Pedro Ibarra
Si cosas hay en este mundo que causen indignación, rabia y dolor, de esas el cinismo es el rey. No puede existir otro fuego que haga hervir más los intestinos, que esas palabras llenas del peor de los venenos impúdicos y procaces. Digno sería el poder considerar que no puede ser tan horrible el tener que ser una sola víctima la que deba de recibir y soportar el deleznable efecto de este calificativo miserable; a predicarlos sobre múltiples tarimas de rotativas, radios y televisiones, teniendo en frente a cientos de miles de pacientes soportadores. El humillante daño es naturalmente mayor. Esta puntualización puede ser justa si nos dignamos, aunque sólo sea unos segundos, el razonarlo. Pues no es lo mismo el ofender a una persona que ofender a cientos de miles, porque de ellos deben de sumarse sus dignidades.
Quizás, en nombre de nuestras dignidades, también deberíamos de poner sobre nuestras entendederas algunas cosas que merecen ser puestas a razón. Tenemos que poner en la picota tres letras que llevan implícito un cúmulo de cinismo tan impermeable e impresentable, que difícilmente pueden calar en la higiénica razón, y estas son, sin duda, las siglas IPC. Institución ésta envuelta en papel privado de corazón, inclinado marcadamente estatal. Oráculo de consulta mensual cuyos andares son, genéticamente, iguales que el de los cangrejos, y con un desparpajo que para sí lo quisieran los artistas de los teatros de feria. A ese mundo de las locas palabras acuden viejos argumentos, ladinos y embaucadores, como los empleados por nuestros trileros urbanos en calles y plazas, que impregnados del dulce cloroformo, intentan dormir a una mayor parte de las personas, y que lo consigue entre aquellos aceptables y pacíficos ciudadanos con unas muy amplias tragaderas, bendecidas y apoyadas por sendas tarjetas Visa y yogurt Danone.
Como grandes expertos, y graciosos malabaristas, juegan casi diariamente con los guarismos “cero coma o el cero, cero coma una centésima” a la ágil grupa del cangrejo ibérico, que portando una limpia escoba barre en una sola dirección, favoreciendo, de esta manera, a aquellos que sostienen y mantienen “al multi patas ladeado y laureado”.
No importa que los resultados del cero coma… no convenzan a nadie, y que, además, causen grandes irritaciones por sus cinismos. El cangrejo seguirá su camino de progreso y sinceridad hasta el fin, prescindiendo del vulgar populacho y de sus ignorantes opiniones, que no pueden perturbar ni perturbaran al poseedor de todas las razones: El Estado. Él será el único beneficiario recolector de bienes, que serán empleados para poder mantener y engrandecer cinismos, falsedades y golfas trapacerías, mundo del cual hace ya cientos de años huyó la verdad, asqueada y huérfana de digna y merecedora mejor compañía. Todo es justificado y bendecido en el nombre de la gobernabilidad de un pueblo hecho de plastilina, moldeado y moldeable por la élite de la mediocridad con sus poderosos medios de comunicación, haciendo de la masa, y los malos alfareros, las más horrorosas figuras inhumanas.
Sigue a esta suma de guarismos interesados, de la lacra nacional, el empleo laboral. Esto es, sin duda, la recopilación de prodigios, en forma de cuentos infantiles, más grande del mundo. No ha habido, ni habrá, una colección tan voluminosa de historias, para pequeños hombres del planeta, como el Instituto Nacional de Empleo y su prodigioso sistema de contar puestos de trabajo. Sus muy honestas estadísticas de empleos mensuales, o anuales, llenan de risas y carcajadas a cada uno de los inocentes y honestos provincianos de todo el país. El procedimiento que tendría credibilidad sería el poder anotar a toda persona que se le de trabajo, sus nombres y apellidos y demás datos, y de esta simple manera se podría saber si, por ejemplo, Juan Martínez Sánchez cuantas veces ha sido empleado en un año y no contar los empleos tantas veces como Juan ha sido empleado (siendo Juan siempre el mismo). O sea, uno, y los empleos diez o doce. Este procedimiento está acabando con todo el paro nacional, aunque mejor sería decir que está incrementado “el movimiento nacional” al tener que entrar y salir los obreros de los trabajos al menos docenas de veces al año acarreando su torbellino inquieto y vivaz.
Trasladado este curioso método estadístico a un hotel, con su puerta enorme y giratoria, en cuyo interior gira, sin cesar, un aturdido cliente que no puede salir de ese torbellino , situación que es aprovechada por el Gerente del Hotel para inscribirlo como cliente cada vez que lo ve pasar, llenando, de esta manera, el libro de clientes, pero teniendo el hotel vacío.
Anteponen las cifras a las personas, siendo mucho más importante la necesidad de dar brillo al sistema gobernante que a solucionar el mayor de todos problemas, como lo es la falta de trabajo. Penoso es, también, el hecho de haber convertido el trabajo en un ser gravemente enfermo, sin más medicinas que las que quieran administrar los poderosos, haciendo de él un ser precario de salud, derechos naturales, sociales y continuidad de vida laboral con su justo bienestar. Enfermo que para más sorna debe de ser cuidado por los trabajadores para que no se ponga peor, de no exigirle demasiado, resignándose todos a tener que convivir con un enfermo incurable toda la vida para que así puedan vivir espléndidamente aquellos que tienen “tan grandes necesidades”. Difícilmente logrará el enfermo ponerse sano, ya que de su enfermedad viven opíparamente cientos de buenas personas, que, compuestas por honestas gentes, controlan todos los resortes oficiales y laborales para poder hacer del enfermo un nuevo mártir del santoral obrero.
Dejemos, pues, en paz al cinismo estadístico, con sus claros y oscuros, y sumerjamos nuestros ardores orales en este bello mar Mediterráneo para que así puedan ser extinguidos. Demos viva a la vida ingiriendo todo aquello que sea publicado oficialmente y bebamos de las cristalinas fuentes de las verdades, la pureza de sus acentuadas aguas. Acatemos lo inacatable y aceptemos lo inaceptable, todo sea en loor de la sana convivencia de una sociedad cuyo penoso lastre está lleno de robos, cárceles, crímenes y engaños; en donde no puede reposar, ni un dedo del pie, el ser que desee ser honesto y humano.