Salomé Moltó
Ponga los pies en la vasija, así, durante un buen rato, y las uñas me serán más fácil de cortar.
Doña Rosa obedeció al instante con un gesto contradictorio, como pensando que no le quedaba otra que obedecerme. Ahora era yo, su antigua vecina, la que se ocupaba, por contrato con sus sobrinos, de su cuidado. Algo que me venía bien, no solo porque yo continuaba viviendo en el piso de encima, sino porque la paga por desempleo ya había vencido y la de jubilación todavía me faltaban un par de años, así que cuidar de doña Rosa iba a solucionarme mi situación económica.
Cuántos recuerdos me venían a la mente de aquellos tiempos cuando la hermosa señora Rosa era joven y cuidaba de su familia. Yo, como vecina, pues vivía justo en el piso de arriba del de ellas, pude ver todo el proceso de su dolorosa existencia.
Rosa se casó muy joven pero no tuvo hijos y se dedicó, primero, a cuidar de sus padres y luego de sus sobrinos, pues su hermana, que se casó también muy joven y tuvo tres hijos, y como su marido la abandonó por otra mujer, volvió a casa de sus padres y de su hermana. Elsa se puso a trabajar en un restaurante que la tenía ocupada casi todo el día. Así que Rosa se puso al cuidado de sus sobrinos y de los padres de ambas. Finalmente, doña Rosa me empleó y, claro, una de mis funciones era, además de limpiar la casa, ocuparme de la limpieza de la señora, que sin duda también resultaba obligado cortarle las uñas, por muy duras que estuvieran.
Siempre he pensado que un país que se llama democrático debe de tener un buen servicio doméstico, asistencial o como se le quiera llamar. Esa función crea muchas plazas y lugares laborales y eso empuja para que las personas se formen y puedan tener un trabajo. Recuerdo que varias personas de mi familia pudieron pagarse los estudios trabajando en servicios domésticos los fines de semana.
Bien es verdad que necesitamos trabajar para poder cubrir los gastos necesarios para vivir y de a poco la hipoteca para ese piso o vivienda que por modesta que sea me tendrá mucho años enganchada en su pago y poder llegar a fin de mes toda una hazaña.
Mis meditaciones eran las habituales y por mucho que me ejerciera viendo los diversos enfoques con que podría hacer frente a la situación, el resultado siempre era el mismo, a final de mes vendrá el descuento de lo correspondiente a esa fecha y en la cuenta bancaria el dinero tiene que estar ya en su sitio para hacer frente a los cargos.
Levanté los ojos al ruido que me llegaba, doña Rosa le había dado un empujón a la vasija y toda el agua corría por el balcón y los chillidos de la vecina de abajo también me llegaban. Me disculpé con la vecina y observé a doña Rosa, que, con una risa sarcástica, me miraba. Lo recogí todo, limpié a la señora y me puse a llorar y no deje de preguntarme si somos capaces de armonizar con los otros o sólo vemos nuestro “yo” hinchado y egoísta para imponernos a los demás.