Bruno Servet
Como escribía en las últimas líneas de la anterior entrega sobre el Cristianismo radical, de Juan José Tamayo, hay varios aspectos que, abiertamente, disienten con la línea oficial de la jerarquía de la ICAR, y va a ser sobre algunos de ellos sobre la que va a transitar esta nueva aportación. Como muy bien afirma en el prólogo, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación, el sacerdote franciscano Genésio Darci Boff,, conocido como Leonardo Boff (sacerdote casado con Márcia Monteiro de Silva Miranda y franciscano durante muchos años, filósofo, escritor, profesor y ecologista), basta con enumerar los apartados que conforman el libro, que trata sobre las actividades del cristianismo actual, para tener una visión global de por dónde transcurre lo que el teólogo palentino quiere que se tenga en cuenta. Es un libro lleno de erudición bíblica y evangélica. Los aspectos que resalta Boff,, y que sobre algunos de ellos escribiré más adelante, son los siguientes: el cristianismo liberador en la lucha contra la pobreza; cristianismo alterglobalizador; cristianismo desde una perspectiva feminista; cristianismo ecológico; cristianismo intercultural e interreligioso; cristianismo contra-hegemónico; cristianismo pacifista; cristianismo hospitalario como respuesta a la xenofobia; cristianismo desde una perspectiva utópica; cristianismo en un mundo irreligioso y resistencia política bajo la guía del teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer; cristianismo secular; cristianismo no dogmático; cristianismo compasivo con las víctimas; cristianismo simbólico y cristianismo indignado, Leonardo Boff, es doctor en Teología y Filosofía por la Universidad de Múnich, Alemania. Según Boff, lo escrito anteriormente es el resumen de la perspectiva de fondo que identifica todo el libro: “El movimiento de Jesús no se caracterizó por aceptar una doctrina abstracta o un código moral rígido y represivo, sino por el seguimiento de Jesús y el anuncio del Reino con hechos y palabras. Los movimientos cristianos proféticos y utópicos en la historia del cristianismo no se guían por dogmas aprobados en concilios, sino por la práctica de la vida evangélica”.

En estos momentos que los capitalistas rigen de manera directa y obscena los destinos de los Estados Unidos de América del Norte, veamos que dice Tamayo al respecto de la riqueza y la pobreza en el planeta. En el capítulo 2º, su apartado 1, empieza con un muy esclarecedor título: Complicidad del cristianismo en la existencia de la pobreza. Dicho apartado empieza con estas palabras: “El cristianismo histórico ha sido cómplice de la existencia de la pobreza y de los pobres al interpretar incorrectamente la afirmación de Jesús “a los pobres los tendréis siempre con vosotros” y ha legitimado el abismo creciente entre ricos y pobres como algo perteneciente a la naturaleza humana e incluso como expresión de la voluntad divina””. Y continúa diciendo, “el cristianismo ha defendido el gran teatro del mundo en el que pobres y ricos debían asumir su estado y representar su papel como condición necesaria para conseguir la salvación en la otra vida: los pobres aceptando su situación resignadamente y recibiendo agradecidamente las limosnas de los ricos; los ricos, administrando correctamente los bienes que Dios le había dispensado y socorriendo con limosnas a las personas en estado de necesidad”.
Después trae a colación lo que se reflejó en el documento sobre “La pobreza de la Iglesia” de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en la ciudad colombiana de Medellín en 1968. En él se refleja el contraste entre dos punzantes realidades, por una parte: “el contexto de pobreza y aun de miseria en que vive la inmensa mayoría del pueblo latinoamericano”, que “carece de lo indispensable y se debate entre la angustia y la incertidumbre”; por otra, el sentimiento que tienen los pobres de que “sus obispos o sus párrocos y religiosos no se identifican realmente con ellos, con sus problemas y sus angustias”. En el apartado 7, Tamayo habla también de la pobreza, pero esta vez trae a la palestra la figura del sacerdote claretiano Pedro Casaldáliga Plá, profeta, místico, poeta y obispo de Sâo Felix do Araguaia (Mato Grosso, -Amazonía- Brasil); dicho sacerdote nació en la población catalana de Balsareny, provincia de Barcelona, y ha estado siempre vinculado a la Teología de la Liberación. En un poema describe su estilo de vida, el poema lleva por título “Pobreza evangélica”: No tener nada/ No llevar nada/ No poder nada/ No pedir nada/ Y, de pasada, no matar nada/ No callar nada/ Solamente el Evangelio, como una faca afilada/ Y el llanto y la risa en la mirada/ Y la mano extendida y apretada/ Y la vida, a caballo dada/ y este sol y estos ríos y esta tierra comprada/ por testigos de la Revolución ya estallada/ ¡Y mais nada!
En el capítulo 7: Cristianismo contrahegemónico, en sus 5 apartados desarrolla el autor uno de los aspectos más conflictivos del cristianismo con relación al conjunto de la sociedad, a lo largo de su bimilenaria historia, y que por lo que se intuye no tiene visos de cambio alguno, es decir, su alianza con el poder terrenal, cuando su reino no es de este mundo, según ellos mismos predican; pero claro, una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. He aquí algunos de los hechos más significativos de esta alianza entre Trono y Altar. Durante sus más de dos mil años de turbulenta historia, el cristianismo ha pactado con los imperios en contra del pueblo y ha establecido alianzas con quienes, en cada momento han tenido el poder tanto político como económico. Y lo más grave es que ha identificado el reino de Dios con los Imperios, como si éstos fueran su más perfecta realización histórica. Y ello, como respuesta de agradecimiento por los privilegios y las prebendas que recibía del Imperio, en primer lugar del romano y después de los sucesivos imperios que se han constituido a lo largo y ancho del planeta Tierra.
La cosa empezó con el giro que dio el emperador Constantino I, el Grande, año 313, con la identificación, por conveniencia política, entre el reino de Dios y el Imperio, y que tuvo al historiador y teólogo Eusebio de Cesarea como su principal valedor ideológico, y a Teodosio el Grande, como el emperador que llevó a término en el año 380 con su Edicto de Tesalónica, que el cristianismo del primer Concilio en Nicea (año 325), convocado contra la “herejía “ del obispo Arrio (arrianismo), se convirtiera en la religión oficial del Imperio romano. Desde entonces hasta el día de hoy, esa alianza no se ha roto en ningún momento, ni aun con la llegada del nazismo alemán y su Segunda Guerra Mundial, ya que Pio XII no tuvo inconveniente alguno en bendecir los tanques de la Alemania de Hitler.
Eusebio de Cesarea identificaba al reino de Dios, el Imperio y la Iglesia. Su razonamiento era: con la conversión de los emperadores romanos al cristianismo, el reino de Dios baja a la tierra y se encarna en el Imperio romano. Constantino I convierte la unidad religiosa, en torno al cristianismo, en la base de la unidad política y apoya a la Iglesia en la formulación dogmática de la fe y en la persecución de las herejías. Ya en el año 315, en las monedas romanas aparecen signos cristianos: el monograma de Cristo, entre otros. El emperador pasa a ser “igual a los apóstoles”, y se convierte en Pontifex Máximus, y pasa a ejercer como tal en la Iglesia. Se le reconoce carácter sagrado y tenido como líder del pueblo cristiano, como nuevo Moisés y nuevo David. Interviene en los asuntos religiosos cuando se pone en peligro el orden imperial, como pasó con la crisis arriana. Esta fue una de más graves perversiones del cristianismo, que comenzó su breve andadura como religión marginal y anti imperial y desembocó en la legitimación de los imperios. Por lo tanto, en conformidad con sus orígenes, el cristianismo tiene que cambiar la tendencia legitimadora de los poderes hegemónicos y cuestionar la fuerza destructora de los imperios. En ningún caso puede utilizar el nombre de Dios para ponerlo al servicio de los intereses imperiales. Siguiendo esa línea de pensamiento, quedarían fuera del Reino los dirigentes políticos y religiosos, y los ricos que oprimen al pueblo. Como nos suena, a los españoles y españolas aquello de “caudillo de España por la gracia de Dios”, que tuvimos que sufrir durante décadas.
El libro, en su capítulo 16 y último, lleva por título: Cristianismo indignado. En él desarrolla sus propuestas, que la ICAR tendría que tener en cuenta a la hora de ejercer su magisterio, en las nuevas coordenadas históricas de su transitar cotidiano por la realidad social actual, no ignorar que dentro y fuera de la Iglesia las personas están: 1) Indignados con la religión oficial. 2) Indignados con las autoridades religiosas. 3) Indignados con el poder económico y su acumulación de bienes. 4) Indignados con el poder político. 5) Indignados con el Patriarcado, y finalmente 6) Indignados con el mismo Dios.
Tamayo (de tendencia marxista)) termina su libro con un Punto y Seguido, en el que menciona una cita de la Tesis 11 de Marx sobre el filósofo alemán, antropólogo, biólogo y crítico de la Religión, Luwig Andreas Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Es un varapalo, en toda regla, a la tozudez de la ICAR, que se mantiene en su dogmatismo religioso. Enuncio aquí sólo en nombre de los 21 apartados de que consta: desdogmatizar el cristianismo, desjerarquizar el cristianismo, desclericalizar cristianismo y sus ministerios, despatriarcalizar la divinidad, desandro-centralizar la teología cristiana, desmasculinizar la moral, crear comunidades igualitarias fraterno-sororales, descreer las credulidades, desprivatizar la experiencia religiosa, descoloniza la teología cristiana, deseclesiastizar el cristianismo, descapitalizar el cristianismo, desmercantilizar el cristianismo, ecologizar el cristianismo, humanizar a Dios, heretizar la teología, descolonizar la Iglesia cristiana, democratizar el cristianismo, considerar la compasión como principio teológico, para que sea el fundamento de la ética y la práctica de la solidaridad con las víctimas, devolver la utopía al cristianismo, mantener sinergias con los movimientos sociales, practicar el diálogo. Y Juan José Tamayo, teólogo valiente, termina su interesante libro con unas rotundas palabras, como conclusión de todo lo expuesto en su Cristianismo Radical, dicen así: “Si el cristianismo quiere ser históricamente significativo y contribuir a la defensa de la dignidad y los derechos de la naturaleza depredada y de las personas a quienes se les niega, debe ser polícromo, es decir, compaginar el rojo del compromiso con la justicia, el verde de la ecología , el violeta del feminismo, el blanco de la paz y el arcoíris como la bandera del LGTBI+. En otras palabras, debe ser, sin ningún lugar a dudas, un cristianismo inclusivo-eco-igualitario-fraterno-sororal”. Y yo afirmo: ¡Qué alejado todo ello de la práctica diaria de la cavernícola ICAR!