Floreal Rodríguez de la Paz
Qué va, qué va: Pero algunos sí, muchos con certificado de autenticidad. En lo de ser razonable suceden cosas que pueden cambiar el deseo de la razón. Casi siempre buscamos la razón en los demás que opinan sobre el tema: No siempre razona el raciocinio. Pero no se trata de buscar y encontrar lo que puede ser razonable, pero sí de lo que se opina, merece atención. En la circunstancia que vivimos se puede ser razonable sin tener razón: ¡es el arte de desear algo, pero sin que pueda demostrarse que es razonable. No es ‘razonable’ ser pobre cuando también participa, en este clima social, el rico: ¡Ambos dos pretenden tener razón! Mientras que sólo una parte puede certificar resultado ante el mismo razonamiento. Es decir, la razón crea conflicto cuando median los intereses personales. ¡Y no puede tener razón quien no posee el don de las verdaderas formas de la mente y la obligación del cuerpo!
Toda opinión puede tener razón cuando se desea construir cimientos de ‘verdad’. Pero sin caminar acompañados con el razonamiento, que aporta toda clase de verdades, no será posible encontrar el sabio beneficio de la razón pura. Los poderes de Estado, cuando es filosofía política, no encuentran la razón, tampoco la verdad: ¡Son prevaricadores del lujo particular, personal y, especialmente, privado! Pudieron ser verdades razonables los grandes conflictos, las guerras y la existencia de los parásitos considerados dioses: ¡Pero nada de esto es verdad! Las guerras no tienen el poder de la verdad, por tanto, jamás pueden tener razón. Es decir, aunque subamos al paraíso de los sueños, bien cierto es que no escapa de ser un serio defecto, escaso en inteligencia humana, en las formas y cuando se mueven las rebeldías para conseguir los valores del talento civilizado.
Siempre será obligado defender la razón, con su verdadera firmeza. Pero cuando se lleva la razón como adarga, sin que sea verdad que el razonamiento certifica los valores que demuestran veracidad, autentifica los poderes de la razón misma. Se sufre demasiado cuando no se sabe bien, o muy bien, el verdadero sentido que tiene saber aplicar a la razón todo aquello que permite alcanzar éxito propio en la satisfacción personal.
John Stuart Mill, filósofo utilitarista, criticó a Kant por no darse cuenta de que las leyes morales están justificadas por una intuición moral basada en principios utilitarios (que se debe buscar el mayor bien para el mayor número). Y Mill argumentó que la ética de Kant no podía explicar por qué ciertas acciones están mal sin recurrir al utilitarismo. Es decir, como base para la moralidad, Mill creía que su principio de utilidad tiene una base intuitiva más fuerte que la confianza de Kant en la razón, y puede explicar mejor por qué ciertas acciones son correctas o incorrectas.
Pero sigamos con la razón y su aplicación cuando ésta debe sostener que la verdadera razón es aquella que entrega y certifica los grandes valores de la verdad, la misma que debe ser entregada a cualquier razonamiento, por muy polémico que se precie, en detrimento de otro resultado contradictorio. La razón está vilipendiada desde que el Estado se cree dotado de poderes políticos, en total legitimidad, utilizando el parlamento para dominar y defender los intereses, especialmente privados, que suelen ser aquellos existentes en los bancos, siendo la caja fuerte protegida por el ejército si fuere necesario comunicar la orden a los mandos. La razón siempre debe ser la verdad, aunque en complejas situaciones pierde este legítimo derecho. Y cuando la verdad no tiene razón, se pierden los privilegios del razonamiento.
Se puede caminar siempre con el poderoso criterio de la razón, mas no será verdad que resulte fácil mantener el juicioso destino por el interés que siempre pretende lo más razonable, en cualquier circunstancia, sin que importen las luchas por conseguir el notable privilegio de toda razón, especialmente razonable. Estamos dominados por la incertidumbre, eso que parece ser, pero que forma parte de la ‘duda puñetera’.
No obstante, seguimos viviendo, procurando tener razón siempre, pero se rompe la ilusión cuando aseguramos decir la verdad, pero no se tiene de nuestro lado la razón. Son los verdaderos desiertos de criterios soñadores. ¡Nada que objetar si cuando creemos en una cosa todo tiene sentido de gran valor! Sin razón se suelen crear toda clase de dificultades: no saber opinar con seguridad, no entender de que va esto de los sueños que se defienden, no se tiene la suerte que se desea, porque la razón no es juego de naipes y no será posible la felicidad cuando la razón queda marginada porque no se acierta a llegar a ella con sobrada destreza. ¡Son inseparables la razón y la verdad! Sin la verdad queda mutilada la razón. Sin embargo, se puede y debe ir con la verdad a por la razón, esté diseñada como si se tratase de trucos semánticos. En las palabras siempre estará la intención, por muy disfrazadas que se muestren.
Sin los verdaderos sentimientos, caminar junto a la razón no, no, será posible tejer o diseñar progresos de futuro. Pero ¿cuándo se tiene razón? ¡Muy sencillo! Cuando el orgullo es acompañado de enormes verdades porque todo el poder alterativo de la razón sigue estando en los poderosos sortilegios de que se vale el ser humano, especialmente cuando es severo en demostrar ‘su razón’, lo consiga o se quede entre las transparencias opacas, según exhiba sus dardos razonables lanzados directamente a su diana imaginada. No se puede adivinar que tengan razón quienes utilizan alguna estratagema, que disimule la parte veraz del opinante, para lograr su razón personal, a pesar de defender intereses sin fines razonables, por no incluir la ‘verdad’ para que la razón sea posible. La razón y la verdad son dos palabras, con poco, o nada que discutir. Pero cuando el manejo de estos dos conceptos que valoran su mensaje pasan a ser defendidos por intereses, pues todo queda en confuso nivel de credibilidad. Y la razón, deja de tener su verdad. Y la verdad miente premeditadamente, con cierta alevosía.
Seguramente podemos entretenernos en disfrutar grandes verdades, pero nada es gratuito: ¡hay que luchar por todo aquello que merecemos y debemos realizar! La razón viene a ser el iceberg de todo lo que se entiende por objetivo y verdadero. Si tenemos razón ya es bueno entender que la lucha por ‘los objetivos’ tiene el gran protagonismo de conseguir cuanto nos propongamos, sólo porque es una necesidad vital en justicia. Es de la mejor razón salir a por la verdad junto a ese derecho tan importante en la vida real verdadera. Cuidando siempre que la ‘verdad de Leo Messi’, por ejemplo, pueda defender su instinto millonario por el dinero, sin que necesariamente sea preferente la parte que se corresponde con el deporte, eso que sirve para creerse dios, con talento, relacionado con las habilidades del juego de pies, dando patadas a un ‘esférico’, llamado igualmente balón. No tiene sentido la razón cuando se cubre con los lujos del dinero y la fama, pero este Sr., sin que pueda prescindir de su estilo deportivo con certificado nobiliario, siempre desde el teatro, incluida la comedia, que le concede fama diplomada desde el poderoso capitalismo. ¡El capitalismo no tiene razón de ser! Mucho menos cuando compra la dignidad de los más osados, que suelen dominar cualquier circunstancia. Ya lo dijo el sabio: “Mejor hacer el bien que prometerlo”. Y la razón y la verdad no deben prometerse porque son la mejor semántica de todos los valores y placeres juntos.