Francisco José Fernández Andújar
Se han celebrado las elecciones políticas en Andalucía y el resultado ha sido una victoria, por abrumadora mayoría, del Partido Popular. El Partido Socialista, que gobernó en la Comunidad Autónoma desde 1982 hasta 2018, ha vuelto a perder votos, al igual que los otros partidos de izquierdas: Adelante Andalucía y Por Andalucía. VOX, la ultraderecha, ha aumentado, aunque no al nivel esperado, y lo cierto es que el Partido Popular no los necesita para gobernar. Ciudadanos, como se esperaba, ha continuado su imparable descenso y no ha logrado representación alguna. El anterior gobierno derechista de PP, VOX y Ciudadanos, se convierte ahora en un gobierno de un sólo partido, el representado por Juanma Moreno.
La participación electoral, por cierto, ha aumentado. Y esto en Andalucía, donde más se ha señalado la figura del izquierdista que no vota, del que se suponía un populismo rebelde mal establecido en la modernidad o en el actual sistema político, etcétera, etcétera. El folklore, nuevamente, se ha revelado como erróneo, y, como ya se decía desde los medios ácratas, a menudo el aumento de participación no supone votos para la izquierda, y que los tiempos de los nuevos currosjiménez socialistas han pasado, si es que alguna vez existieron. Porque los gobiernos del PSOE siempre se sustentaron por políticas institucionales con vocación clientelista. De manera que esa rebeldía popular andaluza, que es cierto que existió y puede que aún tenga algún atisbo en parte de la población, no se volcó en la izquierda política, y menos en el socialismo. Se adaptó a los nuevos tiempos, al consumismo capitalista, a la rebeldía de consumo y dirigida (¡qué oxímoron, pero así es!) y era natural que social y políticamente esto se tradujese en una nueva situación. Que es esta: el Partido Popular sacando una mayoría absoluta que ningún partido había logrado antes.
Esto es consecuencia de la irresponsabilidad de la izquierda, cegada en conseguir privilegios, carguitos y poder. En la “institucionalización” y en convertir sus organizaciones en instituciones, como escuché en cierto programa izquierdista. Más allá de algunas acciones simbólicas y pensadas en la prensa y la propaganda, su acción se ha alejado de la calle, de la gente, para centrarse en: vota, somos elegidos, hacemos políticas institucionales desde arriba, y esto es la izquierda. Pero claro, esta forma de funcionamiento se basa en el gobierno desde arriba, donde unos pocos ofrecen lo que mejor puedan sacar (dentro de un sistema internacional donde hay más limitaciones que posibilidades), y naturalmente esto funciona bien en la mentalidad y concepción política de las derechas, pero no en las izquierdas (1), que se distinguen, o deberían distinguirse, por su popularidad y con ello, su lucha contra privilegios, la libertad social y real, que exige una igualdad en las condiciones de todos (y por ello asamblearia y fomentadora de todas las vías dialogantes y comunicadoras entre todos, algo que la institución rechaza con sus funcionarios, servicios y sistemas automatizados), y por supuesto su capacidad cambiante y transformadora (y por tanto hostil a la institucionalización, que es lo establecido). Si la ideología dominante tiende a reproducir su ideología en todos los ámbitos (institucionales, culturales, sociales…), ¿cómo la izquierda en el poder va a difundir la izquierda con prácticas y estructuras derechistas y autoritarias? Es natural que la izquierda institucional y electoralista se derechice: está funcionando en un sistema derechista que derechiza (valga la redundancia), independientemente de quienes sean los sujetos de los cargos y de políticas superficiales, que el mercado político-capitalista puede asumir y adaptar.
La sensación de derrota se da cuando se pierden las elecciones. Y ahora resulta que no pueden culpar ni a los anarquistas que recomiendan la abstención activa y la militancia real, ni tampoco a lo que consideran como la “chusma” empobrecida que entienden que sus intereses son defendidos por la izquierda institucional, y que son “tontos” porque no votan a las izquierdas, e incluso a veces otorgan su voto a la derecha. Parece que no se han dado cuenta que el derechismo también usa del clientelismo y hasta tienen mejor capacidad para ello. Y que los intereses de la “chusma”, cuando llevan décadas de capitalismo, ya no pasa por tener un trabajo de dos meses en una bolsa de empleo, ni unas mejoras que luego empeoran, o unos números que no se traducen en un cambio en su entorno. Al final, si, por un ejemplo de entre otros muchísimos, puede tirar de vender unos gramos de cocaína que le ha pasado alguien relacionado con un partido derechista, y le supone unas ganancias muy superiores a lo que mejor les puede dar la izquierda, que es una bolsa de empleo, o bien su jefe en un trabajo es derechista (lo cual es muy común) y le interesa llevarse bien con él, es normal que con el tiempo tiren hacia esa intención de voto (que no necesariamente supone un posicionamiento político, ojo).
Ahora, la izquierda, como siempre, echará la culpa a otros de todo lo que ha pasado. Posiblemente esta vez toque el turno a los dos partidos de izquierda, Por Andalucía y Adelante Andalucía, pero no parece que esa división y pelea interna haya supuesto que la gente vote en masa al Partido Popular. Otra opción es culpar a las feministas con tanta política de confrontación, que entienden como demasiado “impopular” o “simbólica” (?), pero lo cierto es que ha sido el movimiento con más movilización y es innegable que el cambio producido en la sociedad ha sido muy profundo, y esto se debe a su gran activismo, que es lo que nosotros defendemos, y vemos que obtienen resultados reales, no en las elecciones, pero sí en el ambiente de las calles. No es difícil ver que, en realidad, lo poco que electoralmente mantiene la izquierda se debe sobre todo a ese sector electoralista que existe en ese amplio movimiento. Si no son muchos votos es porque hay muchas mujeres que se no se preocupan por las elecciones y sí por el activismo. Quizás, por ello, se seguirá culpando a la abstención, con el sueño de que dentro del espectro político, dentro de los no votantes, han emitido voto el sector de los derechistas, y el de los izquierdistas no. A fin de cuentas, aunque la participación ha aumentado, la abstención sigue siendo muy amplia. Pero no hay fundamento ni seguridad alguna para interpretar o suponer nada de esto. Quizás lo mejor es que no exijan más participación, vaya a ser que saquen más votos el PP y hasta VOX.
Y es que, tarde o temprano, tendrán que entender que esto no es ni culpa de peleas internas de partidos izquierdistas ni tampoco de la abstención. Es culpa de ejercer políticas derechistas desde sistemas institucionales derechistas y bajo conceptos sociológicos también derechistas. Quien sea de izquierdas, se derechizará, y esto pasa tanto entre políticos profesionales y activistas, como entre toda la población, que puede votar.
Los anarquistas es lo que hemos intentado decir durante décadas y décadas. No se trata de no votar para satisfacer la filosofía libertaria, ni suponer que hay un partido ácrata en la sombra de la burbuja abstencionista. Lo importante es hacer políticas populares y rebeldes de verdad, donde el sistema institucional (el Estado) es parte enemiga, pues está adaptado al orden y poder establecido, dirigido no solo por los cargos electos, sino por los que a lo largo de la tradición e historia han llegado a la élite y tienen capacidad para influir en todo. La militancia es incómoda, pero es lo único que puede cambiar y mejorar todo esto.
Los cargos políticos e institucionales sólo pueden imponer y establecer lo que la calle y el activismo ha logrado mucho antes. Por eso, no se trata de señalar a quien ha votado y criticarlo y humillarlo. Eso es tontería. De hecho es tan poca cosa el votar, que resulta infantil establecer que alguien no es libertario por haber votado, y quien acusa a un ácrata de no serlo por participar electoralmente sólo intenta satisfacer su ego y sus ansias de competición y de ser más que otros. El anarquismo no pierde porque alguien haya votado. En lo que se pierde es cuando no hay activismo desde abajo y fuera de las instituciones, y esto pasa entre quienes votan, entre los anarquistas que sólo hablan y entre los políticos que sólo quieren seguir el sistema voto-cargo-decido. Entre quienes, en definitiva, sólo son pasivos y siguen una vida capitalista y consumista, con sus preferencias y elecciones de consumo, su moral en el modo de consumo, y todo lo demás, pero pasivo y consumista.
Pero la cuestión que hay que entender es que todo esto, dentro de que nuestras vidas están impuestas por el orden establecido, sólo puede cambiar o mejorar por medio del activismo y de la auto-organización. Entre la gente. No entre las instituciones. Si no, pasará lo que ha pasado, que no es culpa ni de la abstención ni de las peleas internas. Es responsabilidad de que la sociedad ha cambiado y ha virado hacia las derechas, no solo electoralmente (lo cual no sería realmente un problema) sino socialmente, en la propia gente, y esto es consecuencia del conformismo político que siguen hasta las izquierdas, y aquí aún estamos con el sueño del folclore andaluz rebelde y popular, y al final lo cierto es que “nos han adelantado por la derecha” (en sentido literal y figurado), si bien es cierto que el anarquismo como movimiento no ha sufrido mucho esta “debacle”. Hay ideología, mentalidad y cultura en la sociedad, en la población. Y es ahí donde hay que actuar. Por eso, se ha producido una derechización aún cuando Pedro Sánchez ganaba las elecciones y Unidas Podemos ha copado cotas de poder. Porque gobierno y población-sociedad no son lo mismo, siguen caminos distintos, pero el primero intenta cambiar al segundo, pero, mientras, se tiene que adaptar, o mejor dicho, aceptar lo impuesto por lo segundo. Eso es lo que hemos llamado siempre “conquistas sociales” o logros de nuestras reivindicaciones. Si estos logros los protagonizan las derechas, y no nosotros, es inevitable que las derechas avancen en la ideología y mentalidad de la población.
En esto, hay una lectura positiva, y es que ojalá el desencanto ahora existente entre los partidarios de la izquierda clásica suponga un revulsivo, y decidan hacer activismo y diálogo con toda la población. Es sólo entonces como las izquierdas, y el anarquismo aún más, han progresado. Por el momento, parece que se han pegado en el Congreso del PCE, porque han decidido presentarse electoralmente separados de los partidos izquierdistas aglutinantes. Parece que seguiremos igual y como no hagamos, por nuestra parte, algo, el recorrido político que hemos visto en los últimos años va a continuar.
Notas
1.- No quiero entrar aquí en el debate de la realidad o falsedad de los conceptos de izquierda y derecha. Admitiendo ser palabras con significados muy arbitrarios, lo cierto es que tiene una base histórica real, que viene de la Revolución Francesa, entre quienes se sentaban en la Asamblea Constituyente: a la derecha se sentaron quienes eran más conservadores con el poder establecido y defendían la figura del rey de Francia; a la izquierda quienes querían terminar con la monarquía y establecer la revolución democrática. Hoy, esto se ha traducido entre quienes son partidarios de privilegios (sea por supuestos méritos, propiedad privada, etc., donde la capacidad superior de unos no tienen que estar limitadas por prohibiciones, y deben tener la “libertad” de estar sobre el resto) y quienes niegan esos privilegios (por tanto, una igualdad que nos pone en la misma condición en un escenario libre). En general, conservadores y populares. Obviamente, las dificultades de las realidades sociales ha supuesto actitudes cambiantes, falsedades y no pocas traiciones, y resulta difícil considerar estas ideas a un nivel mínimamente riguroso. Pero tienen la virtud de que estos dos conceptos son entendidos perfectamente por toda la población, pese a toda su imprecisión, y no cabe duda que el poder establecido con sus medios de comunicación y sus escuelas han ayudado a esto.