Isaac Puente
Los tratadistas religiosos tienen buen empeño en hacer ver que la religión no es enemiga de la ciencia. Para ello han movilizado los jesuitas a un plantel de investigadores de exhibición que tienen gran predicamento entre las damas que asisten a sus conferencias. Y han elegido las dos ramas de la ciencia más opuestas a la religión: la biología y la psicología experimental. Estos investigadores de relumbrón, como todos los sabios jesuitas, han publicado sendos libros que los han hecho sonar tanto como el fracasado invento de otro padre de la Compañía de Jesús, el padre Almeida, autor de un “maravilloso” acumulador.
Estos sabihondos padres se han afanado en demostrar que la ciencia no es tampoco enemiga de la religión. Pero han llegado a más: a afirmar que la ciencia comprueba la religión. Claro que estos expositores de la Verdad Religiosa, del bracete de la Verdad Científica, no admiten contradicción en sus brillante peroraciones, ni pueden ser discutidos. Tal ocurrió en Bilbao, durante los años de dictadura, donde el gobernador impidió a un joven médico, el doctor Justo Gárate, que discutiera las ideas expuestas por el padre Laburu, en una habilidosa conferencia. Y digo habilidosa porque este brillante orador sagrado, tomando por tapadera la Academia de Ciencias Médicas, dio su conferencia en local público y ante un auditorio profano en su mayor parte.
En este empeño en hermanar la ciencia con la religión ha destacado el abate Moreux, astrónomo francés, que ha publicado un puñado de libros de divulgación científica, vertidos ya al castellano. Según este autor, todas las contradictorias afirmaciones del Génesis aparecen plenamente confirmadas por la ciencia. Los seis días son los seis períodos geológicos (precisamente seis, como recalca otro autor de prehistoria, también clérigo de oficio). La luz del primer día era la claridad que se filtraba a través de la atmósfera espesa por la aún elevada temperatura de nuestro planeta. Lo del firmamento, que fabricó el segundo día, no ha sabido explicarlo el abate Moreux. La ciencia comprueba también que los vegetales fueron los primeros en aparecer. Pero del ardid explicativo del abate se desprende una enseñanza: que no hay absurdo que no pueda explicarse con un poco de buena intención.
Para nosotros, y a pesar del gran número de hombres de ciencia que vemos continuar adscritos a la religión, la ciencia y la religión son antitéticas y opuestas. En lenguaje de Sancho, “se dan de puñadas”, y vamos a tratar de demostrarlo:
1.- La religión es la ciencia que, según los creyentes, comunicó Dios al hombre por medio de las sagradas escrituras. Para nosotros la Biblia resume las ideas y conocimientos del hombre de la época de Moisés, época bastante avanzada en el progreso humano. De uno u otro modo, la religión está en contradicción con la ciencia. Si es fruto de la sabiduría divina, no puede ser superada por el hombre, sino confirmada. Luego toda investigación científica es inútil, porque no nos va a dar más de lo que ya tenemos. Este soberano dislate lo mantienen los sabios religiosos como el abate Moreux. Si la religión está hecha con los materiales del conocimiento humano de hace dos mil años, no hay necesidad de decir que ha sido superada con largueza por el conocimiento científico, pues el hombre de hoy es superior -en poder y en sentimientos- la Jehová que tronaba tras os montes, al Dios del Sinaí.
2.- La religión es dogmática. Es decir, sus verdades no pueden ser discutidas ni atacadas, sino que hay que reconocerlas como intangibles y eternas. Con tal criterio, la ciencia no habría progresado un palmo. La ciencia, además, tiene necesidad de no admitir nada como definitivo, ni libre de críticas. Su método es del libre examen, que, si se aplicara a la religión, la destruiría. La ciencia, rectificándose todos los días, no reconoce la existencia de una verdad, sino de muchas, suponiéndole aspectos cambiantes y distintos.
3.- La ciencia necesita asentarse sobre la razón humana. Es verdadero todo lo que nos muestra como tal nuestra razón. Es falso todo lo que la razón nos fuerza a desechar. Ningún conocimiento científico puede estar en contradicción con la razón. En cambio, la religión ha proclamado la quiebra de la razón humana e impone la fe como compensadora de la insuficiencia de la razón. Lo que no podemos comprender, tenemos que creerlo tan sólo porque nos lo dicen sus doctores.
4.- La religión tiene verdades absolutas, como Dios mismo. Lo absoluto es lo que tiene valor por sí mismo, independientemente de lo que le rodea y de nuestros medios de conocimiento. En ciencia no existe nada absoluto, ni el tiempo, ni el espacio, ni la verdad, ni el peso de un cuerpo, ni la existencia de un universo. Todo está en relación con nuestros medios cognoscitivos y con las demás cosas que le rodean. La ley de la relatividad, formulada por Einstein, rige todo el progreso científico y le ha abierto cauces que le negaba la idea de lo absoluto contagiada de la religión.
5.- La ciencia es evolucionista. En la Naturaleza hay un ciclo que va de lo simple a lo complejo y de este otra vez a lo simple. Integración y desintegración. Progreso y regresión. La ciencia ha formulado este axioma: “En la Naturaleza nada se crea ni nada se destruye, todo se transforma”. Las formas y manifestaciones de los seres vivos están en incesante cambio. No existen formas permanentes. El hombre procede de otros seres más imperfectos. No ha podido ser creado tal y como es, porque existen documentos que prueban que no siempre ha sido lo mismo. La vida no ha sido tampoco creada, es una cualidad de la materia organizada, una forma de energía. La religión, en cambio, es creacionista, tiene necesidad de creer en un ser alfarero del hombre, generador de la vida, creador de los mundos. La ciencia no topa por ningún lado con la divinidad, que cede poco a poco sus dominios al conocimiento. No tiene ni siquiera necesidad de aceptarlo como hipótesis.
6.- La ciencia, a medida que progresa su caudal, nos hace repugnar lo arcaico y nos hace confiar y adorar lo nuevo. Lo viejo es la verdad superada, el error conocido, el simplismo, el atraso, el tropezón, el tanteo en las tinieblas. Lo nuevo es el progreso vistoso, la alegría de una verdad recién descubierta, la esperanza en la solución
de todos los problemas que afligen al hombre. La religión, en cambio, nos hace odiar el progreso como negador de la divinidad y nos ata al pasado que ofrece ya todo el bienestar y el progreso al hombre.
7.- La religión afirma el libre albedrío de la voluntad humana. El hombre sabe cuál es el bien y cuál es el mal, puede decidirse por uno u otro, luego es responsable de sus actos. La ciencia ha demostrado el determinismo de las acciones humanas. El instinto, las circunstancias sociales, la ocasión, el estado de ánimo, el estado de normalidad, de salud, influyen sobre nuestras acciones, determinándonos a obrar en una cierta dirección. Nadie es dueño de sus impulsos instintivos o pasionales, ninguno tiene culpa de su temperamento o de su carácter. El bien y el mal son conceptos relativos sobre los que no nos hemos puesto aún de acuerdo los
hombres. La responsabilidad del hombre por sus acciones es algo de muy difícil, por no decir imposible, apreciación.
8.- La ciencia es irrespetuosa con lo estatuido, aunque con harta frecuencia se prostituya vendiéndose al poderoso y empleándose en fines inhumanos, como en la investigación de procedimientos destructores y guerreros. La religión es defensora de todo poder triunfante. Socialmente, es uno de los pilares de la injusticia que
permite la existencia de la miseria.
9.- La moral religiosa es una moral dogmática, según la cual bueno es todo lo impuesto por el poderoso; y malo, todo lo opuesto al interés del que manda. La moral religiosa no tiene ninguna base racional, ni se funda en el modo de ser del hombre. Es por lo tanto arbitraria y absurda. La moral científica se funda en exigencias vitales, en el derecho a la satisfacción de los instintos, y está edificada sobre la razón y la Naturaleza.
10.- En educación, la religión impone un molde de perfección al que se trata de adaptar la mente y las tendencias del individuo. La educación científica es racionalista y trata de que cada niño o cada individuo sea lo que deba ser. La religión combate la iniciativa y la originalidad, cualidades que la ciencia pedagógica tiene por más valiosas en el individuo. La religión obliga al niño a aprender lo que no entiende; en nombre de la ciencia, al niño sólo se le enseña lo que es capaz de comprender. Matar la curiosidad infantil es el fin religioso; despertarla y satisfacerla, a medida que se despierta, es la finalidad científica.
11.- La ciencia ha demostrado la necesidad de la educación sexual, mientras la religión sigue imponiendo el silencio y la ignorancia. La ciencia trata de reformar todas las ideas sexuales deformadas por siglos de oscurantismo religioso. La ciencia es eugénica, neomalthusiana y eutanásica, con gran escándalo de la religión. En medicina se nos trataba de inculcar la idea monstruosa, defendida por los teólogos, de que no se debe atacar la vida del feto, aunque peligre la de la madre. El espíritu científico, de acuerdo con el interés humano, no duda en tales casos en recurrir al aborto.
12.- Ciencia y religión difieren esencialmente por su método de razonamiento. La religión usa el método inductivo, o sea, que, partiendo de la verdad religiosa, trata de explicarla por los hechos de la Naturaleza. La ciencia, en cambio, es deductiva, es decir, que su verdad la extrae de la observación y la deduce de los hechos. El religioso es aquel que va con un prejuicio a comprobar un hecho. El científico debe desposeerse de toda idea previa cuando observa, para así no exponerse al posible engaño del juicio anticipado. Se comporta de igual modo que el maniático, preparado, por su manera de pensar autista, a no dar importancia más que a lo que confirma su verdad a príorí. Está preparado para no ver más que lo que confirma en su juicio, del mismo modo que el que tiene una herida en un dedo cree que todos los golpes van a parar al sitio dolorido; precisamente porque sólo son estos los que obligan a fijar en ellos su atención y porque los que no duelen pasan desapercibidos.
La inquietud por satisfacer el afán de saber e incluso la curiosidad científica, el creyente las cifra en la otra vida y, en nombre de esta esperanza, oímos renunciar al saber. “Se está mejor sin saber nada”. Confía en que en la otra vida le den de súbito, y sin ningún trabajo por su parte, la explicación de todos los fenómenos.
Muy distinta es la inquietud del que siente este afán de explicaciones y trata de saciarla mediante su propio esfuerzo y sin confiar en bicocas ultraterrenas. Este espíritu ha servido de acicate al progreso científico de que podemos envanecernos. La religión ha sido siempre retardataria. Ha combatido rabiosamente toda idea nueva, pero en cuento la ha visto triunfar, ha procurado adaptarse a ella y asimilársela.
Sin haber agotado todas las diferencias radicales que separan a la ciencia de la religión, y a la religión de la ciencia, haremos punto para no cansar al lector paciente.
* Publicado en la revista Estudios, Valencia, noviembre de 1930.