Alfonso Salvador
De la beligerancia existente que representa la actual sociedad de clases, sólo se puede afirmar que todos los acuerdos, todas las conquistas, todas las posibles treguas, siempre serán efímeros e inestables, y sólo podrán conservarse gracias a una oposición de fuerzas y resistencias antagónicas.
Por eso, en la lucha de clases entre la patronal y la clase trabajadora, no se establece nunca, ni puede establecerse, una alianza duradera. Entre ellos sólo hay armisticios que, suspendiendo por un tiempo las hostilidades, procuran una tregua momentánea a las acciones de guerra, con el objetivo de retomar nuevas fuerzas y desplegar sus efectivos con la sola intención de reconquistar o defender nuevas y mejores posiciones en la lucha.
De esta lucha sisífica solamente se puede salir de una forma, mediante el hecho revolucionario que haga desaparecer las causas sociales, políticas, económicas y morales que reanudan sin descanso el enfrentamiento y que los anarcosindicalistas reconocemos entre otros en el principio de autoridad.
El hecho revolucionario en este sentido se presenta como la única posibilidad y esperanza ante estos infatigables enemigos, y se inicia en alguno de los momentos donde, habiéndose comprobado una total separación entre el estado social existente y la conciencia individual de una parte importante del conjunto de la sociedad, se abre la posibilidad de que éste se desencadene tras la convergencia de una serie de factores extremadamente cruciales.
En primer lugar, la revolución tiene que consistir en una respuesta psicológica contra un estado de cosas determinado que se opone a las aspiraciones y necesidades individuales y colectivas de la sociedad. En segundo lugar, como el resultado de una necesidad ante la voluntad y aspiración del cuerpo de la colectividad que choca contra los estamentos del régimen autoritario que le impide crecer. Tercero, que se destaca como fundamental el elemento ideológico por encima del interés individual que le caracteriza. Y cuarto, que se produce como respuesta también al hundimiento de la ética que sirve de base al régimen capitalista, así como una bancarrota moral en su aspecto económico, y en el fracaso de su expresión política que se ve incapacitada, de nuevo, a canalizar las aspiraciones populares por medio de la idea del Estado.
La revolución supone, por tanto, un hecho más o menos violento, que habiendo puesto en el pasado sus raíces para la preparación de sus fuerzas, se revela en el momento presente como un pulso que intenta detener y neutralizar a las fuerzas del Estado, con el fin de permitir la reordenación de la sociedad sobre pilares y bases sustancialmente diferentes.
Por ello, las organizaciones obreras no solamente deben dirigir los conflictos con el ánimo de que éstos, que no son nada más que una representación parcial del conflicto y la lucha existente que representa la sociedad de clases, preparen a los trabajadores para alcanzar una victoria y, lo más importante, para prepararlos para la revolución social. Y, sobre todo, para dar a conocer la necesidad de reconstruir el partido de la revolución. Partido que ha de entenderse aquí como facción de la clase trabajadora que es partidaria de la revolución social y no de la aspiración y conquista del poder, sino justamente de aquellos que se imponen el arduo objetivo de su abolición.
Pero para toda organización que se proponga como finalidad romper con el principio de la legalidad debe de organizar las luchas desde la acción directa, que impida que éstas no queden reducidas a una mera judicialización de ellas.
El esfuerzo por organizar conflictos desde la acción directa supondrá todo un conjunto de lecciones dirigidas a recuperar la cultura obrera y el espíritu de asociación entre la clase trabajadora. Las conquistas y derechos arrebatados a la patronal no tienen una significación en sí mismos para el anarcosindicalismo, ya que su verdadero valor se encuentra en tanto que preparan a la clase trabajadora, física, psicológica e ideológicamente, para alcanzar su finalidad revolucionaria, que la representa el Comunismo Libertario.
En este sentido, en las luchas obreras el conflicto no puede ser eludido, porque si así lo fuera por parte de los trabajadores, la patronal no tardaría en dar cuenta de esa situación y se lanzaría a recuperar el terreno perdido. Por otra parte, si la lucha de clases tiene una característica que la define, no puede ser otra que la tensión siempre insistente entre éstas dos, como un pulso del que se ha de estar atento para aprovechar la oportunidad y poder derrotar al oponente. Pero al mismo tiempo que el conflicto es ineludible, la solidaridad se hace incuestionable en tanto que representa la única garantía de éxito entre las filas obreras, ya que lo crucial de esta parte es el grado de unidad, firmeza, perseverancia, inteligencia, calidad y heroicidad de la militancia para la lucha.