Un CeNeTista
En el anterior número de la Revista Orto, salió publicado un artículo titulado: La renuncia a la acción colectiva en las luchas de emancipación humana. En el estudiábamos la dinámica y el desarrollo del pensamiento y la cultura individual y colectiva en la historia de las sociedades. Y definíamos el valor y el sentido que en cada momento tomaban el individualismo y las propuestas de emancipación colectivas.
La historia nos ha facilitado el estudio de los grandes cambios de paradigma. Sin embargo, en ningún caso, las sociedades pusieron la atención a una conciencia integral del mundo. En este sentido, la conciencia del ser humano en la historia ha atendido a una experiencia estrictamente colectiva o a una conciencia estrictamente individual. Sin embargo, el movimiento libertario supo muy bien considerar que era necesario no solamente transformar la sociedad, es decir, sus instituciones sociales, al mismo tiempo que transformar al individuo. Fundar un nuevo mundo desde un ser humano nuevo también.
Al mismo tiempo que el anarquismo hacía una crítica a la sociedad capitalista y al Estado, que impedían el desarrollo de una parte importante de la sociedad. El anarquismo no solamente buscaba la liquidación de todas aquellas instituciones que suponían el mal de la sociedad. El anarquismo y más aún el anarcosindicalismo supieron entender que una cultura obrera anarquista podría construir un ser humano nuevo que por su formación, que, por su cultura, por su rebeldía contra el mundo capitalista, interiorizara todos aquellos valores que eran incompatibles con aquel mundo que los explotaba y los oprimía. Es decir, un mundo nuevo que nacía del esfuerzo, dedicación, compromiso, espíritu de sacrificio y la lucha y capacitación del nuevo ser humano.
En este sentido, el anarquismo se diferencia del socialismo autoritario por querer transformar la sociedad no partiendo de la base del ser humano, sino de la transformación partiendo de las instituciones. Es decir, conquistar el poder desde la revolución política para después crear a un ser humano nuevo.
El movimiento libertario y el anarcosindicalismo español supieron crear una visión antiautoritaria de la historia, una nueva ética de la responsabilidad personal e intransferible, una cultura que permitiera profundizar en el carácter soberano que se le confería a la persona humana para determinar su destino, a rechazar cualquier forma de mediación o de renuncia de la libertad y de la iniciativa individual y colectiva en intermediarios, sin importar quiénes fueran, dejando en sus manos todo el poder de decisión. Esta afirmación de la acción directa, o mejor dicho esta renuncia a confiar nuestra emancipación y nuestro destino en otros representantes es el hecho clave, la pendiente por la que se deslizan hacia su ruina las diversas escuelas del socialismo que exigen la dependencia del ser humano al Estado y al capital, y en sus diferentes versiones: Partido Obrero, República Socialista, Inteligencia Socialista, Soviet Supremo, Gobierno Obrero y Campesino, etc.
En esta perspectiva integral que consiguió crear el anarquismo por ese gran compromiso por la cultura obrera anarquista, que a su vez otorgaba el mismo valor a la acción individual como la acción colectiva, hizo que el movimiento obrero libertario pudiera desarrollar una cultura fundada en una ética revolucionaria que se creciera, exigiendo fuertes dosis de sentido de la responsabilidad, espíritu de sacrificio, valor, decisión y capacidad de afrontar un peligro, entre otros muchos valores.
A pesar de que el anarquismo no ha hablado nunca de un arquetipo de ser humano, el anarquismo siempre ha representado una serie de valores en defensa de la libertad. En este sentido, el anarquismo siempre ha hecho una llamada a la rebelión contra lo establecido. En esta exaltación de la libertad, el anarquismo siempre habló de la rebelión, de la desobediencia a la autoridad. Para el anarquismo esta negación del orden autoritario es el primer paso. Una negación que al mismo tiempo es una afirmación de la propia voluntad, de una defensa de la conciencia individual a la que reconoce el legítimo derecho a ser juez de sus actos.
En este caso, el anarquismo hace una defensa del individuo rebelde, al que le confiere el valor de la transformación de un mundo, no solo en el terreno político y social, sin también en el terreno cultural. Por ello el anarquismo no solamente habla de la esclavitud en el terreno puramente material, sino que hace una crítica filosófica a la religión y al resto de ideologías que impiden el verdadero desarrollo de la vida humana.
En este sentido, el anarquismo siempre ha hablado de la existencia de una ley inmanente al mundo que simplemente ha de respetar formar éste parte de la naturaleza. Pero al mismo tiempo ha negado que exista una ley trascendente al mundo que haya que respetar y que juzgue al mismo tiempo nuestros actos moralmente. En este sentido, el anarquismo hace una apuesta por la autonomía individual, por la conciencia social del individuo.
Frente a ese mundo capitalista que exige de la inmensa mayoría de individuos a que renuncien a su participación directa de la toma de decisiones, el anarquismo, por el contrario, confiere un valor a todos aquellos valores que suponen una exaltación del ser humano en el aspecto colectivo. Frente a esa sociedad que exalta el valor de la renuncia, de la delegación, de la incapacidad, de la inmadurez del ser humano, de la confianza en el sistema representativo parlamentario; el anarquismo defiende las capacidades y valores humanos que están íntimamente relacionados con la asamblea. Frente a la sociedad política del espectáculo y el silencio que representa el parlamentarismo; el anarquismo hace una defensa de la asamblea, y con ello también de su capacidad de comprensión, de la locuacidad, de su capacidad para argumentar, de atención, pero también de alcanzar acuerdos, y de resolver problemas. En definitiva, en la defensa de un ser humano integral.
Pero no basta solamente con estos, en el anarquismo hay una defensa también de la fortaleza, de la valentía, del arrojo, del coraje, de la determinación, la perseverancia, la magnanimidad, el sentido del deber, del espíritu de sacrificio, en muchos casos también de la renuncia a la individualidad, del heroísmo.
El anarquismo es también la esperanza, la voluntad que no se doblega, no se domestica, que trabaja en la consecución de un objetivo, hay sobre todo una afirmación del individuo de sus propias fuerzas. Supone también la capacidad de analizar, perseverar y de ser paciente, pero también en razonar y de observar, de analizar y prevenir el futuro. En este sentido también la paciencia como una forma de autocontrol, de firmeza y perseverancia, y sobre todo de tomar conciencia de las últimas consecuencias de nuestras acciones.
De la misma forma, la ética revolucionaria que generó el movimiento obrero y el anarquismo exigía también una respuesta diligente y eficaz ante situaciones que rápidamente demandaban sentido común, compromiso y solución. La ética revolucionaria también establecía la necesidad de renunciar a la abundancia de bienes materiales, la búsqueda por alcanzar propósitos arduos y, sobre todo, abnegación, como puntal de la acción colectiva y de la solidaridad.
Todos esos valores no solamente deben estar presentes en esta nueva ética y cultura del anarquismo, en la consecución de este nuevo ser humano, sino que deben estar presentes en la lucha que se libra hoy y que se librará mañana. La lucha en defensa de la libertad exigirá muchos sacrificios. En el momento en el que la clase trabajadora adquiera el grado de conciencia tal que sus propios valores supongan un estado psicológico de incompatibilidad con el mundo capitalista, su grado de conciencia social chocará no solamente con la cultura autoritaria, sino que chocará con las instituciones mismas de la sociedad que impedirán que ese mundo que crece dentro de sí mismos, que haga una realidad. Es en ese momento, cuando la clase trabajadora tendrá que dar una batalla directa con aquellas fuerzas que impiden el desarrollo de ese mundo, y se enfrentará a aquellas instituciones y a todas aquellas instituciones que a su vez la defienden. El grado de sacrificio estará, en ese sentido, relacionado directamente con el grado de oposición que los defensores del capitalismo y del orden autoritario quieran oponer a este nuevo mundo.
No solamente se exigirán estos valores para esta batalla, sino que se exigirán estos valores también en las generaciones del futuro, no solo para disfrutar de la libertad, sino para impedir y, sobre todo, para defender los posibles intentos por parte de los enemigos de la libertad en su lucha por querer instaurar un orden autoritario.
Nos equivocaremos si pensamos que la batalla tendrá algún día un fin, después de la batalla, siempre existirá otra, porque no luchamos únicamente contra individuos, luchamos contra ideas y contra instituciones. Recordamos en este sentido una gran consigna del movimiento obrero internacionalista: ¡Paz a los hombres, Guerra a las instituciones!