Albert Herranz

Por motivos que no vienen al caso he estado leyendo una serie de libros publicados por el Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montseny y cuando acabé de cerrar las hojas del que hacía el número cuatro comencéé a reflexionar sobre las utopías. Sé que en una época como la que estamos atravesando rodeados de distopías, colapsos varios y una situación mundial tenebrosa ponerse a pensar en la utopía es no solo hacer de salmón en la fuerte corriente de nuestra sociedad sino, también, arriesgarse al oprobio general. Desde muy pequeño he sido lector de relatos, cómics y novelas de ciencia ficción. Entre los libros que me agenciaba en el rastro, en las papelerías, que me dejaban los amigos apareció entre mis manos Noticias de Ninguna Parte, de William Morris. Fue la primera vez en que me enfrenté a la Utopía formulada como tal, nada de robots que realizaran todos los trabajos en una sociedad ociosa, pero, a mi edad, yo debía de rondar los doce años, he de confesar que no entendí mucha cosa. Creo que cuando lo acabé pensé “¿esto es ciencia ficción?”. La vida siguió su curso y durante un período de tiempo dejé de leer ciencia ficción, descubrí otros territorios literarios y, más adelante, llegué al anarcosindicalismo y así, la noche del 17 de enero de 1991 mientras que la radio anunciaba el comienzo de la Operación Tormenta del Desierto, abría las páginas de un libro que había comprado en el Ateneo Libertario. Antimilitarista convencido oía los primeros compases radiados de otra guerra más, “tiniebla que poblará el mundo” pensé, pero me sumergí en las palabras de Féliz Carrasquer en Las colectividades de Aragón. Un vivir autogestionado de futuro, y mi compañera, muchas horas después, cuando llegó a casa, me encontró dormido con el libro entre mis manos. Fue el primer libro que leí sobre las colectivizaciones y me emocionó. ¡Era posible! ¡Otros lo habían hecho! No se trataba de un cuento creado por unos ilusos para el consumo de otros ilusos. Durante meses el libro se convirtió en mi tabla de salvación ante este naufragio general que es el capitalismo. Pronto llegarían más libros a mi rescate hablando de las colectivizaciones de Castilla, Cataluña, País Valenciano y Aragón.

Y dentro de mí creció, como un roble fuerte, la semilla de la utopía.

Y, sin embargo, Jan Poldeman es el alcalde del pueblo canadiense de Lytton, o por lo menos lo era en 2021 cuando el pueblo batió el récord de temperaturas altas de Canadá llegando a 49,6 C. Una marca histórica que puso al pueblo en el mapa y que nuestro alcalde decidió celebrar brindando con champán. Unos días después, el cacareado cambio climático decidió volver a poner al pueblo en el mapa: la población, rodeada de bosques, recibió un aviso de que se estaban incendiando. Los habitantes fueron evacuados, preferentemente con lo puesto, y quince minutos después la localidad fue pasto de las llamas. Un noventa por ciento del pueblo ardió y los habitantes se tuvieron que refugiar en los pueblos vecinos. No creo que el alcalde tuviera ganas de celebrar que en menos de dos semanas habían sido noticia mundial. Al mismo ritmo que se van firmando los tratados de protección de los océanos, de la tierra, contra el cambio climático, a favor de los animales no humanos que comparten el planeta con nuestra especie se suceden terribles catástrofes, inundaciones, se descubren mares de plástico, se extinguen especies, todo ello con un sólo denominador común, la avaricia en que el capitalismo ha envuelto a la especie humana.

Y ahora quisiera volver a los libros del Centre dEstudis Federica Montseny porque me viene a la memoria una frase de la anarquista que da el nombre al centro y que creo que se ha de leer con un deje de amargura, más o menos decía: “el gran éxito del franquismo es que ha logrado imbuir a los españoles en la mediocridad”. Podemos sustituir a franquismo por capitalismo y españoles por la humanidad, creo que así tenemos una frase más universal y certera. Y digo mediocridad porque creo que estamos paralizados como la liebre ante los faros del coche que está a punto de atropellarla. No nos vemos capaces de alzar la vista, de actuar y continuamos viviendo algo que creemos que es la vida y que no deja de ser una existencia mediocre sin más. Como si no fuéramos capaces de imaginar otra forma de relacionarnos, de vida, de bregar por ello. Parece que queremos un mundo mejor, pero sería aceptable que fuera impuesto por un colapso, una catástrofe porque no somos capaces de movernos, no nos nace, de asumir la responsabilidad de intentarlo y de equivocarnos. Que sea otro/a que indique el camino, sea catástrofe natural, de la mano de la humanidad o de los extraterrrestres. Alguien tiene que hacer algo, estoy esperando a que pase porque no seré yo quien mueva ficha.

Y hace poco, paseando por el rastro, me encontré con un ejemplar de Noticias de Ninguna Parte, “hola, viejo amigo”, lo cogí, miré sus hojas amarillentas, sonreí y mientras acariciaba sus tapas le pregunté al vendedor qué valía, como si pudiésemos poner precio a los sueños más preciados de la humanidad.

No sé qué diría William Morris, Félix Carrasquer y tantos otros, pero parece que mis contemporáneos y yo nos hemos acobardado, atrincherándonos en el ayer pensando que el futuro era mejor antes.

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