Encarnación García Julià

Uno de mayo de 2025. Asisto a la marcha en la capital de mi región. Es una marcha perteneciente históricamente al Movimiento Obrero, ideada en su origen como jornada reivindicativa, de lucha, y de demostración de fuerza obrera. Hemos venido personas y grupos de los municipios donde, desde hace años, no se lleva a cabo porque no existe suficiente participación. Y lo que veo aquí, y ahora, no es una tendencia en sentido inverso, es decir, un aumento en esta ciudad, que irradie hacia los pueblos, teniendo en cuenta que hablamos de un área urbana con más de medio millón de habitantes, que debería bastarse sola para engrosar y alargar una marcha de uno de mayo. No. Y lo sé porque a simple vista, en comparación a hace una década, será la mitad de lo que se juntaba aquí. He visto formarse toda la marcha desde el principio, y no hay mucho recorrido.

Decir esto puede resultar tabú, pero es un hecho que el Movimiento Obrero lleva tiempo en retroceso. Como todos los movimientos sociales en general, pues en todos los movimientos de liberación y de progreso a que nos acerquemos aparece la referencia recurrente a la necesidad de ser más en número para ejercer suficiente presión y llevar adelante las iniciativas de cambio.

La causa de la desactivación social la conocemos, y es en el centro del sistema mundial, y es en primera instancia el capitalismo de consumo y su cultura asociada. El aumento de la capacidad adquisitiva y el consumismo vienen a disuadir a l@s trabajador@s de rechazar la explotación. Se produce un fenómeno de desclasamiento y borrado de conciencia de clase por el cual nos sometemos a la superestructura política asociada, que es el parlamentarismo, con su régimen de partidos, hacia los que se canaliza el descontento, en sustitución de la acción directa popular. Es una explicación que se estudia desde hace décadas en las facultades de sociología. La Teoría Crítica (Escuela de Frankfurt), los Postmodernos, y las utopías como Un Mundo Feliz y Fahrenheit 451, nos hablan de una dictadura con apariencia de democracia, de la que resaltan los métodos de control psicológico a través del consumo material, informativo y de ocio y entretenimiento. Desde siempre, lo que más me llamó la atención de esta producción intelectual es su pesimismo, que hace que, más allá de la crítica, no se vislumbre una alternativa. Es como si estos teóricos y escritores se hubieran quedado atrapados por la fascinación de esa imagen negativa de la sociedad. Quizá también como recurso para cautivar la mente de sus lectores. El resultado es impotencia, un mensaje que se reproduce en todas partes, incluidos los movimientos sociales: “¿Qué podemos hacer? No podemos hacer nada”, como si viviéramos en una cárcel perfecta.

La seguridad y el aura de profeta que aporta un mal pronóstico se deriva de la profecía autocumplida, que es lo más fácil de acertar. Si en la creencia de que todo va a ir mal, dejamos de resistir a la inercia, sin duda, todo irá a peor. Si porque supuestamente somos impotentes, nos desmoralizamos, fomentamos un estado de parálisis social que no deberíamos normalizar. En esto, los razonamientos de todo o nada, o el querer todo de inmediato, pueden hacer mucho daño al Movimiento Libertario, y más, cuando cada vez queda menos de lo que en su día se construyó y hay que recuperar desde lo más básico. Un ejemplo de desmoralización grave a partir de razonamientos de este tipo es el interpretar las revoluciones modernas, como la francesa de 1789, como exclusivamente burguesas. Sabemos que en todas las revoluciones modernas hubo facciones populares partidarias de la supresión de los estratos sociales, e incluso ya en la Edad Media existían, como en la Antigüedad hubo revueltas de esclavos. Cuando las escuelas filosóficas hoy predominantes están teorizando sobre la democracia actual como pseudodictadura, tiene lugar muy pronto el mayo del 68, que como revolución social no cuajó por la pasividad de los sindicatos del sistema, pero que, en cambio, como revolución cultural cambió la sociedad en profundidad, y esto es así porque las revoluciones nunca fracasan, siempre dejan un poso, una pervivencia.

La mentalidad social ha ido evolucionando conforme el sistema no ha tenido más remedio que integrar reivindicaciones de los movimientos sociales para sobrevivir, a la vez que a esa impronta se une el ejemplo inspirador de las creaciones revolucionarias destruidas. Es una forma de ver la historia con esperanza. Pero, además, la idea de democracia parlamentaria, estado del bienestar y capitalismo de consumo como trampa perfecta se demuestra como falacia en cuanto al supuesto bienestar no solamente es ilusorio, sino que tampoco es definitivo. El totalitarismo encubierto en una democracia lleva consigo la deriva hacia una degradación mayor, el fascismo. Así, se demuestra como más cierta la máxima de que todo lo que no se expande se contrae, y esto lo estamos viviendo desde hace más de cuarenta años en que comienza el avance neoliberal, con la pérdida de derechos, recorte de libertades y de gasto social, privatizaciones, sindicatos y Movimiento Obrero en retroceso, desigualdad social creciente, cambio climático y destrucción ecológica…efectos todos del capitalismo, que se recrudecen cuando ya no necesita la máscara socialdemócrata, porque no hay movimiento social y, en especial obrero, que le haga frente y le obligue a ponerle en jaque, a sostener un estado del bienestar. Un estado del bienestar cuyo paternalismo lleva consigo las condiciones de su propia destrucción. El recurso al mercado o al Estado para cubrir necesidades sociales, que solamente a la sociedad corresponden, conduce a la destrucción de los vínculos y la deshumanización de los individuos. Asimismo, favorece una mentalidad de esclavos, que acepta sumisión por protección, y que cuando hay crisis, desconociendo más cultura que la del sometimiento, se pone en manos de fuerzas políticas que usan la democracia formal para desmantelarla, lo que actualmente se observa en el apoyo electoral en toda Europa y Norteamérica a los partidos populistas conservadores y ultraderechistas.

El pensar en términos de dicotomía entre socialdemocracia y neoliberalismo ya no nos sirve porque llegamos al mismo paradero por los dos caminos: degeneración autoritaria de la democracia, con gran peligro de vuelta a regímenes fascistas, crisis ecológica, crisis económica y humanitaria, guerras, epidemias, pérdida de la calidad de vida que bajo ningún concepto podemos llamar bienestar, sino malestar. Y ese malestar que está desembocando en trastornos mentales como ansiedad y depresión y en aumento de suicidios en nuestras sociedades, significa que estas condiciones son insostenibles. Entonces, el problema no es que el sistema sea perfecto y la gente esté contenta con él; el problema es canalizar el descontento, contrarrestando la propaganda fascista que se nos viene encima. Con la confianza en que la mentira tiene las patas muy cortas, y en el materialismo, en que la conciencia puede modificar la realidad material, pero no en contra de las leyes de la materia de la que todos estamos hechos, lo que hace que el mentalismo capitalista esté condenado al fracaso.

Vamos a lo que no se ve en el primero de mayo, a los que no están. A ellos necesitamos dirigirnos desde fuera de las organizaciones si no nos es posible desde dentro de ellas, lo que significa quitarse el lastre de la idea de que lo que se haga desde fuera no es ético, y aceptar la lógica de que la lucha transversal es complementaria. Crear base social para el Movimiento Libertario y sus organizaciones, se hace empezando por poco, por prácticas de solidaridad, de cultura asamblearia, desde valores universales, y en luchas básicas y pequeñas, con mucha paciencia. Concienciando acerca de la memoria, para que se aprenda a temer y no desear lo que es una dictadura de verdad, al tiempo que se instruye acerca de la utopía positiva (una democracia asamblearia y autogestionaria). Es un trabajo duro, pero no se puede procrastinar bajo la idea de que los engaños del sistema son invencibles y no se puede hacer nada frente a la crisis que está vaciando el Movimiento Obrero, como el social en general. Si este escrito está equivocado en lo que propone, espero que alguna aportación lo conteste. Pienso que, ante todo, la Cultura es prioritaria y que hay que impulsarla por todos los espacios disponibles, y por diferentes medios, generalistas, o más específicos del anarquismo, como el Orto.

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