Pedro Ibarra
Hay lugares en la tierra en los cuales la naturaleza ha sido generosa en sus dones. Lugares y rincones donde brota la luz, el verdor y el buen clima. Paraíso terrenal es, sin duda, Cancún
para ser disfrutado por un numeroso grupo de seres que, a pesar de tener ya garantizado el último paraíso otorgado por el altísimo en pago a sus bellas acciones en la tierra, se aferran a éste llevados por ese instinto de sumar bienes que ya arrastran desde su más tierna edad mercantil.
Lugar donde la delicia puso residencia y la quietud albergue. Jardín del Edén en el cual se refugian los cuerpos fatigados de aquellos hombres insignes que, consumidos por el terrible trabajo cotidiano, buscan el merecido reposo después de cruentas batallas libradas diariamente contra la mugriente chusma proletaria.
Hermosa torre de Babel en donde pululan prominentes vientres de gozosos banquetes y cantarinas alegrías que balbucean coloridas lenguas dispares.
Extendidos en las playas sus voluminosos cuerpos, se alzan de ellos las abultadas barrigas formando con ellas largas cordilleras de montañas que, sin duda, confunden al servicio de camareros al creer que no están en una playa tropical, sino en la cordillera de los Andes.
Hoteles de ensueño, en recoletas calas y largas playas, jalonan el litoral de esta joya caribeña para justo disfrute de los portadores de dineros y, por lo tanto, de razones. Habitaciones de ensueño y suits de lujuria junto con encorvadas espaldas, de serviles camareros y camareras, descotadas hasta la línea de flotación. Conserjes brillantes con perfectas y blancas fundas de dentaduras, recientemente implantadas en las clínicas dentales, saludan a los señores clientes en 15 correctos idiomas. Este paraíso hotelero saluda y ofrece sus servicios desde el honesto señor director hasta la camarera de habitaciones más débilmente pagada,
Todo rendirá pleitesía y honor a las clases sociales más selectas, aquellas clases privilegiadas cuyos desvelos, en pro de las creaciones de puestos de trabajo en el mundo entero, no tienen parangón; aquellos que, en su tenaz lucha intestinal, por distribuir la justicia social entre los más desfavorecidos, ha superado a los venerables frailes Franciscanos misioneros. Aquellos que, estando al frente de sus negocios, se desviven por pagar a sus empleados hasta el último céntimo que marcan las leyes (e incluso las superan), garantizando el empleo y la integridad física en sus trabajos.
No es de extrañar, pues, la aparición y puesta en marcha de este refugio de paz y sosiego en donde se vean recompensadas estas enormes cataratas de sacrificios de aquellos prohombres tan llenos de comodidades…digo, humanidades. También es digno de señalar la existencia, en este prodigioso Cancún, de un recinto muy especial, predestinado exclusivamente para todo tipo de personajes esotéricos, tales como brujos, hechiceros, sectarios, talismanes, chamanes, tarotistas y clérigos, con la peculiaridad de ofrecer esta empresa grandes descuentos al final de la temporada alta. No hay que olvidarse de mencionar un recoveco muy especial que dispone este enorme complejo hotelero, y que es de uso exclusivo sólo para que puedan reposar en él los santos protectores del mundo creyente después de sus acertadas intervenciones personales en todo tipo de ayudas por los cataclismos terráqueos que azotan mayormente a los más desvalidos.
Sería, quizás, un insolente e inaudito atrevimiento el suplicar a los señores propietarios de estos complejos turísticos el que se dignaran hospedar, aunque sólo fuesen 15 días, a los sufridos empleados por todas las E.T.T,s del mundo, esto colmaría de dicha y felicidad a unos pobres infelices, que disfrutarían de unos lugares paradisíacos, en donde la única cosa que falta es la sarna.