Patricio Barquín Castañ

Cualquier imbécil puede hacer la revolución, especialmente si el concepto de revolución se circunscribe dentro de los márgenes del relato dominante, el relato de la cultura dominante, el relato burgués-liberal. Ese relato en clave épica en el que los enfrentamientos entre revolucionarios y poder establecido se desarrolla en una suerte de guerra burguesa, con dos bandos bien definidos y en la que solamente queda matar y morir. Una revolución que acabará con la toma de El Palacio de Invierno o el asalto a La Bastilla y la consiguiente colocación de la guillotina en la plaza de la Villa, en donde se acabará con todo enemigo de la revolución y con toda disidencia surgida contra el nuevo orden establecido.

Para encabezar esta suerte de revolución, tan sólo es necesario contar con una vanguardia de aguerridos guerreros dispuestos a llevar a cabo (o a encabezar) la heroicidad de eliminar al enemigo física y moralmente de nuestra vidas. De tal manera que un buen día nos despertaremos y el mundo se habrá convertido en un remanso de paz y felicidad que nos hará vivir en armonía, disfrutando de la vida como nunca antes habíamos sido capaces de hacerlo. Todo ello hará que esa vanguardia de valientes acabe pasando a la historia como unos seres excepcionales que fueron capaces de transformar el mundo gracias a su épica batalla. Tan excepcionales nos parecerán esos seres que será imposible que nuestra míseras vidas se parezcan en lo más mínimo a las de Ellos. Porque nosotros somos cobardes, no tenemos la valentía de Ellos. Vamos que nos parecerán unos extraterrestres que hubieran llegado a la tierra, matado a los malos y convertido al resto en unas personas maravillosas, lanzando un rayo transformador que, como buena medicina, a unas personas les haría más efecto y a otras menos, por eso habría que ir liquidando, de vez en cuando, alguna disidencia. ¿Vas sintiendo el poder de la imbecilidad?

En realidad, el hecho revolucionario, es mucho más complejo que una simple batalla épica. La revolución, si queremos que sea Revolución Social, hay que trabajarla a diario. Si queremos que realmente trascienda, además, deberemos ser conscientes de que carece de una acción final, sino que es una concatenación de medios alineados a un fin que en algún momento alcanzaremos, pero que ese mismo fin debe acabar convertido en principio de un nuevo camino.

La batalla épica y los “héroes” revolucionarios forman parte más del imaginario burgués o marxista que de lo que deberíamos estar imaginando desde posturas libertarias. Porque cualquiera que esté mínimamente formado en estos lares (hablo de anarquistas, libertarios y afines) deberían saber que la revolución social tiene un recorrido permanente, es decir, cuando hablamos de revolución debemos tener presente que esta debe ser permanente y no limitada en un tiempo y unos actos concretos. La revolución no va a acabar con la caída de los Estados ni con el advenimiento de una nueva sociedad de iguales. Diré más, cuando llegue la sociedad de iguales la revolución no estará sino dando sus primeros pasos, ya que esta sociedad de iguales, si se estanca, corre el peligro de convertirse en tiranía y por ello debe estar en continuo movimiento y para ello será imprescindible la disidencia.

Pensemos por un momento en quienes nos acompañarán en ese tránsito hacia la nueva sociedad: Sinceramente, creo que el acto revolucionario y transformador, aunque parta de los grupos que andamos bregando con las cosas de acabar con el poder y con la opresión, irá acompañado de la diversidad y es ahí donde reside el quid de la cuestión revolucionaria. Porque el hecho revolucionario no lo vamos a tener que desarrollar con nuestro grupo de afinidad o con nuestro sindicato (por más que tenga un papel de peso), sino que lo tendremos que desarrollar con ese vecino con el que no nos hablamos, con ese grupo de personas de nuestro pueblo o nuestro barrio a las que miramos con aprensión, con aquellos que nos pueden parecer cabezas huecas o que están sumamente alienados por este sistema opresor. En definitiva, debemos tener la capacidad de aceptar la “otredad” (tuvo que salir la palabreja) y vamos a tener que entendernos con quienes ahora nos puede parecer imposible construir nada interesante y lo vamos a tener que ir haciendo desde ya. Esa es la verdadera abnegación y sacrificio revolucionario. Lo de salir a la batalla cuerpo a cuerpo es para flojitos, la gente valiente se bate cada día, con su propaganda por el hecho y su acción directa, al enemigo que se ha insertado en forma de cultura, pensamiento y sentido común en nuestra sociedad.

La opción de hacer la ansiada revolución únicamente con nuestros afines es, básicamente, chuparnos la pollas, los coños o lo que a cada uno le apetezca chuparse o le venga en gana y eso nos acabaría convirtiendo en la vanguardia intelectual más propia del marxismo o, lo que es peor, el pensamiento burgués puede estar invadiendo nuestras propias tácticas y eso nos abocará a la destrucción del otro como fin, cosa que en estos tiempos de demandas judiciales parece ser lo que está sucediendo. Un “grupúsculo”, vanguardia y guardia de unas siglas, acaba convertido en un monstruo terrible que ha olvidado o ha mutado las finalidades de todo este esfuerzo.

En definitiva, convendría tener presente, siempre, ese pequeño libro de Luigi Fabbri, “Influencias burguesas en el anarquismo” que, aunque antiguo, resulta muy clarividente en estos tiempos que unos creen de traición y de cobardía, y que, a mí, sinceramente, me parecen de pena y tristeza infinita.

La revolución será el entendimiento con la otredad, le pese a quien le pese, y eso sí que es una heroicidad de las que no salen en los libros de historia, porque es la heroicidad del pueblo tomando las riendas de sus vidas. Eso y no otra cosa eran, son y deben ser las asambleas y las relaciones que sirvan para caminar hacia y por la revolución, teniendo muy claro que si no hay disidencia no puede haber justicia social. Si no hay las otras no puede haber las unas. Si el camino es llano, algo estaremos haciendo mal. Si lo que piensas cuando hablamos de revolución es en la lucha cuerpo a cuerpo y la eliminación del otro, te estás perdiendo lo realmente sustancioso del proceso verdaderamente revolucionario y de su infinitud o te estás convirtiendo en un imbécil o un flojito que solamente es capaz de pelear al modo burgués.

Salud, disidencia y revolución social

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