Furia Libertaria
Qué vergüenza ser rico! ¡Qué asombroso tener que ser pobre! ¡Qué trágico ver a ambos despejando sus situaciones tan distantes! ¡Cómo entender que estemos gobernados por señores que sólo defienden sus intereses! ¿Es posible que despierten las rebeldías, dado que en la pobreza se cuestiona la subsistencia? ¡Qué gobernantes! ¡Qué legisladores! ¡Qué jueces! ¡Qué decretos ley para dominar situaciones en la precariedad! ¡Qué circunstancia fuera de toda legitimidad ciudadana! ¡Que sueños frustrados, sin poderlos realizar nunca! ¡Qué desencanto para los débiles, que viven los sueños milagrosos! ¡Qué civilización, defendiendo el poder de Estado! ¡Cómo piensa la burguesía, en caso de que tengan algún sentimiento equilibrado! ¡Qué pesadilla el escenario de los gobernantes desde el momento en que dicen orientar la soberanía del inviolable derecho! ¿Y las decisiones de los dioses “endiosados”, que nunca dan la cara por estar ocupados con la divina comedia? ¿Y las premisas de futuro, que jamás muestran la realidad de los hechos que deben proteger futuros ciertos? ¿Y el deseo de la suerte ciudadana, porque no es principio de alguna Ley civilizada: En leyes obligadas, leyes sin retoques, leyes necesarias para ser respetados…? ¡Cómo es la osadía de los gobernantes que administran la suerte de vivir, en caso de que exista ese privilegio de poder conseguirlo! Es decir: ¿Se puede creer en Dios, conociendo únicamente sus fantasías: ¡Ahí está pendiente el milagro que puede y debe justificar “su existencia innecesaria”!
Qué imaginación tan nefasta la del ser humano al tratarse de los intereses privados, sobre todo en los privilegios de poderes políticos de Estado. Qué ideas dominantes para sobornar y confundir sin enmienda posible, resultando que siempre triunfan las leyes egocentristas; los que aseguran que siempre ganan los mismos; con leyes políticas, especialmente de Estado. ¡No es lo mismo dominar que ser dominado! Suele dominar el fuerte, el que se cree poderoso, el prevaricador, el chantajista camuflado entre las multitudes; el que practica los juegos malabares para engatusar, con arte de prestidigitadores, preparados para tal fin concreto en las formas más extrañas, aunque siempre disimuladas para engrandecer las políticas lucrativas, en lo moral y material, con certificado oficial del ogro Estado. ¡Oh, diplomadas señorías, académicos para vivir siempre disfrazados de arlequines, entre la honradez, con la influencia de la ira social, que nace al no estar gobernados por la sensatez necesaria!
Qué huracán social, en cualquier cultura, no logra escapar de la culpabilidad, ya que “la gobernación” sólo destroza la convivencia cívica: Qué y para qué sirve que los ciudadanos, con las políticas de Estado, tengan que soportar las leyes que únicamente sirven para engrandecer el poder del capitalismo. Y, “el capitalismo”, siendo “el todo poderoso”, sirve sólo para entretener ideas e ilusiones, sin más remedio que ser víctimas de todo capricho burgués. Qué plaga endémica de burguesía desaprensiva en todo lo que mueve el derecho a ser ciudadanos libres.
Qué pasado, qué recuerdo tan triste. Qué listado de acuerdos para que fuesen posible las guerras, en los conflictos devastadores, aunque la Clase Obrera siempre sufrió cuanto sabe crear la Clase Política: Destrucción, privación, inseguridad, desorientación y merodeo innecesario. ¡Qué energúmenos al servicio de los intereses privados! Separemos de la política “lo humano”, porque generan inseguridad sin futuro posible. El maquiavelismo fuera un inteligente “loco”, sin que lograse educarse con los principios del Libre Pensamiento. ¡Y así resultó de su conducta de estadista! En la obra “El Príncipe” deja su mayor experiencia sabiendo que las políticas de Estado nunca saben moderar en la Sociedad las conductas exterminadoras: ese comportamiento que siempre se arrastra, como los reptiles, hasta conseguir que la ciudadanía esté sometida a las Ideas que debe cumplir la estructura de Estado. Siempre es buena ocasión para la crítica, para la denuncia, esa protesta que debe subsanar el deterioro de la circunstancia, comprometida con la injusticia que traiciona la posibilidad de vivir, respetando que cada persona tiene el derecho de juzgar y defender los valores más preciados.
Qué presente social tenemos, con divergencias frustrantes sobre la Cultura que siempre buscamos para disfrutar de costumbres verdaderas: ¡No se acepta que fracase esta ilusión! Sobre todo, en la forma de presentir la gratitud que acredite ser más humanos. Qué extraño es que tengamos que vivir amarrados al deseo que nos aconseja el Estado para vivir, con la táctica de quienes legislan inseguridad, no ajustada a derecho honrado, y que proteja toda clase de dudas entre tanta astucia del capitalismo, fijo y permanente en la sociedad gobernada por la burguesía del látigo corrector, que nunca corrige algo, más bien lo difumina, lo ofusca, lo enreda para que los privilegios queden entre esas costumbres aburguesadas, jamás comprensivas.
El Rico suele vivir de la usura, de la ventaja que su propio poder le permite; por tanto, como suele utilizar para quedar bien entre sus iguales. ¡Es el Rico perverso por la gracia de Dios y el Capitalismo! Mientras que el Pobre se ve disminuido por la necesidad y los improvisados momentos, en que nada puede resolver, por no tener cuenta corriente solvente o medios para resolver situaciones de límite, especialmente cuando sufre urgencia social. ¡Naturalmente que no es lo mismo ser “pobre” que ser “rico”! El Rico ve la pobreza como una circunstancia pendiente de ser superada; mientras que todo depende de leyes humanizadas, que nunca deben ser opresoras por la sanción burocrática, siempre amenazante, siempre tangencial, especialmente para los Pobres. ¡Maldito Capitalismo! ¡Maldito dinero! ¡Malditos los que legislan para imponer leyes “de tanto tienes, tanto vales”!
Los Ricos y los Pobres, tan divergentes siempre, son ilusionistas porque nunca terminan de reprocharse, no saber salir de los valores que los eternizan, aunque es cierto que la Sociedad no sale de sus certificadas y obligadas creencias que lo justifican.