Encarnación Julia García
No podemos saber a ciencia cierta cómo pensaría Piotr Kropotkin de haber vivido en este siglo. En cambio, sí nos es posible distinguir unas claves de su pensamiento que, siendo selectivos y admitiendo que más allá de las premisas fundamentales del anarquismo, nuestra teoría ya no puede ser la del siglo XIX, nos servirán para defendernos y crear alternativa en nuestro tiempo.
Ya que nuestra acción debe orientarse por el ideal de hacia dónde queremos llegar con lo que hacemos, interesa especialmente el modelo de sociedad anárquica que nos legó. Básicamente son tres claves, tres ideas muy vigentes, las que, a juicio de quien escribe este texto, habría que extraer del esquema social alternativo kropotkiniano, el anarcomunismo, e incluir, íntegramente o con matices, dentro de una actualización de comunismo libertario, como la que aquí se va a esbozar muy brevemente.
1.- Orientar la lucha hacia una economía de intercambios directos, a nivel colectivo planificado
De los tres teóricos clásicos del anarquismo, Kropotkin fue quien más se acercó al ideal de supresión del mercado. Tanto Pierre Joseph Proudhon como Mijáil Bakunin necesitaron el medio de cambio en sus modelos de sociedad anárquica, bien como dinero, o como vales o bonos de intercambio, como los que se crearon en nuestros pueblos durante las colectivizaciones de 1936. Recordemos el debate que a principios del siglo pasado hubo entre los que defendían el colectivismo de Bakunin, y los que preferían el anarcomunismo de Kropotkin porque eliminaba radicalmente la retribución individual del trabajo, lo más parecido al salariado en una sociedad no capitalista, y la necesidad de un medio de cambio, junto a la posibilidad de acumular signo de valor y de ahí, riqueza (1).
A nivel práctico, este conflicto de ideales fue resuelto eficazmente en el Congreso de Zaragoza de la CNT, en 1936, al adoptar el término “comunismo libertario”, en el que se engloba toda forma de producción y organización económica con la cual una comuna, espontáneamente y en adaptación a su medio concreto, quiera dotarse. Siempre y cuando se respete la condición de que los medios de producción queden en manos de quienes los trabajan. Esto admite diferentes escalas de producción, desde la individual a la colectiva, pasando por la familiar, y por los pequeños grupos de productores.
Sin embargo, sin lugar a duda el modelo que se siguió predominantemente durante la revolución del 36 en España fue el del colectivismo, de Bakunin, con las salvedades propias de un contexto de guerra. En efecto, había colectividades agrarias, en lugar de comunas autosuficientes a nivel local. Sobre todo, las ciudades dependían del campo, y la retaguardia tenía que abastecer al frente, además de que la dependencia del exterior para el suministro de armas espoleó el colaboracionismo con la república y la participación en el gobierno Largo Caballero, con las consecuencias nefastas que todos conocemos.
Lo cierto es que era más fácil para el revolucionario de principio del siglo XX colectivizar las tierras y centros de producción que adoptar un modelo que requería de otros cambios más profundos. El anarcomunismo, que supone una eliminación total del mercado y llevar al máximo la planificación comunal para sustituir la retribución por el principio de “coger del montón” (2), de los almacenes del común, lo que se necesite, requería de un cambio de mentalidad previo, pero sobre todo de una posibilidad técnica. Si se incide en la capacidad de generar excedente, si siempre se produce de sobra, no se notará el efecto de esa minoría de personas que decidiera tomar más de lo que necesita para vivir, y no haría falta esa contabilidad exacta “de tanto has trabajado, tanto se te da”. En esta economía, una vez suprimida la división en estratos sociales, lo importante no es que no haya nadie que tenga más que tú, sino que tengas lo que necesitas, que las necesidades de la comunidad estén cubiertas. El anarcomunismo no se guía por la regla del intercambio de equivalentes, sino por el lema “de cada cuál según su capacidad, y a cada cual según su necesidad”. Es difícil evaluar externamente la necesidad de cada cual, es más sencillo tomar lo que se necesita. E imaginemos que no tenemos que tomar de un gran montón, sino que hacemos pedido al productor, quien va a redirigir información a un servicio estadístico. Llevando una estadística comunal de lo que consume cada casa, la comunidad podría, simplemente, mantener las diferencias de consumo en unos límites razonables. Ya no habría que producir tanto excedente, habría mayor ajuste entre necesidades y producto sin necesidad del mecanismo de mercado y sin necesidad de una planificación ajena a los productores mismos. Pero claro, el requisito es poder producir con cierta holgura, sin despilfarro, pero eliminando el estrés de las cantidades y el miedo a la escasez. No en vano Kropotkin es quien más hincapié hizo en aprovechar el impulso productivo de la tecnología, y, en este sentido, su teoría pertenecía más a su futuro que a su presente. Esto nos lleva a la siguiente clave.
- Orientar la lucha hacia la tecnología de autogestión a nivel local (Comuna)
Todos los clásicos del anarquismo comparten el objetivo de dar independencia económica a la comunidad local como requisito de autogobierno asambleario real y efectivo. Ninguno de ellos aceptaría la división internacional del trabajo que sostiene el neocolonialismo capitalista y todas las guerras. Solamente Kropotkin, seguramente debido al tiempo en que le tocó vivir, se detuvo en las posibilidades de descentralización que aportaba la energía eléctrica, lo que inspiró toda una línea teórica en sociología urbana y de la técnica desde Patrick Geddes (3) a Lewis Mumford (el neotécnico) (4) y Murray Bookchin (5). Por primera vez en el anarquismo, se está hablando no solo de aprovechar la fuerza productiva de la máquina creada por la civilización industrial capitalista, sino de servirse de ella para un objetivo distinto, el de la autogestión. Esto nos pone en el camino que luego va a seguir esa línea teórica antes mencionada, y que, en el siglo XX, ya va a estar en condiciones de reconocer y recuperar la agencia humana sobre el progreso tecnológico, y va a decir: “la revolución no se puede conformar con la toma de los medios de producción del capitalismo, sino que en muchos casos estos tendrán que ser transformados conforme a la sociedad que tenemos por objetivo”. Lo estamos viendo en el siglo XXI claro como la luz del día en el fracaso de las energías renovables capitalistas, ellas mismas producto de la sobreexplotación y la contaminación. Todo, empezando por los materiales, tiene que ser renovado para llegar a una civilización sostenible en lo humano y en lo ambiental.
En la época de los teóricos del socialismo del siglo XIX, la Humanidad aún no había atravesado la crisis ecológica global que se nos hizo evidente a partir de los años 70 del siglo pasado, después de haber comprobado en dos guerras mundiales la letalidad del progreso científico y tecnológico cuando se pone al servicio de la muerte, y cuando los efectos del modelo de crecimiento basado en lo cuantitativo y en la abundancia aparente, directamente asociado a la industria petroquímica y sus derivados como los plásticos, dejaba ver sus efectos en la calidad de vida, el equilibrio de los ecosistemas, la biodiversidad, el clima… No se había pasado por el gran timo a la clase trabajadora que supuso la socialdemocracia: “vota a la izquierda, recoge las migas que te ofrece, sube tu nivel de vida y deja de luchar por un mundo sin capitalismo”. Un timo que destruyó el empuje autogestionario y autónomo de las organizaciones obreras llevando al movimiento social hasta casi su total parálisis, y a la sociedad a un punto de deshumanización y degradación cercana a su total destrucción hobbesiana, es decir, satisfacer las necesidades o bien recurriendo al mercado o al estado, sin pasar por la sociabilidad. Ni las migas nos quedan hoy; la socialdemocracia ya no tiene tras de sí un movimiento obrero que le presione, ya no es capaz de asegurarnos ni un empleo, y si no tienes cotizaciones suficientes no cobras ayuda, y en España, por ejemplo, si no cotizas durante 38 años completos no cobras tu pensión de vejez completa. Eso si no termina por privatizarse del todo la seguridad social.
Pero ¿quién quiere sus migajas cuando ya los límites de la farsa se han hecho tan evidentes? El capitalismo supo explotar bien el talón de Aquiles del socialismo. Los modelos alternativos de sociedad propuestos por los anarquistas clásicos, como el de los otros socialistas, tenían por prioridad acabar con la miseria material. Les preocupaba antes que nada el reparto del producto. La forma de producir quedó en un segundo plano, igual que la satisfacción de la persona con su trabajo, por más que hubo una crítica al sentimiento de alienación del trabajador. Este se atribuía más que nada a que el órgano de dirección era capitalista, y no popular. En esto, el anarquismo de nuestro siglo tendrá otra vez que decir que no basta con la toma de los medios. Hay que cumplir esa promesa del socialismo original de resolución de la contradicción entre trabajo intelectual y manual, entre campo y ciudad. Más aún, hay que cerrar las brechas funcionales que dan lugar al fenómeno de la jerarquía en sí. Porque, tal como Bookchin afirmaba (6): el anarquismo va más allá de la destrucción del Estado, se dirige hacia la destrucción de todas las formas de jerarquía con las que nos podamos encontrar, sean presentes, pretéritas o futuras.
Se trata entonces de integrar funciones y de armonizar escalas de la vida social y económica, tanto en bien de la realización individual y comunitaria, como en bien de la vida en el planeta. Y en esto no tenemos donde tomar referencia directa, porque modelos como el anarcomunista nos aparecen sobredimensionados, con una tendencia a producir en grandes unidades, con la supervisión de órganos comunitarios también alejados del productor. No nos sirve tampoco el falansterio de Fourier, que fue el socialista que más trató el problema funcional, proponiendo una rotación más bien superficial, que no elimina el sistema función-estatus. Necesitamos un ideal de especialización integrada, en el que la escala local comunal descrita por Kropotkin va a ser el límite por arriba, esto es, la escala máxima. Una forma de llegar a este esquema sería dividiendo la jornada entre tiempo de producción de subsistencia en el nivel doméstico y rural, y tiempo de trabajo especializado y experto –tanto en la dimensión ejecutiva manual, como planificadora intelectiva–, en el centro urbano, sea en el pequeño taller, o en centros de trabajo de mayor escala según la necesidad. El fruto del trabajo especializado, sea tangible o no material, se ofrecería gratuitamente como servicio a la comunidad, lo que es posible gracias al nivel de autonomía conseguida en el hogar, y quedaría sometido a los límites racionales de una contabilidad hecha de la forma mencionada en el anterior apartado. De esta manera la casa no es totalmente independiente de la producción social, se mantiene la especialidad y el intercambio, si bien a nivel de comuna, ya que como los teóricos anarquistas clásicos previeron, debemos tender a la autarquía. ¿Cómo? Pues sencillamente, orientando la economía hacia el intercambio de conocimientos en lugar de hacia el intercambio material. En puesto de hacerse dependiente de lo que otro productor, u otra comunidad local, u otro territorio más lejano (7), nos puede ofrecer, aprender cómo conseguir lo mismo, o un equivalente, en nuestro propio espacio (8). Pero para esto la tecnología ha de ser renovada, en la manera que ya Kropotkin estaba desvelando hace cien años.
- Orientar la lucha a la adaptación ecológica
En parte ya está explicado el cómo desde el apartado anterior, pero aquí se va a tratar en cuanto a filosofía social. La clave kropotkiniana consiste, en este caso, en que la Humanidad se reconozca como resultado de la evolución y como hija de la Tierra, que madure como fruto biocultural, tras varios siglos de ensimismamiento adolescente. Esto significa dejar de producir ignorando el Ser vivo del que formamos parte o buscando una supremacía sobre él. Implica igualmente ser fieles a nuestra naturaleza de seres sociales, y reconocer la superioridad de la estrategia cooperativa sobre la competitiva, siendo capaces de integrar lo mejor de todos los tiempos y lugares, fusionando culturas y civilizaciones, avanzando juntos de manera pacífica, en evolución con nuestro entorno, respetando sus límites y sosteniendo sus equilibrios, pues son los nuestros, ya que somos Uno en esencia.
Una última recomendación en el espíritu del anarquismo intemporal es la de ser siempre librepensadores, no idolatrar ni fosilizar el pensamiento de los teóricos que nos precedieron, y atreverse a innovar en favor de la vida. Es lo que los grandes pensadores del anarquismo, como Kropotkin, hubieran querido de nosotros.
Notas
1.- Kropotkin trata la diferencia entre colectivismo y anarcomunismo en Anarquía, su filosofía y su ideal, (1896).
2.- La Conquista del Pan, (1892).
3.- Cities in Evolution (1915)
4.- Técnica y Civilización (1934)
5.- Hacia una Tecnología Liberadora (1981), Autogestión y Nueva Tecnología (1986)
6.- Ecología de la Libertad. Emergencia y Disolución de las Jerarquías, (1982)
7.- Es la dirección seguida por el capitalismo, que habiendo llegado a los límites de la globalización rebasa la escala planetaria y usa la exploración espacial en busca de los recursos que nos harán dependientes de colonias del espacio exterior a las que los capitalistas del siglo XXI pretenden enviar a los trabajadores excedentes libres o presos, un sueño que parece cada vez más cercano. .-
8.- Juliá García, E (2012): “Potencial utópico de la máquina en la pequeña escala”. Estudios, Revista de pensamiento libertario, Vol.2. Págs (49-59), disponible en: https://www.cnt.es/wp-content/uploads/2019/12/Estudios-2.pdf
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