Patricio Barquín Castañ

No debe preocuparse ni asustarse nadie que haya leído titular tan pretencioso.  No, no voy a hacer una profunda disertación sobre principios y fines y su posible concordancia para llevar a buen puerto la Idea.  No, lo que pretendo, ahora ya sí, asústese todo el mundo, chirríen los dientes y tírense de los pelos, es hacer un breve recorrido por los medios de comunicación de masas (buen eufemismo para hablar de los medios de comunicación de las gentes que amasan el capital y, por tanto, el poder.  De ahí lo de masas, porque amasan), pero también los otros medios de comunicación, los alternativos (pese a que algunos alternan con algún que otro grupo parlamentario y otros pican piedra.  Así que habría que hablar de alternativos y picapedreros), y tratar de evaluar cuáles son sus fines.

Para empezar a evaluar los medios de comunicación, así en general, parece que lo más acertado sería observar y analizar la sociedad en la que vivimos y hacerlo a través de su comportamiento.  Partiendo de esta premisa podríamos decir cosas como que ahora todo va muy deprisa o que no se valora la profundidad de la información, ni el análisis reflexivo.  Pero esto creo que sería un error, pues estaríamos evaluando las armas que utiliza el poder para llegar a obtener un fin.  De hecho, dar a estas cuestiones la categoría de origen del comportamiento de los medios de comunicación en general sería tan absurdo como decir que el entretenimiento televisivo ha alcanzado el nivel de la telebasura porque es lo que le gusta a la sociedad.

Así pues, descartado el signo de los tiempos como el origen de la actual situación de los medios, retrocedamos al origen y planteemos una visión mercantilista del asunto: ¿quién paga a un medio de comunicación en concreto?  La mayoría de las veces esta simple pregunta sirve para categorizar, pero no siempre es suficiente, aunque sí nos puede dar una cierta luz sobre la cuestión.  Pongo un ejemplo un tanto extremo:

Cualquiera que haga una rápida búsqueda sobre quién o quiénes son los propietarios o máximos accionistas de La Sexta o de La Vanguardia, comprenderá rápidamente que no se encuentra, en ninguno de los dos casos, ante un medio de comunicación progresista, ni de izquierdas, por más que jueguen peligrosamente a parecerlo, para acabar insertando un mensaje claramente liberal y capitalista, cuando no lavando la cara del discurso más rancio de la ultraderecha.

Cierto es que respondida la pregunta de quién paga el medio de comunicación, puede resultar más fácil plantear la más importante, que sería qué fines persigue, aunque no siempre es una respuesta sencilla.  En el caso de los grandes medios de comunicación está claro que tirando del hilo del pagador los fines afloran por sí mismos.  Aunque nunca hay que menospreciar la capacidad de los que amasan el poder y el dinero para manipular hasta a las mentes más críticas y reflexivas.  Prueba de ello es que han conseguido hacernos creer que la actualidad de nuestras vidas y de nuestras preocupaciones debe alinearse, necesariamente, con la actualidad relatada por dichos medios.  Así pues, resulta muy fácil caer en la trampa de creer que lo que sucede a nuestro alrededor es lo que está siendo relatado por el común de los medios de comunicación de masas. Todo ello pese a la conciencia que tenemos, por ejemplo, de que la historia que relatan los libros convencionales tiene poco que ver con la historia social, la del pueblo.  Es más bien un compendio de sucesos desarrollados por los poderosos en sus luchas y saqueos de las clases populares, disfrazado de épica y de inevitabilidad.  Pues sabido esto, debería ser suficiente para hacer la traslación y concluir que el periodismo de actualidad, el grande, el de los grandes medios va a relatar en el mismo sentido las luchas de los poderosos, sus saqueos y batallas cargadas de gloria silenciando así la realidad cotidiana de las clases populares que caemos en la trampa de la adopción del relato ajeno.

Pero en el caso de los medios picapedreros no está tan claro que, tirando del hilo pagador, seamos capaces de llegar a los fines perseguidos, pero dejaré esta reflexión para analizarla más adelante y tal vez incluirla a modo de conclusión.  Permitidme que pase directamente a plantear la siguiente cuestión.

La siguiente cuestión que analizar sería qué pretende conseguir ese medio de comunicación con la consecución de sus fines.  Básicamente en los mass media la finalidad se iba a confundir con la táctica.  Quiero decir que el despliegue de una batería de noticias, lanzadas como un B-52 lanzando bombas sobre Vietnam, no permite dar a esas presuntas noticias un alcance más allá de un café mal tomado en el bar de la esquina camino del trabajo.  Si mucho me apuráis diría que cuando se alargan las noticias no dan más que para repartir cátedras en los temas más variopintos que nos tienen entretenidos jugando a ser sabios de materias sobre las que antes no habíamos oído hablar y por las que no habíamos mostrado el más mínimo interés.  Lo que nos traslada al segundo párrafo de este artículo, donde hablaba de los tiempos en que vivimos de velocidad, vacuidad y bla, bla, bla.  Con lo cual el medio acaba transformado en un fin en sí mismo.  Vacía a la sociedad de la capacidad de análisis debido al bombardeo constante de noticias y nos sume en la superficialidad por la supuesta urgencia en afrontar el siguiente titular e incapacita para dar respuesta a ninguno de los problemas que pueda plantear la actualidad, ya que la posible respuesta es devorada por la acuciante necesidad de estar “infomadxs”, lo que nos obliga a transitar hacia otra actualidad distinta de la de ayer o de la de hace unos minutos.

Hasta aquí la parte cómoda del artículo: criticar al enemigo, eso que tanto nos gusta y tanto placer nos genera, pero ahora llega el momento de la autocrítica y esto ya es más peludo.

En los medios de comunicación de los picapedreros, los nuestros, me gustaría que todo fuera tan simple como que puesto que nosotrxs los financiamos pues ya hemos cumplido.  Pero lamentablemente el mundo y las luchas son siempre muy complicadxs y hay que protegerse de las respuestas sencillas y cómodas.  Porque pagar no es suficiente, porque a veces pagamos por vacuidades, pero no por ello vamos a lanzar a la papelera sin más aquellos medios de comunicación que realmente se autofinancian con tanto esfuerzo, sino que tenemos la responsabilidad de exigir esa profundidad, ese análisis y ese relato de clase que no vamos a encontrar en ninguno de los medios esos que se escriben con mayúscula.  Ni tampoco lo vamos a encontrar en los medios alternativos (los que alternan con opciones políticas parlamentarias) porque su fin no es desarrollar el espíritu crítico y la reflexión sino aupar al líder de turno a los altares del poder.

En definitiva, los medios que se escriben con el orgullo de las minúsculas tienen el deber de ser pausados y reflexivos para que cada uno extraiga sus propias conclusiones derivadas de la concatenación de lecturas que nos pueden ayudar a integrar pensamientos más profundos y críticos.  Por eso estoy convencido de que tenemos que participar en esos medios picando piedra de la forma que podamos.  Sea escribiendo colaboraciones, por muy humildes que nos puedan parecer, integrándonos en los equipos de trabajo que haya y colaborando en cuanto esté a nuestro alcance para hacerlos nuestros no solo con el maldito parné, sino con nuestros actos y nuestras luchas.  También tirando de las orejas a los redactores, si lo consideramos necesario, y, como no, dando ánimo al trabajo bien hecho.

No basta con pagar, poque podemos acabar pagando la autocomplacencia que nos acabará llevando, inevitablemente, a la vacuidad de los tiempos o a la incertidumbre de los sobreentendidos de los que se puede acabar no entendiendo absolutamente nada o, en el mejor de los casos, leyendo o escuchando consignas como quien escucha la letanía de un grillo o de un capellán leyendo un sermón.  Palabra de Dios.

En definitiva, no hay que dejar de recordar aquel viejo eslogan que decía: lee y difunde la prensa anarquista.

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