Encarna Julià García
En diciembre de este año 2022 se celebrará, en la ciudad de Alcoy, el centenario de la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores, AIT. En los últimos años ha ido aumentando el número de secciones que se han adherido a esta internacional, al mismo tiempo que lo hacía el número de sindicatos que se adherían a la CNT-AIT, en su mayoría procedentes de la CNT-CIT. El crecimiento numérico supone un reto en cuanto a cohesión que la CNT-AIT, organización que, por su trayectoria histórica, y en especial por la revolución española del 36, es un referente internacional del anarcosindicalismo, debería tener muy en cuenta.
En ocasión de lo que se llamó “proceso de reestructuración”, que pretendía la recuperación del sindicato, con sus Principios, Tácticas y Finalidades, del último golpe de reformismo, el que vino por parte de lo que hoy es CNT-CIT, entre la militancia se plantearon preguntas sobre cómo se había llegado a esta situación de división y qué lecciones sacar de aquí, sin que a nivel formal tuviera lugar un debate. Mientras los congresos de reestructuración se orientaron a rearticular lo que estaba disperso, entre militantes se buscaban explicaciones, y posibles cambios necesarios, recogiendo las críticas que los sindicatos disconformes con la línea reformista que se estaba imponiendo en la CNT habían venido haciendo durante años. Aquel impulso reflexivo no duró. Pero bueno. Al fin y al cabo, y, para resumir, de lo que se trataba, y se trata, es de qué modelo de crecimiento se va a seguir para hacer frente a la crisis de la organización.
La CNT pasó de ser un sindicato mayoritario en el pasado a tener una minoría de afiliados en la actualidad, frente a los sindicatos de concertación que aceptaron los Pactos de la Moncloa, que tienen más afiliados, al igual que la escisión reformista que surgió a finales de los setenta, la CGT. Este hecho suscita dudas en quien no está claro en su pensamiento, y se llega a creer que hacer concesiones al sistema, integrarse en el modelo de elecciones sindicales, comités de empresa, subvenciones y liberados, y minimizar la ideología anarquista, es una estrategia más efectiva. De la misma manera, ha podido conducir a un complejo de inferioridad por el que, más o menos conscientemente, se pone ese crecimiento puramente cuantitativo como objetivo prioritario, aun no optando abiertamente por un modelo sindical plegado al sistema. Se obvia así la cuestión más importante, que no es a qué sindicato se afilia el 12% de trabajadores que se afilia en España, sino qué razón mueve al otro 88% que no lo hace (igual ocurre en todo el ámbito de la OCDE, la cifra de afiliación se ha ido desplomando). Y ahí nos encontramos con el descrédito del sindicalismo de concertación, el rotundo fracaso del sindicalismo vendido a la patronal y al estado, entre ellos, los sindicatos reformistas que trataron de destruir a la CNT infiltrando este tipo de ideas, y con la desmovilización social generada por el propio delegacionismo de estas organizaciones, que
el concebirlo como eje, dado que es la lucha por la expropiación y transformación de los medios de producción la que mejor distingue a los movimientos revolucionarios de los que no lo son. Ya sabemos cómo hoy en día se intenta separar las distintas luchas o enfocar la revolución desde una perspectiva no obrera sino interclasista, mientras que lo que el anarquismo propone es una lucha integral contra todas las jerarquías.
Pero lo que no es lógico es suponer que todo el movimiento tenga que reducirse al sindicato o que la sindicalista, y hoy en día, la laboral, tenga que ser la lucha única. El pasado nos dice que esto no es así, que la casa se construyó por unos cimientos que no eran inicialmente, o al menos no eran únicamente, el sindicato, sino que eran ateneos, grupos de teatro, en muchos casos asociaciones de carácter cultural, de creación de vínculos sociales…y, en suma, de forja de mentalidad crítica. Estos tardaron años en crear ese caldo de cultivo propicio al movimiento obrero, porque no bastan las malas condiciones para generar una reacción de protesta organizada, sino que un movimiento organizado tarda mucho en formarse. Y en este sentido no se sabe lo que va a pasar en un futuro, si quizá el sindicato se nos caiga y tengamos que reiniciar desde ahí. O quizá se pille el mal a tiempo, y el anarcosindicalismo sea capaz de nuevo de fomentar la creación e interactuar en igualdad con los grupos anarquistas, grupos de afinidad de mujeres, jóvenes etc., ateneos verdaderamente libertarios…y reestablecer lazos con ellos.
Lo importante aquí es resaltar que el trabajo de concienciación de la clase trabajadora, el de transformación de los seres humanos desde dentro, desde una socialización nueva, lo que corresponde a una noción cualitativa del crecimiento, es el elemento crucial de fortalecimiento del sindicato. Mucho más decisivo que los cambios estructurales, tales como modificar el sistema de voto, o las condiciones para las nuevas afiliaciones o adhesiones de sindicatos, o reducir las potestades de los comités…todos esos cambios que pueden proponerse para crecer mejor y sobre un suelo más seguro, aunque sea un poco más lento. Y al hablar de ese trabajo cualitativo conviene resaltar que dada la situación de cerrazón a la que se llega por el camino de las inercias de años, debido al abismo entre militancia y afiliación, a la escasez de personas y de tiempo, a que la fase formativa y deliberativa se ha estado descuidando frente a la puramente decisoria y ejecutiva en las asambleas, y en definitiva a que no se puede o no se quiere integrar formas de acción, pienso que el cambio va a tener que venir más desde fuera. De ser así, será desde esos grupos y espacios independientes capaces de mantener la coherencia con la ideología, y posiblemente desde sindicatos fieles a los principios tácticas y finalidades del anarcosindicalismo, pero que habrán optado por la estrategia de ahorrar energías de participar en estructuras demasiado pesadas y anquilosadas para aguantarlas, manteniéndose en lo local, aunque con vínculos hacia fuera. Para cuando el movimiento se recuperase y estos sindicatos pudieran adherirse con unas condiciones para un crecimiento sano, lo que haya quedado del sindicato histórico, podría sobrevivir. Si no queda nada, la necesidad hará que se forme de nuevo desde el principio, ya, quién sabe, sin las mismas siglas, pero con el mismo espíritu, que es lo que de verdad importa, que el movimiento se expanda sustancialmente, de manera real, y de respuesta a los problemas del presente, que es justo lo que no está haciendo el sindicalismo reformista, incluyendo el que sigue en las cabezas de cargos de comité de los que se llaman anarcosindicatos. Porque no seamos ingenuos, infiltración siempre la ha habido, pero no es honesto atribuir toda la responsabilidad a una panda de arribistas o infiltrados.
Poner todo el peso en las cantidades, en el número de afiliados, de cotizaciones, de conflictos, de secciones, etc., haciendo énfasis en la velocidad a la que se crean, sin mencionar la velocidad a la que se destruyen, conlleva una tendencia a valorar las apariencias de que se hace por encima del propio hacer. Lo que hicieron nuestros antiguos compañeros creando el suelo cultural y social para la planta sindical, trabajo lento y difícil, también sacrificado y que podía costar la vida, no debe de olvidarse nunca. El modelo de crecimiento que nos legaron es el propio de los seres vivos. El sindicato puede crecer como crece por ejemplo un árbol, pero no como un producto de fábrica o de laboratorio, en un ambiente hostil, deshumanizado y sectario. Si la CNT-AIT analiza y revierte las inercias que la han ido llevando hacia donde está hoy, puede que todavía esté a tiempo de una recuperación desde dentro.
Al lector no le pasará desapercibido que el hecho de que esté escribiendo aquí esto en lugar de exponerlo por vía interna es señal de mi pesimismo respecto de este supuesto. Por lo que sabemos, no es que la organización sea necesariamente incapaz de hacer autocrítica, pero esta siempre se ha formulado de fuera hacia dentro, desde entornos no sujetos al poder de presión de los comités, cuya tendencia en un contexto de declive es la de tener bajo control a las asambleas. Esta función crítica fue la razón de ser que llevó en el pasado a la creación de los grupos de la FAI, y que hoy, espero, seguirá produciendo otros grupos.
Dado que, al no poner la condición de la ideología anarquista para crear afiliación, la CNT tiene la ventaja de captar por la vía del conflicto laboral, pero luego hay que formar a la afiliación para que no termine por destruir la esencia ideológica, para hacer frente a las derivas de carácter reformista y autoritario, no quedaba otro remedio que actuar hacia adentro, pero desde fuera. Es por eso que conviene pensar en términos de movimiento, y no estrictamente de organización, la cual es un medio de lucha, una herramienta, para la libertad humana, no un ente supremo al que haya que sacrificarla. Y es que el ideal de crecimiento del productivismo no tiene nada que ver con el de desarrollo humano, sobre todo, en lo concerniente al respeto de los tiempos vitales, tanto de la persona como del colectivo, y la elección de en qué los empleamos.