Floreal Rodríguez de la Paz

Fue José un ejemplo libertario que sembró, durante la etapa en que todavía estaba libre, el Ideal Anarquista, pero que la lucha contra la dictadura del franquismo, en una clandestinidad terrible del país, España, se encontraba ante la obligación de hacer frente al sistema autoritario, pero no exento de riesgos sociales (las luchas fueron extremadas). El fascismo inventó una guerra que España no merecía. Cuando se mueven los fabricantes de tragedias, comienzan los escenarios del crimen. El Franco inquisidor selló su conducta como el genocidio más destacado de la España Peninsular. No tiene excusa el fascismo que pueda amortiguar el dolor ciudadano que ocasionaron. Y a José le cayó toda la persecución en vivo. Sus 25 años sufridos en los penales españoles bien certificaron el mal ocasionado en la contienda de la Guerra Civil Española de 1936-1939. En su tiempo encarcelado cultivo la cultura: estudió la lengua inglesa como uno de los ejercicios que, sin duda, le mantuvo activo durante largo tiempo.

Es duro tener que elevar este comentario sobre José, más sabiendo que su juventud quedó petrificada en el tiempo sin que le fuera posible vivir con otra idea que la de vérselas constantemente con la tortura, la escasez, la privacidad familiar, la limitada costumbre de la subsistencia y lo que en los términos carcelarios se consideraba “poder subsistir” ante la obligada circunstancia, que no era otra cosa que “el sufrimiento permanente”. Las cárceles están diseñadas para exterminar, igualmente a los idealistas como José, como a cuantos se revelaran contra el sistema fratricida de turno.

Fue entonces cuando, en mis propias carnes, fui sometido al calvario que José ya conocía desde hacía largos años, muchos, con la suerte de conocerle en situación tan asombrosa en el penal primitivo del Puerto de Santa María, Cádiz. Fue para mí todo un acontecimiento. Y comentaré que mi ingreso en aquel penal, con varias plantas subterráneas de mazmorras, diseñadas para ejercer las torturas más espeluznantes por el sistema franquista, que nunca había conocido, ni aun por lecturas desarrolladas en los libros. Mi condena fue de 20 años por ser Libertario y pertenecer a la CNT-AIT, por haber estado luchando contra el fascismo, y que debió ser cumplida la condena mientras el dictador estuviera gobernando la trágica suerte de los españoles.

José era, fue, todo Cultura Libertaria, desde las conversaciones, incluso la convivencia, cuando podía ser, por estar en celdas separadas diferentes. ¡Qué enseñanzas se viven en los Penales! Que fueron hechos para destrozar la vida de las personas allí sometidas al martirologio constante. José fue detenido cuando las luchas eran firmes, eran necesarias y tenían que prometer poder subsistir. El fascismo de aquellos tiempos era, y será, siempre lo mismo. Pueden cambiar ciertas cosas, como, por ejemplo, las cárceles, que ahora son más comedidas, más problemáticas en fugas, más dotadas de seguridad, más preparadas para impedir los conflictos sociales, más ajustadas al obligado cumplimiento de los allí sometidos a toda clase de vejaciones. Y lo dije y lo diré siempre: En las Prisiones “no hay culpables”; sólo hay víctimas de una Sociedad mal Gobernada. Pero los sistemas que diseñan las cárceles entienden que los carceleros están educados para mil cosas, aunque sólo citaré media docena para orientar las razones de su cumplimiento: los carceleros conservan el control de las llaves en todo el lugar represor; ellos, los carceleros, son quienes persiguen constantemente a los sometidos, y son quienes hacen uso de las presuntas provocaciones, siempre con el fin de saber qué hacen los presos, qué hábitos tienen, dónde suelen reunirse para pensar o meditar, que es lo mismo. El carcelero, en su propia circunstancia de vigilante, vive sin escrúpulos, porque si los tuviera, dejaría el trabajo marchándose a otro lugar donde su trabajo a desempeñar cada día dejase de ser represor. Los carceleros, nada fáciles de convencer de que al ser un trabajo así es detestable, están dotados de una brutalidad que sólo conoce la violencia como principio. Los carceleros son adiestrados para cohibir, para no respetar para impedir que sea posible opinión alguna de los allí sometidos al sistema limitador, que debiera ser de libre albedrío. Otra cosa es lo que cada cual deba defender en su lugar de responsabilidad. Y es necesario definir ciertas formas de estar en la Sociedad: A la Sociedad le sobran los carceleros pagados para reprimir, desde una orden recibida, a cambio de un salario. A la Sociedad le sobra que toda vigilancia se preste a someter, porque ya están dotados de armas oportunas para reprimir. A la Sociedad le sobra que tengan que desarrollar ciertas funciones los proxenetas. A la Sociedad le sobran los Parásitos Sociales, que suelen tener nombres y apellidos, encargados de someter, con disciplina férrea, a los ciudadanos normales, sin esas políticas devastadoras.

El caso es que José será siempre un ejemplo, que bien justifica el rechazo a toda represión. Fue él fiel resistente al reportaje de su propia vida. Sufrió las vicisitudes complejas de su familia, que le dio un hijo, a pesar de que su compañera se lo ocultó hasta su puesta en libertad, ya cumplida la larga condena. Sufrió las miserias de las cárceles, sufrió hasta ver que su vida no tenía sentido, mezclado con toda clase de misterios patológicos, sufrió la tortura, sufrió, durante más de veinte años, el calvario de las estrategias policiales, que se encargan de conocer su evolución, a pesar de estar encarcelado, sufrió tanto, que se hace incómodo y excesivo comentar su circunstancia tan sometida al sufrimiento.

Cuando la detención de José, del Comando Libertario que desde Francia llegaron a España, él y tres libertarios más, la policía de la dictadura, bloquearon toda intención; pronto se destapó la Idea, pues proyectaron terminar con Franco. Terminando este proyecto, es más, dejando sentenciada pena de muerte para el Comando (y fueron fusilados tres libertarios del Comando. Fue más tarde que se les perdonó el paso por la muerte de José y Ángel Fernández, jóvenes libertarios. El proyecto fue terminar con el Dictador: Algo que no les fue posible una vez detenidos. Y todo quedaría para el cumplimiento, en las cárceles, de esa condena, poco menos que a perpetuidad. Todo lo que sigue, después de aquella locura, no resultó jamás, con ninguno de los favores que el Código Penitenciario tiene articulado en beneficio del reo enclaustrado. Sin que importe descartar el trato, sobre todo, ante las refriegas internas de los presidios.

Y Ángel, único superviviente de aquel Comando libertario, reside su anciana circunstancia en Francia. Su vista está muy apagada, aunque su ánimo sigue vivo, junto a su propia historia, que, seguro, rememorará en el más estricto silencio.

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