Manel Aisa Pàmpols
Difícil es salir del embrollo y la dinámica en que nos ha colocado ese monstruo que llevamos casi todos dentro, “el capitalismo”, que nos dice, a cada instante, más, más, más, y el llamado “Mercado”, en estos momentos que estamos es una especie de rueda cuesta abajo, y cada vez más acelerada, y donde ya hay muy poca capacidad de reflexión se deja llevar, y piensa que “el que venga detrás, ya lo arreglará”.
Evidentemente, estamos en manos de tecnócratas que sólo tienen el interés de ir sumando más y más, como esperando ser testigos del Big Bang a la vuelta de la gran explosión en la que seguramente ya estamos, en la caída.
Es el “sálvese quien pueda, si es qué alguien puede”, o como dicen los italianos “Dolce far niente”, qué dicen, trae muchos beneficios para la salud.
Mientras tanto, cada vez parece que andamos muy desorientados todo y que algunos dicen que nos “sobran las ideas”, y seguro que es verdad, pero siempre hay un pero, y nadie parece saber qué respuesta dar, excepto aquellos que están en la órbita del consumo, ya sea, por ejemplo, en la alimentación, con sus gusanos como proteínas, que se presentan como una de las soluciones presentes y futuras de la alimentación.
Hace un tiempo, en un artículo que publiqué en la revista “Orto”, ya escribí alguna cosa parecida en el sentido que ya no era un problema de ideología, sino más bien de salud mental, el saber qué podemos llegar a hacer para cambiar el chip. No hace falta “revolucionar nada”, sólo nos queda ser conscientes del momento actual y reflexionar sobre la necesidad de la organización desde lo colectivo en todos los aspectos de la vida, que no es poco. Saber dónde estamos y no creernos el epicentro del mundo y desarrollar nuestro ego hasta el infinito, que delata más nuestros precisados sentimientos, como dice Tomás Ibáñez: “Tiene que construir la manera de ser, de sentir, de desear, de pensar, de relacionarse con los demás, y para ello, tiene que infiltrarse y colonizar nuestros deseos, nuestro imaginario, nuestras motivaciones, nuestras relaciones sociales y, en definitiva, nuestro modo de vida, lo que requiere, por supuesto, la capacidad de detectar, observar, recopilar y procesar toda la información pertinente a tal fin».
Ante tamaño proyecto, nosotros, ¡los dé a pie!, debemos orientarnos más bien al revés, adentrándonos en nuestro ser, para tratar de entendernos a nosotros mismo como previo a la organización desde lo sectorial a la microeconomía, extensible a la macroeconomía, pero para eso, seguramente en algunos sectores ya se está haciendo con las cooperativas de consumo y las cooperativas de hábitat, pero se necesita un salto cualitativo, mucho más, para desactivar la manipulación en que nos encontramos en este momento y donde al parecer, en el mundo occidental, la inmensa mayoría se deja llevar por la corriente, esa nefasta corriente.
Es importante la organización para no incurrir en las continuas “falsas noticias” de las que hoy día está el mundo de la información afectado, por ello creo que sólo el compartir el conocimiento puede frenar la infección a la que nos vemos abocados, a la mentira.
La propia regulación de la vida, de las vidas en conjunto, nos lleva a una esclavitud a la que llaman el “Estado de Derecho”. La democracia deja de ser democrática cuando hay tanto supervisor por encima de todos e inhibe de responsabilidad al resto, con el resultado del anquilosamiento de las ideas y el conformismo, que avanza sin problemas. Todo es argumentable, y todo camina por el sendero de las conformidades que no llevan a ninguna parte más que aceptar los movimientos de la vorágine en la que nos encontramos.
Actualmente, en la sociedad que estamos viviendo, la esclavitud está en la precariedad de los salarios y en la inflación de los alquileres, que al tener que soportar esos desajustes provoca el malestar e indirectamente en la rueda no se encuentran los mecanismos para desacelerar esas dos situaciones que provocan la degradación cada día mayor de las sociedades existentes.
No hace mucho, en algún momento, certifiqué lo que pienso desde las páginas de las redes sociales, ya que cada día estoy más convencido de que “la propiedad es un robo”, como bien nos argumentó Josep Proudhon hace ya más de doscientos años, y la propiedad es un robo porque parte del derecho de conquista, ese derecho de la fuerza de unos sobre otros, que ha degenerado en la situación actual.
Siempre pensando en los elementos naturales de la tierra, es decir, el aire, el agua y la tierra, no pueden ser comercializados con los cánones de la propiedad individual, o compartida, y mucho menos entrar en el terreno de la especulación. La lógica de nuestra efímera vida nos conduce a creer que eso debe de ser así, y por supuesto no deben de estar medidos con la especulación de su valoración.
Así pues, la propiedad y la democracia son elementos que ya sabemos que caminan en la misma dirección, por lo que, para el futuro de la humanidad, hay que corregir ese matrimonio, ya que ya hace muchos años que está obsoleto, y debe de ser revisado para una mejor convivencia entre las personas.
Recientemente, Octavio Alberola, en redes Libertarias, nos advierte, y nos incentiva, para que reflexionemos en esta línea y para que no caigamos, única y exclusivamente, en la dinámica ideológica, sino que abramos el abanico de las ideas y sepamos que estamos a punto o puede que, en muchos sitios, en el colapso del cambio climático, en una situación imprevisible y dura, o durísima, y eso nos incumbe a todos, y lo que tenemos que tener claro es que no nos sacarán de este mal sueño los políticos y técnicos de multinacionales que, en este momento, están en el poder decidiendo sobre nuestra vida.
Y eso, en espíritus libres, es lo peor que hay, “siempre decidiendo unos por otros, sin contar para nada con la posible reflexión del uno dentro de lo colectivo”. Y nos pone en primer punto de mira, y nos habla de sa sociedad del despilfarro capitalista, donde, por ejemplo, la UNICEF nos dice, referente a los niños, que uno de cada cuatro, de cinco años, sufre pobreza alimentaria severa; o bien, por qué no hablar del caos climático y de la necesidad de racionalizar la eco solidaridad de los pueblos, que no es más que cambiar el modo de vida individualista por uno mucho más colectivo (la práctica colectiva). La absurda paradoja del progreso humano es que cuanto más se avanza ay más autodestrucción.
Y es evidente, al menos para mí, que el cambio climático, en este planeta llamado Tierra, viste de razones y argumentos a aquellos que queremos un mundo donde todos los seres, por el sólo hecho de nacer, tengan el derecho a vivir con dignidad. A partir de ahí hay que construir una sociedad que sea respetuosa con su medio ambiente y con las otras especies que cohabitan en este planeta.
Así, la imaginación no es más que recuperar lo que debe ser posible en este planeta, como es una “sociedad sin propiedad, ni privada ni colectiva”. Y recordar que la propiedad privada la única huella que ha dejado, y está dejando, en la sociedad es una huella de barbarie que no puede continuar por ese camino.
La imaginación es, probablemente, lo único que nos permitirá recuperar los pasos perdidos, y recuperar al menos el aliento de nuestras vidas, que tenga el destino sosegado de tiempos más calmados; no es necesario que por la ventana asome contantemente la amenaza de la Tercera Guerra Mundial, que parece estar a la vuelta de la esquina, y es probable que más de uno de esos capitostes que dirigen nuestro destino, estén deseando. Como por el momento parece para mucho, la solución para eliminar los problemas de la humanidad es un contrasentido seguir en esa línea, como si unos cuantos tuvieran la capacidad de ofrecer el destino de los muchos más.
Lo que nos debe de preocupar mucho es el divorcio entre la naturaleza y nuestro comportamiento en la misma, observar, mirar y cambiar la respuesta es vital. Esto ya nos lo asegura Arnau Montserrat en su libro, cuando nos dice que: “Hemos llegado a la sobrecarga de problemas actuales. Lo que tenemos por delante no es entonces una nueva normalidad, sino un aprender a lidiar con la excepcionalidad. Agotador, sin duda, pero también una oportunidad para la adopción a gran escala de alternativas que se han venido cocinando en las periferias y las trincheras”.
Sin duda, es una tarea de gigantes, pero con empatía, aquella que deben desprender las nuevas generaciones, ay que hacerles entender lo que se están jugando. No hay duda qué, cuanto menos, se debe de intentar.
El cambio climático está ahí y, por el momento, desfavorece al que menos recursos tiene, pero probablemente habrá un tiempo que los recursos cambiarán de bando, es decir, serán para aquellos que más capacidad de organización social y colectiva tengan.
Mientras tanto, no hablemos de los límites del crecimiento de Meadows, que ya conocemos, sino de lo que en 2011 apareció en España, el trabajo, en forma de libro, de “La Hora del decrecimiento, de Serge Latouche y Didier Harpagès”, publicado por Octaedro en 2011, que ya era ,y es necesario prestar atención a ese decrecimiento, y este trabajo de Latouche y Harpagès nos deja algunas pistas, a tener en cuenta ya, para empezar, en las primeras páginas del libro, para reflexionar, en próximos eventos cuando nos dice: “André Gorz insistía de nuevo en 1977, “Sabemos que nuestro mundo se extingue; que si continuamos como hasta ahora, los mares y los ríos serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural y el aire resultará irrespirable en las ciudades y la vida constituirá un privilegio al que sólo tendrán derecho los especímenes seleccionados de una nueva raza humana”. …. “si hemos de creer a algunos, el fin de la humanidad debería llegar incluso más rápidamente de lo previsto, hacia el año 2060, por esterilización generalizada del esperma masculino bajo el efecto de los pesticidas y otros contaminantes orgánicos persistentes cancerígenos, mutagénicos o tóxicos para la reproducción”. Y simplificando mucho para mayor entendimiento “La resiliencia (Capacidad de adaptarse al cambio) supone pequeña escala y plurifuncionalidad . (… recompartimentar el mercado financiero mundial y refragmentar los espacios monetarios”.
O recordar a Murray Bookchin puede ser imprescindible para tener consciencia de la envergadura del problema que tenemos delante, con el colapso y la necesidad del decrecimiento. Así nos dice Murray: “Finalmente, la evolución natural ha producido efectivamente seres -los seres humanos- que pueden actuar racionalmente en el mundo, guiados menos por el instinto que por una rica intelectualidad arraigada en el pensamiento conceptual y en complejas formas de comunicación simbólica. Estos seres pertenecen al mundo biótico como organismos, mamíferos y primates, no obstante, están apartados de él por ser criaturas que producen esa vasta serie de artefactos culturales y asociaciones que llamamos segunda naturaleza. … En realidad, nos guste o no, casi toda cuestión ecológica es también una cuestión social. … Ya no se puede hablar de “humanidad” del modo que se habla de especies de carnívoros y herbívoros, es decir, como grupos de seres biológicos bastantes uniformes cuyos individuos son esencialmente iguales”.
Sin duda, no hay que mirar el mundo en el sentido de catástrofe donde ya nada se puede hacer, sabemos que mientras hay vida hay esperanza, pero creo que no vale desentenderse y delegar en el otro, con los de siempre, porque si no se cambia de actitud, no hay posible solución.
Así, para entender que necesitamos organizarnos, desde la autogestión, necesitamos del apoyo mutuo y la capacidad del federalismo que nos debe de interrelacionar a todos en la cooperación de los pueblos y los barrios, hasta las grandes estructuras. Así cabe entender qué “Para un mamífero social como el homo sapiens es vital averiguar qué podemos esperar de las otras personas y hacernos una idea del entorno al que debemos hacer frente. Los estudios muestran que la atención cariñosa, visceral y compartida, propia de las sociedades forrajeras – en las que, no lo olvidemos, hemos vivido el 95% de nuestro arco temporal como especie- da lugar a percibir el mundo con confianza”.
Así pues, con empatía por delante, vamos, tenemos que cambiar este mundo, tan esclavista, que tanto daño hace a los más.
Notas
1.- Tomás Ibáñez, Anarquismo no fundacional, Gedisa 2024 P.98
2.- Arnau Montserrat, Nos sobran las ideas, ed. Pol.len, 2021
3.- La Hora del decrecimiento, Serge Latouche y Didier Harpagès, Octaedro 2011, P.10-12-80.
4.- Murray Bookchin La Ecología de la Libertad, Ed. Madrid Tierra 1999, P.53-55
5.- Arnau Monserrat, Nos sobran las ideas, Ed. Pol.len 2021, pág. 201