Patricio Barquín

Pasó hace ya algún tiempo, aunque seguramente haga menos de lo que creo, pero con tantas cosas como han sucedido, parece que de todo haga una eternidad. El caso es que se trataba de un compañero que venía a un acto que organizamos y bajó del coche furibundo. Pero lo voy a dejar ahí, furibundo y sin atender. Que sufra un poquito, porque antes quiero explicaros un par de historias entre divertidas y trágicas:
Se trata de un par de compañeras de trabajo que en momentos diferentes decidieron comprarse un vehículo. La primera optó por comprarse un todoterreno de esos grandes como la vida y flamantes como el tesoro que nunca llegó a robar la pobre urraca. Tan grande y flamante era que cuando lo sacó del concesionario y trató de meterlo en el parking de su casa comprobó con amargura que el dichoso trasto no cabía. Así lo explicó llorando e hipando al día siguiente en el trabajo. Como consecuencia de ello tuvo que hacer un sobresfuerzo económico, además del que ya había hecho para comprar el grande y flamante etc., para alquilar una plaza de parking adecuada a semejante leviatán. Aquello esquilmó su maltrecha economía y tardó varios años en recuperarse de tamaño golpe. Aproximadamente tardó en recuperar su maltrecha economía, lo que le costó al vehículo malograrse.

La otra compañera, unos años más tarde, procedió a la compra de un monstruoso, por grande que no por feo, trasto de doble tracción; lo que viene a ser un todoterreno, con llantas ultrabrillantes de aleación, grande como la vida y flamante como el bla, bla, bla. En este caso se aseguró de que el cacharro le cabía en el parking y no hubo ningún tipo de problema. La muchacha estaba tan contenta como empeñada con un crédito sobredimensionado con relación a su sueldo. Tan sobredimensionado estaba el crédito para pagar el “juguetito” que, pasado algún tiempo, cuando el cacharro se vio con las ruedas gastadas y el tipo de la ITV, taciturno, estampó sobre el informe el “no favorable”, el vehículo grande y flamante quedó relegado a un rincón del parking a la espera de tiempos mejores. Obviamente, la muchacha se desesperaba por tener que continuar pagando el crédito, mientras se veía obligada a desplazarse en transporte público, porque la vida no le daba para semejantes ruedas de tan lujoso trasto. Con el paso de los años le llegaron los tiempos mejores y por tanto llegó el día en que pudo pagarse unas ruedas nuevas con profundas líneas de dibujo. Pasó la ITV y dos meses más tarde, acabó aplastada por las casi dos toneladas de hierros del todoterreno, que se salió de la carretera en un trágico y funesto accidente de tráfico.
Rescatemos al compañero furibundo, antes de que las lágrimas me empañen tanto los ojos que no pueda continuar escribiendo.
El compañero furibundo era una persona a la que habíamos invitado a dar una charla y el motivo de su enfado con el mundo, era una votación en la que se rechazaba destinar más dinero a un determinado proyecto. Hasta aquí todo perfectamente comprensible. Puedo entender que cuando alguien ha puesto mucho empeño en un proyecto, se sienta altamente frustrado e incluso traicionado por sus compañerxs de viaje, cuando le hacen objeciones, pero el problema de la obcecación fue que le llevó a plantear el tema con un ejemplo desafortunado, que él creía que dibujaba perfectamente lo que era el quid de la cuestión:¡Imagina que compramos un Ferrari y luego no ponemos dinero para gasolina! ¿Cómo va a poder funcionar el Ferrrari?
Obviamente, yo, quedé atónito ante semejante comparación, pero como vi que estaba tan cabreado, decidí
no contrariarle demasiado, pese a que al oír esa pregunta, a modo de exabrupto, vinieron a mi memoria las dos compañeras que sufrieron las consecuencias de comprar un Ferrari, sin tener en cuenta que luego habría que “echar gasolina” e incluso, llegado el momento de poder poner la gasolina, sufrir las terribles consecuencias de pilotar un “Ferrari”.
Pese a todo nos mantuvimos firmes en la negativa de ampliar la asignación que, dicho sea de paso, ascendía a un monto tan importante como inasumible. Y es que comprar un Ferrari puede estar muy bien si eres el señor Higgins (referencia viejuna, ver entradas sobre señor Higgins en internet para entender a este señor mayor que escribe), pero si de lo que hablamos es de militancia autogestionada, la mayoría de las veces el Ferrari no hace más que ser una traba en el avance de la Idea. Me explico:
Imaginemos un coche de carreras (puede ser un Ferrari, pero si sientes algún tipo de aversión por esta marca puedes optar por un Red Bull, un McLaren, un Aston Martin o cualesquiera de los cacharros que andan fundiendo neumáticos y gasolina), el más veloz de todos. Sale de la parrilla de ídem y se lanza a una carrera desenfrenada por la primera posición. Alcanza esta en pocos segundos y da vueltas y más vueltas sobre un circuito que no conduce a ninguna parte. Por más gasolina, neumáticos y pañales que gastes en el tinglado, por más que aceleres y aceleres sintiendo el vértigo de la velocidad del avance, al final te has convertido en un hámster accionando la ruedecilla de su jaula sin conseguir liberarse, ni cambiar el rumbo de su triste vida. Por eso es tan importante dar los pasos adecuados en todo momento fuera de ese circuito trazado, en el que te dejan correr cuanto quieras, porque saben que no vas a llegar a ninguna parte. Por más que caminemos a veces con pasos tan lentos, que parece que no nos movamos del sitio, lo importante es no desviarnos de nuestro recorrido, de nuestras finalidades, de nuestros principios, tácticas y finalidades que nos conducen al desarrollo de la Idea.
Porque vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que parece que hay una claudicación general en lo que al dinero se refiere. Unos tiempos en los que, muchas veces, el dinero parece el obstáculo a salvar. Parece que sin dinero no se pueden hacer las cosas, pero no es verdad. Como no se pueden hacer las cosas es sin imaginación. Recuerdo (ojo que viene el abuelo cebolleta con sus batallitas) cuando empezaba con todo esto de la militancia, que nos juntamos un pequeño grupo de personas, lo que en otros tiempos se conocía como grupo de afinidad (¡que viva la FAI!), y sin dinero emprendimos campañas y acciones bastante exitosas. Que queríamos hacer una pegada de carteles, pues comprábamos unos metros de papel de embalar, lo cortábamos a la medida adecuada y con pinceles y pinturas hacíamos un buen montón de carteles que luego encolábamos y pegábamos por todo el pueblo (Lo que viene a ser el Do it Yourself que dicen ahora por los internets). Con nuestros exiguos bolsillos llegamos incluso a editar una revista hecha a base de fotocopias, manuscritas unas, y mecanografiadas otras, que distribuíamos gratuitamente (el lee y difunde la prensa anarquista de toda la vida). Pancartas hechas con viejas telas y performances a pie de calle que no reclamaban más que la valentía propia de la militancia para su exitoso desarrollo.
En ningún momento nos planteamos que era imposible hacer determinada acción o detener la militancia por falta de dinero. Nada nos paraba. Nuestra imaginación suplía con creces nuestras carencias económicas. Y creo que ese es y debe ser el motor que nos mueva. No un V12 a 180° con cigüeñal plano y cilindros horizontalmente opuestos, montado longitudinalmente, que no nos conduciría mas que a dar vueltas y más vueltas a un circuito, para beneplácito de las clases dominantes y desesperación de la clase obrera; sino un motor de imaginación donde el dinero ocupe un espacio absolutamente residual en cualesquiera de las acciones que emprendamos. Un motor que nos ayude a crear espacios en los que se nos vea (ahí va lo de la propaganda por el hecho) como auténtica militancia activa, no acomodada ni resignada, como compañerxs de clase, con capacidad para señalar cuantas injusticias nos rodean y cargados con ese imperativo categórico tan kantiano, como netamente anarquista, que nos conduzca juntos por senderos tortuosos en la dirección adecuada, en lugar de por veloces autopistas hacia ninguna parte.

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