Salomé Moltó

• Pues ya ves no hace ni media hora que ha llegado la policía.
• ¿Y quién la ha llamado?
• Pues ella. Así de sencillo. Ha matado a su madre y luego ha llamado a la policía.
• ¡Anda ya! Cómo va a hacer tamaña burrada y luego llama a la policía, ¿así de simple? No digáis tonterías que hay muchas cosas que deben haber pasado y que como no lo sabemos mejor estamos calladitas y ya se sabrá.
  Días después las investigaciones de la policía y los informes de los jueces hicieron ver con toda profundidad lo que de verdad había ocurrido. Lo más chocante fue ver a la supuesta envenenadora libre de cargos y paseándose por la calle con total naturalidad.
  Una de las vecinas del barrio le soltó un insulto, otras le giraron la espalda al pasar. Los demás la observaban en todo cuanto hacía.
  Eulalia, una amiga de la familia de toda la vida, se propuso investigar y no en el parecer y decir del vecindario, indagó por el apartamento, pasillo, armarios y todo lugar. En el interior de una rendija cubierta por una ligara tapa de madera encontró una cajita con algún resto de un polvillo que se supuso era el veneno que mató a la madre de Victoria.
• ¿Cómo es posible que haya salido en libertad habiendo envenenado a su madre?
  En el quicio de la puerta Victoria les contestó.
• Sencillamente porque es ella, la madre, la que ha ido envenenándose poco a poco, porque quería poner fin a las infelicidades de mi padre, el despotismo de mi hermano y la poca atención que yo le presté. No la ha matado el veneno que iba tomando, sino el poco cariño de los demás.
• ¿Sabéis lo triste que es envejecer y sentirte abandonada, como un trasto?
  Todos necesitamos del amor de los demás, o por lo menos el respeto y la aceptación, seamos como queramos, aparte de todo interés político, económico y de cualquier índole.
  Aquella noche, todos durmieron profundamente impresionados y algunos doloridos, pues empezaban a vivir aquel “envenenamiento”