Salomé Moltó
Bien es verdad que la ilusión es un elemento básico de nuestra vida, porque sin ilusión no podemos vivir. Así que la alimentamos para poder refugiarnos en ella cuando el barco de nuestro proyectos haga aguas por todas partes.
Cuanta ilusión me hace ver a esos deportistas que nos invitan a comprar un bolígrafo determinado, con cuyo importe se regalarán juguetes a los niños pobres, a los que sus padres no se los pueden comprar, ¡qué ilusión me hace! Aunque más ilusión me haría que se prohibiera a miles y miles de niños de hurgar en la basura para alimentar a su familia y/o estuvieran metidos en sitios inmundos trabajando como esclavos para fabricar balones de futbol para esos y demás deportistas y otros objetos que compramos los occidentales.
¡Qué gran ilusión me haría! verlos ir a colegio, jugar en el patio, comer decentemente todos los días con el fin de potenciar una humanidad más justa, ¡qué ilusión me haría!
A esos viejos arrastrando sus piernas y sus achaques y esa gente presurosa detenerse sólo para decirles: “Buenos días viejo, ¿cómo estás?, ¡qué ilusión me haría!
¡Qué ilusión me haría sentir tu mano en mi hombro y una sonrisa se dibujara en tu rostro perdonando mis errores, comprendiendo mis defectos y animándome a proseguir, de verdad, ¡qué ilusión me haría!
La crisis que estamos viviendo no concierne solamente a nuestro país. Una vez derrumbado el comunismo con sus patéticos planes quinquenales y su represión, el capitalismo emerge con todo su despotismo y de lo único que hablan los políticos, economistas y demás “enterados de la realidad”, es de: “PRODUCIR MÁS” “ABRIR MERCADOS”. Y ¿a quién le vamos a vender nuestros productos?, cuando a esos posibles compradores los hemos vejado comprándoles sus materias primas a cuatro chavos y queriéndoles vender nuestro producto manufacturado cien veces su valor ¿Con qué nos lo van a pagar?
Pero ¡qué ilusión me haría que se abrieran otras vías de relación productiva y convivencial, ¡qué ilusión me haría!
Hoy, tanto Alemania como Japón, son los países con el nivel de vida más elevado. La Alemania de Hitler emprendió la segunda guerra mundial para imponer “el imperio de los mil años”, según decían porque necesitaban espacio físico, lo mismo que Japón, que invadió Manchuria con el mismo pretexto exterminando a miles y miles de chinos. Hoy el odio de los chinos contra los japoneses es bien notorio y lo decimos por experiencia personal.
Cuando en la exposición universal de Sevilla, allá por la década de los 90, pudimos ver hasta donde había llegado la tecnología y los recursos que los países tienen para poder acabar con el hambre del mundo, la injusticia y la estulticia, comprendimos que todo es voluntad política, conciencia social y un poco más de amor por nuestros congéneres. ¡Qué ilusión me haría que esto se comprendiera!
Ese “brote verde”, que algunos políticos mencionan, refiriéndose a la economía, y para que pueda florecer de una forma más racional y más justa en el uso de los recursos del planeta, para que se vea, por fin, esa vía más racional de respeto al ser humano y al ambiente, para que todo eso nos conciencie. Sí, todo eso, ALIMENTA MI ILUSIÓN.
Y llena de ilusión pensando en que otro enfoque y voluntad social nos asistan, guardo un residuo de ilusión, de GRAN ILUSIÓN, en este dolido y cansado corazón