Un CeNeTista

El desarrollo del pensamiento político en la antigüedad, concretamente en la antigua Grecia, nos ha permitido entender la evolución y la deriva política e histórica hasta nuestros días.

Durante muchos siglos la antigua Grecia vivió bajo la sombra de muchos sistemas políticos. Uno de los más importantes, y que hoy resulta ser uno de los símbolos de nuestra civilización, fue la democracia. A pesar de que esto solamente es una interpretación mitológica de nuestro presente por el triunfo de las democracias desde principios del siglo XX.

Durante el período previo al nacimiento de la democracia, en algunas ciudades-estado griegas, surgió un sistema político que en muchos casos fue considerado como un antecedente político de la democracia. Algunos autores y pensadores políticos de la antigüedad llegaron a destacar que la Timocracia fue un antecedente político a la democracia. Sin embargo, vino a definir un sistema de gobierno formado por propietarios.

Concretamente, para Aristóteles -uno de los pensadores de la antigüedad que tanto aportó a la civilización grecolatina- la timocracia era uno de los sistemas políticos más puros y perfectos de gobierno. No hay que olvidar que Aristóteles fue un gran defensor, en su obra La Política, de la sociedad de clases y de la institución de la esclavitud. Y, en definitiva, hablaba de la democracia como una forma corrupta de la Timocracia.

Sin embargo, el gobierno democrático en Grecia atravesó diferentes momentos y finalmente provocó su caída debido al militarismo de algunas de sus ciudades-estado, y sobre todo por las crisis y contradicciones que atravesaban sus modelos de democracia ampliamente excluyentes.

Sin embargo, la caída de la democracia en Grecia supuso también el naufragio de una concepción colectiva y social de entender la organización de la sociedad y, sobre todo, la emancipación del ser humano.

Este fracaso colectivo provocó el nacimiento de nuevas escuelas filosóficas y de formas de pensamiento, así como la renuncia y la retirada del pensamiento filosófico en el terreno político, provocando también un desplazamiento de la centralidad de lo colectivo y del estudio de las instituciones políticas hacia el estudio y centralidad de la individualidad, la naturaleza humana, la ética y la virtud.

Muchas escuelas filosóficas, tras este fracaso colectivo, llamaban a una renuncia activa y a una retirada de la política, calificando a ésta como un camino de frustraciones, de disgustos y de ambiciones. Y, sobre todo, como un camino que se opone y se levanta contra la naturaleza y la persecución del bien, de la virtud y de la felicidad.

De todas estas corrientes y escuelas filosóficas, solamente los cínicos se mantuvieron en una posición crítica frente a la sociedad, frente a la deriva individualista de reformar no las instituciones, sino el individuo.

Esta renuncia de la política, en definitiva, era una renuncia a la acción colectiva como centralidad de una búsqueda del sentido de lo humano en la vida social.

Sin embargo, la historia no ha sido otra cosa más que la sucesión, repetición e influencia de muchas de estas ideas en la sociedad y en la cultura.

No obstante, en la actualidad más o menos presente, hemos atravesado una situación muy parecida a la caída de la democracia en la antigua Grecia.

La derrota del marxismo-leninismo, que se materializó con la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, supuso una situación muy parecida a la del fracaso de la democracia en la antigua Grecia.

Estos hechos representaron, para muchos, la retirada del mundo de la esperanza de una emancipación colectiva y, finalmente, el triunfo del capitalismo y del individualismo en la cultura.

La derrota de la URSS supuso también la derrota de un mundo y de una sociedad que fracasó y que tuvo su origen en una revolución, la Revolución Rusa de 1917, y con ello también fracasó la misma idea de la revolución. Es decir, la mayor acción colectiva a la que aspiraba la clase trabajadora.

El capitalismo aprovechó la derrota del socialismo autoritario para pisotear aún más la idea de revolución, a pesar de que en la Unión Soviética la revolución era monopolio de los miembros del partido y desde el principio fueron los principales traidores a ella.

Una vez derrotado el capitalismo de estado que representaba la URSS, el individualismo capitalista se integró en la cultura, en la forma de un capitalismo de consumo.

Como siempre, el pensamiento libertario arroja luz hasta en las oscuridades más profundas. Siguiendo el hilo a uno de los grandes pensadores y militantes del anarquismo. El ser humano, como siempre, para escapar de su miserable suerte tiene tres caminos. Dos de los tres son el fruto de una miserable ficción, mientras que el tercero de ellos responde a una clara apuesta por lo real. Los dos primeros son la Taberna y la Iglesia, antros donde el ser humano busca la prostitución de su cuerpo y de su alma; mientras que el tercero es la Revolución Social.

En este sentido, la sociedad actual, a pesar de su inconsciencia, aspira a una emancipación humana sobre la base del individualismo, es decir, de la acción individual; y hace una apuesta por los dos primeros.

De estos, el primero de ellos es la Taberna. Ésta no es nada más que un antro, donde el ser humano rinde un culto individual al cuerpo. Busca la satisfacción de él, en su aspecto estético y cultural, cayendo en su máxima expresión, en una enfermedad vigoréxica.

Por el contrario, el segundo de ellos, la Iglesia, es otro antro donde se prostituye el alma, y se vende como una liberación del espíritu, en las formas más variadas, entre ellas las sectas, los cultos, las filosofías orientales, y, en muchos casos, la psicología positiva. En definitiva, la mentira.

Tanto una como la otra, son expresiones de estas formas de emancipación individual que aspiran a retirarse de lo colectivo, a renunciar en muchos casos a la política, como reflexión profunda de la sociedad, y a aspirar única y exclusivamente a un cambio individual.

Sin duda, la opción tercera, de la que hablaba Bakunin en su reflexión, era la revolución social, representando a uno de los fenómenos o expresiones más extraordinarias de la acción colectiva.

Sin embargo, la revolución, que choca directamente con el pensamiento individualista del capitalismo sobre la cultura, necesita, para extenderse y contagiarse sobre las clases populares, destruir esa idea de la acción individual. Porque la revolución es siempre un acto colectivo, por tanto, la revolución social necesita una cultura revolucionaria que aboga y crece únicamente gracias a una cultura del apoyo mutuo y la solidaridad de clase.

La revolución social plantea, en primer lugar, una revolución cultural frente al individualismo capitalista. Exige que una cultura revolucionaria se abra paso contra el individualismo de consumo, y necesita una nueva ética social.

A diferencia de todas estas corrientes filosóficas, que hacen una renuncia de lo colectivo o de lo individual, la ética revolucionaria exige un equilibrio entre ambas.

Muchos de los valores que defendían todas estas escuelas filosóficas de la antigua Grecia son fundamentales para desarrollar una cultura y una ética revolucionaria.

En este sentido, históricamente el movimiento obrero revolucionario y el movimiento anarquista han destacado en muchas de sus proezas en demostrar una ética revolucionaria.

Durante la Dictadura de Primo de Rivera, la CNT había pasado a la clandestinidad, debido a que no quería cumplir con la Ley de Asociaciones Profesionales de Patronos y Obreros, una Ley que ponía en bandeja al Estado la represión más despiadada contra el movimiento obrero. En la clandestinidad, los trabajadores, que eran encargados de recaudar las cuotas de los afiliados en las fábricas, debían llevar un arma de fuego para proteger las recaudaciones de los Comités de Tesorería. Hasta el punto, de que en el caso de que los Comités de Tesorería de la CNT fueran arrestados por la policía, podían verse procesados por un delito de estafa, al recaudar la cuota de una organización que no estaba legalizada conforme a la nueva ley de asociaciones. Una trampa para perseguir y encarcelar a la militancia obrera de la CNT.

La ética revolucionaria que se había desarrollado entre el movimiento obrero exigía fuertes dosis de sentido de la responsabilidad, espíritu de sacrificio, valor, decisión y apasionamiento para acometer una acción o para afrontar un peligro. Exigía también determinación, y más concretamente claridad y constancia en las finalidades propuestas, así como la capacidad de tomar decisiones coherentes y oportunas. De la misma forma, la ética revolucionaria exigía también una respuesta diligente y eficaz ante situaciones que rápidamente demandaban sentido común, compromiso y solución. La ética revolucionaria también establecía la necesidad de renunciar a la abundancia de bienes materiales, la búsqueda por alcanzar propósitos arduos y, sobre todo, abnegación, como puntal de la acción colectiva y la solidaridad.

Otro de los ejemplos que demuestran esta ética revolucionaria, era la elegir al menos dos directores para los periódicos. Uno que trabajara efectivamente en la dirección del periódico, en la clandestinidad, y otro que fuera el responsable público del mismo, con el fin de que, en el caso de que se los procesara o encarcelara por delitos relacionados con la libertad de prensa y libertad de expresión, la publicación pudiera seguir siendo editada.

Este hecho demuestra que la militancia obrera anarcosindicalista había alcanzado un grado de madurez tal, que todas estas experiencias represivas habían llegado a conseguir acumular toda una serie de conocimientos y experiencias técnicas de evasión de la represión.

Sin ninguna duda, una cultura revolucionaria, debe ser una cultura del esfuerzo individual y colectivo, del espíritu de sacrificio, de la disciplina voluntariamente aceptada, el dominio personal sobre los deseos, el control sobre el miedo, el coraje y la firmeza en la defensa de las convicciones, diligencia y firmeza en la voluntad, magnanimidad. De la misma forma, exige la aceptación trágica del momento, la renuncia a la abundancia de los bienes materiales y la consecución e integridad en la defensa de las ideas, la perseverancia, la dedicación y la honestidad.

La recuperación de la acción colectiva, como antesala de la revolución, exige, por tanto, una ética revolucionaria al servicio de la emancipación humana.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *