Salomé Moltó

Se lucha contra el PODER (así en mayúsculas), como se luchaba en las leyendas contra el dragón, los monstruos, o los molinos de viento en la literatura. Interpretado el Poder como algo monolítico, como enorme araña que extiende sus tentáculos a todas partes y todo lo corrompe, y como opresor, agobia, limita e impone su voluntad. Luchar contra él no sólo es un derecho, es una necesidad, un deber.

Está ahí frente a nosotros, hay que sacar la espada de la justicia y de la razón y rebanarle la cabeza si deseamos una sociedad libre y auténtica. Así es cuando nuestra visión no sobrepasa un cierto nivel épico. Con rebanar la cabeza al poder lo hemos vencido. Pero la realidad es muy otra y la lucha de poderes algo tan complejo y minucioso que se impone una profunda reflexión que podría empezarse con, por ejemplo, estas preguntas: ¿Forma parte de la condición humana las ansias de poder? ¿Desea el hombre el dinero por tener poder o tener poder para tener dinero?
Se cuenta en un año, más o menos, el tiempo que una pareja de casados dedica a su luna de miel, antes de empezar la lucha por el poder de uno sobre el otro. Las familias no suelen ser la suma de los miembros que la componen, sino un núcleo de individuos alrededor de uno de ellos que los manda, en consecuencia, ejerce el poder de su voluntad sobre los demás. Sin hablar de los partidos políticos, las asociaciones de índole diversa, que se forman con asociados en igualdad de condiciones, con idénticos derechos y deberes, acaban la mayoría de ellas proclamando a uno de ellos jefe, que, al tomar la dirección, no hace más que imponer su poder personal sobre el resto, hasta en grupos de guerrilleros se ha comprobado la claudicación en jerarquía por una pretendida eficacia. Incluso en conversaciones, donde no prima interés alguno, se ha observado que uno de los contertulios acaba imponiéndose a los demás, pero sí hay algo personal, que sin saber demasiado bien cómo, domina la opinión de los demás. Es el pequeño poder de cada cual, nombrado muchas veces autoridad, una disposición psicológica de la naturaleza humana que no se limita a ser, per se, sino a ser sobre los demás. La lucha de poderes a todos los niveles es una constante del devenir de la humanidad desde tiempo inmemorial
Será difícil que la injusta estructura social cambie si no somos capaces de cambiar ni personal, ni familiar ni socialmente, o sino empezamos a aprender que lo mejor, lo más grande, justo y sólido es lo que emana de la labor de todos con el provecho íntegro de cada cual, del potencial que todos y cada uno de nosotros sepamos aportar sin imposición de unos sobre otros. Es un camino evolutivo que muchos colectivos humanos han empezado a practicar y es de tanto sentido común que incluso, en sitios donde es frecuente el autoritarismo y ante los negativos resultados obtenidos, se piensa seriamente en la posibilidad de buscar el concurso de todos, porque se detecta que los resultados serían netamente mejores. Si así es, sólo nos queda por decir que adelante, queda tanto camino por hacer que ya es bueno empezar.

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