Patricio Barquín Castañ – La Sindical de Fraga (adherida a la AIT

No hay nada más tierno que ver a la progresía lanzar espumarajos por la boca contra “el circo”; y no, no se refieren a esos espectáculos ambulantes que plantaban una desgastada lona de colores apagados, aunque pretendían ser alegres, y se pegaban un curro de narices tratando se sobrevivir a cuenta del duro arte de llevar el entretenimiento a la tierna infancia que habitábamos pueblos y ciudades. El circo del que abomina la progresía es otro.

Sin meterme en disquisiciones sobre la validez de la obra de Juvenal, a quien, por otra parte, admiro por haber sido capaz, sin querer, de, a través de su fino humor, convertirse en una extraña influencia para estudiosos de la Antigua Roma (más que admiración me da un pelín de envidia, de la cochina); ni ser categórico en cuanto a la interpretación que han hecho a lo largo de las diferentes culturas del poder que hemos sufrido desde entonces; lo cierto es que a día de hoy tenemos la interpretación que tenemos de la dichosa frasecita que no, no dijo ningún emperador romano, ni, por supuesto, ningún estadista de la época.

Pese a todo ello, se repite hasta la náusea (con un tono de superioridad moral) aquello de que el pueblo está agilipollado perdido porque le dan, ahora sí, “pan y circo”.

Cierto es que el pan, dicho así, en los tiempos que corren, se queda un poco cojo en la acepción.  Si bien antes contábamos con barra, pan redondo, pan sin sal (si la salud no acompañaba) y poco más; hablar de pan en estos tiempos se ha vuelto harto complicado. Porque el pan actual es, ¿cómo decirlo?, ¿fluido? Conviene afinar un poco más sobre si lleva semillas de chia, multicereales y semillas, kamut, centeno o cualquiera de las variantes gentrificantes del pan moderno.

Pero abandonemos al pan, que bastante tiene con lo suyo, y volvamos al circo y a los espumarajos progres. Cuando las personas bien pensantes abominan del circo y, acto seguido, señalan al fútbol (sinónimo de circo) como uno de los grandes males del aborregamiento generalizado de las masas, juro que tengo ganas de darles un abrazo tierno, un par de besitos y consuelo a base de suaves palmaditas al tiempo que canturreo eaea.

El fútbol es el deporte y el espectáculo más popular y practicado de nuestra sociedad desde hace bastantes años y que, dicho sea de paso, tenía unas raíces ácratas y obreras bastante interesantes. Puesto que tiene esa dimensión tan extensa y que sufrimos el capitalismo, como no podía ser de otra manera, el fútbol espectáculo se ha transformado en un negocio que maneja unas grandes cantidades de dinero, influencias y poder. Esta faceta del balompié va acompañada de una cultura en la que se retuercen determinados valores, como el sentimiento de pertenencia, para transformar en mercancía a las personas que trabajan en él, impidiéndoles pelear por sus derechos laborales (aunque sean unos trabajadores privilegiados) y dejarlas a merced de los fondos de inversión y de las directivas de los clubes. Así que sí, el fútbol se ha convertido en un negocio, al igual que cualquier otro deporte, arte, espectáculo o lo que sea que toque el rey capital con sus sucias manos.

Debo confesar (a estas alturas de artículo me parece lo adecuado) que mi afición al fútbol llegó, como en el libro de Luis Landero, en la edad tardía. Hará poco más de una década que sigo el espectáculo del fútbol y no me siento apartado de mi compromiso social, ni noto que haya perdido mi capacidad para mostrarme crítico con la sociedad en la que vivo. Tampoco creo que haya mermado mi acción para transformar el mundo en algo mejor. Pero yo no soy como Luis XIV que afirmaba aquello de “el Estado soy yo”, es decir, “el ser humano no soy yo”, tan sólo soy una infinitésima parte de lo que representa la humanidad. Así que mi caso no puede ser visto como algo generalizado ni lo pretendo. Haremos otra cosa, vamos a plantear unas preguntas y a tratar de responderlas:

– ¿Es en realidad el fútbol el causante de que la sociedad no esté lo suficientemente implicada en la política? ¡Menuda pregunta!

– ¿Qué es la vida política? -Esta me gusta un poco más.

– Y el circo, ¿qué es? ¿Y realmente nos aparta de la dichosa vida política?

Por lo que respecta a la primera pregunta, trato de imaginar una sociedad en la que no existiera el fútbol y no consigo que me cuadren los números para que me dé como resultado una implicación del común de las gentes en esto de la conciencia y las ganas de cambiar el mundo hacia un lugar donde valga la pena vivir. No alcanzo a entender, por más que lo intente, cómo es posible que ver una formación cuatro, tres, tres o una cuatro, dos, tres, uno con su ataque constante y casi suicida, o una aburridísima y defensiva cuatro, cuatro, dos con sus debilidades en forma de cuadrados, te quite las ganas de reclamar justicia social.

La segunda cuestión, me obliga a definir la vida política, que no es aquello que sucede en los parlamentos, senados ni plenos. Tampoco es una batalla dialéctica de la que salir vencedor por la gran cantidad de argumentos que cada quién es capaz de verter. En realidad, la vida política es la capacidad que tenemos para organizarnos de forma horizontal para practicar un modelo social que nos gustaría que fuera generalizado, y estas organizaciones pueden ser múltiples y variadas: sindicatos, asociaciones de vecinos, grupos de afinidad, grupos de consumo, grupos de trabajo comunitario, agrupaciones de terapias colectivas, etc. En definitiva, cualquier acción que trascienda lo individual. Porque si no trasciende lo individual, probablemente no sea más que expresar una opinión y eso, aparte de entretener las noches de verano frente a una jarra de cerveza, tiene poco recorrido.

En cuanto al circo, eso sí que lo tengo claro. El circo es lo que sucede en los parlamentos, senados, plenos, etc. Ese es el lugar donde los mejores cómicos de la historia se dedican a lanzarse zascas, frases subidas de tono, faltas de respeto, etc. Y quienes afirman que el circo se encuentra en otros lugares es porque todavía no han sido capaces de comprender que las injusticias no van a ser resueltas por delegación. O sea, que entiendo que la progresía, de la que hablaba al principio, cuando señala al fútbol como el virus del aborregamiento, olvidan que la política representativa-electoral es la que despliega todo un espectáculo sin sentido al tiempo que ellos, los progres, reclaman votar a tal o cual partido político en función del espectáculo que han ofrecido durante sus apariciones públicas y por un supuesto, aunque no demostrable, sesgo de izquierdas. Vamos, que es lo más parecido a un reality show en el que se te permite votar y disfrutar de la función sin participar un ápice en ella. Ese es el circo que nos anula, el que nos lleva a delegar y a convertirnos en seres incapaces de tomar las riendas de nuestras vidas.

Entender que los cambios sociales dependen de nosotrxs mismxs es el primer paso para que ese cambio se produzca y para que se produzca no es necesario salir a la calle ondeando banderas a pecho descubierto, ni asaltar el palacio de invierno. Por múltiples razones no parece lo más acertado un choque frontal con la organización criminal mejor armada del mundo: los estados. Así que, probablemente, lo más efectivo sea trabajar en modelos de organización social que nos permitan comprender como nos manejaríamos en una sociedad sin estado, en una sociedad en la que no tengo muy claro si sería necesario deshacerse de esos políticos que resultan tan graciosos. Tal vez, como escribía David Graeber (Fragmentos de Antropología Anarquista), es más necesario centrarnos en la construcción de esa sociedad desligada de las ataduras del poder mientras contemplamos el circo político, como quien ve a los payasos de aquel recinto de la lona descolorida. Estoy convencido de que esa es la mejor forma de avanzar lentamente, pero firmes, por el camino que nos hemos propuesto construir.

Claro, tampoco soy tan estúpido como para no saber que cuando el poder se dé cuenta de que ya no les hacemos caso, de que solamente son necesarios para el divertimento del pueblo, se alzarán en cólera divina contra aquello que hayamos sido capaces de construir, pero, confío que, cuando llegue ese momento, nuestras construcciones sociales sean tan sólidas y tengan tantos apoyos que ya no serán capaces de destruirlas y que seremos lo suficientemente fuertes como para no tener que parar de reír y de amarnos pese a todo lo que nos ha tocado y nos tocará vivir.

Salud y amor fraterno

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