Xavier Díez

Ya sé que queda poco elegante eso de “he venido a hablar de mi libro”, y rompe un poco las convenciones que obliga a esperar que otros lo hagan, o aprovechar las entrevistas promocionales para hacerlo. Pero no voy a protagonizar ningún autoelogio, ni intentar estrategias encubiertas de marketing. Es cierto que hace pocas semanas, hacia principios de abril, salió publicado mi libro Una història de les esquerres (El Jonc, Lleida, 2019, 435 pp.), un volumen bastante extenso que pretende ser un repaso histórico a la trayectoria dispersa y diversa de ideas y movimientos sociales que, con mayor o menor fortuna, han tratado de oponerse al capitalismo, que a la vez trata de analizar las claves actuales de su declive, y, hacia el final, intentar ofrecer propuestas para cierto rearmamento moral e ideológico. Pero, no, quizá no venga a hablar de mi libro en términos generales, sino de mi relación entre él y yo.

Porque, una de las cosas que uno constata cuando lleva varios años -ya décadas- dedicado a esto, empieza a ser consciente que la propia obra cobra su propia vida, emancipándose de manera implacable de su autor. Al fin y al cabo, el primer descubrimiento, cuando uno es un autor primerizo, es que cualquier escrito cobra vida propia a ojos de los lectores. Es más, que a menudo una obra es leída de manera radicalmente diferente a las intenciones iniciales del escritor. Que el receptor halla elementos que ni el emisor sospechaba. Que, a menudo, el lector comprende mejor que el autor porque percibe en el escrito aspectos y capas que tienen que bastante que ver con el subconsciente, o porque quizá el escritor trata de autoengañarse involuntariamente como fórmula de autoprotección.

Lo bueno de las entrevistas, o las presentaciones promocionales, es que obligan a interrogarse sobre las consecuencias, y las causas, de sus actos. A mí, siempre me gusta responder que intento escribir el libro que me hubiera gustado leer, a compensar la insatisfacción que acumulo como lector o espectador. También ocurre que en el momento en el que uno redacta un esquema preliminar (la biblia del culebrón que parece dispuesto a perpetrar) parte de preguntas que hace años se plantea, y que tampoco está muy seguro de poder responder. Es más, mejor que no pueda responder con seguridad, puesto que ésta actúa a veces como mecanismo de manipulación o engaño al público. En mi caso concreto, tras bastantes años dedicado a la historia de las ideas políticas, de tratar de conocer algo más que la superficie del pensamiento libertario, de asistir a cierto hundimiento del progresismo político o a las grandes contradicciones de las izquierdas actuales, me planteaba responder a la pregunta de… ¿Por qué las izquierdas fracasan?

Este resultó ser quizá un buen punto de partida. Y para ello traté de utilizar los conocimientos acumulados a lo largo de mucho, mucho tiempo. Quizá desde una adolescencia intelectualmente inquieta y cierta tendencia a la introspección, comencé a bucear entre literatura crítica. Recuerdo, por ejemplo, que mi primer libro sobre anarquismo, adquirido quizá en 1983 en el Mercat de Sant Antoni fue Utopías y anarquismo, de Víctor García (pseudónimo bajo el cual se ocultaba el historiador libertario Germinal Gràcia Ibars), editado en México en 1977. Leyendo sin entender, a partir de la deliberada ocultación del substrato intelectual libertario y cierta tendencia a sufrir un sistema educativo con vocación de convertirnos en rebaño, poco a poco me daba cuenta de lo transcendente del pasado y la potencia del pensamiento crítico. Todavía tengo este libro (de hecho, lo acabo de sacar del estante para inspirarme), que, quizá por ser el primero, ejerció una notable influencia a la hora de enfrentarme al hecho de tener que explicar por escrito algo tan complejo, contradictorio y escurridizo como el mundo del anarquismo. De hecho, creo que se convirtió en una importante vacuna para poder inmunizarme ante buena parte de los conocimientos parciales y, en cierta manera, tergiversados, de mi formación académica formal, que implicaron la carrera de filosofía y letras y un doctorado en historia contemporánea, en una época -finales de los ochenta, principios de los noventa- en el que el anarquismo era prácticamente ausente de los currículums académicos de las universidades y de los debates públicos. Como curiosidad, en mi trayectoria posterior pude tratar con Abel Paz, quien lo conoció en la adolescencia, y hace unos pocos años, uno de mis alumnos de Relaciones Internacionales, especialista en Asia Oriental, me dejó algunos de los escritos de este autor barcelonés sobre el anarquismo japonés.

Pero, volviendo “a mi libro”, también recuerdo haber leído, hace tres años, uno de aquellos imprescindibles La gran transformación, de Karl Polany. Escrito desde el exilio canadiense, en plena ocupación nazi de Europa, y, por tanto, en un punto de crisis civilizatoria, este clásico sirvió para reescribir aquel proceso por el cual el capitalismo se impone -y transforma el mundo- especialmente a partir del siglo XIX. Quizá son los momentos de graves crisis sistémicas los que obligan a los pensadores a reinterpretar el mundo, y Polanyi, con el cual no necesariamente estoy de acuerdo, ofrecía unas reflexiones de una gran profundidad que nos permitía adquirir unas claves analíticas, aún imprescindibles. En otros términos, los clásicos sirven para eso, para mirarnos a nosotros mismos, como individuos, y como colectividades. Por ello es tan necesario leerlos, releerlos y reflexionar sobre ellos. Y lecturas como éstas, a menudo impulsan a tratar de emular a aquellos que aspiramos a influir en la manera de percibir el pasado y el presente.

No voy a revelar ningún secreto si planteo que vivimos, también ahora, un momento de crisis sistémica. El capitalismo, tal como lo habíamos conocido hasta hace tres o cuatro décadas, está mutando como un virus agresivo y destructivo. A su avance contribuye cierta tendencia a analizar el presente con categorías viejas, ya inservibles, de ideas antaño progresistas y hoy caducas. Viendo, oyendo y leyendo cosas, un poco de todas partes, percibo que las crisis de las izquierdas son, sobre todo, producidas por una cierta incapacidad de leer correctamente la realidad, y la conciencia que es necesario realizar nuevos planteamientos, reelaborar pensamiento y establecer nuevas ideas en que ambición y realismo puedan combinarse en la dosis justa. De aquí mi intento de contribución. Quien escribe, piensa, publica, posee cierta responsabilidad social. Y parte de mis intenciones a la hora de enfrentarme a un texto tiene que ver con ello. Por eso dediqué casi un cuarenta por ciento de las páginas de mi libro a realizar un paseo histórico por las ideas, convencionalmente aceptadas como de izquierdas, y reflexionar sobre su forma, naturaleza, contribuciones y errores. Como decía, no soy el único. Desde los más variados rincones del mundo, por parte de personas de diversas generaciones y orientaciones ideológicas, esta necesidad de repensar los valores de la trilogía republicana -libertad, igualdad y fraternidad- están proliferando con mayor o menor fortuna.

Como sugería, en los momentos de crisis, las nuevas ideas suelen experimentar cierta efervescencia. Aparte de la voluntad del autor, también existe su contexto, su realidad del día a día. Y la redacción de este volumen, tuvo lugar en circunstancias difíciles. Si bien planteé al editor un proyecto más o menos ambicioso hacia otoño de 2016, y redacté unas primeras treinta páginas hasta la primavera de 2017, la parte fundamental, el cuerpo del texto, fueron escritas entre septiembre de 2017 y marzo de 2018. Seis meses intensos y difíciles, entre una especie de revolución anti-régimen del 78, en el que, disfrazada de independentismo, se estaba desafiando a un estado español de vocación otomana. Así, entre la voluntad de votar, la autoorganización del referéndum, el 1 de octubre, la ocupación con varios miles de policías militarizados, la brutal represión contra los votantes, las detenciones, los ataques violentos de los paramilitares ultras, el golpe de estado bajo la forma de aplicación del 155, las movilizaciones diarias, las detenciones nocturnas, los valientes actos de desobediencia, los presos políticos, los exiliados, la censura, las denuncias contra profesores, los insultos y amenazas continuas de la ultraderecha parlamentaria y el estruendoso e infame silencio del progresismo español, en esas difíciles condiciones, mi libro también fue una terapia, un refugio en un tiempo de tsunami emocional. Todos los libros son fruto de un contexto, y el mío no es ninguna excepción. También debe ser leído en esta clave.

Ciertamente, de todo ello también queda la gran decepción de quienes presumían ser de izquierdas, y que a la práctica han actuado como mariachis de la monarquía. Es cierto que se aplicó un “apagón informativo” sobre Cataluña, como se aplicó en la Revolución de 1936, como intento de evitar el contagio de lo que fue, simplemente, una revolución popular, como todas, con sus propias contradicciones. Pero queda eso, precisamente la incapacidad de las “izquierdas” de transformar el mundo, y de colaborar con la combinación de capitalismo y feudalismo que ordena el estado español, junto con el renacimiento de un nacionalismo banal con capacidad de convertir en rebaño rojigualdo a grandes contingentes de población. Un rebaño confirmado, mediante la gran encuesta que representan las elecciones generales, en el que la España monolingüe elige votar mayoritariamente al “trifachito”, una especie de “Santísima Trinidad” del capitalismo monárquico español.

En fin, finalmente mi libro salió publicado, con mis análisis heterodoxos sobre la situación política y social en un mundo cada vez más reaccionario y peligroso (y el principal peligro consiste en la resignación y la obediencia a la ley del más fuerte) y una serie de propuestas, que en el fondo, consisten a escoger lo más esencial del pensamiento libertario, y tratar de aplicarlo a un nuevo contexto, el de la globalización y el siglo XXI que, para qué nos vamos a engañar, tiene muy mala pinta.

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