Valentín Montané
84 años he vivido fuera del pueblecito que me vio nacer, fue una larga existencia lejos del terruño. Conservo en el corazón el respecto a nuestros padres y el recuerdo de los años en que el pueblo de Ginestar vivió la experiencia revolucionaria. Eso hizo mella en mi concepción de la vida. En mi existencia, he procurado dar de mi lo que podía para mantener en pie los principios por los cuales lucharon nuestros predecesores. Creo haber cumplido. No pretendo tener derecho a juzgar mi comportamiento.
He aquí que vuelo por el aire para hacer un viaje al terruño de toda o parte de la familia, hijos y nietos. Al principio no me vi con coraje. Pero mis queridos hijos y nietos no tuvieron que esforzarme mucho para convencerme. Y ya me tienes en el TGV dirección de Barcelona, el 30 de abril de 2022. Se contactó con la señora Antonia, en Cambrils, para nos reservara un piso. Fue el mismo piso que ocupamos en 2004 con mi querida compañera Alba, que nos dejó para siempre en 2021. La primera vez pasamos ahí quince días, en el mes de septiembre. Durante diez años, Cambrils es el lugar a donde íbamos a pasar quince días, cerca de la playa, a pocos kilómetros de Reus, pueblo nativo de Alba, y no muy alejado de Ginestar.
En Ginestar estaba la casa familiar, a donde íbamos de vacaciones, con hijos y nietos, desde 1976 hasta el año 2003, cuando decidimos venderla. No obstante, todos los años, hasta el 2014, íbamos de visita para ver a familiares y amigos, que siempre nos acogieron bien.
Volviendo a nuestro viaje. Este regreso fue más rápido que el éxodo de 1938. El TGV, en 7 horas, nos llevó a Barcelona. Conmigo viajan dos nietas mías. Allí nos esperaba otra nieta, instalada en la capital catalana desde hace 6 o 7 años. Con su coche nos lleva a Cambrils y los cuatro nos presentamos en casa de la señora Antonia. Ella y yo nos emocionamos, pensando en nuestros queridos desaparecidos. Ella también se quedó viuda hacia cuatro años.
Al día siguiente llegó uno de mis hijos, con su hijo y su nuera. Ellos habían encontrado por internet un piso de tres niveles en el paseo marítimo, formidable residencia. También llegó mi hija con su hijo, que escogieron, para residir, un móvil-home del camping. Como el tiempo se mantenía muy suave, pudieron disfrutar los jóvenes de un mar en calma y del sol que acompañaba la delicia del encuentro en la playa.
Juntos, fuimos a Miravet. Subimos al castillo, obra de los árabes y utilizado más tarde por los templarios. Hace años que se emprendieron obras de restauración. Cuando fuimos la primera vez, en 1976, era una ruina. Hoy en día tiene otro aspecto y las visitas representan un ingreso para el municipio. El pueblo de Miravet vio nacer a Roque Llop, amigo y compañero, con el cual hemos convivido y compartido actividades durante muchos años, desde 1949, en que llegué a París, hasta el final de su vida, en 1997. Detalle muy valioso, el pueblo de Miravet ha dado el nombre de Roque Llop i Convalia a una escuela pública. Cuando falleció Roque, notamos un gran vacío en nuestro local confederal de París. Al día siguiente, después de una buena comida en el Molí de Xím, restaurante de Miravet, nos dirigimos a Benifallet a visitar a nuestra amiga Cinta, compañera de Josep Salaet. Juntos vivieron en Perpigñan unos años. Allí mantuvieron relaciones con la Organización. Hace unos meses, Cinta se cayó por la escalera. Ese accidente le hubiera podido ser fatal. Pero una caída así, a nuestras edades, siempre deja secuelas y se la ve debilitada físicamente. Moralmente se mantiene animada y al hablar no ha cambiado su expresión, muy amena. Después de nuestro regreso a Francia, por teléfono, me enteré de su hospitalización, que duro más de un mes. Salió de su hospitalización y, en otra ocasión, me dijo que iba a hacer un viaje a Canarias. Parecía que se sentía animada. Desgraciadamente regresó con un resfriado que no pudo curarse. La ingresaron de nuevo en el hospital de Tortosa y allí dejó de existir con 96 años. Al recibir la triste noticia sentí como una mazada y me senté. Manifesté a su sobrina mi profundo pésame. Guardando de Cinta hasta mi último suspiro el recuerdo de su tan gran simpatía y solidaridad.
Este viaje me permitió verla y demostrarle con mi presencia, y la de mis familiares, nuestro profundo aprecio. El Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montsen de Balona, está en contacto con la familia de Cinta para ir a recuperar la valiosa biblioteca que tenía montada el compañero Josep Salaet. Mi hijo y nietos quedaron muy satisfechos de la visita que hicimos. También el viaje me ha permitido, una vez más, pasar un momento agradable con el compañero Rafa, que nos vino a ver sólo. Su compañera Alicia no pudo acompañarle. Los años que íbamos juntos con mi querida Alba nos venían a visitar los dos casi cada vez.
Otra visita memorable que hicimos fue a la familia de Mora d’Ebre, primos por parte de la hermana de mi padre. Nos acogieron de forma muy calurosa y pasamos una tarde agradable, con una merienda cena muy animada. En el curso de esta reunión, un hijo de mi prima, por primera vez en los múltiples viajes que hice al terruño, me preguntó por qué fuimos a parar a Francia en 1939. Amplio sujeto. Le contesté sin reparo porque la pregunta me confirmó que no se habían enterado de la Historia. No fue tanto por dejadez sino por voluntad del régimen fascista en dejar de lado la Historia contemporánea. Ellos querían una España una y grande, volviendo a los tiempos oscurantistas de la Iglesia predominante, y por fin restablecer la monarquía, por voluntad del dictador Francisco Franco. Le expliqué que, si nuestros padres se hubieran quedado en Ginestar, como mínimo hubieran conocido la cárcel o los Campos de Concentración. El hermano de mi padre, por haber participado dos meses en la Colectividad paso siete años en la cárcel. ¿Que les podía esperar a mis padres, que fueron animadores de la Colectividad de Ginestar?
Los ricos terratenientes abandonaron sus fincas por miedo. Tenían muchas cosas que reprocharse. Se aprovechaban del trabajo de los jornaleros. Les pagaban lo justo para que pudieran seguir trabajando y sudando en beneficio de su bienestar y de sus ganancias. Los pequeños agricultores se agruparon poniendo todo lo que disponían al servicio del conjunto de la Colectividad, a la cual nadie estaba obligado a adherirse. Mi hermana mayor tenía quince años cuando fue empleada en la Cooperativa de Distribución reservada a los colectivistas. Un buen día, se presentó en la Cooperativa una vecina opuesta a la obra emprendida (se la conocía por el apodo de Bitxo Coent). Y mi hermana no la quise atender. Se puso furiosa y le dijo, de manera muy amenazadora y violenta: “Avui, teniu la paella pel manec, però veureu el día que canvïi” (hoy tenéis la sartén por el mango, pero veréis el día que cambie).
He podido encontrar los nombres de cinco nativos de Ginestar en las listas de fusilados por el franquismo. Una de esas víctimas era el compañero de una prima de mi madre, quien vino a Francia con mi familia. A finales de 1939 ella quiso regresar. Al llegar, pasó, creo, dos años en la cárcel. A su hija, con 6 años, le ataron el collar de un perro y deambulaba por las calles de Ginestar.
No había otro remedio que claudicar o quedarse lejos de una de las dos Españas, la de los rebeldes a la república, vencedores y matarifes de los que lucharon en favor del pueblo trabajador. Mi padres prefirieron vivir lejos de la tierra que los vio nacer, pero vivir libres.
Soportamos la ocupación alemana durante cuatro años, con privatizaciones de toda índole, pero de lejos más suaves que las que les habrían esperado de haber vuelto al pueblo.