Patricio Barquín
Escuchaba a principios de verano, en una entrevista radiofónica a Sergio del Molino, citar a Andrés Trapiello (esa insigne persona que en su momento presentaron poco menos que como el nuevo sabio de la literatura, capaz de revolucionar la novela y el ensayo en lengua española. Luego hemos visto que no ha revolucionado muchas cosas, más allá de hacer de vocero en alguna manifestación de dudoso talante democrático, incluso si atendemos a los estándares de la democracia liberal) en su definición de La Movida Madrileña como apenas trescientas personas de Malasaña sobre las que se puso el foco mediático. Y el entrevistado continúa explicando que esto responde al poder de la clase media y a su deseo de modernidad, momento en el que abandoné la escucha por aburrimiento, ya que este discurso utópico generado por la clase dominante lo tengo más que trillado.
Mis pensamientos, de hecho, empezaron a transitar por diferentes épocas de mi vida tratando de analizar qué es lo que quiere la clase media, si es que realmente esos sucesos responden al deseo de la clase media. Y recordé las huelgas de estudiantes de 1986-1987 y lo que hizo la prensa del poder para “satisfacer los deseos de la clase media”: Centrar el foco de atención no en lo que estaban reivindicando los descendientes de esa supuesta clase media y de la clase obrera, sino en el tibio discurso de dos muchachos que decían ser representantes de todo ese movimiento estudiantil, destacando su militancia en esos dos sindicatos tan cómodos para gobiernos de todo pelaje y mass media (UGT y CCOO). Como eso no acabó de funcionar (¡hay que ver lo aburridos que eran los discursos de esos “representantes”!), centraron el foco en un pobre yonki que se sostenía con un par de muletas y que descargaba su ira social rompiendo semáforos. Ahí sí, ahí estaba el filón que estaban buscando. De hecho, los estudiantes pasaron a un segundo plano y el foco (aquello que desea la clase media, según el entrevistado citado más arriba) se centró en un suceso anecdótico para elevarlo a los altares de lo cotidiano.
Entrevistas al pobre muchacho, haciéndole creer que era alguien para toda aquella jauría ávida de sucesos. Portadas de periódico con fotos del chico. Sesudos análisis alrededor de su figura. Todo ello para dejar atrás unas reivindicaciones que ya nadie recuerda y redefinir el nihilismo como la violencia por la violencia de unos jóvenes que no veían esperanza en su futuro. Cosas de chiquillos.
Ciertamente podríamos concluir que la clase media estaba más preocupada por lo que le sucedía al muchacho de las muletas que por lo que le sucedía a su progenie, pero entonces seríamos escritores de sesudos ensayos y no clase obrera, sin más pretensión que acabar con la injusticia social, y nos entrevistarían en grandes medios de dudosa comunicación y de real manipulación. Apareceríamos como reputados tertulianos enfrentados a la rancia derechona en cadenas absurdamente catalogadas como progres, de izquierdas o lo que a cada uno le plazca más.
Pero centrémonos por un momento en eso de “los deseos de la clase media”. No voy a negar que la clase media transita por una vida llena de fantasmas y temores. Temor por perder lo que cree que tiene (aunque en realidad lo que tiene sea mucho más frágil de lo que aparenta) y fantasmas en forma de desestabilizaciones sociales o económicas que les hagan deslizarse hacia el abismo de la clase obrera o del “lumpen proletariado” definido por Marx, ese personaje tan dado a las definiciones “cachondas”. Pero no hay que confundir ese temor con el inmovilismo y mucho menos con la manipulación por parte del poder establecido.
Por más que los medios de comunicación afines a la clase dominante se empeñen, la clase media es mucho más interesante que esa especie de rebaño manipulable que va dando bandazos. Al igual que ese “lumpen proletariado” definido por Marx, es mucho más interesante que la cuadrilla de pobres sin escrúpulos que se venden al mejor postor y por ello sirven a las clases dominantes. De hecho, que el gobierno de turno y su séquito de banqueros, periodistas y “beautiful people” construyeran un relato, no quiere decir que lo tragaran ni las clases medias de la época ni las actuales. La frivolidad de La Movida Madrileña contrasta con toda la movilización obrera y estudiantil de aquellos años. Con todos los movimientos sociales que surgieron y todas las resistencias alrededor de ellos. Otra cosa, evidentemente, es el relato que se ha construido y se repite por personajes liberal demócratas que sesgan deliberadamente los hechos para sentirse cómodos consigo mismos, pero la realidad es, afortunadamente, mucho más completa que el relato oficial.
La Movida Madrileña, evidentemente y como expresa Sergio de Molino, fue una construcción de los medios de comunicación afines al poder y dirigido, contra lo que opina el propio Sergio del Molino, no a satisfacer los deseos de la clase media, sino a la creación de lo que aquel personaje, llamado Alfonso Guerra, denominó “beautiful people”, y esta construcción se hizo con mucho esfuerzo y cantidades ingentes de dinero con la finalidad, precisamente, de desactivar esos movimientos sociales y culturales que realmente eran tan y tan peligrosos para el stablishment.
El control social tomó la forma de subvenciones y, claro, las subvenciones, lo quieras o no, tienen un precio, que es el sometimiento a quien te paga la fiesta. Este sometimiento no adquiere siempre una forma tan diáfana, muchas veces los subterfugios te acaban llevando a una dinámica amable con lo establecido y otras cierran el grifo del dinero, tras un tiempo de pagarlo todo, y llega el bloqueo por falta de creatividad.
En la parte oscura de la manipulación también está esa figura tan democrática como es el infiltrado policial, al que se le suele reconocer por ser el más radical e incendiario del grupo. Aunque la línea más transitada haya sido la infiltración de los propios partidos políticos en los movimientos sociales.
Así que, llamadme loco, pero yo veo en lo de La Movida Madrileña un despliegue muy exagerado de dinero y esfuerzo para solamente satisfacer lo que quiere la clase media: ser chachi, salir de compras por la calle Preciados y que la confundan con una europea de pro (sea lo que sea eso). Para el resto de la gente, como decía Tierno Galván: “el que no esté colocado que se coloque y al loro.” Que estar colocado es el primer paso de sumisión, añado.