Salomé Moltó

Verás, tienes que amontonarlas de diez en diez, así son de unos céntimos, luego de veinte, de cincuenta y hasta
el euro.
¿Abuelo, tú también tenías una hucha para poner las monedas demás?
Sí, y tu abuela y yo quedamos de acuerdo que cada vez que veníamos del mercado, esa “metralla” de pequeñas
monedas las guardábamos en la hucha, sí, en esa cajita que tienes en las manos, y claro, por Navidad, la abríamos
para ver qué podíamos comprar de juguetes y chuches para todos vosotros.
Aquellos recuerdos de unos tiempos, ya tan lejanos, rumiaban en mi fuero interno, allí de pie junto al árbol de
Navidad tan ricamente decorado. Era sorprendente todo lo que colgaba. Una cajita pequeña con un nombre, otra
más grande para otra persona, estaba claro que mi nuera era una mujer muy bien preparada, muy laboriosa y seguro
que no se había olvidado de poner algún regalo, grande o pequeño para cada uno de los miembros de la familia. Era
pensar: ¡A mí nadie me ha olvidado!
Cuando aquellos recuerdos me invadían, me preguntaba si a todos los niños y niñas les había pasado lo mismo y
si en la actualidad seguían padeciendo tantas carencias.
Hay gente en el paro, otros piden limosna en plena calle y ¿no tienen nada para comer ni un humilde techo donde
pernoctar? Y somos una sociedad democrática, dicen, con derechos y ayudas sociales y ¿qué es lo que no acabo
de comprender? Era Navidad, mucha alegría, cánticos, sonaba la pandorga y el tamborilete. Estábamos repitiendo
aquellas manifestaciones de alegría porque cada año el niño Jesús volvía a nacer. Y, ¿no se aburren de repetir lo
mismo una y otra vez? La tradición es la de siempre y cada año se repite, para que nadie lo olvide.
En el invierno de 1952, las autoridades trajeron a casa de los abuelos al hermano de mi abuela, era sordomudo
y acababa de morir ahogado en una balsa. A pesar de la miseria de aquella época, teníamos dulces y turrón para
comer.
Pero nadie cenó aquella noche, el cuerpo presente del familiar fallecido nos cortaba tanto el hambre como los
suspiros que emanaban de unos muy tristes corazones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *