Patricio Barquín Castañ

Tómese el título de este humilde artículo como un homenaje a aquel maravilloso folleto que escribió el bueno de Errico Malatesta allá por el año 1890. Quede claro que soy plenamente consciente de que mis pensamientos, hilvanados en forma de escritura, no llegan, ni con mucho, a la claridad y profundidad de pensamiento del anarquista italiano. También quería puntualizar que no pretendo escribir una proclama más sobre el abstencionismo que promulgamos desde el anarquismo, más bien, y espero conseguirlo, pretendo con los ánimos más calmados, después del tiempo transcurrido desde la última convocatoria de elecciones, explicar aquello que sucede durante los procesos electorales y la trascendencia que tienen o pueden llegar a tener en nuestras relaciones sociales y activistas.

Obviamente, que decida no hacer proclamas abstencionistas tampoco me va a llevar a hacer llamamientos a participar en los citados “procesos”, sea en forma de voto más o menos ideologizado, voto útil, voto inútil (por contraposición), voto cansino, voto cautivo o el que se ejerce con la nariz tapada y la conciencia de echar una hez por la hendidura de la urna. Espero no haberme dejado ninguno.

Breve análisis de la democracia en la Historia

Parece haber cierto consenso en la creencia de que la democracia tiene sus orígenes en la antigua Grecia, y también existe cierto consenso en afirmar que, pese a la elección de los representantes por sorteo y al asamblearismo del que revestían el sistema los antiguos griegos, este distaba mucho de poderse denominar democracia, cosa que, a mi modo de ver, resulta errónea puesto que no deja de mostrar semejanzas con la evolución que ha tenido este sistema. Pero no quiero adelantarme a los acontecimientos.

Vale, es cierto que los orígenes griegos tienen más que ver con la etimología que con la organización, ya que hubo experiencias similares en India y otros lugares del mundo, pero ya se sabe que el occidentalismo siempre lleva el agua a su alberca, y de todos modos el sentido de lo que quiero decir creo que no se va a perder por este pequeño desliz.

Más adelante, y siguiendo con la corriente occidentalista de la historia, Roma también hizo sus pinitos democráticos durante la República, pero lo que realmente fue la primera piedra, como esa primera piedra que pone un político agradecido o esa piedra en el zapato que no te deja caminar, de este edificio fue la Revolución Francesa, que trajo consigo los mimbres definitivos de lo que sería la democracia burguesa. Llamada así porque la revolución, finalmente, fue usurpada por la burguesía y acabó imponiendo un sistema ideado por la propia clase burguesa.

Así, revolución mediante, industrialización y capitalismo campante, llegamos hasta nuestros días en que, según el relato oficial, nos hallaríamos al final de la historia. Ese momento en que ya hemos alcanzado el cénit y no podemos tener un sistema mejor, no como sucedía con las monarquías absolutas, que veían las democracias como una suerte de caos y desorden, ¿nos suena de algo?

Bien, la realidad es que todo este supuesto avance de la democracia es, únicamente, una evolución, y una evolución no es necesariamente una mejora, ya que la democracia. en sus diferentes épocas históricas. tiene un problema gravísimo, que es que en todos los casos hay una oligarquía (como decía Felipe González) o una casta (como sinonimizó Pablo Iglesias, el nuevo) que gobierna. En Atenas eran la minoría de hombres, no mujeres, libres, no esclavos, los que tomaban las decisiones sobre el resto de los habitantes. En las democracias actuales son los representantes de las diferentes cámaras, la minoría de la población, los que deciden sobre el común de las gentes, la mayoría de la población. Pero todo esto me preocupa hasta cierto punto, ya que no es la clase dominante la llamada a mejorar las cosas, ni a tener el don de la representatividad de nada ni nadie.

Hasta aquí el apunte histórico. Vamos con la antropología

Un análisis frío y con cierta distancia de lo que sucede durante los procesos electorales actuales nos   plantará ante un panorama de confrontación y odio que impiden que se desencadene una revolución social. Y digo esto, que puede sonar tan grandilocuente, porque esa confrontación teatralizada de los políticos en campaña trasciende y desciende hasta el común de las gentes impidiendo el acercamiento de las personas y la transversalidad. Sitúa a cada uno en su propia trinchera ideológica cavada por el propio sistema. Categoriza y etiqueta a cada uno según su acercamiento a tal o cual partido o a tal o cual candidato. Impide, en definitiva, el trato humano que nos debiera caracterizar como especie. Impide la resolución de problemas desde el diálogo sosegado, el consenso a través de la disidencia y la visión del otro como persona humana. En fin, se trata de lo más parecido a unos hinchas de fútbol enfurecidos o unos fanáticos religiosos (valga la redundancia). Siendo, con todo, los futbolísticos los menos trascendentes y pese a ello los más parecidos, ya que está en juego quien sale ganador de la partida.

La revolución social, sin profundizar demasiado en ella, es esa situación que se da cuando colectivamente se cuestionan las normas del juego desde la radicalidad, desde la raíz de todo cuanto nos acontece. Y se da cuando se desmorona el sentido común (el sentido común es el sentido del sistema que te envuelve, no se trata de un modo de pensar innato en la persona humana. Pero de esto tal vez hable en otro artículo). Por citar un ejemplo que viví en primera persona, y cada quien estoy seguro que habrá vivido momentos similares a lo largo de su vida o los vivirá o los volveremos a vivir y tal vez esta vez los ganemos. Decía que, por citar un ejemplo de revolución social y próxima en el tiempo, aunque breve, hablaré del llamado 15M. Ese momento en que, más allá de las plazas, el pensamiento se tornó sosegado y reflexivo, y ese momento en el que, independientemente de ideologías, había consenso entre las gentes comunes en lo que se refiere a la humanidad que debía abarcarlo todo. Se hablaba y se escuchaba sobre temas de lo más variopinto y se consensuaban posturas que en tiempo de elecciones pueden parecer irreconciliables. Desahucios, pensiones, paro, sistema político, sistema económico… Todo tenía cabida de repente en cualquier conversación. ¡Eso es la revolución social! Y eso es lo que está vetado en los sistemas llamados democráticos, porque cuando el pueblo es capaz de reflexionar colectivamente se torna peligroso para el Poder. Y cuando el pensamiento lo transforma en acción es absolutamente imparable.

Por todo ello es por lo que el sistema llamado democrático es tan perjudicial para el desarrollo de las personas, del pensamiento y de la humanidad. No se trata de que la abstención va a solucionar los problemas, es más bien un posicionamiento alejado de las trincheras ideológicas. Es, de hecho, un acto de acercamiento al otro, un intento de hacerle subir la escalera de la trinchera para que salga y nos podamos fundir en un abrazo disidente, radical y lleno de amor fraterno. No estamos mostrándonos como superiores, ni nos creemos que estamos por encima de nadie, al contrario, tratamos de romper las cadenas que nos atenazan a todxs para poder dar el primer paso que nos permita construir una sociedad en la que todo el mundo sea guía de su propio destino y partícipe de su propia vida.

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