Bigotes

Pedro Ibarra                      

El hecho de tener pelo sobre el labio superior, en forma de bigote, hace que en algunas personas tenga efectos que, por su horizontalidad, ocasionan personalidades de pertinaz defensa del concepto de la “autoridad” con toda sus consecuencias, llegando a extremos delirantes de personajes en que su único anhelo será el oprimir al prójimo y creerse un ser iluminado por la suprema gracia de Dios. Ejemplos que engrosan esta opinión se pueden confirmar en las personas de Stalin, Hitler, Saddam Husein, Osama Bin Laden, nuestro Invicto y otros muchos más pretendientes que, en la espera, les está creciendo el pelo.

La razón de este fenómeno coincidente debe de estar en la situación de las raíces del vello, pues nos tememos que son ellas reconducidas y dirigidas, desde los cerebros de los portadores de los visibles mostachos que, irisados por el genio, son todos completamente intransigentes e intolerables con sus semejantes. De ello tenemos fehacientes pruebas históricas, y presentes sucesos, que nos demuestra hasta qué punto esta broma tiene mucho de serio.

Lo mismo no deja de ser cierto que para que luzca un buen bigote tiene que ser el labio superior cuanto más ancho mejor. Lógicamente, esta opinión no tiene veracidad científica ninguna, pero “mosquea al auditorio”. Tuvimos hace años la suerte de poder ver al invicto general Sadam Husein, junto con su Estado Mayor, compuesto por 16 jefes Militares de varias graduaciones y, sobre todo, bigotes y más bigotes en todas las caras presentes en aquel acto. Algo así como una “clonación mesopotámica”. Imitación que delataba, con mucha claridad, a una corte de babeantes vellosos esperando con impaciencia la caza del deseado cetro”.

Después, al pasar el tiempo hemos tuvimos la oportunidad de poder ver al bigotudo en cuestión, Sadam Husein, salir de una madriguera con tal abundancia de pelo, que hasta lo tenía en el paladar y en la niña de los ojos.

Siempre se ha dicho que donde hay pelo hay alegría, pero al juzgar por la vida que tienen que pasar, y peor la que hacen pasar a los demás estos benefactores de la humanidad, no se cumple para nada dicho refrán; siendo sus desgracias tan abundantes que las transmiten a sus respectivos pueblos siempre. Y es que un perdido pierde a mil. Pero, no obstante, algo de misterioso y fatídico deben de tener esos sombríos seres, que consiguen arrastrar a los cementerios a miles de personas, que seducidas por esos portadores de bigotes cometen espantosas carnicerías humanas. No dejaremos nunca de pensar en la cantidad de millones de vidas perdidas tras los cortos bigotes de Hitler. Menos mal que fue medio bigote, pues si hubiese sido entero pobre de nosotros.

El gran papaíto José Stalin, el oso georgiano, también fueron varios millones los que sucumbieron tras sus siniestros bigotes, que aunque teniendo uno de sus brazos bien corto, llegó a todos los sitios del país y del extranjero. Justo será el tener que reconocer la grandísima aureola de santidad y beatitud que envuelve a estos próceres patrioteros, elevándolos sus propios pueblos a alturas de horas luz. Pueblos convencidos de la necesidad de poseer, en exclusiva, la real majestad del Gran Padre Protector de todo hijo suyo, de sus ciudades y de sus hogares. Estallando muy pronto esta idolatría en mil pedazos al poder sumar los muertos y los destrozos ocasionados por culpa del ungido del pueblo con pelo.

No nos atreveríamos a decir que todos los bigotudos pueden ser en potencia unos grandes exterminadores de personas, pues sabemos que hay en el mercado de la vida personajes que no tienen bigote y que no pueden envidar nada a ningún presente ni ausente en esta especialidad. Se nos viene a la memoria una personita de cara pequeña, ojos del diámetro de las lentejas y de reducida masa encefálica, conservada en alcohol, que es el paradigma de la osadía bélica, capaz de convencer al mundo entero que “no hay cosa más atrevida que la ignorancia”. Y este es uno de los representantes de las inmensas llanuras del viejo oeste americano, llamado presidente gatillo Bush, emparentado con el general Ernest Bush, que, en la segunda guerra mundial, y en las batallas del Océano Pacifico contra el Japón, se llevó varias divisiones americanas a la gloria de los cementerios.  Distraído personaje que confunde La Convención de Ginebra con “un combinado de Ginebra”.

Generales bigotudos y esbeltos arrastra sables, cuyos pies aplastaron las nobles tierras de América, fueron también portadores de frondosos bigotes. El general Efrain Montt, de Guatemala, el general Hugo Bánzer, de Bolivia, el general Alfredo Stroessner, del Paraguay, el general Jorge Videla, de Argentina. Y otros muchos más dictadores que se quitaron el bigote para no levantar malas sospechas anticipadas de sus honestas intenciones benefactoras y pías.

Por todo ello esperamos que el “Dios de los cielos” no mande nunca guardia a formar al ver llegar a ese portentoso grupo de afeitados y de bigotudos a su reino, pues lo más seguro es que la Guardia de Honor dispare a muerte a los recién llegados y no deje ni uno vivo y con pelo.

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