Federica Montseny

Hace algunos días recibí una carta, emocionante por su simplicidad y por la forma ligera y discreta con que pone en evidencia una enorme tragedia moral.

La carta era de Paul Gille, el autor de “Esbozo de una filosofía de la dignidad humana”, que, con “Ensayo de una moral sin obligación ni sanción”, de Guyau, constituyen las bases esenciales del humanismo y del socialismo libertario en la ciencia y en la filosofía modernas.

Después de diez años terribles, de pérdida absoluta de contacto, cuando ya agregaba su noble figura a la legión de augustas sombras que acompañan los más queridos recuerdos de mi adolescencia y de mi juventud, Paul Gille avanza de nuevo hacia mí con la alegría del reen­cuentro y de la salvación casi milagrosa. En su carta, en la que me dice con qué solicitud se fue informando de mis percances y del fin de mis padres, me explica que, en los momentos en que más amenazadoras se cernían sobre él las persecuciones nazis, en enero de 1941, un acci­dente grave leinmovilizó para siempre. Su cerebro, sin embargo, triun­fante de la desgracia física, no ha cesado de trabajar y de producir, construyendo infatigablemente el más bello edificio moral y filosófico en que jamás se albergara el ideal de los hombres.

A “Esbozo de una filosofía de Ja dignidad humana”, ha seguido “La Grande Métamorphose”, que acaban de editar las  “Presses Universitaires de France”, libro en el cual Gille amplia y desarrolla la teoría energética del mundo, la concepción libertaria de la sociedad y la necesidad de la humanización de la Vida.

En estos instantes de conmoción profunda, en estas horas de angus­tia, de duda, en que se debaten los pueblos y las conciencias más in­quietas y más elevadas de esos pueblos, la voz serena de Gille se eleva, trazando lo que, para este anciano de voluntad encarnizada, de pasión ferviente por la libertad y de fe inmarcesible en el hombre y en los des­tinos de la humanidad, es una especie de testamento moral.

Cuando el pensamiento humano se extraviaba, abandonándose a con­cepciones bastardas, desviándose por los senderos perdidos de la meta­física bergsoniana o de la legitimación del despotismo y de la barbarie a lo Keyserling y a lo Spengler; cuando los enemigos de la libertad y de la personalidad humanas, elevaban a la perfección la ciencia de la supresión física de los adversarios políticos, quizá en las mismas horas en que los nazis asesinaban a Brünswip, en el fondo de su sillón de paralítico, un hombre de 80 años rumiaba y organizaba la defensa va­lerosa del pensamiento y de las conquistas cruenta y pacientemente acumuladas por una civilización y una cultura.

Y las generaciones presentes, salvadas material y espiritualmente de esa catástrofe, y las generaciones futuras, que nos sucederán en el combate y en la obra, deberemos inclinarnos con emoción ante esa sombra, surgida de un pasado que es la eternidad misma del hombre, como especie, y de la vida, como realidad moral y física en lo infinito del infinito Cosmos.

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Paul Gille, nacido al mundo del pensamiento moderno al calor de esa institución inolvidable, fundada en Bruselas por Elías y Elíseo Reclus -la Universidad Libre-; amigo de Paul Reclus, y que, con éste, con Pierrot, con Cornelissen, con Dómela Niewenhuis, con Nettlau, con Rocker, con Brupbacher, constituye la gene­ración que, en la filosofía y en la sociología, continua la obra de Guyau, Reclus y Kropotkine. Paul Gille, Profesor del Instituto de Altos Estu­dios de Bélgica, Director de la Sección de Ciencias Filosóficas, es el hombre que, en este instante, en que nuestras ideas han penetrado pro­fundamente en la conciencia popular, consiguiendo, a través de los en­sayos realizados en España, interesar a las multitudes e incorporarse la adhesión ardiente de los oprimidos, pero carecen de exponentes en el terreno de la filosofía, las representa y las interpreta de la forma elevada y objetiva que las representó y las interpretó Guyau un día.

En esta última obra de Gille, “La Grande Métamorphose” -que sólo he tenido tiempo de ojear- se desarrollan con lucidez y con au­dacia, con constante y noble obsesión del mañana de la humanidad, con el hondo y ardiente deseo de contribuir a ayudarla a salvar los escollos y a superar lo que Gille considera gigantesca crisis de crecimiento, las concepciones desfloradas en “Esbozo de una filosofía de la dignidad humana”.

Gille sigue paso a paso la evolución de las ideas morales, el aporte hecho a la misma por la ciencia y los descubrimientos en el terreno de la biología y de la antropología. Quizá nada dará mejor idea de cuál es su método inductivo y deductivo, el procedimiento lógico utilizado, que el simple enunciado de la tabla de materias del libro: “Del egoís­mo individualista a la solidaridad humanitaria”, “El simplismo indi­vidualista y la concepción organicista del mundo”, “ La solidaridad humana y el advenimiento de la era mundial”, “La primacía univer­sal de lo justo y la gran síntesis humana”,“Las perspectivas de la hora presente: el realismo humanitario y la salud moral, la evolución contemporánea de la conciencia jurídica y el advenimiento del dere­cho viviente”, “El sentimiento de la dignidad humana y la locura de dominación”, “Régimen dictatorial o régimen federativo”, “La era del contractualismo y la economía nueva”,  “Socialismo y libertad, la ley de sinergia y el desarrollo del altruismo”, “Ni superhombres ni sub hombres”, “La gran metamorfosis”, “Ni gregarismo ni indivi­dualismo”, “El sentido de lo justo y la humanización de la vida”, “Hacia una era nueva”, “El fracaso de lo absoluto y la gran muta­ción humana”.

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Dentro de la multiplicidad aparentemente caótica de las actividades humanas dirigidas por los caminos del progreso, existe y ha existido siempre cierta unidad armoniosa. Junto a los hombres de ciencia se ha producido la obra imaginativa de los poetas; al lado de los pensa­dores han surgido los hombres de acción, traduciendo en hechos las ideas concebidas por la mente humana. Junto a Pasteur, se ha elevado el ritmo grandioso de los versos de Víctor Hugo, de Guerra Junqueiro o de Almafuerte; la delicadeza de Verlaine; las imprecaciones líricas de Richepin, el cantor de los vagabundos, el poeta de las prostitutas y de los haraposos. Y al lado de Reclus, de Kropotkine, de Guyau, se han erguido las siluetas trágicas de Slepniak, de Angiolillo, de Czolgosz y de Wilckens. Faure y Grave imaginaron una nueva sociedad, y los campesinos y los obreros de Aragón, de Levante y de Cataluña intenta­ron llevarla a la práctica. ¡Qué sabían ellos del proceso de la idea! No habían leído a Cabet ni a Saint-Simon; Fourier y Godwin les eran desconocidos; Morris y Malatesta habían llegado hasta ellos condensados en un folleto incompleto. Pero las ideas flotaban en el aire y se habían introducido en su misma sangre. Ninguno de los que han muer­to heroicamente frente a los pelotones de ejecución de la Gestapo, de la Milicia, de los esbirros de Mussolini y de los sicarios de Franco había leído “Esbozo de una filosofía de la dignidad humana “. Pero la dignidad humana estaba en ellos mismos, en su virilidad de hombres, en su convicción de idealistas, en su sentimiento vivo y profundo del valor personal, de la entereza y del culto de un honor moral que man­tiene en el hombre el respeto y la elevación de sí mismo. En esto algo tan real y tan tangible como la existencia y la transformación de la materia, las leyes físicas y las demostraciones matemáticas.

Y toda una filosofía, basada en la antropología y en la sociología, se levanta sobre esa realidad del hombre. Filosofía que, arrancando de la cuna de la antigüedad, pasando por Vico y por Spinoza, llega, viva, profunda, cada día enriquecida, a Guyau, a Pi y Margall

-¡tan des­conocido internacionalmente, tan injustamente olvidado !-,  a Reclus, a Kropotkine, a Paul Gílle.

Y Paul Gille y “La Grande Métamorphose” son hoy la síntesis de esas ideas morales -las ideas-fuerza de Guyau y de Fouillée- a la que, tras él, llegan asimismo los filósofos humanistas modernos:Brünswi g , Lefévre, Bouglé.

¡Qué importan los accidentes fortuitos, los diversos avalares de una lucha cuyo fin está previsto, forma parte de la ineluctabilidad de unas leyes tan inmutables y desconocidas como las que rigen la formi­dable armonía del Cosmos! La filosofía es el baño lustral que purifica de todos los extravíos y que vuelve la mente humana a la serenidad y al equilibrio.

No es ciertamente con obras filosóficas como haremos frente a la fuerza bruta de los poderes opresores, al despotismo y a la guerra. Pero es ricos y fuertes con la fe y la confianza en el destinó de la hu­manidad y en las posibilidades humanas, como sabremos oponernos a ello y como sabremos vencerlo.

La risa de Sócrates venció al Poder que le impuso la cicuta; sobre Cristo crucificado se ha levantado, durante veinte siglos, el dominio es­piritual de la Iglesia.

En La lucha secular entre la libertad y laautoridad, el Hombre y el Estado, de época en época, el triunfo ha sido siempre, a la postre, de las ideas que sintetizaban la aspiración y él esfuerzo de la huma­nidad hacia un superior destino.

No se pueden juzgar los hechos sin perspectiva histórica. Y en esa enorme ecuación del progreso humano, las sumas sólo pueden hacerse de ciclo en ciclo.

Paul Gille, en “La Grande Métamorphose”, hace una ecuación que cierra una de las más terribles etapas de la historia. Y el resultado, pese a todo, afirma y enriquece el acervo del ideal y evidencia la evo­lución de las sociedades humanas.

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