Pedro García
En la pajiza lontananza, apenas despuntada el alba, asoma un cuadrado cuerpo de ostentosa altura. Los rayos del mañanero sol perfilan un edificio de tétrica presencia. Acercándose a este portento de la arquitectura se dirigen miles y miles de desarrapadas gentes portando en sus manos innumerables forcas y palos. Gritos desgarradores hieren sus gargantas rasgando el cielo. Millones de injusticias pasadas por sus mentes piden a gritos la lejana reparación. Hambres abuelas vividas en miles de años piden satisfacción. Lágrimas secadas en los sucios antebrazos exigen un lugar limpio para reposar. Heridas viejas y profundas en la dignidad de estas gentes claman hasta en los infiernos. ¡¡El pueblo dice basta!!
Oleadas de enfurecidas masas se avecinan a la tétrica fortaleza. Las maldiciones y los exabruptos se adueñan del sonido. Ha llegado la hora suprema de saldar milenarias injusticias.
Los que van en primera línea hacen detener a las masas cuando ya están muy cerca del castillo, piden una asamblea de todos para decidir qué es lo que se debe de hacer y cuál es la mejor manera de hacerlo. Un reducido grupo de entre la mayoría empiezan a gritar con el ánimo de convencer de que la mejor manera de conquistar la fortaleza del Poder es el buscar la mejor forma de introducirse a cualquier precio, aunque sea como limpiador de letrinas, y una vez dentro adueñarse del Poder. La idea de introdúcete y diluye no es aceptada por una parte bastante numerosa de los amotinados del lugar. Estos alegan que si se sigue esta táctica no se podrá destruir ningún poder ocupándolo, sino que sólo se logrará que el Poder cambie de amos, siendo al final tan malos los derrotados como los nuevos ocupantes.
De muy lejanas vivencias vienen estas sabias deducciones que ilustran a las gentes sencillas y llenas de honradez. Experiencias y hechos lo corroboran, e incluso los aldeanos afirman que se introducimos una zorra en un gallinero, para que se coma a las ratas, lo más seguro es que se coma a las gallinas, quedando la zorra dueña y señora del gallinero. Y aunque tuviese que hacer un pacto con las ratas, no se lograría librarse de la zorra, cosa esta que no podría sonrojar a los partidarios del “introdúcete y diluye.
Los que opinan de llevar la lucha desde fuera de la fortaleza se mantienen firmes en sus pensamientos y golpean con todas sus fuerzas los muros malditos del Poder, deseando derruirlos todos y en su lugar sembrar trigos de doradas espigas en esos espacios antes ocupados por los depredadores de seres humanos. No caerán jamás en la tentación de ocupar ese sitio tan maldecido por los oprimidos de siempre, y de sólo pensarlo se les ennegrecen las tripas de sus cuerpos. El viento será su libre compañero y, junto a él, rozará árboles y montañas, valles y praderas, ellos serán portadores del más realizable y hermoso de los sueños: La Anarquía.
¿Qué queda de las anteriores conquistas de altas fortalezas de Poder, por el medio del introdúcete y diluye? Nada. De todos los castillos del Poder habidos a lo largo de la Historia no queda absolutamente nada. Todos ellos son los llantos de unos pueblos engañados por los “salvadores ocupas” de esos castillos.
¿Qué queda de aquellos que se apoderaron de los poderes?
Nada: Ellos fueron diluidos por su mismo sistema diluyente y, al final, quedaron todos tan diluidos que son ya irreconocibles, perdiendo totalmente sus identidades. Personajes que han podido montar verdaderos negocios de alquiler de disfraces, en donde no se sabe quién entra y ni tan siquiera quién sale. Teniendo grandes problemas de acceso a sus hogares, pues sus familiares les niegan la entrada por no reconocerlos como tales.
Pensemos, aunque sólo sea por un momento, en los millones de víctimas entre los defensores y ocupantes de fortalezas, en esos caudalosos ríos de sangre humana que ha regado las tierras conquistadas y en la inutilidad de ese coste de vidas, que han sido perdidas para siempre por culpa de una mala idea redentora. Que todo sea tristemente por bien pagado si al final del camino andado todos hemos aprendido por donde no se debe de pasar.