Francisco José Fernández Andújar
La abstención anarquista
El anarquismo ha predicado durante las campañas electorales la abstención, el no votar. Los motivos son numerosos: dichas elecciones configuran y legitiman una forma de poder autoritaria donde se va a gobernar sobre el conjunto de la población; la reivindicación por parte del anarquismo de la militancia y actividad política cotidiana frente al clientelismo que promueve el sistema electoral, donde las personas no hacen nada pues las decisiones políticas lo toman especialistas, entendiéndose el voto como el “dinero” que paga y compra el “servicio político”, y las elecciones la materialización política del libre mercado capitalista; el elegir a representantes que deciden y no a las decisiones en sí, una a una, otorga realmente una carta blanca a un grupo político; se rechaza la idea de que la mayoría da razón o legitimidad a las decisiones sobre quienes han votado otra candidatura o no han votado, pues la vida y libertad de cada uno se corresponde a cada responsabilidad, y las decisiones ajenas sobre uno no corresponden a dicha responsabilidad; las elecciones siguen reglas burguesas donde quienes tienen dinero cuentan con claras ventajas y se usa un concepto de representación tan abstracto que no es muy diferente al Derecho Divino de las monarquías absolutistas. Y así un largo etcétera.
Históricamente, el naciente anarquismo no se ocupó apenas de esta cuestión, pues en el siglo XIX el sistema electoral solía ser censitario y era raro que algún militante pudiera votar o presentarse a las elecciones. Con todo, hubo algunas excepciones, bastantes singulares, muy lejos de representar al movimiento. Pero el desarrollo del anarquismo como movimiento social de lucha, con sus conceptos de Acción Directa (1) dio lugar a que la fuerza y el éxito se lograse por los propios medios, cotidianamente, y aun cuando las elecciones se abrieron a los trabajadores y al conjunto de la población años después, la actitud fue negarse a participar en un sistema que era visiblemente burgués y, además, falso. Ricardo Mella habló de ello en La Ley del Número. Ciertamente, los movimientos anarquistas utilizaron la abstención activa para desequilibrar y desacreditar el sistema electoral burgués que rechazaban, y empujó a la población a participar política y socialmente. Pero era, ante todo, una consecuencia coherente con su forma organizativa y actitud militante. No una estrategia para empujar a los políticos a tomar las decisiones que les convenían, pues, en verdad, lo que se buscaba es que los políticos no pudieran tomar decisiones. El político de derechas es el enemigo y va a tomar decisiones contra quienes no sean adinerados o privilegiados, y los de izquierda terminan defraudando y reproduciendo las formas del primero. Y todo ello se debe a una percepción que ya advirtió Bakunin en su día: el Poder tiende a reproducirse, siempre busca más poder, porque es lo que es, y las cosas no tienden a su autodestrucción, sino al contrario, a su reproducción y fortalecimiento. Siendo el sistema electoral una forma más de poder, basado en un concepto de la soberanía popular y del número de almas, en lugar de la fuerza militar o el derecho divino, es normal que su práctica real sea reproducir las formas políticas autoritarias de arriba hacia abajo, donde no todos participan realmente, y es necesario imponer decretos, porque es un sistema competitivo de intereses contrapuestos donde el entendimiento entre las partes no es posible. En su lucha contra el Estado y el sistema capitalista, el anarquismo recrudeció sus posturas, y la abstención fue -y es- la actitud natural frente a las campañas electorales, que fue seguida por lo general por quienes se sentían apartados del sistema y perjudicados por las leyes y decretos que se establecían, sin importar mucho quien gobernase, ya que la agenda política y económica la marcaba o bien los intereses generales capitalistas, o bien la capacidad de reacción de la población.
No en vano, la abstención siempre aparecía entre los sectores sociales más marginados (minorías étnicas, iletrados, pobres, clase obrera, drogadictos) y en cambio los votos eran propios de los propietarios y adinerados. Esto es así porque, ante todo, el gobierno en un país capitalista pone mucho énfasis en la propiedad privada, que es un derecho fundamental reconocido, apareciendo en la propia Declaración de los Derechos del Hombre. Para la población más desfavorecida, con poco que perder, que ve que sus problemas no se atienden realmente, por tratarse y ocuparse de las cuestiones de propiedad y en pequeñas reformas que no afectaban en lo fundamental, consciente o inconscientemente se mantenía alejada, mientras que los sectores más preocupados o concienciados en los problemas de la propiedad, participaban con más frecuencia. En un país capitalista, los temas del gobierno son los capitalistas. Es por ello que es un sistema que indirectamente favorece el voto a las derechas. Por otra parte, las propias reglas de las elecciones impedían una toma revolucionaria a través del sistema electoral, por lo que los revolucionarios, anarquistas o no, nunca tuvieron como prioridad participar en las elecciones, y la promesa de una mejor interpretación por parte de sujetos de clase obrera que llegasen al poder, no cuajaba nunca, pues cuando accedía, ya no era clase obrera, vivía otro mundo, y se reproducía el fenómeno, ya típico, de la “traición de clase”. En realidad, se imbuía inevitablemente en los problemas cotidianos del gobierno, que es ante todo la gestión capitalista y del orden social.
Los problemas actuales y retos para el anarquismo
Es oportuno que las campañas por la abstención se hagan siempre respondiendo a las preocupaciones del conjunto de la población, especialmente hoy, donde el movimiento anarquista no está formado por una gran parte de la sociedad. Una campaña no se hace para mostrar la propia postura; no es para presumir; no se trata de hablarnos y convencernos a nosotros mismos. Se trata de relacionarse con personas que, a priori, no piensan como nosotros, que de hecho tienen premisas, conceptos, ideas y conocimientos distintos, diversos y complejos. Si la campaña se hace de cara a la gente en general, no debemos afirmar categórica y unilateralmente nuestra postura, sin más. Por lo que repetir el contenido de otras campañas ya pasadas, cuando la población está preocupada por nuevos problemas y retos, simplemente no surtirá efecto, y más hubiera valido gastar fuerzas y tiempo en conferencias o dando ejemplo en luchas concretas (sindicales, anti represivas, contra desahucios…), que en afirmar un contenido donde no hay diálogo en igualdad de condiciones, donde se espera que el otro-no-anarquista escuche y no hable, cuando el libertario, cuando quiere difundir el anarquismo, debe saber tanto hablar como escuchar, para entender al otro, y saber así de otros problemas o preocupaciones, mejorar con ideas nuevas y críticas, y, en fin, que es justo que, si hablas, debes escuchar también. Si a uno le viene alguien diciéndole las cosas como son, y no deja hablar, esa persona simplemente se larga sin escuchar, pues a él no le escuchan. ¡Qué menos! Por ello, una campaña por la abstención activa debe tener muy en cuenta cuáles son las preocupaciones actuales y saber enfrentarlas. No se trata de limitarse en el habla: sino qué si surge la oportunidad de oír, y hay voluntad de entenderse, hay que saber oír y responder en consecuencia.
En abril de 2019 no podemos ignorar algunas circunstancias nuevas, si bien existen casos parecidos en el pasado -en su correspondiente contexto-. La principal novedad es la creciente influencia de un partido que parece seguir muchas de las directrices de Donald Trump en Estados Unidos, y que se pueden catalogar fácilmente como una propuesta “fascista” (exacerbado nacionalismo, políticas excluyentes, rechazo a extranjeros de determinado color y posición económica…). Este partido en España es VOX, y en Andalucía, a pesar de conseguir unos escasos resultados, la ausencia de una mayoría absoluta ha obligado al Partido Popular y a Ciudadanos a contar con ellos. VOX lo sabía y ha sabido imponer muchas de sus propuestas, ya que la repetición de las elecciones podía dar unos resultados muy malos no solo para el partido del juez prevaricador, sino también para el propio PP, ante una segura movilización del voto izquierdista, donde el elemento de tener el poder es clave en sus esquemas políticos. Al final, una serie de medidas que sin resultar molestas para el PP o C´s, sí es cierto que no lo hubieran propuesto, por los múltiples problemas de movilizaciones sociales y alegaciones judiciales en demandas por vulneración de derechos fundamentales, interpretados por cada parte.
Estas propuestas pasan, amén de la habitual privatización y reformas anti obreras, por cuestiones muy concretas: hostilidad hacia la inmigración ilegal de personas pobres, amenazas contra derechos del colectivo gay, abolición -o remodelación hasta vaciarla- de la Ley contra la Violencia de Género y otras políticas de protección de mujeres, quedar fuera del sistema sanitario el tratamiento hormonal para personas trans, entre otros ataques y abusos… Así, una larga lista, y lo que no se han atrevido a poner. Guste o no, son cuestiones sociales reales, que afectan directa y decididamente en la vida de muchas personas, casi todas ellas en una situación de clara vulnerabilidad, en algunos casos extrema. Si ganan estos partidos, y pierden derechos o sufren represión por la actuación de la estructura estatal, decididamente poderosa y con evidentes consecuencias, es normal que ante una cuestión de posicionamientos, prefieran -o no vean la incompatibilidad- optar por votar a candidaturas que al menos no lleguen a esos extremos (y ciertamente, se debe reconocer que en ciertas cuestiones sociales -no económicas- no todos los partidos son iguales (2) ). En estos días se ve este dilema incluso entre personas libertarias, que aclaran que su postura es circunstancial, y a falta de que el movimiento tenga la suficiente fuerza y capacidad para hacer papel mojado esas decisiones gubernamentales, o pueda asegurar esos derechos por sí mismo. Notan las limitaciones para poder atender a sectores vulnerables (migrantes, trans, gays, mujeres…) y la irrelevancia para el anarquismo de una gran abstención no “activa”. Más allá de lo que individualmente cada uno decida, creen que no es el momento para el movimiento libertario hacer una campaña por la abstención. Y semejante postura también la han manifestado personas que de todas formas no van a votar, recordando que en otras ocasiones no se ha hecho campaña de abstención por dejadez o falta de capacidad, lo cual demuestra que tampoco es, a día de hoy, una cuestión realmente importante para el movimiento. Y ciertamente, lo que necesita el anarquismo, más allá de que se vote o no, se haga campaña o no, es la militancia constante y real, pues la falta de militancia es lo que realmente perjudica, daña y mata al movimiento libertario y su misión emancipadora.
Personalmente, creo que, en abril de 2019, una campaña por la abstención es posible y adecuada, porque lo que ha pasado en Andalucía, más allá de lo que más arriba hemos explicado sobre las razones habituales de la abstención anarquista, el sistema de alianzas de partidos demuestra lo injusto y arbitrario que son las elecciones, donde si se pasara a referéndum cada propuesta que lance este gobierno, se rechazarían casi todas una a una. Pero, tras discutir con bastantes compañeros, sí hay que reconocer que es indudable que ninguna de estas campañas por la abstención responde a los retos que presenta la actualidad, y que son la preocupación de buena parte de la población, que ya está anunciando una altísima participación. El anarquismo como movimiento, si no lanza una campaña que responda a los retos que se le presenta, el efecto de las campañas va a ser bastante nulo. Si uno espera adhesión de personas no libertarias hasta ahora, y gasta fuerzas y tiempo en ello, debe saber que los resultados prometen ser muy limitados. A duras penas convencemos a nuestros compañeros con dilemas en estos días, que además se sienten desacreditados ante la responsabilidad de perjudicar a personas en situaciones muy vulnerables por su abstención: inmigrantes con nulos derechos, trans en peligros reales, mujeres maltratadas que van a ser hundidas definitivamente… Habría que dar, por lo menos, respuesta a todo ello, y nuestro parecer es que no se ha dado.
La labor y actitud anarquista ante las elecciones y las personas
En este sentido, es importante tener en cuenta que el ambiente político está muy centrado en el discurso contra las minorías, supuestamente privilegiadas por el Estado y constituidas en “lobby”. En este sentido, hay una auténtica campaña contra el feminismo, el movimiento gay y trans, los inmigrantes de países pobres y la criminalización contra el Islam. Básicamente, es una reacción del modelo estándar de nuestra sociedad clásica: hombre, varón, blanco, heterosexual, cristiano. El éxito de los movimientos contestatarios y la creciente crítica y autocrítica, ha puesto a un sector nada acostumbrado al esfuerzo y auto reflexión en una posición que les resulta extremadamente incómoda. Los partidos de derechas, partidarios de los tradicionales privilegios, aprovechan los sentimientos de este sector estándar (y privilegiado también por eso mismo) para atacar a los causantes de sus males, que no son otros que la justicia que se debe, porque del sector estándar-privilegiado, se denota marginalidad y opresión. Hablar tan sólo de la clase obrera, en el actual contexto, es realmente quedarse en unos márgenes muy limitados, que la población misma, no politizada pero potencialmente racional ante las reivindicaciones de libertad y justicia, puede percibir rápidamente.
Se podían haber hecho argumentos para responder a estas preocupaciones. Así, por ejemplo, y fundamentalmente, el votar es precisamente hacer realidad los problemas que se temen. Es decir, aunque se vote a un partido que no elimine el matrimonio gay, por ejemplo, no conlleva necesariamente la retirada de las concertinas. Al final, son los representantes quienes eligen, y siempre habrá alguna medida que se base en el privilegio. De manera que votar para proteger a las personas no privilegiadas es una ilusión. Porque, precisamente, el gobierno de ese sistema electoral es el principal organismo regulador de los privilegios que estructural e informalmente se van estableciendo. Al final, un gobierno siempre perjudicará a unos y beneficiará a otros. Los verdaderos sistemas asamblearios permiten hablar a todos -o así debería ser, cuestión aparte es saber contrarrestar las manipulaciones, que no faltan en ninguna forma política o social-, y entendiéndose entre todos, es más difícil que ciertos sectores queden marginados. Por supuesto, existen muchos matices a todo esto que decimos, pero sin duda invita a la reflexión a los que se mantienen bajo el dilema de votar por esas razones. Mientras tanto, lo que es seguro es que el sector más perjudicado, por no ser ciudadano, y por tanto no tener casi ningún derecho reconocido, son los inmigrantes ilegales, y ya podemos adelantar que ninguna formación política podrá resolver su situación desde la posición legal y representativa del Estado-Nación-Ciudadano.
Otra preocupación es la carencia del movimiento para dar alternativas y soluciones inmediatas a esos colectivos no privilegiados y en situación realmente vulnerable. Lo primero, es que tradicionalmente esto nunca ha sido una preocupación: siempre se han reivindicado aspectos como la abolición de las prisiones, sin presentar alternativas concretas sobre qué hacer con aquellos presos que son desde el punto de vista moral e ideológico rechazables: nazis, violadores, policías corruptos, etc. Sin duda existen ideas, pero nunca se ha materializado en una propuesta colectiva. Pero, aparte, lo importante es decir que todas estas incapacidades a menudo se deben por no tomar la iniciativa ni proponer ideas elaboradas. Por ejemplo, se podría estudiar adquirir el material necesario para tratamientos hormonales para personas trans, asegurar apoyos de profesionales y crear cédulas propias, que más allá de intereses económicos, puedan atender estos aspectos. O fundar Oficinas de atención y protección de personas migrantes, tanto a nivel sanitario, alimentario y de hogar; de hecho, ya existen algunas asociaciones de las que se puede tomar ejemplo al respecto. Incluir estas propuestas y organizarse para hacerlas realidad, hubiera convenido muy bien en la campaña, y así promover en la gente sentimientos de autoorganización alejándolos del delegar en políticos profesionales. Pero tal cosa no se ha propuesto en las campañas -al menos no en las que he visto-, y por ello es natural que la población, ante preocupaciones muy serias, consideren utilizar la vía fácil, que es la que les marca la televisión y todos los aparatos del sistema: votar. Ante una sociedad marcada por el Estado, no se puede negar un efectismo inmediato, frente a la incomodidad y enormes dificultades que conlleva una militancia efectiva.
Es justo mencionar que estas personas se siguen considerando anarquistas, y que su decisión se debe a un caso muy concreto y circunstancial. Aunque pueda ser un error el ir a votar o propugnar que no es el momento de ninguna campaña por la abstención, lo cual tampoco se debe preestablecer de antemano en las reflexiones internas, lo cierto es que el aspecto más negativo de las elecciones políticas es la irresponsabilidad e insignificancia del acto que trae como consecuencia la formación de todo un gobierno cuyas decisiones autoritarias nos afectan a todos: echar un papelito, una vez cada cuatro años, en un ratito que se echa cualquiera. Del mismo modo que es el centro de nuestra crítica, es también un argumento para tener en cuenta que uno no deja de ser anarquista por votar. Puede ser un error, pero es un hecho tan intrascendente, que difícilmente puede determinar su pensamiento, militancia y conducta. Un anarquista puede cometer errores puntuales, pero lo que le hace anarquista es su actividad y militancia, lo que hace día a día. Una persona autoritaria y maltratadora puede tener una actitud positiva un día, pero si en el resto de su vida se comporta como un maltratador, como tal se queda. Del mismo modo ocurre con los anarquistas. El votar es una cosa tan fácil e irrelevante que si alguien no te lo dice, nadie se entera si ha votado o no. Al final, la cuestión, el debate, es lo que se hace en la militancia, y ahí es lo mismo quien no quiere hacer campaña de abstención de quien no la hace por falta de interés o dejadez, cosa que nos ha pasado.
Ser consecuente con el anarquismo no es seguir simplemente unas prácticas o ideas establecidas. Los principios son muy generales, pocas veces concretan, y a la hora de enfrentarlos a las situaciones actuales, es lógico que surjan interpretaciones, muchas de ellas discutibles, erróneas o dudosas. En estos casos, es natural la reflexión o el debate, para actuar. Pero al mismo tiempo, lo verdaderamente coherente con el anarquismo es ser consecuente: si crees en el anarquismo, actúas en su favor. Si vives la vida de un ciudadano o consumidor capitalista más, si no tienes militancia real, cometes las mismas contradicciones, o más, de quienes alteran los discursos o actuaciones tradicionales del movimiento. Se pueden equivocar, pero intentan engrandecer a la idea y al movimiento. Actuar conlleva lógicamente el peligro de equivocarse, pero en eso consiste el activismo.
En este sentido, relato una experiencia personal de hace unos días: una sección de mi colectivo toma una decisión de desmarcarse de una propuesta de campaña por la abstención, y en nuestra federación esto se transmite al resto. Recibo un audio de un compañero, que me dice que ha visto dicho escrito y que él no va a votar. Perfecto, le respondo, yo tampoco. Días después, como en la federación sí se había aprobado, y teniendo algunas responsabilidades en la distribución del material, pregunto a ese mismo compañero cuantos carteles van a querer desde su colectivo. Me responde que ninguno, que no van a hacer campaña. Intuí que por falta de fuerzas, o de interés -lo cual, en realidad, la falta de lo primero suele deberse a lo segundo-, pues anteriormente se mostraba partidario de hacer la campaña de abstención. Yo ni me hubiera enterado si alguien, anarquista o no, vota o no vota, y tampoco tengo capacidad de distinguir de quien no hace una campaña por la abstención porque no está de acuerdo del que no lo hace por falta de interés o de fuerzas. El resultado, en realidad, es el mismo, al menos respecto a los objetivos declarados de la campaña.
Debemos corregir esa prepotencia basada en posicionamientos teóricos sin consecuencias prácticas y reales. No digo que no se posicione si no se va a hacer nada: pero sí que se revise esa actitud, porque en la práctica, no les distingue en nada del que no lo hace por desacuerdo. Los posicionamientos son bastantes irrelevantes: alguien puede declararse como anarquista pero luego ser muy autoritario; y en cambio alguien que no se reconoce como libertario, actúa como tal. Lo importante son los hechos, y en eso los resultados no distinguen bien entre quien no lo ha hecho por dejadez de quien no lo ha hecho por convicción.
Si estos posicionamientos, además, no se usan para convencer al otro, sino para declarar una supuesta superioridad ideológica, moral o teórica, respecto a otros, lo que vemos es simplemente una reproducción del mercado capitalista basado en la competencia. Se puede y se debe hacer críticas a las desviaciones ideológicas del anarquismo, pero siempre que sean bajo razonamientos, con una práctica real y coherente en el movimiento de fondo, y a poder ser, desde el respeto y el saber escuchar. En el entendimiento mutuo está realmente el anarquismo, y la propia vida, que es una continuada y perpetuada enseñanza global. Las acusaciones, descalificaciones y ataques, desde posturas maximalistas, lo único que produce es alejar a la gente y ponerlos en una actitud hostil frente a lo que se pretende defender en un debate (y por tanto, difundir o convencer). Ese maximalismo parece responder más a un ego con necesidad de sentirse superior en coherencia o pensamiento. No vamos a entrar si eso es anarquismo o no, o si es moral o no: desde luego no ayuda en ningún sentido, por mucha satisfacción personal que pueda ocasionar. Ni al anarquismo ni a una campaña por la abstención. Esto, por cierto, va para ambas partes, ya que la postura contraria, el calificar rápidamente a quienes mantienen posturas abstencionistas, con diversas acusaciones, cae en los mismos defectos de fondo.
No debe olvidarse que los “peligrosos” votos, los referentes a la derecha, son resultado de personas de derechas que les votan, no de quienes no votan, ya sea porque no puedan (presos, inmigrantes, excluidos) o porque no quieran. Ellos son los responsables. Y es el sistema el que permite que los elegidos tengan poder sobre el resto. Por otra parte, partidos como VOX, y la derecha en general, han crecido porque durante los últimos años no se ha luchado, no por no votar. Votar se ha votado casi siempre, pero lo que sí ha hecho mucha falta es más lucha y compromiso social. Esa es la causa de su crecimiento, y no se va a detener por un resultado electoral en concreto. Esas posturas reaccionarias y autoritarias van a continuar en la calle, y si no se hace nada, con una fuerza que poca cosa será el parlamento.
Cabe preguntarse, asimismo, qué ocurre si los resultados, con una gran participación, son favorables a la derecha. ¿Qué se va a hacer? ¿Protestar porque no se está contento por los resultados de un sistema en el que se ha participado voluntariamente? ¿Quejarte hasta que salga el resultado que uno quiere? Las movilizaciones que se produjeron en Andalucía tras la irrupción de VOX se puede comprender por aquellos que no aceptan el sistema que permite decretazos y leyes que afectan a la gente, pero no se puede entender la protesta de aquellos que no critican el sistema electoral, sino que lamentan que no haya salido su partido favorito. Obviamente, esa actitud no lleva a ningún lado.
En definitiva, se vote o no se vote, se haga campaña o no, lo importante es seguir el activismo libertario, difundirlo y defenderlo. Quien quiera hacer campaña, que lo haga y dé ejemplo. Quien no quiera hacerla, por las diferentes razones que tenga, ya verá cómo continúa ese gobierno. Lo seguro es que habrá que seguir luchando socialmente, salga quien salga, y es ahí donde los anarquistas deben seguir activos y decididos. Según se recoge en el libro El corto verano de la Anarquía, Durruti supuestamente dijo “El obrero que vota y se queda en casa, es un contrarrevolucionario. El obrero que no vota y se queda en casa, también es un contrarrevolucionario.” Es la idea principal.
Notas
1.- Esto es, decidir y resolver las cuestiones por parte de los propios implicados, sin intermediarios, lo cual sería “acción indirecta”; no se debe relacionar necesariamente con la violencia, ni como eufemismo).
2.- La Guerra Fría y la competencia entre los dos grandes modelos estatales y sociales encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética, promovió que para anular la influencia reivindicativa y socialista entre la población, se crease el modelo del Estado del Bienestar y su preocupación ante las cuestiones sociales. De tal forma, servía como apagafuegos ante los descontentos por las desigualdades y clasicismo que se vivían. Si bien el sistema capitalista y su impacto en las relaciones laborales no se pueden tocar en esencia, sí es cierto que en derechos sociales la situación cambia sensiblemente, porque son medidas que facilitan la adhesión al sistema mientras los atomiza respecto a las organizaciones opositoras.