Dos clases de guerras: las que nos afectan directamente y las otras
Cuando se cumplían cuarenta y un años y un día del golpe de estado de algunos militares españoles, y que nos metieron el miedo hasta lo más profundo de nuestro cuerpo, otros militares, esta vez a las órdenes del sátrapa Vladimir Putin y sus colegas en el poder absoluto en Rusia invadían suelo ucraniano. Y otra vez nuestro espíritu se llenó de congoja. Era el mayor ataque militar convencional, en tierras europeas, desde las fatídicas guerras yugoslavas. Las consecuencias a finales de este mes de marzo son palpables: destrucción de zonas de muchas ciudades, un número considerable de víctimas militares y, sobre todo, de cientos y cientos de ciudadanas y ciudadanos que son víctimas inocentes de los intereses de unos oligarcas de ambos lados del conflicto. Y de nuevo las crueles e ignominiosas palabras que llevan consigo tales acontecimientos: muerte, destrucción, exilio, violación de los derechos humanos, millones de refugiados, miseria, dolor, sufrimientos, etc.
Quienes somos hijas e hijos de los que sufrieron, directamente, el horror del genocidio cometido en España contra el pueblo, por el nazismo y fascismo español y extranjero, no podemos mirar para otro lado. Sabemos, perfectamente, quiénes son los ganadores y los perdedores a lo largo de los siglos: el pueblo. Ese que suministra la carne de cañón para que otros hagan de las guerras un lucrativo negocio. Cuanta más destrucción, más riqueza para los que vendrán después a restaurar lo destruido. Por ello, no hay prisa en dar solución a la guerra, ni a ésta ni a ninguna otra. Hay que dar salida al arsenal de armas que tienen las potencias que se reparten el poder mundial, y para ello las guerras son el marco idóneo para ello. No les importa que mueran miles de inocentes si con ello su negocio sigue dando beneficios a las grandes empresas armamentistas, que en la inmensa mayoría son los propios estados. Hay que recordar que, tanto Rusia como los Estados Unidos de América del Norte, son los productores más grandes de todo tipo de armamento. En el fondo de la cuestión subyace, en ésta y otras guerras, la lucha por el poder hegemónico, dentro del mundo capitalista en el que estamos inmersos.
Como dice el título de esta editorial, hay dos tipos de guerras, o así nos lo quieren hacer ver los medios de comunicación de masas al servicio de sus particulares intereses, aquellas que son muy malas, producto de unas mentes neuróticas y asesinas, y otras que no importa quienes las promueven y a qué intereses sirven, las cuales son ignoradas de manera vergonzosa. En el mundo hay guerra más allá de Ucrania. Nada menos que una veintena de conflictos están abiertos ante el olvido de lo que se conoce como comunidad internacional. Diferentes enfrentamientos bélicos mantienen en vilo a distintos territorios en África y Asia. Los números de muertos, anualmente, se cuentan por decenas de miles. Diversos grupos de derechos humanos alertan, sin que sean tenidos en cuenta, sobre las catástrofes que reinan en esos territorios. Hay que tener en cuenta que no solo matan los misiles, también mata el interesado olvido. Según los datos recogidos por Escola de Cultura de Pau de Catalunya, existen 18 “conflictos armados graves” o de “alta intensidad” (sinónimos de guerra) abiertos en el mundo. Baste aquí nombrarlos para que no queden en el olvido, éstos son: Camerún, Etiopía, Mali, Mozambique, Región Lago Chad, Región Sahel Occidental, República Centroafricana, República Democrática del Congo/este, RDC/este -ADF, Somalia, Sudán/Darfur, Sudán del Sur, Afganistán, Myanmar, Irak, Siria, Yemen. A esas guerras (esas otras guerras) no interesa darles visibilidad, ya que si se diese a conocer quién hay detrás de ellas, Occidente no saldría muy bien parado. Si se dijera la verdad sobre tantos golpes de estado contra gobiernos democráticos, pero que no favorecen los intereses de las grandes multinacionales, que han sido derrocados para poner en su lugar gobiernos títeres y corruptos, que posibilite usurpar las riquezas de esos países, en beneficio de las grandes potencias (EE.UU, Unión Europea, Rusia, China ), lo cual ha llevado a muchos países a guerras civiles de nefastas consecuencias.
En cuanto a lo ocurrido en Ucrania ( a día de hoy finales de marzo, continúa el conflicto armado y no tiene visos de un próximo alto el fuego), decir que era una crónica anunciada de una inminente guerra, o lo que es lo mismo, de una invasión del territorio ucraniano por parte del ejército ruso. A las 6 de la madrugada del 24 de febrero, Putin anunció una “operación militar especial”, en palabras del común de los mortales, la invasión de Ucrania y el comienzo de una guerra contra dicho país. Hecho que tuvo su preparación a principios de 2021, cuando el presidente de Rusia Vladímir Putin criticó la ampliación de la OTAN posterior a 1997, por considerarla una amenaza para la seguridad de su país, y exigió que se cumplieran los acuerdos entre James Baker y Mijaíl Gorvachov de 1989, que había establecido que la OTAN no se extendería hacia el Este. A partir de la caída del Muro de Berlín, y la disolución en 1991 de la antigua Unión Soviética, la OTAN empieza a extenderse hacia el Este, incumpliendo los acuerdos firmados. Fue a finales del 2021 cuando el Consejo de la Federación Rusa autorizó, por unanimidad, a Putin a utilizar la fuerza militar fuera de las fronteras de Rusia. El ataque se inició tras varios meses de tensión diplomática por la concentración de 190.000 soldados rusos cerca de la frontera entre Rusia y Bielorrusia con Ucrania.
Una, y todas las veces que haga falta, volveremos a salir con carteles y pancartas denunciando las guerras, ¡pero todas!, aquellas que nos afectan directamente y las que de una manera u otra también nos afectan, pero que son ignoradas por quienes ahora salen a la palestra del “NO A LA GUERRA” en Ucrania. Ahora Llevan esas pancartas que han tenido guardadas en un baúl, cerrado a cal y canto, mientras que Israel masacraba al pueblo palestino. Mientras EE. UU. arrasaba Afganistán o Libia con bombardeos masivos, que han causado más de 150.000 muertes, incluyendo a miles de niñas y niños, esas miles de muertes eran para Occidente, simplemente, daños colaterales e inevitables. Cuando los medios de comunicación de masas decían que había que intervenir en Siria, como se había hecho en Libia, el silencio cobarde era la respuesta ante tanta ignominia. No era nuestra guerra, era otra guerra. Allí se podía atacar a un país soberano y saquear, a sangre y fuego, sus enormes reservas de petróleo. Son esos medios los que deciden qué conflictos existen y cuáles no deben ser conocidos. Como hemos escrito, con anterioridad, existen decenas de conflictos en todo el mundo, pero éstos son invisibilizados debido a que los intereses económicos subyacentes favorecen, claramente, a la alianza occidental USA-OTAN.
Desde hace años OTAN-USA ha ido faltando a sus compromisos y ha levantado nuevas bases militares, estableciendo sus tropas a lo largo de toda la frontera rusa, para debilitar y asediar a los países euroasiáticos que podían hacer la competencia al euro y al dólar, es decir, puras estrategias geoeconómicas de poder y dominio del espacio. Desde 2013 la situación ha ido de mal en peor, pues, tras la aparición del movimiento Maidan, y las muchas manifestaciones multitudinarias en Kiev, después de ver cómo los manifestantes se enfrentaban con violencia a la policía, sin que pasase nada, algo empezaba a oler mal. No se les etiquetaba de terroristas como en otras partes del planeta. Todo empezaba a estar muy claro cuando los que atacaban, de forma inusualmente violenta, a la policía, iban uniformados con trajes paramilitares y con grandes símbolos nazis en sus escudos. Su bandera, ¡vaya casualidad!, era rojinegra y representaba al ejército insurgente ucraniano del nazi Stepan Bandera, el cual, en su día, se alió a los nazis alemanes en la Segunda Guerra Mundial, llevando a cabo matanzas de sus compatriotas ucranianos judíos, las cuales llegaron a escandalizar a los propios nazis alemanes.
En el Este de Ucrania, durante el dictador Stalin, la URSS mandó a miles de obreros rusos a poblar la abandonada zona del Donbass, rica en carbón, para que explotasen las minas, dando lugar a una pacífica fusión entre familias ucranianas y rusas. Las familias de padre ruso y madre ucraniana y viceversa era lo más normal. Pero hacía tiempo que algo se estaba cociendo en la trastienda de las instituciones. En el mundo educativo se estaba lavando la cara al ejército insurgente de Stepan Bandera, presentándolo como “héroes por la patria”, cuando antes era considerados “proscritos antipatriotas”. En las escuelas de primaria aparecían niñas y niños dibujados con los emblemas rojinegros de esos salvajes asesinos. También desde las tertulias televisivas se cultivaba el caldo de cultivo de odio étnico contra los rusos, acusándoles de ser los culpables de los males económicos que asolaban al país, en vez de hacer hincapié en la galopante corrupción de su clase política. En dichas tertulias se presentaba a la población de Donbass como monos subhumanos que sólo servían para picar en las minas, mientras que la población de Kiev, con su brillante universidad, era paradigma de progreso y de un mundo moderno. De aquellos polvos de odio étnico, estos lodos de la actual guerra. Tal fue el ambiente de odio que un tertuliano famosísimo llegó a decir, en la televisión, éstas sobrecogedoras palabras: “Es una verdad dura de aceptar, pero esa gente es un lastre, que nos empobrece, y ocupa un espacio que los verdaderos ucranianos necesitamos. Es duro decirlo, pero hay gente en Donbass que debe morir”. El resultado de estas crueles palabras fue que el ejército ucraniano causó más de 14.000 muertos en Donbass. El anterior presidente de Ucrania Poroshenko, aplaudido por sus fanáticos seguidores y una gran parte de conciudadanos suyos, en el colmo de una paranoia vengativa, llegó a pronunciar otra tremebunda y sádica afirmación: “Nuestros niños podrán ir a la escuela mientras los niños de Donbass tendrán que esconderse en sótanos como ratas”. Ahora se lamentan de que sean sus niños los que estén bajo tierra, en condiciones infrahumanas, como antes lo estuvieron los niños y niñas de Donbass. Los políticos, que ahora se escandalizan de lo que sucede en Ucrania, no tuvieron ningún reparo en conceder la cartera del Ministerio de Defensa, en tiempos de la guerra contra Donbass, a los líderes nazis del PRAVY SECTOR, es decir, dar todo el poder a auténticos psicópatas para torturar, matar y violar sin piedad. Pero eso no se dice en ningún medio de comunicación de UE-USA-OTAN. Quienes se indignan (y con razón) de que las tropas rusas no permiten los corredores humanitarios, tendrían que recordar que, durante un año, el asedio a Donbass fue absoluto y nadie de los que ahora claman por la justicia humanitaria levantaron la voz para pedir justicia con los ucranianos de origen ruso. No se nos podrá decir que somos prorusos, que añoramos la grandeza de la URSS, pues desde que una delegación de la CNT estuvo en suelo soviético, allá por 1922, y comprobó cómo funcionaba el régimen marxista -leninista (¡todo para el pueblo, pero sin el pueblo!) hemos denunciado en todo tiempo y lugar lo que era un verdadero régimen dictatorial, llegando a su cúspide con Stalin y sus gulags.
Para terminar, nos reafirmamos en: NO A LA GUERRA. NO A LOS IMPERIOS. NO A LA RUSIA INVASARORA. NO A LA OTAN. NO A UN MUNDO REGIDO POR LAS ARMAS Y LOS PODERES ECONÓMICOS. Somos muy solidarios los occidentales y ponemos consignas en las pantallas de nuestras televisiones, fletamos autobuses para traer personas de ojos azules, cabellos rubios y de religión como la nuestra. Somos muy solidarios, pero, por la “virgen del perpetuo socorro”, que no sean negros, palestinos, afganos, yemeníes, sirios… a quienes tenemos que ayudar, pues hasta ahí llega nuestra muy interesada generosidad. Frente a tanta hipocresía, frente a tanta solidaridad con intereses a largo plazo, apostemos por una Humanidad sin exclusiones: libre, justa y solidaria.