Pedro Ibarra

Desde la construcción de las viejas pirámides hasta los rascacielos modernos, toda obra que se ha alzado y se alce desde el suelo fue y es hecha por nosotros los trabajadores. Nosotros hallamos en el trabajo el sostén y la dignidad de nuestras familias y la nuestra. De todos los trabajos que rodean al ser humano, el de la construcción es el más agradecido por su utilidad. Gracias a él, permite el poder formar fecundos hogares en donde se practican casi todas las funciones sociales de las personas. El hogar es el dulce nido del cual no te puedes alejar demasiado. En él anida lo mejor de nuestras vidas, tán llenas de numerosos recuerdos y caricias.

No es que los otros trabajos no sean merecedores de un digno reconocimiento, puesto que toda labor lleva implícita su dignidad. Aunque algunos de los trabajos sean merecedores de ser sopesados por nuestra conciencia. Tenemos, pues, que reconocer la enorme utilidad de este peculiar trabajo de albañil, tan lleno de amaneceres, en que el alba saluda por las mañanas, primeramente, a las montañas y, después, a los tejados de las casas hechas por estos hombres. Es justo, por todo ello, el que coincida con mucho acierto la palabra albañil con alba.

Lo inmensamente triste es el tributo de sangre que se ha de pagar, en vidas humanas, al tener que ejercer esta honesta profesión, plagada de muertos en accidentes de trabajo. No pasa un día en que no tengamos que lamentar la noticia de la muerte de un operario, o de varios de ellos, en un accidente laboral de los andamios. Rebela el tener que oír la vieja máxima obrera que decía: “Por defender el pan se pierde la vida, pero el precio del pan sólo debe de ser el sudor y no la muerte”.

Han tenido que ser enterrados varios miles de compañeros (en demasiados años), para que los tan cacareados sindicatos “mayoritarios” se hayan sentido un poco molestos por tantas muertes y, de una manera sumisa y plañidera, rogaron y elevaron a las autoridades competentes la más respetuosa y humilde de las protestas.

El triste anonimato de estas numerosas muertes avergüenza a toda persona con un mínimo de humanidad, a la par que indigna ver el poco valor y respeto que se tiene a la vida de unos obreros, aunque no deberíamos de olvidarnos que antes que operarios son personas con el mismísimo derecho a la vida que los demás, comiendo del pan más limpio jamás conseguido por el sudor de todas las frentes obreras del mundo.

No hace mucho tiempo pude leer, en un muro, un letrero que decía: “Torero muerto, héroe nacional. Obrero muerto, accidente laboral”. De toreros hay, pero pocos. Sin embargo, de trabajadores somos legiones. Fluyen en las carreteras, los puertos y las pateras. Miles de brazos se ofrecen como víctimas propicias a la inhumana “ley de la oferta y la demanda” y sus excesos de carne humana hace que se vea desbordado el viejo y negro instinto de la explotación, antigua llaga social que, según dicen los modernos eruditos, ya había desaparecido del planeta, pero por lo visto está vivita y coleando.

Lo que ocurre es que esta vieja canción de la explotación, a pesar de haberse cambiado la música, por antigua, la letra tiene la misma vigencia. Pero el hecho final es que la cruel indiferencia de casi todas las personas hace que el olvido aparezca antes que el recuerdo y el reconocimiento. Gozando nuestros patronos de acolchados sueños junto a sus familiares, nada debe de perturbar la placida tranquilidad de conciencia a las autoridades competentes, que se ocupan de los menesteres del ramo de la construcción y sus problemas.   

En cuanto a nuestros Robins Hoods sindicalistas mayoritarios, no desfallecerán en la justa defensa de los “colaterales daños de la patronal”.

Y si por algunas de aquellas cosas, que les suceden a los obreros, logran escapar de la muerte de los andamios, por ser despedidos antes, no deben de dudar que antes de producirse el despido el patrón recibirá una visita, de “los técnicos sindicalistas en conflictos laborales”, para poder facilitar tu despido a cambio de una comisión por facilitar los pertinentes y pacíficos despidos.

Ellos percibirán su correspondiente “comisión sindical”, gracias a las desventuras obreriles, y la legalización del estado, que sin lugar a duda ayudará a la existencia esplendorosa de los sindicatos mayoritarios, tan llenos de objeciones éticas y morales.    

En los maravillosos momentos actuales, en que el disfrute de todos los deportes está al alcance de cualquier ser que despierte a la vida, se aprovecha la circunstancia en que el individuo está plácidamente dormido, para convencerle de que todo edificio construido tiene que pagar un precio fatal de tributo de muerte. Los que razonan justificando estos hechos suelen ser siempre los que están más alejados de las obras. Ellos son las almas afables y comprensivas, las que aceptan el coste en sangre de sus obras pías. Aunque, como es lógico, siempre y cuando no sea carne patronal. Ellos son también los que, por las noches, en sus hogares, después de ver que no falta ningún familiar, deducen, desde el fondo de sus cristianas conciencias, que no habrá problemas de personal por el fallecimiento de algún “colateral”, porque es sencilla la respuesta a este problema con el aluvión multicolor de brazos internacionales que nos arriban con las pateras.

Y es que todas las mañanas hay en la puerta de la obra infinidad de “carne morena, negra y blanca en abundancia”. Justificándose que se pueda decir, además, que de la abundancia nace el menosprecio.

Infinidad de “colaterales” arriban a nuestros lares, por tierra, mar y aire, todos los días. Ellos tendrán que unirse a los “colaterales” ibéricos a tener que vivir saltando la Polka Nacional del multi empleo, bailando en cien y un trabajo distinto, sin llegar a dominar ninguno, y siendo por ello visitadores de Mutuas laborales y cementerios a diario. Por todo ello, a nosotros nos resta, al menos, la alegría de saber que, gracias a nuestras desgracias, pueden vivir y trabajar los médicos de mutuas, sus ayudantes y también los enterradores. Contribuyendo, a la lucha contra el paro, gracias a la solidaridad de los “colaterales”.

Los sindicatos mayoritarios, como fieles empresas constituidas, adolecen de las mismas lentitudes desesperantes e inútiles, que por su burocracia y mercantilismo se asemejan a las que posee el Estado. Sus reacciones, ante cualquier problema que deba de solucionarse, son más lentas que el australiano perezoso. Sin embargo, cuando se enteran, por la información que les proporciona algún afiliado que esté en los juzgados, de que una industria está en crisis y hay la posibilidad de despedir algún “colateral”, entonces el perezoso se convierte en  veloz leopardo para hablar urgentemente con el patrón en crisis e intervenir en el problema laboral, espabilándose en pedirle al patrón la jugosa comisión sindical por facilitar los despidos” pacíficamente”, convirtiéndose este hecho, dentro de la triste historia de los obreros, en la mayor y más miserable canallada cometida a los más honestos de la tierra en los peores momentos de su vida. Todo ello coherente, sin duda, con la moral y la ética dominante.   

La indiferencia y la pasividad acompañan tristemente a los muertos colaterales de los andamios, uniéndose, en esta indiferencia, a los miles de fallecidos en las carreteras nacionales. Nadie se impresiona por estas muertes, ni nadie les dedica ni siquiera unos segundos en sus pensamientos. Todo, tiene un indiferente olvido.

Nada debe de alterar los preciosos momentos que disfrutamos mirando o practicando un juvenil deporte, y nada debe de distraer las secciones de ejercicios físicos en el gimnasio, ni el delicioso disfrute de un yogurt desnatado entre nuestros miserables labios, lo que hace que la indiferencia se adueñe de nuestras conciencias, convirtiéndonos todos en unos miserables asalariados cabizbajos y sumisos, rodeados de una densa niebla que no nos permite ver que esa inmensa cantidad de muertos son nuestros hermanos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *