Pedro García

Según nos cuenta la historia, el origen del ladrillo fue, igual que el origen del hombre, en la Mesopotania. En las tierras de Ur, que por lo visto quiere decir entre dos ríos. Florecieron en estos lugares varias civilizaciones que aportaron grandes cosas a la humanidad. Construyeron enormes edificios y templos que asombraron a los seres humanos de aquella época. Todo fue hecho bajo el entorno grandioso que envolvía tierras despobladas y seres soñadores. Seguramente, en las orillas calientes y arcillosas de los ríos Tigris y Eúfrates, el potente sol cuarteó las arcillas y, por efecto del calor, fueron endurecidas, dando como siempre la naturaleza la inspiración para crear el ladrillo a través de un sol artificial, pero más potente y próximo, creando el horno. Cocer endureciendo hasta querer ser una piedra y poder disponer de un sustituto imprescindible para la construcción de casi todo tipo de edificios fue la conquista.
Con el tiempo aparecieron nuevas generaciones que copiaron el babilónico ladrillo en otras civilizaciones, hasta que llegó el rectángulo arcilloso a poder de los musulmanes, que, a lo largo de sus correrías guerreras por muchos países, los trajeron a España. Aquí se han hecho, se hacen y se harán maravillas con él, basta ver los trabajos de los mozárabes para poder saber hasta qué grado de dominio llegaron aquellas gentes y los prodigiosos trabajos hechos por nuestros albañiles actuales.

Recordando las viejas bóvilas de nuestro país, en donde por unas miserables pesetas trabajaban los ladrilleros diez y doce horas diarias, soportando los rigores del astro sol, el polvo y las jocosas calificaciones que hacían las personas del pueblo, tachándolos de fanfarrones fantasiosos. Lo hacían porque ellos siempre contaban por miles sus cuentas de ladrillos y la gente de aquel entonces, cuando contaban y se pasaban de diez, se angustiaban y se mareaban.
Nuestro común amigo y compañero de la vida, el ladrillo, ha tenido infinidad de copias modificadas y adaptadas a las nuevas construcciones, reverdeciendo, también, las viejas glorias que el esplendoroso pasado disfruta hoy de un mercado fabuloso, sobre todo en las construcciones de viviendas tan asequibles por su precio a las masas populares. A pesar de los humildes orígenes de nuestro compañero el ladrillo, que fue el primer obrero, ha resultado ser un vulgar pesetero vendido a los Buitres especuladores. Perdió, para siempre, sus espartanos orígenes convirtiéndose en un ladrón de sueños reparadores, descansos hogareños y sosiegos familiares, condenando a cadena perpetua bancaria a todos los que tengan un hogar hecho con un grupo de estos falsos compañeros. Lo que nos obliga a pensar que el nombre no hace la cosa, sino la cosa al nombre. Es por ello que el cariñoso calificativo de compañero no se lo merece, porque, por lo visto, como su signo es subir y subir hasta poder llegar al cielo, no cesa de aumentar su valor y trepa, sin límite ninguno, a pesar de ser de fango.
Pero también sería muy justo el poder dejar, al excompañero, que nos diera una explicación por esos radicales cambios sociales. Tenemos, pues, que oír su explicación: “Creo que ya todos me conocéis lo suficiente para no tener que presentarme; como estamos entre conocidos empezaré a contaros el porqué de las causas que han logrado cambiar tanto mi vida hasta convertirme en lo que hoy soy. Pensad que en una finca intervienen muchísimos materiales y que cada uno de ellos tiene un patrón que debe de procurar vender sin tregua ni paro para que su negocio funcione. Si para ello debe de dar comisiones a los constructores o a los capataces, lo hará. Por esta simple regla de tres se regirán todos los patrones de todos los materiales, haciéndose una jocosa cola delante de la obra ofreciendo sabrosas comisiones para no perder las ventas. Comisiones que deben de ser incluidas en el precio total de los productos vendidos. Luego, aparecen otros problemas, como lo son el suelo.
Aquí intervienen los municipios, que cobran las tasas por el permiso de construcción y demás cosas, pero sin olvidarse de “la normalita comisión”. Hay, también, que legalizar la propiedad de los apartamentos, haciendo el pertinente documento a cargo del Notario, que, también, debe de cobrar su pecunio. Este interminable desfile de honestos funcionarios y patronos, todos con su correspondiente mordedura, forman una larga cola que termina con el último de la cola, que es el que una vez hecha la suma total de los gastos debe pagar un precio, en el que están incluidos todos los buitres y sus buitrerías, cuya jauría es interminable y entrañablemente española. Y estas son las causas que han hecho que se e transforme de tal manera mi vida, en la que ni yo mismo puedo reconocerme, aunque me mire en un espejo, todo ello gracias a los honestos negociantes y a los funcionarios deseosos del bien vivir entre todos los pobladores de este bello país, en donde José María el Tempranillo, Diego Corrientes y los Siete Niños de Écija tienen un hermoso apartamento, cada uno a precios populares. ¡Juzguen Ustedes!”.
No tiene, pues, el ladrillo la culpa de que la jauría constructora lo manipule hasta lo infinito, él, igual que el hombre, también “fue hecho de arcilla. Debe de ser por ese vínculo familiar que a ambos nos une, se abuse tanto de la familia. En fin, que somos si no, que el resultado de los alfareros que nos modelan y construyen e instruyen. Con la gran diferencia de que una casa, una vez terminada, la hacen valer un dineral y un ser humano vale bien poco.

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