Manel Aisa Pàmpols

Ahora que viene un tiempo nuevo, donde todo está por empezar y donde de nuevo las cosas, las pequeñas cosas, pueden volver a cambiar y, con el tiempo, convertirse en algo magnifico y grande si es necesario, toca recordar a Diego Camacho, que este año de 2021 cumpliría 100 años, de un resistente revolucionario, muy singular, que aprendió a ser rebelde  en todo momento, aun en las peores condiciones y sobrevivir a todas aquellas vicisitudes por las que pasó una generación, o quizá dos, de hombres y mujeres que tuvieron la osadía  de poner en cuestión y en jaque al capitalismo, y que, por ello, fueron condenados y pagaron con creces toda su arrogancia a las oligarquías, pero también ese  mismo castigo fue para las nuevas generaciones, para que, de algún modo, no tuvieran la pretensión de seguir los pasos de sus antecesores, aquellos que dejaron por el camino la oportunidad de “ir a por el todo”,  ese todo que, ya desde el primer momento, se convirtió en un proyecto Boomerang que no ha dejado “títere con cabeza”,

es como haber tocado el cielo por un instante y de puntillas, y desde ese instante la caída sea libre.  No hemos dejado de caer desde aquel “Comité de Milicias Antifascistas”.

                                Último viaje en 2008. En la foto Luigi Lembo, Diego y Tulio ante la tumba de Malatesta (Foto Manel Aisa)

No nos hizo falta conocer a Buenaventura Durruti, ni tan siquiera a García Oliver, ya que  sabemos que conociendo bien a Diego Camacho conocíamos bien a Buenaventura Durruti, naturalmente a Francisco Ascaso y por descontado a García Oliver y Aurelio Fernández y apurando el abanico de los “Solidarios” a todos ellos, desde Torres Escartín al navarro  Sobreviola, en fin, con Diego Camacho la aventura revolucionaria estaba en lo cotidiano de cada día en la sobremesa del Bar Sporting de la Plaza del Sol de Barcelona, donde había el espacio reservado.

Para los encuentros de cada una de las noches, donde podía tocar alguna tonadilla ya un tiempo después en el Galpón Sur donde Vargas, a la vuelta de su andadura por América Latina, sentó las bases del anarquismo y la bohemia, con algo de Flamenco, que nunca debía faltar en nuestras vidas.

Eran tiempos de un anarquismo de júbilo y seudo intelectual, donde, en Gracia, un grupito de anarcocanallas, mezclados con otras tendencias marxistas, eran capaces de declarar la república independiente de Gracia.

Todo ello por el módico precio de festejar nuestra arrogancia de sabernos con la razón en la mano, que cubre todos los tiempos, no importan las caídas, sabemos cómo la canción de Leo Ferré que hay miles de anarquistas, casi todos españoles, vete a saber por qué.

Pero esa etapa de república independiente de Gracia toco a su fin y, como todo, tuvo, ¡al buen entender¡, su etapa gloriosa, que se fue diluyendo poco a poco con el paso del tiempo.

De todas formas, su casa, en la calle Verdi 109, fue siempre un referente del Movimiento Libertario Internacional, creo que, en ciertos momentos, el lugar más conocido de todos los locales anarquistas o similares de la ciudad.

La Pensión Verdi, sin duda, fue el epicentro de encuentros esporádicos, donde el debate sobre la Revolución estaba en el orden del día de cada día.

O lugar de recogimiento de aquellos que se encontraban apurados, siempre había una mirada mientras se tomaba un vaso de vino navarro, o quizá un café recién hecho.

Allí había una cama para corregir durante un tiempo su desventura con el fisco, o la mala vida del sin dinero, a cambio de muy poco, limpiar un poco la cocina y poca cosa más, mientras Diego prefería ya dormir cerca, en su propia Biblioteca, donde había instalado un camastro cerca, cerca, muy cerca del teléfono, su cordón umbilical, en definitiva el último año era su conexión con el mundo, fuera en Francia, los compañeros italianos o los del resto del Estado y claro está su amigo inseparable Federico Arcos desde el Canadá,  que siempre andaba ojo avizor de aquello que le podía faltar a Diego.

Pero la decadencia acaba llegando a todos lados y es difícil de mantener ese prestigio, que en sectores como el nuestro sólo da la seguridad de nuestras convicciones, como Diego Camacho, después, en período de desasosiego, por las tardes de mirar la tele con series como “Colombo”.

Después llegó otro tiempo, otra manera de hacer las cosas, quizá algo más recluido en aquella casa, donde el calentador era como una bomba de relojería que podía explotar en cualquier momento, donde un sólo radiador siempre marcaba los grados “Fahrenheit”   a punto de entrar en otra dimensión, pero Diego no estaba dispuesto a pasar frío y le importaba un comino aquel aparato, tan sólo quería que diera calor y no tener que recordar los tiempos del Campo de Concentración en las playas de Argelés sur Mer.

De alguna manera aquel chaval que, con 17 años, ya había vivido una Revolución, tres años de guerra, para terminar por un tiempo en los Campos de Concentración de Argelés Sur Mer, recogía todo un baúl de historias que probablemente había que empezar a desgranar y racionalizar como experiencias de un mundo aceleradamente vivido y de una espectacularidad encomiable, difícil de entender pero que había que empezar a racionalizar, ¡el qué había pasado! Desde entonces, una vida juvenil de apenas 17 años se convierte “en un todo”, el todo de cada uno de aquellos hombres y mujeres que entendieron lo que significaba aquella Revolución y las consecuencias de la misma y en eso anduvieron todas sus dilatadas vidas, esas vidas cargadas de historias de un instante, que la historia de uno fue la historia de muchos, que todos sufrieron en los Campos de la España desahuciada o de la Europa devastada. Es la misma historia del que murió en el primer momento, en el primer disparo o de aquel que anduvo con su cuerpo hasta la ancianidad.

En definitiva, muerte y revolución por bandera cuando hubo un momento en que se volvió a levantar el trapo negro tantas veces pisado.

Gracias Diego por acercarnos y darnos a entender un poquito todo aquello, que tu bien interpretaste al lado de “García Oliver” cuando éste nos habló de “Ir a por el todo”, lo demás es especular sobre cuánto tiempo duró la Revolución, que si tres meses, que si hasta mayo del 37 o quizá algunos hasta el final de la guerra. Lo cierto es que fue un sueño del que difícilmente despertaremos alguna vez, pero hoy, como ayer, y seguro que mañana, necesitamos volver a “Ir a por el todo”.

Volveremos a “ir a por el todo” y entonces no fallaremos más.

 

 

 

 

 

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