realidad del presente. Las revoluciones del siglo XX, las del movimiento obrero, la revolución cultural de mayo del 68, feminismo, ecologismo…son trenes que ha ido perdiendo sin adaptarse a los cambios de mentalidad social. Esta adaptación, que fue el objetivo declarado del Concilio Vaticano II, todavía en vigor pues no ha sido renovado aún, se incumple, porque nunca fue un propósito sincero. Antes bien, lo único que guiaba estas declaraciones de intenciones era el interés de no perder seguidores. Lo mismo que el obrerismo católico, con la creación en los años veinte del siglo pasado, de la Juventud Obrera Cristiana (JOC, de la que luego salió USO), que buscaba hacer frente al socialismo. Esa era su prioridad, más que la búsqueda de justicia para los obreros.
Todo esto supone una influencia conservadora en la ideología de sus seguidores. Además, la ICAR necesita a las fuerzas políticas antiprogresistas, que son sus máximas valedoras. De ahí su compromiso hacia ellas. No puede pretender neutralidad política cuando sostiene un aparato de propaganda dedicado, en esencia, al acoso y derribo de los gobiernos de izquierda, como es la radio COPE, financiada en un 75% por la Conferencia Episcopal Española, y accionista única de la compañía a la que pertenece esta cadena. En la propia web de la COPE puede leerse cuál es su línea acerca de la relación entre Iglesia y Estado. En ella, no se distingue que en un estado laico una Iglesia no puede ser sostenida con impuestos de toda la población, pues no toda ésta pertenece a esta Iglesia. Ve muy lógico que la ICAR esté quedando exenta de impuestos como el IBI. No comprende que la religión en un estado laico no puede estar en los centros educativos pagados con el dinero de todos y que su lugar está en el ámbito privado. No concibe que un partido “católico” no puede ser democrático, porque ¿para quién va a gobernar? ¿solo para católicos? No admite que todo eso son privilegios, y en lugar de eso habla de ataque a su libertad religiosa por parte de las izquierdas.
Difundiendo el miedo al “rojo sanguinario mata curas”, la ICAR, que a lo largo de los siglos ha sido más que perseguida, perseguidora, hace recurso al victimismo, adoptando un papel de mártir que falsea la distancia entre izquierda y derecha, o entre progresismo y conservadurismo. Y es que, desde una ideología de progreso, SI es posible una verdadera democracia, una democracia directa y autogestionaria, como es la libertaria. Y SI es posible la tolerancia hacia la religión, una tolerancia sin privilegios. La ICAR recurre a una memoria selectiva, la de las matanzas de curas, que ni siquiera fueron producto de decretos de Estado, como sí lo fueron las matanzas de civiles que mandó hacer Franco, ese caudillo al que durante tantos años la ICAR ha mostrado respeto haciendo misas en su mausoleo del Valle de los Caídos. Pero invisibiliza la lucha democrática de las izquierdas, por unos derechos, entre ellos el de la libertad religiosa, recogidos en la actual Constitución Española. Sus medios difunden la idea de que la actual democracia es producto del pacto entre fuerzas políticas herederas de uno y otro bando de la Guerra Civil. Pasando por alto el hecho de que la democracia son contenidos, contenidos luchados a lo largo de la historia por medio de la lucha social progresista, que es una lucha por la secularización, que implica avance de la razón y retroceso de la fe (aunque no sin tolerancia y respeto por los creyentes).
Si constatamos que hay un apoyo a la ICAR desde los partidos conservadores, es lógico que así ocurra, porque Iglesia y Estado autoritario son un tándem. El supremacismo no puede encontrar asiento en la ciencia. Hoy usa de los bulos, los fake news, la pseudociencia. También hay fanatismo progresista, idolatría atea, pero el medio más fácil y seguro de dominación mental sigue siendo el dogma religioso. El dogma es indemostrable por la ciencia, y es lo indiscutible a nivel social. En cambio, los valores seculares, condensados hoy en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, incumplidos por todos los regímenes parlamentarios y la economía capitalista, vienen demostrados por la praxis de la convivencia. Si hoy en países como el nuestro podemos discutir sin matarnos por tener ideas o creados diferentes, es gracias a estos valores de un humanismo que empezó a gestarse en el pensamiento antiguo (el concepto de “filosofías axiales” de Karl Jaspers, lo condensa bien). Estos valores que eclosionan en las Revoluciones Modernas están más allá y por encima de todo credo y toda ideología, pues lo primero es ser persona con el resto de las personas.
Son estos valores los que permiten que, en regímenes democráticos, al menos formalmente democráticos, pueda haber quien disienta de ellos, y que se dé la paradoja de que elementos que no creen en la democracia hagan uso de ella para subvertirla. Así, vemos a señoras políticas de Vox o del PP, despotricar sobre el feminismo y las feministas que hicieron posible que ellas estén hoy ocupando un escaño parlamentario. Por ejemplo. O así, escuchamos a la señora Isabel Ayuso del PP madrileño, renegar de la “igualdad”, que según la CE es nada menos que uno de los valores supremos del ordenamiento jurídico español. O decir que los derechos humanos son un invento de la izquierda y de los pobres por envidia de los ricos. O vimos a los diputados de Vox ir a Italia a apoyar a Salvini, condenado por la justicia italiana a raíz de negarles la ayuda humanitaria a embarcaciones de inmigrantes con niños, mujeres y enfermos en pésimas condiciones vitales. Pero según ellos, hay que dejarles morir en el mar para que no nos invadan con sus religiones y no desplacen a la única verdadera, la católica. Lo mismo que hay que procurar que no se extienda el ateísmo, porque…, “o matas, o te matan”. ¿Y cuál es esta razón, sino la razón de los imperios antiguos, como el romano? O la razón de las Cruzadas, de las persecuciones de la Inquisición, de la conversión forzada y la expulsión de miles de españoles por ser moriscos, o judíos, o la evangelización a sangre y fuego de todos los pueblos de la actual Iberoamérica. ¿No es la razón de todas las guerras habidas y por haber el prevenir que el otro te mate o te usurpe tu identidad con su diferencia? En todo tiempo, ha sido la Iglesia Católica guardiana moral e incluso brazo ejecutor de esta visión paranoica e interesada, que, a fin de cuentas, es una legitimación del supremacismo en todos los ámbitos, en perfecta contradicción con el mensaje humanista que pueda encontrarse en las enseñanzas de ese desconocido de la historia, Jesús, de quien se cuenta que fue asesinado por esa misma “razón de Estado” defendida por los que se declaran como sus máximos representantes en la Tierra.