Patricio Barquín Castañ

¿Qué tienen en común una aborigen belga transmutada en alemana y un miembro de la comunidad apache? Para tratar de realizar esta inverosímil conexión debo citar a uno de mis antropólogos de cabecera; hablo de Pierre Clastres y, concretamente, de su libro La sociedad contra el estado. En él, Clastres, relata, citando las memorias de Gerónimo, cómo este acabó transformando en un ¿jefe?

Resulta que los soldados mexicanos, por lo que sea, decidieron que era una buena idea montar una escabechina de mujeres y niños en una comunidad apache. Entre estos masacrados se encontraba toda la familia de Gerónimo que, legitimado por el exterminio, unió al resto de comunidades apaches en una gran alianza que arrasó la guarnición mexicana responsable del genocidio. Hasta aquí todo bastante comprensible y razonablemente normal. Gerónimo ganó un prestigio enorme como gran estratega tras conducir el ataque y la comunidad quedó plenamente satisfecha. Todos contentos salvo los muertos, claro, pero en este punto todo se empieza a torcer. Por algún motivo, al líder de la venganza, le debió de parecer insuficiente la sangría desatada contra la guarnición mexicana y creyó conveniente continuar con la expedición, ignorando el pensamiento comunal apache que daba por alcanzado el objetivo colectivo y aspiraba al reposo. El bueno del Gero perdió la cabeza hasta tal punto que se pasó la vida tratando de convencer a los suyos sobre la necesidad de continuar guerreando para apagar su sed de venganza. La comunidad, poco dada a satisfacer los caprichos individuales, especialmente de la magnitud que reclamaba el ya exjefe, no lo siguió. Pero lejos de cejar en su empeño, el apache, llegó a organizar partidas de guerra que, en el mejor de los casos, llegaron a estar integradas por tres personas, incluida él, siendo estas muy jóvenes y convencidas a través de embustes, manipulaciones y falsas promesas. Treinta años pasó el gachó intentando ser el gran jefe apache y la comunidad jamás le concedió esa “gloria”.

Parece ser que en Hollywood creyeron que esta historia no tenía el suficiente gancho como para despachar las pertinentes toneladas de palomitas y los necesarios hectolitros de refresco de cola, e inventaron una historia paralela en la que la comunidad quedaba silenciada y el Gero elevado a la categoría de héroe. Al capital, aunque sea del entretenimiento, no le gusta la historia contada desde una perspectiva comunitaria; siempre va a preferir centrar la atención sobre los individuos y los va a retratar como paladines, no vaya a ser que contando la verdad se le desmonte el chiringuito de la individualidad y caigamos en la cuenta de que detrás de las grandes hazañas no hay personas extraordinarias sino comunidades que se apoyan y generan el entorno necesario para que estas se puedan dar.

Algo más de cien años más tarde, en la comunidad belga nacieron a una persona a la que dieron en llamar Úrsula. Aunque ese nacimiento se diera en estado de gran tradición colonial, su comunidad era la del área geográfica denominada Alemania, también de larga tradición colonial. Pese a la distancia temporal, cultural y geográfica respecto de la comunidad apache, la von der Leyen comparte esas aspiraciones guerreras. Así, lejos de estar obsesionada por llegar a convertirse en una gran jefa de su comunidad, se cree ya jefa de una comunidad mucho más amplia, la europea. Úrsula cree ser jefa, pero no es guerrera. Llama a la guerra, pero no lo hace movida por una sed de venganza no apagada. De hecho, no han matado a su familia ni arrasado su pueblo. Su familia tiene una larga tradición de mando casi hereditario (no sé cuan larga es la tradición, pero a mí estas cosas del mandar siempre se me hacen largas, interminables). Lo que sí comparte con Gerónimo es esa obsesión por la guerra, aunque su finalidad tiene un carácter más económico que vengativo y, tristemente, su comunidad europea da por válido su discurso. No la hemos abandonado como abandonaron los apaches a Gerónimo, sino que se ha validado su discurso y se le ha dado la categoría de evento inevitable al asunto este de la guerra. Buena parte de la población está convencida de que la escalada bélica tendrá como resultado que nos veamos inmersos, tarde o temprano, en un conflicto armado, como gusta a los espabilados sociales denominarlo.

Parece que hemos olvidado nuestra condición de aborígenes, nuestras raíces comunitarias que nos deberían impedir ser arrastrados hacia un lugar al que no queremos ir. Un lugar en el que, como a los apaches, no se nos ha perdido nada. Entonces, ¿por qué no abandonamos a su suerte a quienes dicen gobernarnos y dirigirnos? Tal vez deberíamos aprender de los apaches o de los yanomamis que rechazaron seguir al “jefe” Fusiwe que los quería conducir a la guerra. Este, abandonado por su comunidad y presa de la cabezonería, decidió ir el sólo a la guerra y acabó acribillado por las flechas. Pues eso, que, si la Úrsula quiere guerra que vaya ella, que yo ya tengo las palomitas preparadas.

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