Patricio Barquín Caastañ

Resulta descorazonador tener que volver una y otra vez a repetir los argumentos de luchas que ya parecían superadas, y entiendo que este no es un problema de que tengamos argumentos poco sólidos o que seamos incapaces de transmitirlos, sino más bien el problema viene de que el enemigo es muy vasto: se llama capitalismo, y no, no es un mero sistema económico.  Se trata de un sistema social, de pensamiento, por supuesto también económico, pero también sociológico y de lenguaje.  Lo que provoca que se establezcan unas reglas de juego que marcan el camino, erróneo, a seguir, que es aquel en el que la lógica capitalista transita más cómodamente.

La guerra, en definitiva, la maldita guerra, es uno de esos rings en los que el capitalismo se siente más cómodo, porque, como en la crisis, es el gran momento de los negocios.  No importa quien gane o quien pierda, al final quien acaba ganando es este sistema que nos odia, que odia a la vida en general y para el que su único horizonte es el crecimiento sin fin y la acumulación de riqueza en unas pocas manos.

Para justificarla van a utilizar mil y una triquiñuelas, que no por manidas dejan de ser efectivas.  Importante: siempre tiene que haber un bueno y un malo.  A poder ser el malo, debe ser malo malísimo de toda maldad y el bueno, bueno, con que sea el menos malo ya funcionamos.

Terrorismo, nacismo, dictadura van a ser las excusas, pero el trasfondo siempre va a ser otro.  Y como siempre ocurre lo mismo, me niego a hablar de los buenos y los malos y, sobre todo, me niego a hablar del trasfondo, porque lo que me pasa cuando leo o escucho análisis profundos sobre el origen de los conflictos, acabo con la sensación de que podría ser capaz hasta de justificar lo que está pasando, y eso que sé perfectamente, que la mayoría de las cosas que leo o escucho, provienen de personas contrarias a la guerra, pero no consigo desligar la comprensión de la casi justificación.  Sé que es más que probable que sea un problema personal, por eso prefiero no escribir sobre causas de un conflicto en particular, ni del camino recorrido hasta llegar a la explosión de la violencia.  No vaya a ser que me enrede yo sólo y acabe, involuntariamente, dando la sensación de que justifico aquello que más odio: la guerra.

Por ello, me gustaría desmadejar el argumento antibelicista, trasladando la guerra a mi vida cotidiana y lo haré hablando de los pasados carnavales, en los que a cuenta de un disfraz tuvo lugar una discusión que fue subiendo de tono.  El desacuerdo venía a cuenta del color del susodicho disfraz, que yo manifesté burdeos, otra persona reaccionó apelando al tono caldera.  Evidentemente en esa disyuntiva había poco margen para el acuerdo, así que acudimos a la opinión de la parroquia que se encontraba echando cañas con nosotrxs.  Hubo quien se posicionó de mi parte, puesto que yo tenía razón, y hubo quien, erróneamente, se posicionó de parte del color caldera.  Aquello fue subiendo de tono y de los gritos pasamos los zarandeos, empujones y pronto aparecieron lo puñetazos y patadas.  Puesto que la tropa del bar había elegido bando no dudaron en facilitarnos botellas, alguna navajilla y algún bate de beisbol; con lo que la pelea fue monumental.  Finalmente, gracias al cielo, conseguí matar a la otra persona y me proclamé claro vencedor, lo que trajo aparejado el reconocimiento, por parte de las allí presentes, del color burdeos.  Todo el mundo estaba de acuerdo en que aquel disfraz era de color burdeos y aquellos que habían sostenido lo contrario se doblegaron ante los hechos.

¿Verdad que es absurdo?  Pues eso es lo que nos están diciendo que justifica una guerra.  La circunstancia de que no haya, aparentemente, vía de diálogo, dicen que aboca a que empiecen los asesinatos, violaciones, destrucción de viviendas, mutilaciones y demás cuestiones que eufemísticamente llamarán “conflicto armado”, que parece ser la única manera posible de convencer al adversario.  Y, hablando de asesinatos, si realmente hubiera sucedido la estúpida situación que he descrito sobre los colores y yo, aunque soy incapaz de matar una mosca, realmente hubiera matado a otra persona, tendría que esforzarme mucho para conseguir que me declararan inocente, sea en un juicio burgués o en un juicio social.  Tendría que explicar en qué circunstancia se produjo la agresión y si la única opción que tenía era la defensa para evitar la propia muerte.  Además, debería haberme defendido sin excesos, no vaya a ser que fuera acusado de delito de alevosía.  Pero si hablamos de guerra, de lo que es un asesinato colectivo, ahí no hace falta esforzarse tanto.  Ni tan siquiera nadie va a examinar el delito de alevosía, como para examinar el de legítima defensa.  Todo el mundo está defendiéndose legítimamente.  A tal punto que ya no existen los ministerios de la guerra, vamos a ser civilizadxs y a hablar de los ministerios de defensa.  Así queda más chachi.

En definitiva, basta con observar nuestra cotidianeidad para evitar caer en la trampa de la justificación de liarse a tortazos y a matar a diestro y siniestro.  Siempre hay y tiene que haber una vía dialogada para la resolución de una disputa en la que no cabe la defensa personal como excusa.  Porque es todo una trampa, una trampa colosal que nos aboca a la falta de humanidad.  Siempre hay y debe haber una solución que no pase por el asesinato de otras personas.  Incluso cuando, evidentemente, aquel disfraz era burdeos.  Porque el matar, más que solucionar, acaba complicando muchísimo más las cosas.

Otro enfoque desde el que podríamos ver la situación de guerra sería el de admitir, sin ningún tipo de rubor, que el mejor de los sistemas es la democracia parlamentaria.  Un sistema basado en la representación ejercida por parte de un grupo de personas más capacitadas que el resto de los mortales para organizar las cosas gordas de la vida.  Porque de todxs es sabido que si no fuera por este grupo de elegidos entre los elegidos imperaría el caos y seríamos incapaces de mantenernos con vida.  Es por ello por lo que esta élite intelectual nos representa en todos los ámbitos de la construcción social, porque son los que más saben, los que están más preparados, los que regulan cómo debe ser nuestro ámbito público, nuestro ámbito privado, nuestro ámbito laboral… porque si no acabaría imperando el caos.  Siendo que son estxs representantes los que establecen cuales son nuestros problemas cotidianos y cuál es la mejor forma de solucionarlos.  Puesto que se ocupan también de nuestro bienestar, porque ni para eso valemos.  Pues eso, que no entiendo en qué momento nos convertimos en el sujeto idóneo para andar por ahí matando, bombardeando y saqueando.  ¿No sería más lógico que, puesto que ellos representan al pueblo soberano, fueran ellos a darse tortazos por aquello que dicen son nuestros intereses?  Prometo que, si me representan en esta tesitura, soy capaz de convertirme al liberalismo más acérrimo y si no llego a ello, al menos sí prometo estar atento a la retransmisión del evento.  Y si hay que hacerse de Movistar La Liga de las Hostias de sus Señorías o de cualquier otro canal que lo retrasmita, pues pagaría gustoso y hasta palomitas comería en aras del bien común.  Todo por el bien común.

Pero vamos a hablar de cosas serias, que con tanto cachondeo me está quedando un artículo un poco ecléctico.  Hablemos de la diplomacia:  Esa tribu de personas bien hablantes y bien pensantes que se pasan el día haciendo recepciones y encandilándonos con su saber estar.  Que reparten Ferrero Rocher haciendo las delicias de los invitados y convirtiéndose en el perfecto anfitrión.  Pues se conoce que los bombones de marras deben ser carísimos, porque nos cuesta una pasta mantener al cuerpo diplomático y no parece que hagan mucha cosa, más allá de zampar toneladas de bombones sin engordar un gramo, que por sí sólo ya tiene su mérito.  Pero todo indica que eso de andar zampando les impide mediar en los conflictos, porque a la mínima están los representantes liados a mandarnos asesinar y que nos asesinen.  Claro que lo que sí parece que hacen bien, desde el cuerpo diplomático, es pasear acompañados de empresarios por diferentes países, con ánimo de seguir manteniendo abiertas las puertas coloniales, a fin de seguir obteniendo réditos de la explotación de los “salvajes” a los que visitan con la intención de ofrecerles no ya Biblias, sino esclavitud y comercio de armas.

En definitiva, que esto de las guerras es cosa de ricos y yo como soy pobre y medio lerdo no acabo de entender por qué tenemos que asesinarnos, saquearnos, violarnos o mutilarnos porque a unos Estados se les ha ocurrido de repente que la situación es insostenible.  ¡Anda y que os den morcilla!

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