Pedro García
Son varias las razones que inducen a pensar en la irracional tendencia de nuestro tiempo a globalizar y clonar las personas y sus pensamientos cuando estas personas puedan ser un obstáculo para sus fines e intenciones, que no son otros finalmente que los materiales. El hecho de querer aglutinar a todo un mosaico de mentalidades y opiniones en una sola mente es un viejísimo deseo de legendarios dictadores cubiertos, afortunadamente, por la tierra. Si por clonación se puede entender la igualación de las personas y de las cosas, parece ser que lo más apremiante son, principalmente, las necesidades de las personas. Lo deseable sería que este portento de la ciencia fuese aplicado inmediatamente a la clonación de las riquezas de la tierra, para que así todo habitante de ella disfrutara de las delicias de la igualdad practicada.
Por otra parte, en otro tiempo se distinguió este pueblo nuestro por su gran riqueza plural de mentes diversas, unas de otras, en las cuales cada identidad se aferraba a sus criterios razonados. Ello permitió, sin duda, la floración de una diversidad y riqueza del pensamiento humano, en el sentido del progreso, jamás conseguido antes por culpa de las viejas cadenas del lastre religioso.
Esta abundancia de personas de diferentes criterios se extendió en el campo de la lucha por la verdadera superación de la condición humana y el abandono de los viejos grilletes, por alzarse del terreno pantanoso de siempre, y por querer ser mejor, más humano y justo. La avanzada máxima de este sendero de libertad fue encabezada, sin lugar a duda, por el Movimiento Libertario. Fueron los hijos de la Libertad los soñadores de hermosos sueños que poco tiempo después fueron, en su mayoría, realidad, sueños concebidos por mentes libres y generosas, mentes diversas porque diversa es la Naturaleza, y de ella siempre se consideraron sus hijos.
El respeto que siempre profesaron a la suprema madre fue justo y sensato. Empezaron no solo con las palabras, sino también con los hechos: La conciencia de ser dueños absolutos de sus cuerpos imponía la responsabilidad y el respeto hacia ellos, lo que llevaba implícito el no dañar con ninguna sustancia nociva su propio cuerpo. Separaron para siempre los vicios perniciosos que encadenan los cuerpos y las mentes para poder ser más libres, y defendieron, durante toda su vida, la libertad de los demás tanto como la suya propia. El que escribe estas líneas tuvo la oportunidad de oírlos decir muchas veces “El hombre no se muere, el hombre se mata”. Tenían razón al decirlo, pues no es lo mismo morir porque tu hayas acortado tu vida, a morir porque te lo exija tu naturaleza.
Toda esas concepciones de vivir y de comportarse en el paso de nuestra existencia por este mundo fue posible gracias a la diversidad de las mentes libres, y porque entre millones de flores variadas siempre se hallarán miles de ellas que son hermosas y diversas. Pero lo que es imposible es hallar flores diversas cuando todas son iguales. La suicida tendencia a la creación de la uniformidad de las personas se impone cada día. No se desiste en que todas las personas sean convenientemente iguales, y ello nos induce a pensar que siendo todo armoniosamente igual, es la mejor manera de poder dominar a todas las masas. Cuántas pruebas son necesarias para poder razonar y demostrar que de la uniformidad nace la sumisión, y de la sumisión el dominio.
¿O es que acaso no lo hemos visto mil veces al ver desfilar los ejércitos de todo el mundo, con esas tristes figuras geométricas humanas en formaciones militares? El imponer a la naturaleza que todas las flores de la tierra tengan que ser rosas, es una sublime barbaridad y un atentado a la dignidad humana.
Nuestra madre naturaleza será siempre generosa y variada e inmensamente rica, pues a todos nos ha dado algo. Con auténticas razones nuestra madre nos dice que es un gran error el querer uniformar todo, es, sin duda, una vieja intención de los eternos salvadores de naciones y pueblos, ellos quieren eliminar al ser humano libre cortándole las alas del pensamiento para que no pueda volar y robarle los sueños para que no pueda soñar.
Pretenden convertir todos los hogares, donde se alberga la vida, en uniformados cuarteles donde nadie tenga derecho a ser diverso, a discrepar, a soñar, a ser dueño de su cuerpo y su conciencia. La repugnante tendencia a obligarte cada día a hacer lo que ellos dicen que es mejor para todos, lo que consideran ellos que a ti tanto te conviene nos demuestra una clara mala intención. Con mil sutiles, pero directas palabras, nos indican nuestro deber de ciudadanos a votar, aunque nuestras entendederas demuestren por una parte su inutilidad y, por la otra, el tener que ser un colaborador de seguros delincuentes.
Habiéndose uno alimentado toda su vida con el pan más inmaculado y limpio del mundo, pan que amasa el sudor de los trabajadores, nos obligan a justificar y aprobar las grandes pérdidas de derechos laborales adquiridos en innumerables luchas obreras. Nos obligan a aceptar miserables condiciones de trabajo que repugnarían a los viejos compañeros y compañeras ya desaparecidos. Todo debe de ser sometido al bien común y a la paz social, al candor de los corderos.
El bien uniformado tiene su hogar en este país, que fue un día tierra de progreso y rebeldía. Observar desde lo alto mi ciudad se me representa como un inmenso cuartel en el que cada casa es un cuarto de dicho recinto, y sus pobladores son uniformados y obedientes soldados que niegan el verbo Ser.