Vladimir Muñoz
La raíz del movimiento anarquista en el Uruguay es desconocida porque se carece de elementos comprobatorios de la misma, a causa de la irremediable pérdida de valiosos documentos destruidos por el indiferentismo familiar o dispersados hasta su pérdida después de la muerte de los compañeros. La Biblioteca Nacional de Montevideo es alarmantemente pobre en documentación anarquista, cosa que no ocurre con la de París, por ejemplo, en la cual el estudioso puede seguir paso a paso las mútiples manifestaciones del anarquismo galo, desde sus primeros tiempos hasta la fecha. Deberían reflexionar sobre esto los proselitistas del anarquismo; el mismo Max Nettlau entregaba varios ejemplares de sus obras impresas a esas bibliotecas públicas de general consulta, abiertas a la inteligencia humana. Que cuando se trate de historiar los tiempos presentes no ocurra con la oscuridad con que ahora nos encontramos al bosquejar los pretéritos.
Puede conjeturarse, sin temor a caer en un error, que muchos uruguayos del siglo pasado conocían a Reclus y a la interpretación reclusiana del ideal anarquista. Las generaciones pasadas tenían en gran estima al autor de “El hombre y la tierra”, y de ello es ejemplo el nombre de Reclus esculpido en la fachada de la universidad montevideana, con otros ilustres sabios, en la esquina de las calles Lavalleja y Tristán Narvaja. Proudhon también influenció los pensamientos de la gente estudiosa. Desde luego, en tiempos precolombinos la anarquía natural, en lo que hoy es el Uruguay, en donde el nomadismo de los indios y la riqueza económica de la fauna y de la flora a su disposición, hacía que vivieran en ese naturalismo arcáico que decribieron muchos utopistas europeos, entre ellos Voltaire con su leyenda del Eldorado. La invasión belicista y religiosa de los luso-hispanos acabó con el acratismo natural de los indios, suavizado algo con las “misiones” jesuítas que se extendieron desde el Iguazú al Plata. La herencia autoritaria que dejaron los arrastrasables y ensotanados europeos moldeó la estructura social de la nación, vuelta “independiente” del colonialismo, pero siempre esclava del autoritarismo.
La Europa superpoblada se fijaba en estas tierras casi desiertas. Se inició una emigración masiva cuyo norte era el becerro de oro. Enriquecerse materialmente, “hacer la América”; tal era la obsesión de los que surcaban “el charco”. Así se inició una mentalidad “propietarista” básica hasta en las mismas capas humildes y que ha modelado a la idiosincracia de la emigración económica y de su descendencia. En el Uruguay no existe el “caboclo” brasileño ni el indio puro. Hasta el antiguo esclavo negro no escapó a ella. Tal es nuestra observación directa y la constatación evidente de los historiadores (véase a Enrique de Gandía en su “Historia de América”)
Pero como ocurre siempre, todas las reglas tienen una excepción. Y en todo tosco sayal hay hebras de gran pureza. No fueron todos los emigrados “homo-económicus”. Los había que vinieron desde Europa con sueños y anhelos regeneradores, con la viva ansia de establecer por estos lares las hermosas utopías forjadas por los Morus, los Cabet y los Morris. Vivo ejemplo de lo que se narra es el florecimiento del anarquismo científico en Norteamérica, con los notables ensayos de Warren y Thoreau (véase a Rudolf Rocker en “El pensamiento liberal en los Estados Unidos”, título éste en desacuerdo con el original de “Pioneros de la Libertad en América”).
Por eso también cuando surgió al mundo la Primera Internacional de los Trabajadores, cuando Bakunin removió tantos caducos conceptos en Europa y revolucionó tantas conciencias, la extensión anárquica de sus ideas tuvo un eco en América, conectada por la influencia emigratoria. En sus “Documentos para la historia del anarquismo en América”, José C. Valadés nota que “en Uruguay hubo un movimiento anarquista más cimentado que en México”. En 1872, existía, en Montevideo, calle de las Florindas, nº 16 (actual calle Florida), una sección uruguaya de la A.I.T., siendo el secretario Francisco C. Galcerán. El propagandista de la Internacional en Buenos Aires era A. Juanes, un miembro de la sección uruguaya, lo que evidencia que la A.I.T. se estableció primero en la región norteña del Plata.
A. Juanes tenía contactos continentales: “Esta epístola, querido hermano, será depositada en manos de un ciudadano amigo de Nueva York para que desde ese puerto vaya rápidamente hacia la ex-capital de los aztecas”. Intemacionalista de buena cepa, trataba de establecer el ideal anarquista en todo ese “inmenso cordón que va desde Alaska a la Patagonia”. Defensor del acratismo bakuniano. “Desde España me ha escrito G., que hace poco estuvo en Suiza y en París, haciéndome conocer algunos detalles sobre el maquiavelismo del Consejo General de Londres contra Bakunin. ¿Y sabes de qué proviene ese disgusto del Consejo londinense? De que las naciones latinas jamás aceptarán la sumisión al genio de Marx y de su patán (referencia a Engels probablemente -V.M.). La escisión marxista se extiende por doquier: Aquí hay quienes se inclinan a los agentes de Londres, casi todos los que han llegado de Europa en los últimos meses”. “Viene la confusión entre el pueblo a causa de la escisión, temor tengo de que no podamos hacer más en este enrarecido ambiente si contamos con tener batallas con los autoritarios. La gangrena autoritaria minaba la vecina orilla. De Buenos Aires regreso desconsolado, sólo entre los artesanos panaderos he encontrado una atmósfera favorable… ¡Ah! Los asnos necesitan un amo” (de una carta a Leo Subikursky, México, un doctor emigrado, 7 de abril de 1872). Subikursky y Juanes estuvieron difundiendo la anarquía por el Orinoco: “¿Te recuerdas nuestras trasnochadas hablando sobre los agrarios insurrectos en la Nueva Granada?” (de otra carta del 27 de abril de 1872). Luego, Juanes se trasladó al Brasil: “con toda pena te devuelvo la carta que dirigistes por interposición al ciudadano (vocablo éste influenciado por el revolucionario “citoyen” de los galos enciclopedistas. -V. M.) Juanes. Este ciudadano se ha marchado por su propia cuenta al Brasil y por el momento ignoramos su dirección” (carta de Calcerán a Subikursky, sin fecha, pero del año 1872.) Sus rastros los encontramos en Río de Janeiro: “Apreciado. En barco de línea inglesa, y por la vía de España, salgo mañana para Nueva York, de donde en breve me dirigiré a esa capital” (a México – V. M.), (carta de Juanes a Subikursky desde la urbe carioca, 26 de agosto de 1872).
El secretario montevideano de la A.I.T. dice que “Mata Rivera es el representante en estas regiones del Sr. Marx”. Reciben con regularidad “El Socialista”, órgano de los anarquistas bakuninistas de México y debido al auge escisionista en la otra orilla “estamos preparando un periódico, que se denominará “El Obrero Federalista”, para combatir a los autoritarios que han sentado reales en Buenos Aires”. Y Calcerán continúa: “En nombre de la sección uruguaya, os agradecemos el opúsculo, escrito por el ciudadano Carrera, sobre las Jornadas de la Comuna de París. (París a sangre y fuego, jornadas sobre la Comuna, por Luis Carreras, México, 1872 – V. M.) En respuesta os remitimos un brillante manifiesto a los trabajadores agrícolas publicado recientemente en Ginebra” (de una carta de Calcerán, sellada con un sello que decía “Sección Uruguaya de la Asociación. Internacional de los Trabajadores”, a Subikursky). El envío de este manifiesto desde Montevideo es debido, posiblemente, al alejamiento de las rutas marítimas primordiales en que se encontraba y se encuentra México, mientras que Montevideo es el penúltimo puerto importante de la línea atlántica sudamericana. Dicho manifiesto enviado a los compañeros montevideanos, por la Federación Jurasiana, se ha conservado fragmentariamente en México y creo que su transcripción es necesaria, para ilustrar a los jóvenes sobre la pureza anárquica de los jurasianos; dice así:
“La tierra, y todo lo que en su seno encierra, es un don de la naturaleza, y, por consiguiente, es la propiedad común e inalienable de toda la humanidad. Sólo por la violencia se han apoderado, en otros tiempos, los más fuertes de la propiedad de la tierra. Una cosa robada jamás puede, por efecto del tiempo, convertirse en propiedad legítima, así como tampoco puede, por medio de una donación o de una venta, pasar a ser propiedad legítima de otro. Los compradores de la tierra, contratando con ladrones que se la han vendido, han sido víctimas de una estafa, y éstos mismos compradores se convierten, a su vez, en culpables de una segunda estafa para con la sociedad. Así como en el origen fue la fuerza bruta la que se apoderó de la tierra, así también en los tiempos modernos la violencia hipócrita del capital es la que la retiene. Pero el capital es el producto del trabajo de todos los siglos pasados, porque el hombre aislado no puede producir mucho más de lo que para su propio sustento necesita. El capital se ha formado, pues, de la acumulación de los salarios que no se han pagado y eran debidos a los que habían trabajado. Así como la sociedad entera es la única propiedad legítima de la tierra, así también la sociedad entera es la única y legítima propietaria de todo el capital existente. Por consiguiente, un capitalista no puede comprar un terreno ilegítimamente apropiado mas que por medio de recursos ilegítimamente adquiridos, y por esta doble razón nunca puede pretender tener un legítimo derecho de propiedad. Siendo la tierra propiedad común de la sociedad entera, nunca puede dividirse ni alienarse de manera alguna: lo único que puede y debe hacerse es concedérsela a asociaciones agrícolas que la exploten en provecho de la sociedad entera. El goce es el objeto de la vida, el goce común, ennoblecido por la ciencia, el arte y el trabajo, es el verdadero culto de la sociedad en que debe reinar la igualdad entre todos los que trabajan, y en la que la juslicia se ejerce por la mutualidad y la solidaridad. La colectividad social es la única que posee el genio; ella es, si bien sólo de una manera relativa, todopoderosa y presente en todas partes; ella es la que posee toda la ciencia y la suprema justicia; ella es, en fin, la soberana del mundo (Ginebra, Suiza)”.
Como puede fácilmente verse por el empleo del sujeto en el verbo, modalidad bien francesa, este documento fue traducido en Montevideo, lo que indica, en el seno de la Internacional montevideana, la presencia de compañeros políglotas o de personas afines con conocimientos lingüísticos.
En el libro “El Socialismo en las Repúblicas Americanas”, del Dr. Ángel Jiménez, del cual un gran extracto apareció en “La. Emancipación” (Madrid, 11 de febrero de 1872), se dice que la sección de la A.I.T. se fundó en Buenos Aires en el año 1872, debido -según nuestra opinión- a las actividades de Juanes. Pero como resulta que seguramente se confundía al Uruguay como una provincia de Argentina, debido a su minúscula proporción territorial comparándolo con sus vecinos brasileños y argentinos, que viven en vastas naciones, los compañeros del exterior se referían a la vecina orilla y omitían el mencionar al Uruguay. El Consejo General de la Internacional informaba en el Congreso de la Haya (septiembre de 1872) de las secciones de Buenos Aires (se refería a la Argentina -V. M.), Australia y Nueva Zelanda. En la capital porteña “un grupo de ciudadanos franceses han constituido una titulada sección argentina de la A.I.T., y que representan al autoritarismo de Londres… os ponemos al tanto y esperamos que por vuestra parte haréis igual con otras secciones del continente americano” (de una carta sellada de la sección uruguaya de la A.I.T. y firmada por Domingo Marañen y Francisco Galcerán, dirigida a F. Zalacosta, secretario de la sección de la A.I.T. en México, el día 1 de enero de 1873). Los compañeros montevideanos escribieron un interesante manifiesto para reafirmar sus principios anárquicos, el cual es digno de reproducción por su carácter documental y perdurable. Helo aquí:
“Hermanos de infortunio:
“Vamos a dirigiros nuestra débil voz, pero un temor detiene nuestra pluma, y un temor fundado. Tenemos que deciros grandes verdades. Tenemos que señalaros un faro, un verdadero puerto de salvación.
“Las circunstancias porque atraviesa en estos momentos el obrero, siempre víctima del odioso privilegio, nos obliga a decir que es menester, cuanto antes, que todos los trabajadores se reúnan y formen un Centro común para la defensa de sus intereses, los más justos, cuanto que son negados a costa del sudor y de los sinsabores porque continuamente tenemos que pasar los que desde los primeros años estamos dedicados a las rudas tareas de un trabajo material y penoso.
“Privados de esa instrucción, tal vez no sepamos distinguir la verdad y la honradez que inspiran nuestras palabras, del intencionado y habilidoso estilo que tan diestramente manejan para explotarnos, en todos sentidos, los que dueños del privilegio de la ciencia nos hacen creer, una y otra vez, que ellos serán nuestros redentores, para hacernos experimentar después cada uno de ellos un nuevo desengaño.
“Difícil, pero no imposible, será para nosotros el objeto que nos proponemos, pero la rectitud de nuestras intenciones suplirá a la forma en que hemos de haceros patentes nuestros sufrimientos, y a ello nos dirigimos.
“¡Eschuchadnos! Queremos hacer notar que todo aquel que se propone moveros en provecho suyo y cubierto con bonitas frases hábilmente combinadas, se reserva la clave que supone poseer de nuestra emacipación, para que cuando la terrible realidad de nuestra posición nos haga desear el acabar de una vez con tantos sufrimientos como nos agobian, le encomendemos la simpática misión de redimirnos. ¿Y por qué razón nos hemos de entregar atados de pies y manos por las indestructibles ligaduras de una fe ciega? ¿Quién mejor y de más buena fe que nosotros mismos puede destruir la criminal explotación a que vivimos condenados?
“Pues bien: sólo nosotros debemos velar por nuestros intereses, y nuestra redención debe ser obra de nosotros mismos. Nadie mejor que el trabajador conoce sus necesidades, y, por consiguiente, bajo este punto de vista hemos de haceros patentes, si no con la elocuencia que puede hacerlo aquel que posee conocimientos suficientes porque ha estudiado en universidades y colegios, al menos lo haremos rudamente y trataremos de que nos entendamos.
“Sabido es que sin el trabajador no podría existir sociedad alguna; sin la verdarera fuente de la riqueza, que es el trabajo, no existiría nada. Nosotros fabricamos los palacios, nosotros tejemos las más preciosas telas, nosotros apacentamos los rebaños, nosotros labramos la tierra, extrayendo de sus entrañas los metales, levantamos sobre los caudalosos ríos puentes gigantescos de fierro (modismo rioplatense para designar al hierro -V. M.) y piedra, dividimos las montañas, juntamos los mares… ¡Y sin embargo! ¡Oh dolor! desconfiamos de bastarnos para realizar nuestra emancipación. ¿Qué sería de la sociedad sin nosotros? Decidles, preguntadles a los que se prodigan alabanzas, por qué recogieron un caudal de lo que llaman, con cínico descaro, su cosecha. Decidles, preguntadles, dónde dejó la huella el arado en sus delicadas manos; decidles, dónde apagaron la ardiente sed que se experimenta después de llevar algunas horas encorvado el cuerpo y sufriendo los candentes rayos de un sol ardiente durante la siega; decidles, preguntadles si les irritaban los ojos las abundantes gotas de sudor que mezcladas con el polvo abrasador penetraban en ellos; preguntad a los que sin grandes ni aun medianos conocimientos en el aríe que explotan, pero dueños en cambio de un capital que en nada contribuyeron a producir, que por nada lo han merecido, pero que lo han heredado, ¡suprema razón!; preguntadles cuando blasonan que en pocos años han ampliado su caudal, que parte de aquél es verdaderamente fruto de su trabajo; os responderán que todo, mas esto a la razón sana no puede ocultársele, y es necesario conceder que sin el trabajo personal el capital permanecería sin movimiento, y, por lo tanto, improductivo.
“Conocida la necesidad que tiene toda sociedad de los brazos productores, y teniendo en cuenta que todas las clases que están por encima del trabajador, según ellas, no se cuidan en lo más mínimo de proporcionarle a éste los medios que necesita para su regeneración, porque está contra sus propios intereses, a nosotros incumbe continuar y propagar la obra de la Asociación Internacional de los Trabajadores, para de este modo hacer solidarios nuestros esfuerzos y realizar el pronto triunfo de nuestra causa: El Trabajo.
“Como trabajadores os llamamos, no como políticos ni religiosos; hoy vivimos dominados por un trastorno horrible del derecho natural (influencia de los estoicos, siendo de notar que muchas personas llámanse en el Uruguay con el nombre de Zenón, aunque las generaciones de ahora desconozcan el significado de dicho vocablo. Ved a Max Nettlau en su trabajo “Zenón, los estoicos y el derecho natural” -V. M.) y la razón. Hoy el efecto tiene su categoría y se antepone a su propia causa. Unámonos y marchemos asociados todos los que sufrimos las funestas consecuencias de tan terrible trastorno, sin detenernos y pararnos en fútiles y peligrosas pequeñeces, sin volver nuestra vista hacia atrás, y dispuestos siempre a restablecer el justo equilibrio entre la causa y el efecto; para esto nos bastarnos nosotros, no lo dudéis; pruebas muy patentes de ello nos dan los rápidos progresos, los benéficos resultados que en pocos años ha dado en Inglaterra, Alemania, Suiza, Italia, Francia, España, Estados Unidos, en todo el mundo, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la cual hace mucho tiempo que desde todo el resto del globo vuelve con noble interés su vista hacia la triste situación del trabajador doquiera se encuentre, tendiéndole su mano amiga y fraternal e invitándolos a participar en la tarea común.
“Apresuraros a aceptarla con igual espontaneidad que os la ofrecen y participaréis de la justicia que puede cabernos a los que ya hemos tenido la satisfacción de estrecharla desde hace algún tiempo. No creemos que persisteréis sordos a nuestro llamamiento, pues es menester que pensemos una vez siquiera en nosotros mismos.
“Puestas de manifiesto las razones por las que debemos procurar asociarnos, debemos ahora enumerar, aunque no sea más que por encima, las ventajas que nos proporcionará el estar asociados para conseguir nuestro bienestar inmediato, o sea, la mutua protección de todos para todos.
“Pues bien: lo que resulla imposible para cada uno, no es ni siquiera difícil para todos juntos; unidos todos los de un oficio o profesión podrán procurarse con más facilidad ocupación, pues para ello se establecerán Comités de Colocación para facilitar el trabajo a los obreros que carezcan de él; Comités de Defensa, cuya misión será velar por los obreros de su localidad, proteger a los que fuesen perjudicados, oprimidos y calumniados por sus patronos, maestros o principales; Sociedades de Instrucción, etc…; tenemos la inmensa ventaja que nos reportará la Caja de Resistencia, la cual debe llamar muy especialmente nuestra atención por ser a su rápida organización a la que deberemos una mayor parte de las ventajas que hemos de conseguir. Con su ayuda, y cuando un oficio o profesión se encuentra con arreglo a justicia, con derecho a rechazar una de tantas imposiciones que estamos siendo víctimas por parte del capital monopolizado por una parte explotadora, tales como reducción del jornal, aumento de horas de trabajo u otras tan injustas y vejatorias como hoy estamos a cada paso teniendo que aguantar, mal que les pese, podremos decirles entonces, a los soberbios poseedores del dinero, que no aceptamos sus injustas imposiciones porque ya no somos una cosa, hemos conquistado nuestra personalidad.
“E1 capital está entronizado, siendo el yugo opresor de cada día para las clases desheredadas, abusando con escándalo del sudor del pobre trabajador, quien es, al fin y al cabo, el que sufre las consecuencias del monopolio del dinero por aquellos que no se proponen otro objeto que el de medrar a costa del país entero aunque éste se arruine.
“Esperamos que como medio de poder estrechar nuestros lazos, así como para estar al corriente de todo lo que como obreros pueda sernos de algún interés, tanto lo que al movimiento obrero en el resto del mundo se refiera, como lo que afecte sólo a los progresos que en la buena senda realicemos los obreros del país, hagamos un deber de asistir al local de la Asociación, establecido en la calle de la Florinda (actual calle Florida -V. M.), núm. 216, en donde mutuamente nos comunicaremos las ideas que nos sugieran las circunstancias, haciendo una propaganda incansable en pro de nuestras aspiraciones.
“Los trabajadores deben esperarlo todo de los trabajadores, si acudís, si cumplís con un deber; si permanecéis indiferentes, conste que os suicidáis y tenéis que avergonzaros el día que no sepáis responder a vuestros hijos, el día que os pregunten qué habéis construido vosotros para el edificio de la Sociedad del Porvenir, que tan laboriosa y activamente se ocupan en levantar los trabajadores del resto del mundo.
“No debemos de terminar este manifiesto sin que salga de lo más íntimo de nuestro corazón un ¡hurra! a nuestra causa.
“Salud, Trabajo y Justicia”.
(Este manifiesto, fechado el 7 de julio de 1875, está firmado por Martínez y Segovía, Juan Zavala, Pedro Sabater, Esteban Anduerza, José Vilavoa, Modesto Gómez, Domingo Marañen, Francisco Calcerán y Colomé Abbas.)
A últimos del año 1875 el periódico afín de México, “El Socialista”, reprodujo el manifiesto montevideano. Y desde Suiza, en donde residía el Comité Federal antiautoritario de la Internacional “se entabló correspondencia con Montevideo” (según relata James Guillaume en “L’Internationale”, 1909). Nettlau cita una carta al congreso de Berna de la Internacional por la sección de Montevideo, fechada en octubre de 1876 (Contribución a la bibliografía anarquista en la América Latina). En esta carta se debe mencionar probablemente que el día 20 de septiembre de 1876 se fundó la Federación Regional de Montevideo, antepasada de la F.O.R.U. (Federación Obrera Regional Uruguaya, fundada en 1901). “Vuestra actitud (se trata de la actitud de los compañeros mexicanos -V. M.) y nuestra actitud pone al corriente nuestras relaciones y nos revela que los revolucionarios de las Américas marchamos al unísono en contra de los explotadores y opresores, y para vuestra satisfacción os informamos que por conducto de nuestra hermana Federación Española (Federación Regional Española) -debe notarse que los compañeros foristas rioplatenses se han mantenido más apegados a las denominaciones primitivas de las federaciones regionales que los españoles con las nuevas designaciones, como es ejemplo la Confederación Nacional del Trabajo, o C.N.T. -V. M.- pedimos nuestra admisión al IX Congreso Universal de los Trabajadores (celebrado en la ciudad belga de Verviers, en septiembre de 1787 -V. M.) en nombre de la Federación de Montevideo, que cuenta con seis oficios organizados; con cinco secciones y con dos mil socios permanentes” (de una carta dirigida a la sección mexicana de la A.I.T. por la sección uruguaya de la misma, fechada el 1 de febrero de 1877 y firmada por F. Echanove.) El “Bulletin” (boletín) jurasiano del 22 de abril de 1877 publicaba una carta traducida al francés de los compañeros montevideanos, en la que entre otras cosas decía: “Los obreros albañiles y los carpinteros de los astilleros fundan asociaciones”. En septiembre de 1877, la Federación Regional Uruguaya fue recibida en la Federación jurasiana. Es digno de mención el caso de que el único suscriptor del Boletín jurasiano que había en Sudamérica era Pedro Bernard, calle Convención, 101, Montevideo. El Boletín cesó de aparecer en mayo de 1878. En el mismo mes apareció “El Internacional” en Montevideo, del cual sólo se han visto dos, números.
Hasta cuatro años después, 1882, nuestros rastros se pierden. En dicho año apareció “La Revolución Social”, que en 1885 cambió el nombre por el de “Federación de Trsabajadores”, habiéndose podido controlar hasta el número 13 (noviembre de 1885). Esta publicación estaba influenciada por “Le Revolte”, que se publicaba en Ginebra. Luego, recién en 1889, observamos otro indicio: “Il Socialista” en italiano (nótese que el vocablo socialista no tenía entonces el significado autoritario que tiene hoy entre los partidarios del autoritarismo), que empezó a publicarse el mes de agosto. En el mismo año y en diciembre apareció “La voz del trabajador”, que duró hasta febrero de 1890 (diez números). “El derecho a la vida” aparece en 1893. “La luz” en 1896. “La verdad” en 1897. “La aurora anarquista” en 1899. “El amigo del pueblo” en 1899. “La tribuna libertaria” a últimos de siglo también. En italiano “La idea libre” (pintores y tabaqueros) en la misma época. El difundido de Kropotkin “A los jóvenes” se publicó por vez primera en Montevideo, en el año 1899 (Biblioteca del Círculo Internacional de Estudios Sociales). En italiano se imprimió en Montevideo, para la publicación anarquista de Sao Paulo “L’Avenire” (El Porvenir), el folleto “Il Salariato” (185). “Veritas” era un poema anarquista (Biblioteca de la Aurora, 1899). Otro folleto, “La mujer en la lucha ante la naturaleza” (Ed. La Tribuna Libertaria, 1899), fue debido a R. Carreira y Pilar Taboada.
Henos ahora en presencia del siglo XX, que ha sido fecundo en actividades anarquistas en el Uruguay y que es de esperar que compañeros teniendo acceso a documentación adecuada, puedan bosquejarnos la evolución del pensamiento anarquista en tierras orientales (o uruguayas, por estar al oriente de la Mesopotamia argentina). Termino, pues, aquí, con el pesar de no poder haberme extendido más, debido a las consideraciones expuestas (1).
Notas
1.- José Ingenieros escribió sobre el anarquismo en el Uruguay del siglo XIX: “En 1875 se fundó, en Montevideo, la primera sección (de la A.I.T. -V. M); en 1876, publicó en un folleto los principios y estatutos generales de la Asociación, sus estatutos locales y las disposiciones de los congresos de Lausana (1867), Bruselas (1868) y Basilea (1869). Otras secciones la siguieron. En septiembre de 1878 se reunió en Montevideo una asamblea general de los miembros de las diversas secciones, constituyendo la Federación Regional de la República Oriental del Uruguay de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta Federación publicó nuevamente el programa y fines de la Asociación junto con sus estatutos, cuya redacción revela un profundo y sensato conocimiento de las nuevas doctrinas y una educación societaria de que actualmente carecen muchas organizaciones obreras. En el Brasil se fundaron varias secciones, en 1875, algunas estaban en correspondencia con la de Montevideo. En 1882 recibió la Federación de Montevideo la última nota oficial de una de ellas. En 1881, un núcleo reducido de internacionalistas de Montevideo fue a Chile y poco tiempo después comunicaron a la Federación del Uruguay la organización de dos secciones, en Valparaíso y en Santiago de Chile. Se ignora si sobrevivieron a la fundación”.(Almanaque socialista de la vanguardia para 1899, Buenos Aires, 1898).
* Este texto se publico en la revista CENIT nº 72, diciembre de 1956