Floreal Rodríguez de la Paz

Con poca duda, la política desmerece ser respetada. No se trata de dominar la idea que hace posible abandonar el decoro de todo lo que nos permite resolver la mejor forma de resistir, sobre todo, ante las dificultades acosadoras, pues ya hay quien se encarga de que las violencias de Estado logren dominar las situaciones para dominar con toda clase de reglas, consiguiendo patentar el credo gobernante.
Los poderes de la política que debe gobernar, según su propia legislación, serán con la creación de normas creadas para tal fin; pero como estas ilusiones no las practicará jamás el criterio del Estado Gobernante, puede, y debe ser verdad, considerar, con medidas estrictas, que ¡ya está bien de vivir sometidos a las reglas del capitalismo! Sólo el capitalismo extiende sus tentáculos letales, creando asesorías para sostener el estado, la iglesia, la patronal y la Banca (por ser la Caja Fuerte de Seguridad), los aguafiestas de los deportes en general (peones del poder capitalista), los parásitos de la diplomacia titulada, además de los poderes fácticos exacerbados de las multinacionales: Todos ejercitados para saber quiénes son o quiénes no están con las bravuconadas del ogro capitalista.
No es esfuerzo baldío reconocer y señalar dónde se encuentra la maldición de la práctica, sobre todas las cosas, para llevar a la realidad su ejecución, pero sin que pase por lo virtual, porque practica todas las virtudes que son necesarias para evolucionar civilizados.

El Anarquismo, como filosofía social, merece la mejor atención. No está tan lejos en que naciera el siglo XIX, y en él la Revolución Francesa, con el ascenso de la burguesía, la formación de la clase obrera y el nacimiento del capitalismo industrial. Aun cuando la mayoría de sus teóricos, de Proudhon en adelante, la relacionan con el anti-teísmo. El anarquismo está a la izquierda del marxismo. El anarquismo ha sido y es una de las alternativas ideológicas de la clase obrera. La clase obrera española fue mayoritariamente anarquista entre 1870 y 1940. No se puede negar que el anarquismo en Barcelona puede ser desde el momento en que es la ciudad más industrializada, con la mayor población obrera en la península. El anarquismo en Barcelona es la ideología de la clase obrera. ¡Sólo las clases productivas pueden ser libertarias porque no necesitan explotar a otros! En ello se muestra el carácter amplio y no dogmático del anarquismo. La sociedad está dividida esencialmente por obra del Estado. Los hombres y mujeres se encuentran alienados y no pueden vivir una vida plenamente humana, gracias, ante todo, a tal concentración del poder.
La existencia del poder es algo artificial en la sociedad: cada individuo y cada grupo natural, dispone de un poder más o menos alto, según sus disposiciones físicas e intelectuales. Tales diferencias no son nunca, por sí mismas, demasiado notables. En términos generales puede decirse que la vida social tiende a hacerlas equivalentes. En ningún caso el exceso de poder, del que naturalmente dispone un individuo o un grupo natural, basta para establecer un dominio sobre la sociedad y sobre los demás seres humanos considerados en conjunto. En términos éticos cabría describir tal cesión de poder como una actitud de fundamental pereza o cobardía. Desde un punto de vista social debe explicarse así: los hombres ceden a determinados individuos el derecho de defenderse y de usar su energía física a cambio de ser eximidos del deber de hacerlo. ¡“Nace, así, ¡el poder militar”! Ceden el derecho de pensar, de usar su capacidad intelectual, de forjar su concepción de la realidad y su escala de valores a cambio de ser relevados de la pesada obligación y del duro deber de hacerlo. Y nace entonces el poder intelectual. Exigen al mismo tiempo una participación de los bienes económicos y, ante todo, de la tierra. Y para hacer respetar los derechos que se les han cedido y las propiedades que ipso facto han adquirido, intuyen el Estado y la Ley, y exigen de su propio seno el gobernante o los gobernantes. Nace así, junto con las clases sociales y la propiedad privada, el Estado, que es síntesis, cifra y garantía de todo poder y de todo privilegio.
Lejos de ser una entidad universal, imparcial y anónima, el Estado es la expresión máxima de los intereses de ciertos individuos y de ciertas clases. Lejos de ser la más perfecta encarnación del Espíritu, es la negación misma de todo Espíritu, pues nace de la cobardía y se nutre de los más mezquinos intereses.
El anarquismo es esencialmente internacionalista. En la medida en que las fronteras políticas son obvia consecuencia de la existencia de los Estados, los anarquistas no pueden menos que considerarlas también fruto de una degeneración autoritaria y violenta de la sociedad gobernada por la estructura de Estado. De tal proyecto se infiere que el Estado habrá de disolverse en la sociedad científicamente estructurada y económicamente regida por los trabajadores.
Los trabajadores son una clase de geniales proyectos para futuro. Falta únicamente ver que despiertan los osados, que deben proteger, con otras formas, el horizonte que, seguro, puede y debe ser practicado, con pasos de firmeza, que se deben dar para ultimar tanta duda, dejando a un lado lo que más parece que el juego del capitalismo lleva la banca, dirige los climas miserables, embrutecedores y tristes, porque de ellos, el poderoso, depende toda clase de suertes. Y no es extraño encontrar la sociedad que debiera tener, mejor dosificado ese valor, que es la propia vida, tan vilipendiada, especialmente desde que nos imponen la obligación de adorar a los dioses sociales, que fueron inventados para entretener a los ignorantes y políticos, dotados de cierta sensibilidad, en su esperpento, tristemente faltos de civilizada costumbre, porque está ausente, en ellos, el garante que promete la propia personalidad, liberada de los depredadores, que suelen estar entre las costumbres del ser humano.

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